viernes, 31 de diciembre de 2010

PARTE DE FIN DE AÑO


Estimados amigos:

Me hubiera gustado mucho dedicarles un post final de año nuevo o algo así, pero este año (que para un servidor no ha sido de los mejores) ha terminado complicando mi existencia. Me han detectado un quiste parasitario de origen canino en el hígado (los perros lamen sus heces y luego te lamen cariñosamente a tí, la infección más estúpida del mundo). De hecho el quiste lo tengo ya del tamaño de una pelota de baseball y no habrá más remedio que el quirúrgico. Tendré que hospitalizarme dentro de pocos días y Zeus dirá.

Así que estaré fuera de combate quizá casi todo el mes de enero, si la cosa no se complica.

Un abrazo para todos y no se olviden de celebrar el 18 el Centenario de Arguedas como se debe: cantando, bailando, chupando y amando este país, toda la vida y hasta el amanecer...

Un abrazo a todos

viernes, 10 de diciembre de 2010

TAN MODERNO (O TAN ANTIGUO) COMO ESTO. Reflexiones sobre el destino del blog




Hace algunos años escribí muy esperanzado acerca de las oportunidades del blog como un nuevo medio de comunicación/información/agitación/reflexión/crítica y etc. en este nuevo siglo que nos ha tocado vivir. Veía al blog como la oportunidad de mayor debate entre ciudadanos ilustrados, un espacio novísimo de produción cultural que podía romper con la cacofonía de los medios convencionales y convertise en una alternativa frente al lodazal que ha ahogado (casi) todo el perdiodismo peruano. Desde el 2005 descubría blog tras blog, ventana tras ventana, novedad tras novedad. ¡El ciberespacio era una tremenda mina!

Fue Aldo, un amigo que en esto de las tecnologías me lleva siglos de adelanto, quien intentó bajarme de la nube "Javier, es que tu lees solamente determinados blogs, que sí, que son muy buenos, pero si te fijaras en el conjunto...". Es decir, que los árboles me impedían ver el bosque. Un bosque no muy fascinante que digamos.

Pero servidor, terco como una mula koljosiana, mantuvo su interés en estas "nuevas generaciones que encuentran en este formato la mejor manera de expresarse públicamente" en esa voz "donde la información y la opinión no son dos entes necesariamente separados, lo académico coexiste con lo periodístico, el eruditismo especializado con la contracultura bizarra, los temas de actualidad con las obsesiones personales". Sí, por aquel entonces incluso estaba enamorado. Se notaba ¿no?

Así que una fría mañana de diciembre -sí, fría, ya el cambio climático había hecho mella en el tradicional verano limeño- del 2007 me lancé a la piscina y me puse a hacer mi blog. De todo ello, tres años ha.

Al principio todo estaba muy bien y yo mandando mis posts, feliz como un niño con zapatos nuevos. Sin embargo, no tardaron en llegar los problemas conforme la gente empezaba a leerlo. Intentanto al principio ser un diáfano manantial de tolerancia permití los comments ofensivos, los off-topics, los publicherrys, la guerra de bandas que asoló la cholósfera en el 2008, las reiteradas meteduras de pata propias de un novato como yo.

Sin embargo, lo que más me chocó fue darme cuenta que, detrás de todos esos fuegos de artificio neotecnológicos, seguían perviviendo los vicios peruanos de toda la vida: Las argollas -esa institución criolla tan arraigada en el país- traducidas en el mundo virtual como esas colleritas de bloggers con sus redes, plataformas, concursos y espacios propios; el autoritarismo ninguneador del más fuerte y del más pituco, el engreimiento infantil de la Academia, el alpinchismo de algunos sujetos que se pasean entre las redes como matoncitos de barrio.

No pienso dar nombres -no pienso señalar a nadie con el dedo en este post- pero ilustro mis descargos: ¿Qué ha sido lo peor? Ver la red como otro penoso remedo de La Rotonda de la Universidad Católica, con sus mismos grupitos y sus mismas querellas. Ver a esos profesores de no se qué en los Estados Unidos, acostumbrados no sé por qué a que le laman las pelotas desde el Perú, comportarse como energúmenos cuando alguien les cuestiona abiertamente sus puntos de vista. Ver a reconocidos hombres de letras y ciencias sociales, con más razones de seguir siendo amigos que de enemistarse, insultarse abiertamente por quítame estas pajas, arrojarse cubos de estiércol por disensiones bizantinas. Y claro, uno pasa por ahí y termina salpicado.

Aún así seguí, perdida ya mi virginidad virtual, porque en la red encuentras también muchas cosas sugerentes y tonificantes. Siempre encuentras temas que tratar, batallas que luchar y amigos a los cuales defender.

Sin embargo, tres años después, hay dos asuntos nuevos, distintos pero muy relacionados. El primero, el ocaso del blog, sepultado por las redes sociales, cada una más atractiva y nueva que la anterior. El segundo, el cansancio de autor.

El blog ha perdido protagonismo en la Red. El facebook, el twitter, el tuenti y los que vendrán se han convertido en los grandes espacios de re-encuentro virtual de los internautas, todos cansados quizá de leerse las paranoias y las fijaciones de sus amigos. El propio PC parece quedarse solo frente al boom de los servicios de celulares, blackberries y otros ingenios mucho más cercanos a la mano, mejor preparados para mensajes más cortos, información más rápida y entretenimiento más variado. El blog ha terminado convertido en un microuniverso (bastante más reducido de lo que era) de conocedores de humanidades, académicos, enteradillos, profesionales con internet en su oficina y universitarios con internet en casita. En estos vertiginosos días del nuevo siglo, el blog ha envejecido sin que nos enteráramos.

Y por otro lado, después de dos, tres años y más, uno siente que ha dicho demasiadas cosas, quizá demasiadas. El blog, en teoría, te marca un ritmo de producción que uno alegremente cumple al principio. Pero luego, porque todo se convierte inevitablemente en rutina, llega el también inevitable cansancio. No voy a mencionar a nadie -no pienso señalar a nadie con el dedo en este post- pero los frenéticos y, digamos, sinérgicos blogs periodísticos han ido languideciendo poco a poco bajo todo tipo de excusas ( trabajo en los medios convencionales que antes detestaban, merodeo en las universidades, el sueño del programa radial o televisivo propio) al punto que los blogs que antes incluso clavaban dos post diarios ahora mascan un abatimiento colgando un post cada semana (excepto cuando viene eso del blogday, aunque creo que esas fiestas ya perdieron el entusiasmo de antaño).

Y también está el evidente cansancio de alguien que siente que cada vez tiene menos cosas interesantes qué decir. Porque, a ver ¿Uno tiene que estar opinando compulsivamente frente a la inevitable cascada informativa? ¿Por qué tengo que dar mi parecer sobre Wikileaks si ya leí buenos artículos al respecto? ¿Estaba obligado a celebrar la histórica goleada del Barça al Real Madrid? (que lo celebré, sí, pero sin utilizar este blog para cebarme de los cráneos caídos, en fin) ¿Tengo que dar mi opinión sobre el discurso de Don Mario en Estocolmo? Ya he leido mejores links sobre el asunto.

Ese ruido internáutico de meter tu cuchara, intervenir porque tienes teclado y dártela de gran enterado es algo que no tiene que ver con los blogs. Es el típico pedante de oficina.

Pero en este viaje he descubierto motivos por los cuales hay que seguir leyendo blogs: Blogs de historia donde te cuentan sucesos fascinantes (pero reales), blogs que interpretan la sociedad contemporánea desde el ángulo de una subcultura pop, bellísimos blogs de música y blogs valientes que evidencian que aún, en este terrible mundo, se puede hacer un periodismo digno y libre.

La foto de arriba se ubica en esos otros momentos de vanguardia que tuvimos, la Era del Jazz y el desenfado: La orquesta de Percival Mackey, haciendo bailar a su señora esposa -Monti Ryan- por las azoteas del Londres de 1926. Frescura, alegría, aires de libertad. El blog es tan antiguo como esa foto (una alternativa superada y casi nostálgica de nuevas formas de comunicar). Pero también puede ser igual de moderno: Una expresión que no es lo que uno pensaba, pero que todavía no ha perdido los bríos de la rebeldía, la crítica y las ganas alegres de joder.

Apago las tres velitas de mi torta.