Quilca es mucho más que la calle que nace en uno de los extremos de la Plaza San Martín y –culturalmente- muere en Wilson (aunque, cruzando la avenida uno encuentra un par de huecos bastante interesantes, sobretodo en los bajos de lo que fue el antiguo súper-edificio de la Ford Motors en Lima). Quilca es todo un triángulo, cuyos vértices son las calles Camaná y Rufino Torrico (calle también interesante, pero por otras razones), zona pletórica de librerías de todo tamaño y rango, jugueterías de antiguo, algunas tiendas de numismática, bares de raza, un centro cultural (antes había más) y un par de points dedicados a tribus urbanas y la música de colección.
La ristra de librerías de Quilca en sus cinco esquinas y varias calles adyacentes (es un pulpo librero que extiende sus tentáculos a La Colmena, la Plaza Francia y a varios ambulantes que pululan por los alrededores del ministerio de Relaciones Exteriores) van desde la simple tienda que exhibe revistas comercialonas descatalogadas hasta algunos portales donde venden ejemplares exquisitos –y, si uno pregunta, hasta algunos incunables- a precios igualmente exquisitos (o sea, recontracaros). En Quilca se encuentran rarezas como colecciones lujosas de premios literarios españoles (entre ellas, los galardonados con el Primavera Espasa, uno de los premios más huachafos que hay en nuestra lengua, con espantos escritos por fauna del tipo de Juan Manuel de Prada, Rosa Montero, Lucía Etxebarría y ya no sigo…) o viejos y venerables ejemplares de El Gráfico o Don Balón de la década de los ochenta. Más aún, en la parte que da a Camaná hay un gran salón dividido en varias tiendas donde uno encuentra títulos literarios que tuvieron su pegada en los años cuarenta y cincuenta (Sommerset Maugham, Curzio Malaparte, François Mauriac) por no hablar de autores hoy considerados bizarros (la sobrevalorada en su tiempo, Vicky Baum o aquel bestseller vintage de Mika Waltari).
En Quilca, desde hace unos meses, se ha abierto una librería cuyos fondos se nutren fundamentalmente de textos publicados en los años setenta y ochenta: Un auténtico túnel del tiempo donde redescubrimos los antiguos ensayos de un Héctor Béjar aún velasquista, un Virgilio Roel aún economista o un Henry Pease aún izquierdista. En esa tienda encontramos rarezas de extraña belleza como los estudios econométricos de la industria pesada soviética, textos yugoeslavos sobre el entusiasmo del Movimiento de los No Alineados, varias exégesis de la ruptura entre Moscú y Pekín y algunas perlitas perdidas de la antigua Revolución Sandinista. Desgraciadamente, quien administra ese tesoro es un enano chino de m… que maltrata estúpidamente al público que lo visita y que –por el momento- no desea comprar.
Pero el alma del Quilca, para qué nos vamos a engañar, es la producción pirata de calidad. Quilca –a diferencia de Wilson- apuesta por textos más literarios y enrollados que los típicos bestsellers comerciales o los manualcitos de autoayuda. Y una gran noticia: en los últimos meses se ha notado la aparición de textos notables que no son tan marketeados en los billboards de El Virrey o Crisol. Es verdad, en Quilca tendremos las obras completas de este sujeto, la laureada novela de Roncagliolo o los penosos textos de Coehlo. Pero también en Quilca podemos encontrar cuidadas versiones piratas de El corrido del Dante de González Viaña o la poesía completa de César Vallejo. A nivel internacional, además de varios títulos del actual nobel Jean-Marie Le Clézio (quien, antes de su galardón, era un perfecto desconocido en Lima y ahora Quilca contribuye a su difusión entre el pueblo llano) tenemos descubrimientos como la aparición de un titán de la novela policial como lo es Andrea Camilleri o ese gran narrador colombiano recientemente descubierto por los majors de las editoriales que es Héctor Abad Faciolince. Además nunca faltan las versiones piratas de habituales del lector limeño como Umberto Eco, Noam Chomsky y, últimamente, Michael Moore.
Capítulo aparte es el mercado de DVDs de carácter histórico, social y bélico que han inundado las tiendas de Quilca dejando pequeño al antiguo hueco bizarro que existía en la primera cuadra de Quilca (cerrado por la remodelación comercial-kitsch que perpetró la municipalidad de este imbécil). A quien le interese el aprendizaje audiovisual se puede encontrar con una mina que incluye saqueos descarados no solo del los catálogos de History Channel o National Geographic sino incluso de sus archivos (medida destacable porque la actual programación del History da asco). Además de las versiones piratas de sus especiales para el cable (los dedicados a los nazis, la Segunda Guerra Mundial, los sionistas o Al Qaeda ), hay toda una parafernalia de DVDs dedicados a la “historia roja universal” que parte desde la Revolución bolchevique, pasa por las biografías de Lenin, Stalin o Mao, le dedica harto material a Cuba, Fidel y el Ché, para terminar en hagiografías de Hugo Chávez o Evo Morales. Por supuesto que no podía faltar nuestras versiones patrias que van desde la biografía de Jose Carlos Mariátegui (generalmente basadas en el telefilme protagonizado por Martín Moscoso haciendo del Amauta ¿Martín, cómo has sido capaz de dejar el teatro por Indecopi?), pasando por documentales militantes de César Vallejo y Arguedas, diversas narraciones de nuestra guerra interna –hechas tanto por simpatizantes del PCP como por críticos generalmente nacionalistas y , si uno pregunta, por antiguos ronderos y paramilitares- y terminando con aparatosas biografías de los Humala (tanto Ollanta como Antauro, aunque este último cuenta con mayor producción, sobretodo los disputados CDs sobre el Andahuaylazo). Sazónese todo este cóctel con los proverbiales audiovisuales dedicados al esoterismo oriental, la nigromancia y los nazis, el paso de Jesucristo por América, los cátaros, templarios, illuminati y masones, los hechiceros peruanos y las bondades de los alucinógenos nativos). Qué linda es esta calle.
Quilca también es una esperanza para quienes buscan ediciones pasadas de escritores peruanos. Buscando, buscando, uno puede encontrar varias novelas de la saga campesina de Manuel Scorza o los libros de cuentos de Eleodoro Vargas Vicuña. En Quilca abundan, desparramados, los diversos títulos de la Biblioteca Peruana de Peisa (donde a la mano encuentras Duque, La Casa de Cartón o Los perros hambrientos) así como los títulos más emblemáticos de los Populibros (¿Dónde, si no, encontraremos Sangama o Lima la Horrible?), por no hablar de ese tímido esfuerzo cultural de la alcaldía limeña de Alfonso Barrantes, los Munilibros, empresa pequeña y trunca pero a años luz de lo que la actual municipalidad de Lima entiende por cultura.
Y todo a precios asequibles, fácilmente regateables y con momentos sorprendentes. Yo me topé con la primera edición en español de Misión a Moscú de Joseph Davies (Buenos Aires, 1942) por cinco luquitas. Cosas así uno se encuentra en Quilca.
Pero, Quilca no se puede entender sin su agitada y contradictoria vida nocturna. Su rango bohemio lo dan sus bares y su vida callejera vespertina, llena de tribus juveniles, corrillos alcohólicos y mucha droga. El Queirolo y Don Lucho (conocido también por La Rockola) suelen ser espacios habituales de escritores jóvenes y editores veteranos, de estudiantes de bellas artes y poetas olvidados, de intelectuales desclasados que vienen de los recitales del Yacana y profesores inclasificables que salen de las exposiciones de la Casona de San Marcos. Y finalmente, El Averno, centro (contra)cultural del cual he escrito varias veces (aquí y aquí). Sigue siendo un modelo de centro abierto y democrático, popular y diverso.
A muchos peruanos de campanillas, Quilca les puede parecer un mercado persa con libros, regentado por perdedores y frecuentado por mediocres. Sin embargo, cualquier extranjero que se haya dado una vuelta por este sitio se sorprende de las dimensiones de esta miniciudad de los libros. Quilca es muchísimo más extensa que la madrileña Cuesta de Moyano o el barcelonés Mercat de Sant Antoni. Mucho más numerosa, diversa y barata que la santiaguina calle de San Diego. Y no hay nada parecido en el barrio latino de París, en el Arbat moscovita o en el Prenzlauer Berg berlinés, pese a que en todas esas sociedades se publican y leen más libros que nosotros. Por no decir que el número de sus librerías y bibliotecas debe, por lo menos, quintuplicar nuestra pobrísima dotación.
Sí señores, Quilca saca el pechito por la cultura en Lima.
Amigo lector, organícese un día, dedíquelo todo a Quilca. Arranque tomándose un caldo de cabeza en los restaurantes de alrededores y dedíquese la jornada entera a recorrer las librerías, revise las rumas de libros con paciencia, mánchese los dedos de polvo hurgando entre piscinas de textos de todo tipo, tenga paciencia y perseverancia, pregunte siempre, no desdeñe ningún puesto de libros por pequeño o desabastecido que parezca. No menosprecie los ejemplares por si albergan firmas y apuntes de su anterior dueño, o tengan muchas hojas dobladas o un guillotinado defectuoso. Quilca es generoso con quienes aman los libros. Y luego de la jornada, ya de noche, palpando las sorpresas que haya encontrado, párese en uno de los bares, tómese una cerveza. Escuche las conversaciones de al lado, mire a la gente que entra y sale. Sus caras, sus gestos, los libros que llevan distraídamente, las canciones que ponen en la rockola, las mujeres a quienes miran e invitan. Sumérjase en el otro lado de la cultura, déle una gran oportunidad a esta maravillosa calle.
Nota final: Quilca no está a salvo. La han querido desfigurar muchas veces. Desde espantosos proyectos municipales al servicio de negocios particulares hasta conatos de desalojo por intereses inmobiliarios informales, por no hablar de caprichosas batidas policiales. Ahora que el gran capital quiere rediseñar el centro de Lima a su real antojo, devorando manzanas enteras para clavar allí supermercados, centros comerciales o edificios de oficinas; temamos por Quilca.
Cuando por la televisión digan que quieren “limpiar” esa calle, echar a los fumones y borrachos, terminar con la informalidad y la piratería, vigilar a los radicales que conspiran contra el gobierno, etc. Cuando vean eso en los titulares de los periódicos y las cabeceras de las radios; vaya a la bilioteca de su casa, palpe los libros que compró en Quilca, recuerde, sienta, piense. Y actúe en consecuencia.
La ristra de librerías de Quilca en sus cinco esquinas y varias calles adyacentes (es un pulpo librero que extiende sus tentáculos a La Colmena, la Plaza Francia y a varios ambulantes que pululan por los alrededores del ministerio de Relaciones Exteriores) van desde la simple tienda que exhibe revistas comercialonas descatalogadas hasta algunos portales donde venden ejemplares exquisitos –y, si uno pregunta, hasta algunos incunables- a precios igualmente exquisitos (o sea, recontracaros). En Quilca se encuentran rarezas como colecciones lujosas de premios literarios españoles (entre ellas, los galardonados con el Primavera Espasa, uno de los premios más huachafos que hay en nuestra lengua, con espantos escritos por fauna del tipo de Juan Manuel de Prada, Rosa Montero, Lucía Etxebarría y ya no sigo…) o viejos y venerables ejemplares de El Gráfico o Don Balón de la década de los ochenta. Más aún, en la parte que da a Camaná hay un gran salón dividido en varias tiendas donde uno encuentra títulos literarios que tuvieron su pegada en los años cuarenta y cincuenta (Sommerset Maugham, Curzio Malaparte, François Mauriac) por no hablar de autores hoy considerados bizarros (la sobrevalorada en su tiempo, Vicky Baum o aquel bestseller vintage de Mika Waltari).
En Quilca, desde hace unos meses, se ha abierto una librería cuyos fondos se nutren fundamentalmente de textos publicados en los años setenta y ochenta: Un auténtico túnel del tiempo donde redescubrimos los antiguos ensayos de un Héctor Béjar aún velasquista, un Virgilio Roel aún economista o un Henry Pease aún izquierdista. En esa tienda encontramos rarezas de extraña belleza como los estudios econométricos de la industria pesada soviética, textos yugoeslavos sobre el entusiasmo del Movimiento de los No Alineados, varias exégesis de la ruptura entre Moscú y Pekín y algunas perlitas perdidas de la antigua Revolución Sandinista. Desgraciadamente, quien administra ese tesoro es un enano chino de m… que maltrata estúpidamente al público que lo visita y que –por el momento- no desea comprar.
Pero el alma del Quilca, para qué nos vamos a engañar, es la producción pirata de calidad. Quilca –a diferencia de Wilson- apuesta por textos más literarios y enrollados que los típicos bestsellers comerciales o los manualcitos de autoayuda. Y una gran noticia: en los últimos meses se ha notado la aparición de textos notables que no son tan marketeados en los billboards de El Virrey o Crisol. Es verdad, en Quilca tendremos las obras completas de este sujeto, la laureada novela de Roncagliolo o los penosos textos de Coehlo. Pero también en Quilca podemos encontrar cuidadas versiones piratas de El corrido del Dante de González Viaña o la poesía completa de César Vallejo. A nivel internacional, además de varios títulos del actual nobel Jean-Marie Le Clézio (quien, antes de su galardón, era un perfecto desconocido en Lima y ahora Quilca contribuye a su difusión entre el pueblo llano) tenemos descubrimientos como la aparición de un titán de la novela policial como lo es Andrea Camilleri o ese gran narrador colombiano recientemente descubierto por los majors de las editoriales que es Héctor Abad Faciolince. Además nunca faltan las versiones piratas de habituales del lector limeño como Umberto Eco, Noam Chomsky y, últimamente, Michael Moore.
Capítulo aparte es el mercado de DVDs de carácter histórico, social y bélico que han inundado las tiendas de Quilca dejando pequeño al antiguo hueco bizarro que existía en la primera cuadra de Quilca (cerrado por la remodelación comercial-kitsch que perpetró la municipalidad de este imbécil). A quien le interese el aprendizaje audiovisual se puede encontrar con una mina que incluye saqueos descarados no solo del los catálogos de History Channel o National Geographic sino incluso de sus archivos (medida destacable porque la actual programación del History da asco). Además de las versiones piratas de sus especiales para el cable (los dedicados a los nazis, la Segunda Guerra Mundial, los sionistas o Al Qaeda ), hay toda una parafernalia de DVDs dedicados a la “historia roja universal” que parte desde la Revolución bolchevique, pasa por las biografías de Lenin, Stalin o Mao, le dedica harto material a Cuba, Fidel y el Ché, para terminar en hagiografías de Hugo Chávez o Evo Morales. Por supuesto que no podía faltar nuestras versiones patrias que van desde la biografía de Jose Carlos Mariátegui (generalmente basadas en el telefilme protagonizado por Martín Moscoso haciendo del Amauta ¿Martín, cómo has sido capaz de dejar el teatro por Indecopi?), pasando por documentales militantes de César Vallejo y Arguedas, diversas narraciones de nuestra guerra interna –hechas tanto por simpatizantes del PCP como por críticos generalmente nacionalistas y , si uno pregunta, por antiguos ronderos y paramilitares- y terminando con aparatosas biografías de los Humala (tanto Ollanta como Antauro, aunque este último cuenta con mayor producción, sobretodo los disputados CDs sobre el Andahuaylazo). Sazónese todo este cóctel con los proverbiales audiovisuales dedicados al esoterismo oriental, la nigromancia y los nazis, el paso de Jesucristo por América, los cátaros, templarios, illuminati y masones, los hechiceros peruanos y las bondades de los alucinógenos nativos). Qué linda es esta calle.
Quilca también es una esperanza para quienes buscan ediciones pasadas de escritores peruanos. Buscando, buscando, uno puede encontrar varias novelas de la saga campesina de Manuel Scorza o los libros de cuentos de Eleodoro Vargas Vicuña. En Quilca abundan, desparramados, los diversos títulos de la Biblioteca Peruana de Peisa (donde a la mano encuentras Duque, La Casa de Cartón o Los perros hambrientos) así como los títulos más emblemáticos de los Populibros (¿Dónde, si no, encontraremos Sangama o Lima la Horrible?), por no hablar de ese tímido esfuerzo cultural de la alcaldía limeña de Alfonso Barrantes, los Munilibros, empresa pequeña y trunca pero a años luz de lo que la actual municipalidad de Lima entiende por cultura.
Y todo a precios asequibles, fácilmente regateables y con momentos sorprendentes. Yo me topé con la primera edición en español de Misión a Moscú de Joseph Davies (Buenos Aires, 1942) por cinco luquitas. Cosas así uno se encuentra en Quilca.
Pero, Quilca no se puede entender sin su agitada y contradictoria vida nocturna. Su rango bohemio lo dan sus bares y su vida callejera vespertina, llena de tribus juveniles, corrillos alcohólicos y mucha droga. El Queirolo y Don Lucho (conocido también por La Rockola) suelen ser espacios habituales de escritores jóvenes y editores veteranos, de estudiantes de bellas artes y poetas olvidados, de intelectuales desclasados que vienen de los recitales del Yacana y profesores inclasificables que salen de las exposiciones de la Casona de San Marcos. Y finalmente, El Averno, centro (contra)cultural del cual he escrito varias veces (aquí y aquí). Sigue siendo un modelo de centro abierto y democrático, popular y diverso.
A muchos peruanos de campanillas, Quilca les puede parecer un mercado persa con libros, regentado por perdedores y frecuentado por mediocres. Sin embargo, cualquier extranjero que se haya dado una vuelta por este sitio se sorprende de las dimensiones de esta miniciudad de los libros. Quilca es muchísimo más extensa que la madrileña Cuesta de Moyano o el barcelonés Mercat de Sant Antoni. Mucho más numerosa, diversa y barata que la santiaguina calle de San Diego. Y no hay nada parecido en el barrio latino de París, en el Arbat moscovita o en el Prenzlauer Berg berlinés, pese a que en todas esas sociedades se publican y leen más libros que nosotros. Por no decir que el número de sus librerías y bibliotecas debe, por lo menos, quintuplicar nuestra pobrísima dotación.
Sí señores, Quilca saca el pechito por la cultura en Lima.
Amigo lector, organícese un día, dedíquelo todo a Quilca. Arranque tomándose un caldo de cabeza en los restaurantes de alrededores y dedíquese la jornada entera a recorrer las librerías, revise las rumas de libros con paciencia, mánchese los dedos de polvo hurgando entre piscinas de textos de todo tipo, tenga paciencia y perseverancia, pregunte siempre, no desdeñe ningún puesto de libros por pequeño o desabastecido que parezca. No menosprecie los ejemplares por si albergan firmas y apuntes de su anterior dueño, o tengan muchas hojas dobladas o un guillotinado defectuoso. Quilca es generoso con quienes aman los libros. Y luego de la jornada, ya de noche, palpando las sorpresas que haya encontrado, párese en uno de los bares, tómese una cerveza. Escuche las conversaciones de al lado, mire a la gente que entra y sale. Sus caras, sus gestos, los libros que llevan distraídamente, las canciones que ponen en la rockola, las mujeres a quienes miran e invitan. Sumérjase en el otro lado de la cultura, déle una gran oportunidad a esta maravillosa calle.
Nota final: Quilca no está a salvo. La han querido desfigurar muchas veces. Desde espantosos proyectos municipales al servicio de negocios particulares hasta conatos de desalojo por intereses inmobiliarios informales, por no hablar de caprichosas batidas policiales. Ahora que el gran capital quiere rediseñar el centro de Lima a su real antojo, devorando manzanas enteras para clavar allí supermercados, centros comerciales o edificios de oficinas; temamos por Quilca.
Cuando por la televisión digan que quieren “limpiar” esa calle, echar a los fumones y borrachos, terminar con la informalidad y la piratería, vigilar a los radicales que conspiran contra el gobierno, etc. Cuando vean eso en los titulares de los periódicos y las cabeceras de las radios; vaya a la bilioteca de su casa, palpe los libros que compró en Quilca, recuerde, sienta, piense. Y actúe en consecuencia.
11 comentarios:
Hola Javier,
Buen post.
Hoy pasé por Quilca y no quedé precisamente impresionado. Prefería cuando estaba la "librería china" con sus "Pekín informa".
Lo que sí es notoria (y aquí desde luego que lo veo como economista)es la complementariedad librerías-cantinas, libros-tragos. Pareciera que las lecturas fueron asentadas y socializadas entre chelas, en animadas conversaciones de chupódromo...
Recuerdan a este tango:
http://www.youtube.com/watch?v=-b95nODV5fQ
Saludos,
¿Librería china? Esa no la conocí. El "Pekín informa" y el "China reconstruye" (muchos de ellos publicados en tiempos de la Revolución Cultural incluso)los encontraba en algunos puestos ambulantes (incluso carretillas) de la callejuela de Lino Cornejo con Contumazá, cerca de Lampa, donde los viejos ajedrecistas armaban sus tableros y jugaban por dinero.
De la que sí me acuerdo era de la librería Cosmos en la avenida Tacna, que difundía toda la literatura soviética en español.
Y claro, en esa época las tiendas de libros estaban en la Avenida Grau, pero no había el complemento cantinero. Quizá porque quedaba demasiado cerca a hospitales y funerarias y eso daba mal rollito. O, sencillamente, los tiempos eran otros...
Javier, aqui en Los Angeles puedes ir con tu libreta de identificacion y a los 5 minutos tienes el carnet de la biblioteca publica, que te sirve para muchas bibliotecas de la ciudad.
Puedes llevarte los libros que quieras, hasta por 10 dias. Puedes llamar por telefono y renovar por otros 5. Luego puedes ir a media noche y devolverlos en el buzon.
La libreria de Los Angeles tiene rarezas que solo las puedes ver ahi. La de Pasadena tiene 3 pisos y pequeñas lamparitas en los escritorios.
Aqui en los bookstores (Borders, Barnes & Noble) puedes sentarte un par de horas a leer en los sillones, nadie te molesta.
Por ultimo, hay algunas ferias en parqueaderos, donde la gente se junta a intercambiar o vender libros y comics.
Lo que hacia Quilca o Grau maravilloso, era el factor sorpresa. Encontrar algun libro inesperado que despierte la curiosidad.
Mirando hacia atras, creo que era un auto-engaño, atribuir tanta cultura a libros que tratan de inducirte a mirar el mundo de cierta manera. Cuantas neuronas de creatividad han sido asesinadas por leer tanta basura.... en fin.
...y en Madrid a las librerías les decías que no encontrabas estos títulos en los estantes y los compraban en el mercado. Y en el Pompidou de París te echabas a leer las novedades editoriales entre cojines a granel y escuchando buen jazz internacional. Cosas que son una absoluta utopía en el Perú.
Recuérdalo porque, como decía el bibliotecario de "El Nombre de la Rosa", la biblioteca es el guardián de la verdad y del error.
No has leido basura. Solo un error. Todo conocimiento se alimenta de los fracasos de quienes al principio llegaron la error.
Moraleja clasista, hombre: La vida de las comunidades es más rica que la inercia funcionarial, los sujetos primariosos y obedientes son más ricos que el expediente que manipula el poder, donde los líderes sindicales están jodidos y las nuevas generaciones, huérfanas.
Vivan la vida y el minuto.
Acá se acaba mi cuota de estímulo a la cultura californiana, un saluso rafa
J.
lo que sorprende es la alegre, desprendida y absoluta falta de verguenza de quien compra (y recomienda e instiga a hacerlo) libros pirateados. ¿Que los originales son muy caros? Te vas a la biblioteca. No? pues dejas de embriagarte un par de fines de semana y ahorras. Tampoco? te jodes. Eso no te da derecho a robar ni al editor ni al autor. a ver si a uno de tus luchadores de la libertad, uno de esos que defienden sus ideales matando y que en sus ratos libres escribe versos les va a hacer gracia que le roben.
Miguel:
Lo que da vergüenza ajena es que se vendan libros a ochenta soles cuando su precio real es cinco veces menor. Las editoras y los autores quieren la suya, pero los consumidores también y cada uno arrima el agua a su molino. ¿Eso no es la famosa ley del mercado y la competencia? Es que nos olvidamos del dichoso capitalismo cuando no nos conviene.
Javier, tu crees que se puedan encontrar libros usados de arte peruano, como el de Humareda o Tilsa Tsuhiya?
Diavolo
A ver, las colecciones más conocidas de Humareda, Sérvulo y también de Tilsa fueron de publicaciones de Petroperú y BCR de los setentas y ochentas. En Quilca no creo que encuentres. Pero sí en la misma manzana pero por Camaná donde hay un mercadillo indoor con publicación diversa y de esos años o en una librería de esa misma cuadra que es concida como la más cara y la más formal. Otra alternativa es Amazonas. En la desesperación vaya directo a Bellas Artes y pregunte por los mercadillos que los estudiantes frecuentan.
Hola javier me gustaria referenciarte respecto a este post . para mi trabajo de investigacion sobre barrios artisticos, soy estudiante de arq. en la UNI.
( Nombre apellido- publicacion)
gracias y saludos
Q bonito relato q haces, es ya el inicio de una novela.
En ref a los q se sorprenden x la compra de los libros pirateados, es el propio gobierno peruano el q impulsa esto. Los libros en el Peru causan mas impuestos q el licor. Peru es un pais no lector y lo tolera.
Los lectores somos una minoria q nos encontramos absortos en nuetros descubrimientos en los libros, a pesar del gobierno..
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