viernes, 31 de diciembre de 2010

PARTE DE FIN DE AÑO


Estimados amigos:

Me hubiera gustado mucho dedicarles un post final de año nuevo o algo así, pero este año (que para un servidor no ha sido de los mejores) ha terminado complicando mi existencia. Me han detectado un quiste parasitario de origen canino en el hígado (los perros lamen sus heces y luego te lamen cariñosamente a tí, la infección más estúpida del mundo). De hecho el quiste lo tengo ya del tamaño de una pelota de baseball y no habrá más remedio que el quirúrgico. Tendré que hospitalizarme dentro de pocos días y Zeus dirá.

Así que estaré fuera de combate quizá casi todo el mes de enero, si la cosa no se complica.

Un abrazo para todos y no se olviden de celebrar el 18 el Centenario de Arguedas como se debe: cantando, bailando, chupando y amando este país, toda la vida y hasta el amanecer...

Un abrazo a todos

viernes, 10 de diciembre de 2010

TAN MODERNO (O TAN ANTIGUO) COMO ESTO. Reflexiones sobre el destino del blog




Hace algunos años escribí muy esperanzado acerca de las oportunidades del blog como un nuevo medio de comunicación/información/agitación/reflexión/crítica y etc. en este nuevo siglo que nos ha tocado vivir. Veía al blog como la oportunidad de mayor debate entre ciudadanos ilustrados, un espacio novísimo de produción cultural que podía romper con la cacofonía de los medios convencionales y convertise en una alternativa frente al lodazal que ha ahogado (casi) todo el perdiodismo peruano. Desde el 2005 descubría blog tras blog, ventana tras ventana, novedad tras novedad. ¡El ciberespacio era una tremenda mina!

Fue Aldo, un amigo que en esto de las tecnologías me lleva siglos de adelanto, quien intentó bajarme de la nube "Javier, es que tu lees solamente determinados blogs, que sí, que son muy buenos, pero si te fijaras en el conjunto...". Es decir, que los árboles me impedían ver el bosque. Un bosque no muy fascinante que digamos.

Pero servidor, terco como una mula koljosiana, mantuvo su interés en estas "nuevas generaciones que encuentran en este formato la mejor manera de expresarse públicamente" en esa voz "donde la información y la opinión no son dos entes necesariamente separados, lo académico coexiste con lo periodístico, el eruditismo especializado con la contracultura bizarra, los temas de actualidad con las obsesiones personales". Sí, por aquel entonces incluso estaba enamorado. Se notaba ¿no?

Así que una fría mañana de diciembre -sí, fría, ya el cambio climático había hecho mella en el tradicional verano limeño- del 2007 me lancé a la piscina y me puse a hacer mi blog. De todo ello, tres años ha.

Al principio todo estaba muy bien y yo mandando mis posts, feliz como un niño con zapatos nuevos. Sin embargo, no tardaron en llegar los problemas conforme la gente empezaba a leerlo. Intentanto al principio ser un diáfano manantial de tolerancia permití los comments ofensivos, los off-topics, los publicherrys, la guerra de bandas que asoló la cholósfera en el 2008, las reiteradas meteduras de pata propias de un novato como yo.

Sin embargo, lo que más me chocó fue darme cuenta que, detrás de todos esos fuegos de artificio neotecnológicos, seguían perviviendo los vicios peruanos de toda la vida: Las argollas -esa institución criolla tan arraigada en el país- traducidas en el mundo virtual como esas colleritas de bloggers con sus redes, plataformas, concursos y espacios propios; el autoritarismo ninguneador del más fuerte y del más pituco, el engreimiento infantil de la Academia, el alpinchismo de algunos sujetos que se pasean entre las redes como matoncitos de barrio.

No pienso dar nombres -no pienso señalar a nadie con el dedo en este post- pero ilustro mis descargos: ¿Qué ha sido lo peor? Ver la red como otro penoso remedo de La Rotonda de la Universidad Católica, con sus mismos grupitos y sus mismas querellas. Ver a esos profesores de no se qué en los Estados Unidos, acostumbrados no sé por qué a que le laman las pelotas desde el Perú, comportarse como energúmenos cuando alguien les cuestiona abiertamente sus puntos de vista. Ver a reconocidos hombres de letras y ciencias sociales, con más razones de seguir siendo amigos que de enemistarse, insultarse abiertamente por quítame estas pajas, arrojarse cubos de estiércol por disensiones bizantinas. Y claro, uno pasa por ahí y termina salpicado.

Aún así seguí, perdida ya mi virginidad virtual, porque en la red encuentras también muchas cosas sugerentes y tonificantes. Siempre encuentras temas que tratar, batallas que luchar y amigos a los cuales defender.

Sin embargo, tres años después, hay dos asuntos nuevos, distintos pero muy relacionados. El primero, el ocaso del blog, sepultado por las redes sociales, cada una más atractiva y nueva que la anterior. El segundo, el cansancio de autor.

El blog ha perdido protagonismo en la Red. El facebook, el twitter, el tuenti y los que vendrán se han convertido en los grandes espacios de re-encuentro virtual de los internautas, todos cansados quizá de leerse las paranoias y las fijaciones de sus amigos. El propio PC parece quedarse solo frente al boom de los servicios de celulares, blackberries y otros ingenios mucho más cercanos a la mano, mejor preparados para mensajes más cortos, información más rápida y entretenimiento más variado. El blog ha terminado convertido en un microuniverso (bastante más reducido de lo que era) de conocedores de humanidades, académicos, enteradillos, profesionales con internet en su oficina y universitarios con internet en casita. En estos vertiginosos días del nuevo siglo, el blog ha envejecido sin que nos enteráramos.

Y por otro lado, después de dos, tres años y más, uno siente que ha dicho demasiadas cosas, quizá demasiadas. El blog, en teoría, te marca un ritmo de producción que uno alegremente cumple al principio. Pero luego, porque todo se convierte inevitablemente en rutina, llega el también inevitable cansancio. No voy a mencionar a nadie -no pienso señalar a nadie con el dedo en este post- pero los frenéticos y, digamos, sinérgicos blogs periodísticos han ido languideciendo poco a poco bajo todo tipo de excusas ( trabajo en los medios convencionales que antes detestaban, merodeo en las universidades, el sueño del programa radial o televisivo propio) al punto que los blogs que antes incluso clavaban dos post diarios ahora mascan un abatimiento colgando un post cada semana (excepto cuando viene eso del blogday, aunque creo que esas fiestas ya perdieron el entusiasmo de antaño).

Y también está el evidente cansancio de alguien que siente que cada vez tiene menos cosas interesantes qué decir. Porque, a ver ¿Uno tiene que estar opinando compulsivamente frente a la inevitable cascada informativa? ¿Por qué tengo que dar mi parecer sobre Wikileaks si ya leí buenos artículos al respecto? ¿Estaba obligado a celebrar la histórica goleada del Barça al Real Madrid? (que lo celebré, sí, pero sin utilizar este blog para cebarme de los cráneos caídos, en fin) ¿Tengo que dar mi opinión sobre el discurso de Don Mario en Estocolmo? Ya he leido mejores links sobre el asunto.

Ese ruido internáutico de meter tu cuchara, intervenir porque tienes teclado y dártela de gran enterado es algo que no tiene que ver con los blogs. Es el típico pedante de oficina.

Pero en este viaje he descubierto motivos por los cuales hay que seguir leyendo blogs: Blogs de historia donde te cuentan sucesos fascinantes (pero reales), blogs que interpretan la sociedad contemporánea desde el ángulo de una subcultura pop, bellísimos blogs de música y blogs valientes que evidencian que aún, en este terrible mundo, se puede hacer un periodismo digno y libre.

La foto de arriba se ubica en esos otros momentos de vanguardia que tuvimos, la Era del Jazz y el desenfado: La orquesta de Percival Mackey, haciendo bailar a su señora esposa -Monti Ryan- por las azoteas del Londres de 1926. Frescura, alegría, aires de libertad. El blog es tan antiguo como esa foto (una alternativa superada y casi nostálgica de nuevas formas de comunicar). Pero también puede ser igual de moderno: Una expresión que no es lo que uno pensaba, pero que todavía no ha perdido los bríos de la rebeldía, la crítica y las ganas alegres de joder.

Apago las tres velitas de mi torta.

jueves, 7 de octubre de 2010

POR FIN


El Nobel para Vargas Llosa. Muchos creíamos que no viviríamos para verlo. Después de tantas decepciones y ciertas explicaciones que condenaban el otorgamiento del galardón a nuestro novelista, finalmente los suecos atracaron.

Y, en caliente, algunos comentarios.

Primero, la renuncia de Vargas Llosa a presidir la comisión del Museo de la Memoria acompañada de una tajante carta a Alan García fue un gol de media cancha para el particular partido que la nominación vargallosiana jugaba en Estocolmo. Ojo, no digo que esto fuera consciente y que la renuncia de Don Mario obedeciera a un vulgar y maquiavélico manejo instrumental. Sencillamente ese fue un gesto que lo honró frente al mundo entero e hizo que se ganara el reconocimiento incluso de sus adversarios. Algo totalmente distinto a sus broncas ideológicas con Günther Grass, de sus broncas menos prosaicas con Gabriel García Marquez, su declarada antipatía a los franceses, sus rabietas cuando tocaba jugar papeles incómodos (la campaña electoral contra Fujimori, su problemático sitio en el jurado del Festival de Venecia, etc.) o ese doctrinarismo neoliberal que llegaba a empachar de tanto repetirlo.

Segundo, el hecho que él haya cosechado el primer Nobel para el Perú significará una inyeción de tremenda autoestima para ciertos sectores del país. Mutatis mutandis, ha sido como cuando Machu Pichu fue selecionada para las nuevas maravillas del mundo. Son sectores que creen que el Perú marcha bien, esta creciendo económicamente y ha vuelto a posicionarse favorablemente en la escena internacional. La concesión del Nobel es otra medalla más a ese Perú que tiene los mejores paisajes del mundo, las mejores oportunidades para cualquier inversionista extranjero, los mejores índices de crecimiento en Latinoamérica y, claro está, la mejor cocina del planeta. Y ahora dirán por ahí, que encima tenemos la mejor literatura del continente...

Argumentos que, ustedes lo saben, discrepo y aborrezco puesto que ese discurso enmascara una realidad menos feliz: Somos el país con los mayores índices de desigualdad económica, el peor gasto social en Sudamérica, la mayor cantidad de horas extras no pagadas del mundo, una sonrojante tasa de desnutrición infantil y unos indicadores de comprensión lectora y razonamiento matemático que nos dejan en los sótanos de América Latina.

Y más de uno que lea este párrafo ya me estará llamando antiperuano, picón o resentido. Normal, en este país estamos acostumbrados a barrer las verdades debajo de nuestras alfombras.

Tercero, si en un ambiente tan dividido como fue el famoso Congreso de Narrativa de Madrid, todos los escritores (incluso los que se las daban de combativos, andinos y revolucionarios) se peleaban por tomarse la fotito con Vargas Llosa; ya pueden imaginarse ahora la cantidad de hombres de letras dentro y fuera del país (amén de ayayeros, ahijados y hueleguisos que nunca faltan en el Perú de hoy) que explotarán su cercanía (real, académica, ideológica) para promocionarse y darse humos. Vamos, que recomiendo separar toda una tribuna del Monumental de Lima para que quepan todos los que babean por retratarse con el que ya será considerado "El Peruano del Segundo Milenio". Y, como en el Perú no tenemos memoria y aquí no pasa nada, se repetirá esta foto.

Sin embargo, hay motivos por los cuales estoy muy feliz con el Nobel a Don Mario:

Posiblemente, a los jóvenes, les devuelva el gusto por la literatura y el placer de escribir. En un país donde la oralidad, la cultura audiovisual y las nuevas tecnologías han arrinconado a la palabra escrita; el Nobel servirá para devolver -aunque sea un poquillo- el prestigio perdido de este hermoso arte. Y, ojalá, ese gusto por las letras no siga atrapado en los círculos acomodados limeños y pueda romper las proverbiales barreras discriminatorias de este país, extendiéndose el cariño por los libros al interior del Perú. Ojalá los chicos de diversas provincias sigan apostando por ser escritores y que los escritores del interior tengan mayor audiencia (audiencia en sus lugares de origen, que ya sabemos que en Lima apenas si nos fijamos en ellos).

Y, finalmente, a ver si esta pueda ser una oportunidad en que los libros de Vargas Llosa se puedan vender a un precio ascequible. Libros legales, subvencionados por el sector público, pulcramente editados y que puedan competir contra la poderosa industria pirata patria. Que, estas chicas puedan adquirir una bonita edición de La Tía Julia y el Escribidor (con prólogo de Javier Ágreda) a tres solcitos o Conversación en la Catedral (con prólogo de Miguel Gutiérrez) a no más de cinco lucas. Al actual gobierno el gasto de esas iniciativas les costaría muchísimo menos que esa carísima y cosmética remodelación del Estadio Nacional, remodelación hecha para colmar la egolatría presidencial y para que Shakira tenga un escenario de presentación más chic.

Que Varguitas se ponga otra vez de moda, que las tribulaciones del Poeta se comenten en los colegios, que sin salir de aulas polvorientas y cerros arenosos viajemos al Alto Marañón, al barrio de La Gallinacera y a los sertones del nordeste brasileño. Y que en las universidades regresemos nuevamente a los debates (esa gimnasia intelectual tan abandonada en muchos claustros) acerca de esa contradictoria, atormentada y retorcida imagen del Perú que él dibujó en Lituma en los Andes.

Se acerca el Año Arguedas. Y será excitante que volvamos a leer lo que pensaba Don Mario del autor de Los Ríos Profundos. Que volvamos a confrontar dos maneras de sentir la literatura. Y, sobretodo, que estudiemos esas dos formas distintas -¿antagónicas?- de entender este país.

Este país que ahora celebra su primer Nobel.


Nota de la imagen: Así como muchos prefieren al joven Haya de la Torre, cuando era un "pichón de cóndor" (en palabras de Vallejo) antiimperialista y creyente de la revolución; yo prefiero el joven Varguitas que hacía mil oficios para mantener a su familia, quien pudo terminar sus primeras novelas gracias a los generosos adelantos de Carmen Balcells, que vivió esa época feliz del boom carteándose con toda una hermosa generación de escritores y que, rescatando del olvido a Carlos Oquendo de Amat, afirmaba una literatura comprometida con su tiempo y sus utopías:

Las mismas sociedades que exilaron y rechazaron al escritor, pueden pensar ahora que conviene asimilarlo, integrarlo, conferirle una especie de estatuto oficial. Es preciso, por eso, recordar a nuestras sociedades lo que les espera. Advertirles que la literatura es fuego, que ella significa inconformismo y rebelión, que la razón del ser del escritor es la protesta, la contradicción y la crítica. Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social (...) La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.



lunes, 27 de septiembre de 2010

Semiologías Electorales: Reflexionando la Lima de hoy.


La semiología, para mí, es el estudio de los discursos, uséase, el análisis de las formas que nosotros tenemos de comunicar determinados contenidos. Pecando de poco académico e incluso de atorrante, diría que -además- eso también es literatura: Es la descripción del lector in fábula, del pacto con el destinatario del mensaje. Un pacto no muy lejano del pacto narrativo escritor-lector, "yo te lo cuento de la forma en que tú quisieras creértelo".

Miren esta foto. Son las dos candidatas a la Alcaldía de la espantosa ciudad de Lima. A su izquierda Susana Villarán que articula la mayoría de las fuerzas y discursos progresistas, a su derecha a Lourdes Flores que representa el actual conservadurismo moderno en el Perú. Ambas acaban de terminar el gran debate electoral de anoche. Porque, ojo, ambas proponen un discurso, pero también ambas son un discurso, posiblemente distinto a las intenciones de la propia emisora (total, hablamos de mujeres, jojojó).

Ahora bien, posiblemente cualquier ciudadano extranjero que visite este humilde blog tendrá un equívoco común. Iconográficamente, Lourdes aparenta ser la candidata de los pobres y trabajadores, con su carita de mestiza sufridora, sonrisita Colgate, su peinado retro con aires de Mujer Biónica y su chaleco de ingeniera-modernaza. Por contra, Susana Villarán lleva un chal esponjosamente verde (un verde que, hoy, en este país, es un verde Falabella) un sobrio y ceñido vestido negro, todo coronado por una gargantilla dorada lindante con el artículo de lujo, unas gafas modernikis y un peinado también retro, pero de los ochentas. En esa foto, Lourdes -salvando las distancias- aparece casi como la directora de una cooperativa estatal y Susana -también salvando las distancias- semeja como la propietaria de una galería de arte.


Aparentemente Lourdes es la candidata de las mayorías, exhibiendo su look chambero y esa parálisis facial que la cholifica. Susana, al contrario, es la señorona burguesa de las novelitas de Bryce, blanquiñosa, miraflorina de pro, con el insoportable buen rollito de las activistas de las ONG, barranquinamente culta y con esa risita limeña que tanto atormetaba a César Vallejo. Pero no solo los contenidos han sido disímiles para sus respectivos envoltorios, sino que gran parte de la opinión pública ha llegado a notarlo así. A descubrirlo así. O a inventarlo así.

Hoy no solamente todo lo sólido se desvanece en aire, sino que la Sociedad del Espectáculo impera sobre otras racionalidades. Así hemos encontrado a un electorado -tradicionalmente pasivo, insultado abiertamente por los medios, sin conocimiento alguno de ideologías, pero con ideas-fuerza atadas a su propia experiencia- que, de repente, disiente de los medios hegemónicos y construye su propio mapa político definitivo.

¿Por qué los limeños -como todo parece indicarlo- van a votar masivamente por Susana Villarán y se niegan darle a Lourdes Flores su premio consuelo de la alcaldía? ¿Por el heroico esfuerzo de los cuadros de Patria Roja? ¿Porque Lima, un buen día, se levantó con conciencia de clase? (Esa deducción "tener conciencia de clase, ergo, votar por Susana" le daría retortijones a más de un marxista-leninista). Siendo más retorcidos ¿Cómo así una ciudad que votó abrumadoramente por un tipo como Luis Castañeda ahora se inclina por alguien que tiene un discurso absolutamente distinto, con otras prioridades y hasta otra retórica?

Desde hace varios años hemos visto la cultura chicha como el fulgor exótico y chillón de la Lima de los conos. Una Lima de mototaxis, cachinas y cerros chacaloneros. Es decir, la Lima que creemos chicha es una Lima siempre "ajena", que siempre "está allá", al otro lado del Rímac o de la Panamericana.


Mentira, nos equivocamos (y yo el primero). La Lima chicha habita en nosotros.

Como señalaba Marcel Velázquez: "La cultura chicha mediante la transgresión, la irresponsabilidad, el triunfo individual, la mezcla incesante, la memoria andina, el capitalismo popular, el kitsch, la imaginación melodramática, la ética del trabajo y la superación social, ofrece nuevas categorías de pensamiento, nuevas formas de ser y estar en una ciudad, simultáneamente, andinizada y globalizada. sin embargo, no debemos caer en la idealización de la cultura chicha, ella también reproduce exclusiones, se nutre de la racialización de los subalternos y adopta la lógica de la mercancía y del mercado deshumanizador." (El resaltado es mío. El artículo completo se encuentra aquí aunque yo recomiendo una versión mucha más completa, que es esta).

La Lima chicha no solamente es la Lima de Tongo, sino también de Jaime Bayly, su envés pituco. Es una Lima que se engancha al show de Gisela Valcárcel, a la coprofagia de Magaly Medina o a los horrores de Efraín Aguilar. Pero también es una Lima capaz de reventar estadios escuchando a Metallica o Soda Stereo, que agota el teleticket para asistir a Mistura o que ha convertido a NoamChomsky o Roberto Saviano en algunos de los superventas de Quilca. Es la Lima que lee El Trome, que mira el voley femenino y le fascina tremendamente el huachafo Círculo Mágico del Agua.

Adonde seguro ya has ido tú con tu pareja. Sí, tú, a tí te hablo.

Esa Lima tremendamente contradictoria y tornadiza va a votar por un proyecto municipal progresista e izquierdoso. Pero es la misma Lima que el próximo año puede votar masivamente por los fujimoristas. Es una Lima que posiblemente celebre las iniciativas ecologistas, ciudadanas y solidarias que propone el equipo de Fuerza Social, pero de los que también piden la pena de muerte para solucionar la delincuencia o exigen que todos los sentenciados por delitos de terrorismo se pudran en la cárcel por el resto de su vida.

¿Conclusión? Queda muchísimo por hacer. No lancemos campanas al viento. Lima no se ha vuelto más inteligente y amable por votar a Susana. Sigue siendo la misma ciudad caótica, desintegrativa e inculta.
Pero, ojo, no es la náusea sartreana, el infierno no son los demás.

Norman Bethune, un cirujano comunista que ofreció desinteresadamente sus servicios en la España republicana y en la China defendida por el ejército de Mao, decía que "todos, absolutamente todos, tenemos un lado fascista que debemos siempre combatir". La bestia habita entre nosotros y se alimenta de nuestros actos.Y matar a la bestia será un proceso inevitablemente doloroso, porque significará destruir algo de nosotros mismos. Algo quizá muy querido acaso y del cual dudemos cien veces el arrancarlo.

¿Habrá que incendiar toda la ciudad para volver a reconstruirla sobre bases más racionales, más sinérgicas, más libertarias? ¿O es precisamente ese delirio neroniano la mala hierba que alimenta nuestras peores tentaciones? .

No voto en elecciones peruanas desde 1990. Y el hecho que este domingo lo haga por Susana Villarán me sabe a una tremenda paradoja.

viernes, 3 de septiembre de 2010

LA CIUDAD INCULTA

No, no me refiero a la Lima de las combis, ni a esa Lima que imaginan los guionistas de Al fondo hay sitio, ni siquiera a la Lima pituca de calles sin veredas con cinco centros comerciales y ninguna biblioteca. No, hablamos de una municipalidad que, en seis años de millonarios ingresos, apenas si ha invertido algo en el arte y la cultura.


Ya llegan las elecciones (Ja, ja, ja como cantaba Ruben Blades en Maestra Vida) y todos los ciudadanos tenemos que recibir diariamente una catarata de mentiras en forma de promesas electorales. Y los limeños en particular sufrimos más, teniendo en cuenta que esta ciudad está sometida a unos medios claramente censurados: los noticieros y periódicos –con muy pocas excepciones- se ocupan en un 90% de crónicas policiales y farándula. Para encontrar noticias sobre cultura, arte o derechos humanos hay que acudir a medios alternativos o semiclandestinos.


Lima es la ciudad que recauda la mayor cantidad de dinero por impuestos. La municipalidad de Lima es el consistorio más rico del Perú. ¿Puede uno deducir que, como consecuencia, es el municipio más culto de nuestro país?


No solamente no lo es sino que está bastante más atrás de otras ciudades que no cuentan ni con la centésima parte de dinero que maneja la capital. Y si hablamos de literatura, peor todavía.


La Municipalidad de Lima no organiza eventos literarios de ningún tipo. Marca, una cabecera de distrito en Ancash que no supera los dos mil habitantes, organizó hace dos años un encuentro de escritores trayendo a creadores del calibre de Áureo Sotelo o Jose Luis Ayala y montó una pinacoteca de lujo de artistas ancashinos en su colegio.


La Municipalidad de Lima no cuenta con un Fondo Editorial. Gobiernos regionales menos opulentos como el de Loreto se dieron el lujo de publicar once volúmenes de escritores loretanos contemporáneos pagándole sus derechos de autor y distribuyéndolos gratuitamente por los colegios públicos de toda la región.


La Municipalidad de Lima no inaugura casas de la cultura ni mucho menos bibliotecas. Pucallpa, que incluso ha padecido un gobierno local enrarecido y problemático, ha inaugurado una espléndida biblioteca municipal que los limeños ya quisiéramos en nuestros distritos populosos.


La Municipalidad de Lima no organiza Ferias de Libro. Jauja, con bastante menos recursos pero con mucha más ganas, por lo menos lo ha intentado y ha sacado una más que decente feria del libro.


En Huamachuco se decidió destinar el total de presupuesto participativo al sector cultura. La Municipalidad de Lima prefiere gastar dinero financiando el Día de la Mascota.


No quiero esconder las contradicciones, problemas, deficiencias e incluso taras que los municipios mencionados puedan tener. Ni tampoco decir que Castañeda no hace nada por la cultura: De hecho, en la web municipal de la gerencia de cultura (mucho más activa y actualizada que la que tenían hace dos años, cómo se nota que estamos en carrera electoral) uno puede ver varias iniciativas al respecto que realizan.


La cuestión es la paradoja de ver cómo en otras partes del Perú, sin los súper millones del presupuesto municipal limeño, se invierte en cultura mientras que la capital cree que cultura es organizar desfiles militares de escolares o macroconciertos de cumbia en la Plaza de Armas.


Se trata de voluntad política, de entender la cultura como una inversión y no como un gasto. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de nuestra clase política todavía ve la cultura como un mero adorno, un decorado de quita y pon, algo bonito pero de lo cual se puede prescindir. En Lima, el alcalde -y posiblemente la mayoría de los limeños- consideran que más importante es una clínica de pago que una biblioteca gratuita, una autopista de tres carriles que un centro cultural para jóvenes. Nos hemos resignado a pagar para acceder a espacios que antes eran un derecho ciudadano (yo, hace algunos años, no pagaba un solo sol para entrar aquí o acá). Incluso creemos que lo gratuito, por serlo, ya es algo malo o sospechoso. Y que el sector público puede regalar cheques en la Teletón o cobrar peajes abusivos, pero nunca financiar escuelas de teatro, conservatorios o pinacotecas para todos los limeños.


Sí, la idea de combatir la delincuencia con cultura acá es recibida con desprecio e hilaridad, cuando en Medellín ha funcionado. La posibilidad de organizar orquestas sinfónicas juveniles para erradicar el pandillaje en Lima es percibida como una soberana tontería, cuando en otros países es algo asombrosamente normal. La cantidad de instituciones e iniciativas que gestionó la municipalidad de Curitiba para convertirse en la ciudad más ecológica de Sudamérica acá serían vistas como una tomadura de pelo.


Hoy los candidatos te prometen el oro y el morro (acá hay un excelente resúmen de sus propuestas electorales en política cultural) y a más de uno se le nota que miente descaradamente: Conchas acústicas en casi todos los distritos, red de gerentes culturales, premios literarios, escuelas de arte, una editorial municipal popular, etc. ¡es tan fácil hablar! Mientras tanto la ciudad intenta (sobre)vivir sin un museo de arte contemporáneo, con poquísimas bibliotecas públicas, con salas de teatro carísimas, parques enrejados, sin posibilidad de escuchar gratuitamente música sinfónica y cuya oferta cultural se reduce a la que buenamente nos dan algunas universidades y centros culturales de países extranjeros.

Eso sí, con cumbia gratis, fútbol para todos en la Plaza de Armas, fina telebasura y una prensa sensacionalista que se ha convertido en el principal menú cultural de limeño común y corriente. Lima es una inmensa combi en la que juntos enfilamos al abismo riendo, chupando, cantando, festejando.


Festejando no sé qué.

sábado, 14 de agosto de 2010

LA CONTRACULTURA Y EL SISTEMA (A propósito de El Averno)



La contracultura suele ser vista en los tiempos que corren como una siemple pose, un capricho estético de minorías ruidosas, un sarampión inevitable que ataca en determinados momentos a determinadas generaciones. En el mejor de los casos, la contracultura se entiende como algo ya muy visto, muy demodé, un artefacto obsoleto ya arrojado en el desván del siglo XX.

González Prada escribió : "Si las sediciones de pretorianos denuncian decadencia, los continuos levantamientos populares manifiestan superabundancia de vida". Malos tiempos si nada se mueve en las calles, si todos escuchamos sin chistar el discurso oficial, si nos da flojera cuestionar o simplemente decir no. Por ello, la contracultura suele ser siempre un indicador de la vitalidad cultural de una sociedad. Mide el grado de crítica, de libertad, de euforia creativa, de compromiso existencial que hay en una comunidad.

El Perú era conocido por una gran vitalidad en la contracultura, esto es, en producir discursos innovadores, profundamente críticos, a contracorriente del menú oficial. Desde el indigenismo de los años veinte hasta las manifestaciones culturales contra la dictadura de Fujimori, nuestro país siempre fue una tierra de intelectuales desconfiados del poder. Y no es de extrañar que el poder terminara marginando a intelectuales y artistas, demoliendo el sistema educativo público, dejando morir de hambre a las universidades nacionales, gastando cero en investigación, poniéndonos a la cola de Sudamérica en la producción cultural de materias como teatro, composición musical o artes plásticas.

No voy a hablar de Cuba o Venezuela: El Chile capitalista gestiona becas para sus poetas, pensiones para sus escritores prolíficos. Acá los dejamos morir en la soledad y en la indigencia.

Por tanto, la escasez de propuestas culturales críticas es algo reciente, producto de veinte años de privatizaciones y exclusión. Así, no es de extrañar que los pocos centros culturales alternativos sean arrinconados, criminalizados y sometidos a la amnesia mediática. En el caso de Lima, el Centro Cultural El Averno (un espacio gratuito y comunitario de disfrute de propuestas culturales progresistas e incluso iconoclastas) es un perfecto ejemplo: Dicho Centro Cultural en más de una década ha sufrido saqueos, palizas, incendios intencionados, redadas, por no hablar de una larga literatura incriminadora que los tacha de ser un nido de borrachos, drogadictos y terroristas. La escandalosa intervención policial que sufrió el sábado 7 de agosto (destrozos del local, agresión y maltrato de la promotora Leyla Valencia, robo de dinero y otros recursos, sembrado de droga) es un capitulo más de su historia.

Aunque ahora el desenlace ha sido distinto.

La policía, por boca del coronel Carlos Remy Ramis, ofreció disculpas públicas y prometió que este tipo de atropellos no se volvería a repetir. Estas disculpas han sido tan bien recibidas por el colectivo de El Averno que incluso la han retratado gráficamente en el dibujo que encabeza este post.

Estoy seguro que muchos ahora acusarán a El Averno de haber pactado con las fuerzas represivas, de contradecir su discurso contestatario y de aburguesarse. Incluso pueden esgrimir el ejemplo de varios centros contraculturales europeos que terminaron siendo subvencionados por el Sistema al cual decían combatir. Total, así terminan los anarcos ¿no?

Pues yo creo que no. Que ese apretón de manos entre el Negro Acosta (fundador de El Averno) y las fuerzas de seguridad puede ser una gran oportunidad.

Las propuestas contraculturales sirven y son necesarias cuando inciden en la gente y coadyuvan a las transformaciones. Lo contracultural no es intrínsecamente anacoreta y suicida. Lo contracultural vive cuando afirma su presencia singular en la sociedad. Sí, El Averno ahora va a meterse en el Sistema, es decir, a buscar un sitio y una participación en la gestión cultural ¿Será eso posible en la Lima de Castañeda? ¿No habrán caído en una típica trampa de calendario electoral? ¿Están perdiendo el tiempo ilusionándose? ¿No es otra cosa que un ejercicio de cinismo? No lo sé. Lo que sí sé es que es uno de esos desafíos al que uno no debe huir.

El Sistema desea que sus críticos se aíslen y se hundan en minorías melancólicas. La lucha contra el Sistema pasa por romper ese cordon sanitaire que nos invisibiliza ante las masas.

Lo que hay que pedir a los amigos de El Averno no es que radicalicen su discurso o rechacen algún ofrecimiento de la Municipalidad (ofrecimiento que, personalmente, no creo que se materialice). Lo que hay que pedile al Negro, a Leyla, a Piero Bustos, a Pepito Ron y a tantos artistas emblemáticos de El Averno es que continúen con su oferta de arte alternativo, popular y solidario, que exploten todas, todas las vías posibles para que los limeños accedamos a propuestas estéticas y políticas distintas a las convecionales y hegemónicas. Que con su arte el espacio de la crítica y el debate se fortalezca y tengamos otras formas de imaginar, desear y sentir esta ciudad. Esta fea y espantosa ciudad.

viernes, 23 de julio de 2010

DE LAS POETAS DEL BICENTENARIO




Viven en Pamplona Alta, en la periferia sur de Lima. Es un espacio de pobreza y pobreza extrema. En sus alturas tenemos unas de las zonas más deprimidas del país (no hay que ir hasta Huancavelica para conocer la miseria peruana) donde más de cien mil personas viven apiñadas en casuchas de plástico y triplay sin servicios públicos de luz, agua y desagüe, junto a chancherías clandestinas y sin un hospital decente en muchos kilómetros a la redonda. Las familias se recursean cavando zanjas para los programas eventuales del gobierno por quince soles diarios o tejiendo chompas de lana que venden a los proveedores por no más de dos soles la unidad. Buena parte de las familias están rotas, las dirigen heroicamente madres de familia abandonadas junto a los hijos mayores que tienen trabajar y estudiar al mismo tiempo. El índice de embarazo adolescente es uno de los más altos de Lima.

Allí, los colegios públicos tienen una serie de carencias, desde carpetas ruinosas que desafían la ley de la gravedad hasta rincones polvorientos que otrora encerraban alguna biblioteca cerrada (¿para siempre?) por endémica falta de personal. Los profesores tienen que enfrentarse (¿inútilmente?) al clima de agresividad juvenil, violencia familiar y trabajo infantil que diariamente sabotea cualquier proyecto educativo. Hay adolescentes que se levantan a las cinco de la mañana para trabajar y a la una de la tarde ingresan a su colegio a seguir las clases de forma casi catatónica. Cualquier menor de edad puede comprar trago en las bodegas de la zona sin ninguna restricción y consumirlas en cabinas de Internet o en determinados descampados, que son los puntos de encuentros furtivos de adolescentes y mototaxistas. Los mismos descampados que también son tristemente conocidos como escenarios de raptos, consumo de droga y agresiones sexuales de todo tipo.

Como música de fondo, los kioskos de prensa infestados de titulares sensacionalistas por las mañanas y este fascista dirigiendo la telebasura nacional por las tardes.

Y sin embargo, esta zona no está llena de chicos suicidas o carne de hampa. Más bien, se resisten al feroz menú cotidiano. Quieren hacer otras cosas, quieren probar otras cosas. Hacer literatura, por ejemplo. Y desde hace un año que trabajamos talleres de creación literaria en un par de colegios de Pamplona Alta.

Hacer un taller de creación literaria en esta parte del país no es muy complicado. Es mentira eso que los chicos no leen o solamente viven para la crónica roja y el bailongo. Al contrario, es en lugares como éste donde la literatura se convierte en otra forma de enfrentar los hechos, a veces en una vía de liberación.

La ignorancia de la historia de la literatura (ignorancia que puede alcanzar tranquilamente a la gran mayoría de nuestra población universitaria) no resulta una rémora sino más bien un acicate. Vallejo, Eguren, Arguedas, Florián aparecieron como personajes de carne y hueso y dejaron de ser esos monumentos hieráticos que pueblan nuestros libros de texto. Las chicas se enteran que en el Perú a los poetas también los metían a la cárcel, los mataban de hambre, les obligaban a irse del país. Que Ciro Alegría escribía sus novelas derribado en su lecho de enfermo. Que la Tía Julia de Vargas Llosa y el Loco Moncada de Arguedas existieron de verdad.

Cuando se toparon por primera vez con los Cinco Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat fue extraordinario: no podían creer que se podía desafiar tan abiertamente los cánones clásicos (en el colegio nos malacostumbran a que toda poesía debe tener una rima y una métrica), que se podía ser tan radicalmente innovador y mucho menos aún que hubiera sido escrito hace más de ochenta años. Cuando les leí el Julio Polar de Juan Ramírez Ruiz armaron una frenética discusión sobre si eso era poesía o no. Una discusión que -a mí me consta, como decía el poeta- han eludido varios claustros y facultades de demasiadas universidades capitalinas.

¿De qué escriben esos chicos y chicas?¿De qué pueden escribir? Evidentemente de lo que no le gusta ni le interesa al Ministerio de Educación. En la convocatoria para los Juegos Florales Nacionales de este año, los burócratas apristas fueron muy claros en su concepto de literatura para jóvenes: "Se recomienda que los estudiantes compongan poemas con temática que reflejen la esperanza, el amor, el optimismo, la pujanza, el valor, la heroicidad, las raíces históricas de la nación peruana, la dignidad y el orgullo colectivo del pueblo; descartándose poemas con temáticas lastimeras, pesimistas o depresivas. Motivo por el cual se sugiere investigar a poetas peruanos en esa línea".

Se pueden imaginar los horrores que obligan a escribir a nuestros hijos.

Sin embargo -y a pesar de ello- Carlos, de quince años, que cuida de su hermano pequeño, escribe:


"Me envolvieron en una
bolsa primero y en una
caja después. Para que me cuidara del polvo
y de la maldad.

Me pusieron fecha de caducidad
y también la fecha de mi muerte.

Pero no me pongo triste..."


Nilda, de trece años, trabajadora infantil doméstica desde los diez, es más directa:


"La vida
apenas da
tristeza, dolor
vergüenza
tragedias y tormentos.
La vida
no nos sirve
pues en cualquier momento
nos traiciona
y la perdemos
la perdemos..."


En cambio Denisse, de quince años, lo dice con otras imágenes:


"Desde que te fuiste
tengo anoréxico el corazón
pues arrojo cualquier amor

Desde que te fuiste
reconocí mi dolor
y fui a sufridos anónimos

Y ahí me rehabilitaron
y me enseñaron
a vivir sin ti

La cura es hacer versos y versos
como quien da pasos largos
entre la arena seca


(...)tantos versos hice
que hasta me olvidé de ti


Desde que te fuiste
por fin puedo vivir
por fin puedo salir
por fin puedo respirar"


He visto a raperos que compulsivamente improvisan versos mientras van a comprar el pan o acompañan a una amiga calle abajo, o a fanáticos de la ciencia ficción que se ponen a escribir ucronías sin saberlo. O el caso de una estudiante de quince años que trabaja en los mercados desde hace tiempo y redacta con unas faltas de ortografías espantosas; pero tiene la literatura en la sangre y escribe, escribe, escribe todos los días (Y me acuerdo de muchos poetas que me dicen, entre chela y chela, que tienen bloqueo creativo, que ya no escriben porque no ven temas trascendentes en el mundo...).

Evidentemente les he mostrado una antología. La inmensa mayoría de las/los estudiantes de estos talleres escribe desaforadamente acerca del amor ("Cómo olvidar al chico que/calmó la tormenta que había/en mi corazón"), de amor no correspondido ("Mañana, cuando llore sin consuelo/y la juventud pase/y no regrese/¿A quién voy a amar?"), auténticas letras de bolero ("te busqué sin descansar, te busqué sin poder más") bucolismo enternecedor ("teníamos nuestro árbol en la entrada/en un jardín pequeño, da moras cada año en otoño/y llena de hojas las puertas de mi casa") y hasta esos versos que aprobaría cualquier jurado de entrecasa de la UGEL ("porque la amistad, sí, ella/mantiene viva la ilusión/Entonces, nunca dejes de buscar, aunque la magia..."). Sin contar los acrósticos que les he prohibido redactar bajo pena de muerte (bueno, es un decir, digo).

Pero, amigos ¿De qué escribe un adolescente cuando descubre la literatura?

Ya tendrán tiempo de torcerle el llanto a la melancolía, como cantaba Romualdo. Y llegará el día en que maten a la tristeza con un palo, como exhortaba Scorza.

Ellas (y ellos), no me cabe la menor duda, serán las poetas que reciban el Bicentenario y nos canten desde la memoria de su amarga infancia, de su insólita adolescencia. De ese cruel país que están viviendo y al que obligarán a homenajearlo (como ahora le obligan a escribir el respectivo poema para el 28 de julio).

Hace unos meses en Jauja, mientras caminábamos con el poeta Armando Arteaga, vino hacia nosotros una marcial columna de escolares. Pese al calor del mediodía, los adolescentes iban enfundados en abrigos, chompas y chalinas que los hacían sudar a chorros, e igual tenían que marcar el paso, pisar militarmente la grava y marchar al mecánico ritmo que imponía el monitor. Frente a ese penoso espectáculo, Armando me dijo.

-Bueno, por lo menos de ese grupo saldrán tres o cuatro poetas.

Y es que nada como la ignorante arbitrariedad, el autoritarismo cerril y las imposiciones absurdas para despertar en los adolescentes la chispa de la rebeldía y, si hay suerte, también de la poesía. De acá al 2021 cuánta rebeldía puede crear el Perú.

Pero, como sabréis ya de sobra, optimista precisamente no suelo ser. Muchas de estas prometedoras poetas del Bicentenario serán sólo promesas, muchas de ellas terminarán domesticadas o derrotadas por el Sistema, por la rutina, devoradas con igual crueldad por nuestro país. Y quizá el mejor colofón sean los versos de esta hermosa joven a quien llamaremos Claudia, a quien las dificultades familiares y el trabajo infantil no liquidaron su precoz talento. Claudia, ya a punto de terminar el colegio, ha decidido no tomar la literatura en serio. Ella solo quiere escapar del perro de la miseria y posiblemente lo haga:

"Estoy escribiendo
bajo una sombra
tengo sueño
pero no puedo
todos me miran
y yo los veo
no me importa
es para mañana
parece difícil
pero ya entiendo
ya termino
sólo un punto
y listo."


No importa Claudia, la literatura siempre nos espera a todos.


miércoles, 21 de julio de 2010

Vuelta a empezar!


"El socialismo en el que creo es aquel en que todos trabajan el uno para el otro y todos comparten las recompensas. Esa es la forma en que veo el fútbol, esa es la forma en la que veo la vida"

Bill Shankly,
Un minero escocés que llegó a
ser una leyenda del Liverpool.


Eduardo Galeano, hace poco más de mes y medio, puso en la puerta de su casa un letrero que rezaba: "Cerrado por fútbol". Yo no he sido tan cortés como él y me he pasado estas últimas semanas embebido en ese maravilloso opio para las masas con que nos drogamos cada cuatro años. Sí, ya sé, mandé al cuerno la crisis mundial, el desastre ecológico de Lousiana, la sempiterna corrupción peruana, el aniversario de la masacre de Bagua, etc. Podría haber escrito un par de posts al respecto y quedaría como un tipo solidario, crítico, comprometido y hasta de puta madre. Pero ¿Hace falta un hipócrita más al mundo?

Tampoco crean que me pasé el Mundial repantigado en un sofá frente a la tele y al lado de una caja de cervezas. A petición de los muchachos del suplemento huancaíno Solo4 escribí una brevísima crónica sobre literatura y fútbol, que aquí os paso algo enriquecido de links y que espero que lo tomen como el colofón de mi descarado silencio:

¿Escribir sobre fútbol?

En el principio la literatura detestaba al fútbol. Rudyard Kipling hablaba de los futbolistas con el mismo odio con que Abraham Valdelomar juzgaba sobre cine. En la envarada cultura de la primera mitad del siglo XX escribir sobre deportes y ocio parecía una herejía anticultural. El escritor futbolero era mirado como un excéntrico que ocultaba su mediocridad jactándose de gustos populares. La reivindicación vino de Albert Camus, quien era suicidamente sincero, al confesar que todo lo que sabía de la moral humana lo aprendió del fútbol.

Fue en América Latina donde creció paulatinamente el fervor de los escritores por el fútbol. Desde los tiempos de nuestro Parra del Riego (el Polirritmo dinámico a Gradín debiera estar en todos los textos escolares) hasta la prosa rebelde de Eduardo Galeano (el fútbol como un capítulo más de su historia alternativa del continente). Rioplatenses como Oswaldo Soriano o Ernesto Sábato fueron futboleros furibundos. Mario Benedetti fue pionero en situar al fútbol como un referente de la cultura popular y la vida cotidiana de la ciudad.


Desgraciadamente hoy todo es distinto. Lo que era antes celebración del ocio creativo de las masas ahora se ha convertido en una subliteratura efectista que se regodea en un espectáculo podrido de famoseo y prensa rosa. Antes daba vergüenza escribir de fútbol porque te tildaban de “inculto”, hoy estás casi obligado a hacerlo para que no te llamen “quedado”. Y escriben de fútbol pitucos inútiles e hijitos de papá que nunca han conocido la tribuna sur de un estadio, arribistas que se disfrazan de escritores, escritores que se rinden ante el mercado.

Juan José Sebreli, el polémico sociólogo argentino, resulta atrozmente sincero cuando habla de agresividad intrínseca del fútbol, del dribbling no como un ejemplo de creatividad popular sino como un matiz de la personalidad instrumentalizadora, de la finta y el engaño, no como una estrategia heroica del pobre, sino como elementos de una ética espuria que lleva al autoritarismo y a la venalidad; donde Maradona es un perfecto símbolo de la degradación cultural del continente. El Maracanazo, Berlín 36’ y la Mano de Dios son nuestra versión regional del Romanticismo.

¿Cómo responder a eso? Quizá sólo desde experiencias auténticas más allá de los grandes discursos. Como el caso del narrador inglés Nick Hornby, quien confesó su enfermiza afición al Arsenal como la elemental vía de escape de un niño destrozado por el brutal divorcio de sus padres…

Pero se acabó el Mundial (¡feliz de la vida, qué lindo fue ver a mi Barcelona campeón!) y volvemos a la dura, ruin, desesperante pero única y existente realidad de nuestros días. Hola amigas, allinllachu compañeros, estoy de regreso.

martes, 25 de mayo de 2010

¿EL BRIBÓN DE AMÉRICA? Cuando el creador es canalla.



Hace unos días se conmemoró el 125 aniversario del nacimiento de José Santos Chocano -sí, ese señor de bigotes con guías que encabeza este post- y en nuestro programa de radio decidimos dedicarle algunas palabras. Decidimos buscar más información de la habitual y lo que encontrábamos no nos gustaba nada.


Chocano suele tener todavía buena prensa. Su controvertida personalidad -por decir lo menos- suele ser barnizada con adjetivos del estilo "romántico, impulsivo, arrogante, aventurero" y, finalmente, se evita hablar de su vida para centrarnos en su sonora poesía que forma parte del canon literario que se intenta enseñar en los colegios. Si bien es cierto que La epopeya del Morro ya solo se cita en los institutos militares y el melting pot peruano ya ha vuelto obsoleto la hispanófila Los caballos de los conquistadores; el poema breve Blasón (que todavía me lo sé de memoria) aún se sigue declamando en los patios de los colegios nacionales. Pero quien escribió estos versos tuvo una trayectoria a cuestionar, incluso como escritor.


Chocano logra colarse en la carrera diplomática fascinando con su floro al presidente López de Romaña, quien lo despacha a Centroamérica en una gira que organiza la cancillería peruana con el fin de conseguir apoyos para nuestra causa en el diferendo con Chile que se quería presentar en la Conferencia Panamericana de México en 1901 (objetivo que no se alcanzó ni de cerca). Chocano le encuentra el gusto a la profesión (que le permite conocer mundo así como coleccionar contactos y amistades) y exhibe una proclividad a gastar dispendiosamente más de lo que tiene. En 1906, mientras forma parte de la legación peruana en Madrid, se consagra con el poemario Alma América, pero también se involucra en un fraude millonario al Banco de España. Cuando las habladurías se convierten en una citación judicial, tiene que huir de la península y recalar en La Habana, a donde le persigue una orden de extradición. Eso hace que, pese al éxito que amasa en Cuba con sus recitales y presentaciones, escape a Estados Unidos, donde ingresa con nombre falso.


(En el ínterin, diremos que el Cantor de América se casa con la heredera de una de las mejores familias guatemaltecas, pese a que ya había tenido tres hijos con su primer matrimonio y otro más fruto de un romance en Madrid. A esta flamante millonaria, Chocano años después la abandonaría -sin divorciarse siquiera- por una jovencita de 19 años).


El gran momento de Chocano es cuando pisa el México revolucionario de 1912. Se instala en el medio literario y se vincula con los maderistas, de hecho estuvo a punto de dirigir un proyecto periodístico afín al nuevo régimen que no llegó a concretizarse. Cuando Victoriano Huerta asesina al presidente Madero e instala una dictadura militar, se expulsa a Chocano de México por sus anteriores simpatías. En el exilio, Chocano no solamente se convierte en defensor y propagandista de la Revolución, incluso aspira a ser su ideólogo. Conoce a Pancho Villa y trabaja estrechamente con él constuyendo un formidable dúo de dos tremendos egos. Escribe dos programas políticos, uno de ellos El cáracter agrario de la Revolución es de lo más ecuánime y acertado de sus ideas políticas (latinoamericanismo, Reforma agraria contra el latifundismo, impulso a la educación). Intenta mediar en los conflictos inevitables de un Villa radical y un Venustiano Carranza moderado. Al final ve que tiene que optar entre uno de los dos.


Chocano se da cuenta que ha apostado a caballo perdedor. Los villistas terminan aislándose y son derrotados por las tropas carrancistas. Además, ya no hay dinero para el Poeta y ninguno de sus extravagantes proyectos (operaciones masivas de compra de armas, imprimir su propio papel moneda, cabildear con concesiones mineras) es aprobado. En 1915 Chocano escribe públicamente un acre crítica a Pancho Villa, rompe con éste y se pasa a las filas del Barbas de Chivo.


Una vez al servicio de Carranza, Chocano vuelve con proyectos megalómanos (Chocano se ufanaba en público de su amistad con el presidente norteamericano Woodrow Wilson, amistad absolutamente imaginaria) pidiendo un montón de dinero: Fundar una revista mensual, dirigir un periódico promexicano en EEUU, montar una empresa editorial, crear un banco minero que financiara la revolución. Carranza no le hace caso y Chocano, decepcionado, se despide de México y en 1920 trabaja abiertamente bajo las órdenes de un personaje siniestro: El dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, otro ególatra sostenido por la United Fruit y cuya figura pintoresca sirvió de inspiración a Miguel Angel Asturias para escribir El Señor Presidente.


La amistad con el dictador le costó cara a Chocano, pues le pilló justo cuando el pueblo guatemalteco -harto de soportarle durante más de 20 años- derroca a Estrada. Chocano estuvo a punto de ser fusilado, al final lo encierran en una mazmorra de la que sale gracias a la presión internacional (entre sus valedores estuvo el rey de España Alfonso XIII).


Chocano regresa al Perú y muy rápidamente se pone al servicio de nuestro futuro dictador en ciernes: Augusto B. Leguía. Es una empresa provechosa para ambos, a Chocano le brindan una ceremonia de Coronación Nacional y, por contra, el poeta se convierte en el ruiseñor del Régimen. Cobrando, claro está: Para el Centenario de la batalla de Ayacucho pacta con el gobierno la edición de un largo y aburrido poema celebratorio por veinte mil soles de la época.


Sin embargo, lo peor está por llegar: El apoyo de Chocano a Leguía alcanza niveles aberrantes (llega a proclamar:"Sólo dos hombres de los que viven pasarán a la historia, Leguía y yo") y el estudiantado le da la espalda. Las ideas de Chocano cambian y se dedica a defender el modelo de régimen dictatorial proclamando su necesidad. Se ensarza en una polémica con el educador mexicano José Vasconcelos, que pasaba por ser el ídolo de las juventudes progresistas del continente. Además, las vanguardias literarias en auge hacen envejecer aceleradamente su estilo poético. Chocano, acostumbrado a los homenajes y pleitesías, no se entera del cambio de los tiempos y pierde contacto con la realidad.

Allí se produce la caída final. Edwin Elmore, un joven periodista hijo de quien fuera ingeniero de un fallido campo de minas en la batalla de Arica, escribe un artículo ensalzando a Vasconcelos y apoyando todas su acusaciones contra la conducta lacaya de Chocano. Éste, fuera de sí, le responde con una carta insultante ("...generación de cucarachas brotadas del estercolero de la oligarquía... Miserable. Como he aplastado a Vasconcelos te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón. Yo, para usted no podría ser si no su Patrón") además de restregarle el ser hijo de"el traidor de Arica" (resucitando una leyenda denigratoria del padre, acusado por los pierolistas de soplón). Ambos se encuentran a las puertas de El Comercio, se insultan, Elmore le abofetea y Chocano responde sacando su revólver y pegándole un balazo a quemarropa, matándolo. Durante el juicio, lejos de arrepentirse, Chocano sigue difamando a su víctima después de muerta mientras agita un patético patrioterismo. El gobierno de Leguía, a quien le incomodaba este macabro circo, arma una leguleyada que permita a Chocano irse impune del país e incluso hasta con un subsidio mensual. Una vez conseguida la gracia presidencial, Chocano abandona su encendido antichilenismo y decide mudarse...a Chile.

Allá se mete en otras iniciativas pedigüeñas (suplica y consigue una subvención del gobierno de Plutarco Elías Calles, el autoritario presidente mexicano, padre intelectual de El Dedazo) y se involucra en un delirante proyecto de encontrar tesoros jesuitas en el subsuelo de Santiago de Chile. No solamente no encuentra nada sino que, viajando en tranvía, es apuñalado por un individuo quien al parecer, no estaba en sus cabales y se quejaba de haber sido estafado por el poeta.

Vaya trayectoria ¿no? ¿Cuántos prohombres de nuestra historia, cuantos artistas e intelectuales venerados por la oficialidad esconden en su intimidad oscuros recorridos y penosas degradaciones? ¿ Y acaso es justo sacar esos trapos cochinos al aire? ¿Merecen los canallas proteger su identidad? ¿La poesía del bribón es suficiente para ocultar sus trapacerías?

Louis Ferdinand Céline fue un antisemita confeso y abierto colaborador del nazismo, pero Viaje al fin de la noche es una de las grandes novelas del siglo XX. Chocano, como hemos visto, arrastró una biografía miserable, pero todavía algún adolescente amante de la poesía vea también trompetas de cristal en sus versos y le siga llamando El Cantor de América. Y sí, la obra se defiende sola, ajena a las vilezas de su creador, con la confianza en que la estatura del arte, alguna vez, pueda acabar con todas las vilezas.

viernes, 7 de mayo de 2010

¿Nos estamos quedando sin memoria?



Lo que véis en la ilustración es la casa donde nació y vivió el extraordinario poeta Carlos Oquendo de Amat en la ciudad de Puno. Sí, esa casa que fue declarada hace dieciséis años Patrimonio Cultural Monumental de la Nación. Esa casa que durante mucho tiempo ha funcionado como pollería y lugar de venta de salchipapas. Esa casa cuyo dueño es un tal José Butrón, empresario hotelero relacionado vox pópuli con el narcotráfico y el lavado de dinero. Esa misma casa a la que le arrancaron subrepticiamente el rango de Patrimonio y que estuvo en un tris de ser derribada para construir en su lugar un hotel (posiblemente con esas espantosas fachadas que estan plagando buena parte de los pueblos del interior). Esa casa a la que hace unos días -luego de una afortunada campaña mediática iniciada por un artículo del escritor Christián Reynoso y rebotada en varios medios- le han vuelto a restituir su nombradía de Patrimonio Cultural para garantizar que no será demolida. Esa casa, en fin, que en otro país sería un museo, un centro cultural o una casa de estudios literarios. Esa casa que con sus muros desconchados y su techado semiderruido, parece decirnos, imprecarnos, nuestra desmemoria e indolencia para con nuestro pasado.


El hecho que se haya salvado de la destrución total la casa de Oquendo de Amat no debe hacernos olvidar otras casas y otros escritores a quienes hoy seguimos tratando con amarga indiferencia. Dejamos, por ejemplo, que demolieran sin asco la casa de Julio C. Tello para poner en su lugar un horroroso edificio de departamentos. El terremoto del 2007 terminó de echar abajo la ya ruinosa casa de Abraham Valdelomar en el centro de Ica. El año pasado comprobamos la indiferencia general y la poca atención al Centenario de Ciro Alegría. Y en este año, con excepción de algunas iniciativas en la región San Martín y otros puntos de la amazonía, casi nadie se acuerda del Centenario de Francisco Izquierdo Ríos, autor de uno de los cuentos más leidos en los colegios peruanos. En el caso del centenario de la poeta arequipeña Adela Montesinos, ni los comunistas han hecho algo notable para recordarla.


Vivimos, es verdad, en un tiempo que está atravesado de inmediatismo y donde se presta atención compulsivamente al presente. Y en un país donde la oralidad tiene una mayor presencia que lo letrado, la memoria sobre nuestros escritores es minoritaria y canija.


Como buena semicolonia yanqui, hemos aprendido a aplastar lo viejo para colocar encima cosas nuevas sin ningún miramiento por el entorno y la historia. Los espacios donde aún hay una unidad con la tradición y la historia son violentados con alevosía. Y son las autoridades locales quienes dan el ejemplo. En Puno, la municipalidad provincial inauguró su nuevo, moderno y horroroso consistorio en plena Plaza de Armas oponiendo sus ventanas polarizadas y su masacote de concreto a las líneas barrocas de la Catedral y al clasicismo afrancesado del Palacio de Justicia. En Huánuco -de no ser por la intervención heroica del poeta Samuel Cárdich- estuvieron a punto de derribar el viejo local de la municipalidad de principios de siglo. Y en Chiclayo un absurdo incendio casi se come la alcaldía provincial construida por Leguía. Las plazas serranas han sido destrozadas para introducir glorietas excavadas a la brava, jardines colgantes que se tragan el paisaje, piletas descomunales que chorrean agua de vez en cuando, monumentos absurdos y profundamente huachafos.


Ah, y Lima no se queda atrás. Más bien ha sido la gran inspiradora de este culto a la piqueta y al cemento: Dejamos que inmuebles históricos se sigan deteriorando hasta que se vengan abajo, sea la antigua casa hacienda de Carabayllo, sea la casa de Felipe Pinglo, la tugurizada Casa de las Columnas o el viejo mercado del Rimac (Aquí, tienen una lista del patrimonio arquitectónico limeño que podemos destruir en los próximos años). Para ensanchar una avenida demolimos el famoso Arco Morisco que nos regaló la colonia española por nuestro Centenario (medio siglo después tenemos una reprodución kitsch en Surco), hemos desfigurado el Parque de la Reserva para convertirlo en una versión cutre de Las Vegas y gran parte de los edificios de la Avenida Arequipa (que son un recital sobre la historia de la arquitectura limeña del siglo XX) estan siendo deformados al convertirse a la fuerza en gimnasios, pollerías o locales de academias. Cuando no directamente demolidos, como sucedió con el Palacio Marsano, reemplazado ahora por una espantosa macrotienda de computadoras. El hecho que ese palacio fuera el delirio de grandeza de un oligarca no valida el crimen arquitectónico.


Con este panorama ¿Qué de anormal tendría entonces la demolición de la casa de Oquendo de Amat? Lo anormal ha sido salvarla.


Y lo normal es esa pérdida continua de memoria. Nuestros hijos lo han aprendido a la perfeción. Si al alcalde de Lima y al actual rector de la Decana de América no les importó en un momento tumbar media huaca de San Marcos para dejar paso a una superautopista ¿Con qué cara censuramos a los escolares que dañaron la Huaca del Dragón en Trujillo? Eso es hipocresía, y nuestros hijos también han aprendido aceleradamente las prácticas de la simulación y el oportunismo.
¿Puede la literatura salvarnos de esta cultura de caraduras a la que buena del país está sumida? Respuesta corta, no. Respuesta larga: Quizá ejemplos como el rescate de la casa de Oquendo de Amat en Puno (o iniciativas como la del Fórum Lima-Centro Vivo) nos digan que todavía hay esperanza y que tenemos intelectuales y artistas aún sensibles por un pasado -material e inmaterial- en constante riesgo. ¿Heredarán algunos de nuestros adolescentes reggaetoneros, usuarios de MP4 y consumidores audiovisuales natos, algo de esta sensibilidad?
Dejo en el aire la respuesta, como cantaba Bob.

viernes, 29 de enero de 2010

EL CINE, LOS AÑOS Y YO (A propósito de cierta película que está en boca de todos)


Me acuerdo de la primera vez que fui al cine. Mi papá me llevó a ver Los Aristógatos (nada del otro mundo, excepto el ver dibujos animados en color)y fue en el cine Lux, en la avenida Manco Cápac, local que luego de una larga agonía como cine porno terminal se convirtió en un almacén de electrodomésticos o algo parecido. La segunda vez fue en el cine Roma (hoy una oficina administrativa de la Organización de Normalización Previsional, osea los pensionistas) y sí me llamó la atención porque iba a ver un documental sobre naturaleza salvaje y debajo del ecran había una larga galería acristalada que dejaba ver un tupido follaje con luz natural. Durante varios minutos creí que de ese follaje (y no de la pantalla) iban a salir los terribles animales africanos de la película, como en un zoológico o un circo, vamos.

(A los nostálgicos que quieran torturarse sobre el triste devenir de las salas de cine de nuestra infancia, pueden pasarse por aquí).

La mia también fue una generación dividida, aunque no en el sentido que le da Miguel Gutiérrez. Unos fueron la Generación Travolta, quienes se graduaron de por vida como consumidores de entretenimiento de usar y botar; pero para los Semi-Nerds de esa época lo que nos impactó fue La Guerra de las Galaxias. El shock de efectos especiales realmente nuevos y que revolucionaron nuestro doméstico archivo icónico (la fascinación del sable láser, el sentirte en la cabina de una nave de combate, un Nuevo Villano Malvado y su extensión, la Estrella de la Muerte) y la ilusión de formar parte de una nueva mitología de nuevos caballeros andantes (los Jedi) marcaron nuestra inocencia al desear vivir nuestras vidas como una novela (del espacio exterior).

Ser universitario en los años ochenta era meternos en un mundo paralelo de ideología y política que se lo comía todo. Dejamos de interesarnos por los actores y actrices para centrarnos en los Directores. Abandonamos los pocos cines de barrio que existían y nos metimos en el maravilloso inframundo del cineclub: Ver las pelis de Kurosawa en el cineclub del Banco de la Reserva, o a Woody Allen en el del Ministerio de Trabajo, o a Ettore Scola en el Raimondi. Buena parte de la gran filmografía soviética (Ah, Einsenstein, Vertov, Pudovkin) la vi en el cineclub Pardo y Aliaga, el miniauditorio del antiguo Ministerio de Educación. Y buena parte del cine alternativo latinoamericano lo daban en el mítico auditorio de la cooperativa Santa Elisa (hoy un edificio okupado por tribus urbanas, delincuentes y marginales). Durante unos años Lima tuvo el lujo de cobijar dos salas de cine de arte y ensayo, los cines Romeo y Julieta donde veías esas pelis que ganaban festivales alternativos. A las salas convencionales íbamos solamente para ver películas peruanas, bastantes y mejores que las de hoy en día (¿Que será de la vida de Mónica Domínguez?). Recuerden que no había DVD ni youtube y los VHS eran artículos de lujo. Si quierías ver otra vez la famosa escena de Reds de Warren Beatty o, para más inri, la escena más célebre de la historia del cine, no te quedaba otra que volver una y otra vez a los cineclubes.

Una de las cosas buenas que significó ver cine en el Perú fue acostumbrarse y disfrutar del cine en versión subtitulada. Por eso me resultó chocante el auge del cine doblado durante los años que residí en España (igual de chocante me resulta hoy el cine doblado en las salas limeñas, con una Juliette Binoche maldiciendo con fuerte acento jalapeño). Allí terminé sumergido en las salas minoritarias del madrileño barrio de Moncloa (es decir, aquellas donde se exhibían cine de autor y en versión original subtitulada, un verdadero guetto). Mientras el resto del mundo ovacionaba a Pedro Almodóvar, yo me pasé los años noventa viendo a las tres K del cine contemporáneo: Kaurismäki, Kiarostami y Kusturica. Amén de un tobogán de directores de los cinco continentes. Un rito anual era ver la nueva película de Woody Allen o Spike Lee. Y mi musa (virtual) de aquellos tristes años fue la prodigiosa actriz china Gong-Li. Sí, ya sé, vivía en las nubes.

El nuevo milenio entró con otra cultura del cine. Las nuevas tecnologías, la sociedad del espectáculo, la globalización y la tremenda decadencia política del cambio de siglo cambiaron muchas cosas en el séptimo arte. El cine se convirtió en un rito consumista de fin de semana: go shopping en el Centro Comercial de marras, visionado de la película con palomitas y pepsi, festival de comentarios intrascendentes y graciocillos alrededor de una bandeja de Mcnuggets o en la sala de espera de un Pardo's Chicken. (Por poner un ejemplo).

Aunque de pronto me di cuenta que la inmensa cantidad de películas en cartelera ya eran solo para niños y preadolescentes. Y pura animación. Y las pocas películas con humanos eran protagonizadas por auténticos adefesios de la actuación (Vin Diesel, Adam Sandler, Reese Witherspoon). Entre el boom de las películas de animación y la ola apabullante de efectos especiales, actores como Leonardo Di Caprio -un ícono juvenil de los noventa- ahora aparece como todo un Bogart del nuevo siglo. Shrek o Wall-E resultaron bastante mejores actores que sus homólogos de carne y hueso. Así parecen estar hoy las cosas.

Total, hace unos días fui a ver Avatar con una de mis mejores amigas. Mi intención era puramente antropológica. Saber si, como contaban, esa peli tenía el mismo impacto generacional que Star Wars. Además, hablamos de la película más taquillera de la historia, superior a -qué curioso- un remake: Titanic. Bueno, en Lima costó tiempo ubicar donde dieran la peli en versión subtitulada.

Antes de verla, pasaron los trailers de los próximos estrenos. Y qué curioso otra vez. Primer estreno: Un remake de un clásico de los ochenta. Segundo estreno: Otro remake de los años ochenta basado en los Peplums de los años cincuenta. La flojera creativa, la falta de imaginación, el miedo a experimentar, el plagio disimulado como homenaje; parecen ser los discursos de hoy en día. Y Avatar señaló lo mismo.

Avatar es una exitosa mezcla de varios subgéneros cinematográficos que (irónicamente) responde a una demanda social de ver nuevos discursos. Y además del ecologismo de moda, la película es un batiburrillo inteligente de westerns, películas de Viet Nam, sagas del espacio exterior, Tarzán de los Monos, etc. La última escena parece un guiño a La Invasión de los Ladrones de Cuerpos mientras que la oportuna historia de amor interétnica la podemos rastrear desde la casposa West Side Story . Y Sigourney Weaver, una chica lista, aprovecha para homenajearse en un par de planos recordándonos sus viejas grandes interpretaciones: Sea la agresiva científica con muchos gestos propios de la legendaria Teniente Ripley en Alien, sea la bondadosa maestra de escuela que ante los pequeños aborígenes de Pandora derrocha la misma ternura que en Gorilas en la niebla. Ah, y no olvidemos que desde Rusia se acusa airadamente a Avatar de saquear impunemente temas y escenas de la rica y abundante ciencia ficción soviética. Empezando por el nombre del planeta Pandora, presente en varias novelas de los hermanos Strugalsky.

Tampoco es cargamontón, pues la película es la mar de entretenida. Ese tipo de films simpáticos que ves un sábado a media tarde por el cable pirateado, tirado en la cama, tomándote una cervecita y rascándote las pelotas. Sin embargo, a los adolescentes quizá el impacto sea otro, en principio por la singularidad del tema (ya se hacían extrañar películas de masas donde el malo fuera el empresario capitalista anglosajón y no el fanático musulmán, el militar norcoreano o el narco latinoamericano) y porque, como todo éxito cinematográfico, es una historia bien contada bajo un discurso espectacular de última tecnología. Justo lo que funciona en el nuevo siglo. Y si no me creen, acá les regalo un curso básico y gratis de cómo escribir un guión como el de Avatar en no más de cinco fáciles lecciones. Gracias, de nada.

Hasta aquí ha llegado mi ruta de espectador. Y no siento ninguna nostalgia. El cine, como todas las artes, ha cambiado con los años y las transformaciones de todo tipo. No tiene sentido reivindicar un cine de autor con estupendos actores en un mundo donde la mayoría de los consumidores quieren fascinarse con pirotecnia tecnológica, efectismos visuales e historias optimistas. Tiene más sentido interesarse por otras formas de hacer cine en nuestros tiempos: Sea el documental crítico y politizado de Michael Moore o ese cine peruano de a pie -entre bizarro, testimonial y casualvanguardista- que hacen nuestros directores andinos.

Los años enseñan tolerancia. Los años terminan explicándotelo bien. En esta la primera gran crisis del siglo XXI que incluso ha vuelto a plantear el comunismo como una opción; aparecerán otras iniciativas novedosas (y no sólo en el cine). Afortunadamente, en el mundo hay millones de enamorados del cine que no viven para hacer dinero a partir de guiones facilones y pegadizos. Afortunadamente, el ser humano no es un animal que siempre se doblega ante los huesos que lanza al amo.

Perdonen el optimismo.