martes, 22 de enero de 2008

De cómo se (mal)trata a un escritor



César Vega Herrera, para quien no lo sepa, es uno de los más importantes dramaturgos del Perú y un curtidísimo hombre de teatro.

Nacido el 29 de febrero de 1936 en Arequipa. En Lima conoció el mundo marginal, compartiendo experiencias en pensiones y ganándose la vida en oficios ocasionales que nutrieron su espíritu crítico frente a la sociedad y a su país. Escribiendo cuentos y obras de teatro, en 1967 gana el Premio Casa de las Américas con su conocida pieza Ipacankure, que le abre las puertas del ambiente teatral nacional. El Teatro de la UNMSM montó la obra con elenco profesional obteniendo un éxito de taquilla...aunque sin pagarle a Vega Herrera sus derechos de autor. Ipacankure se ha presentado en varios países como Argentina, Cuba o España. Es uno de nuestros grandes éxitos en las tablas de medio mundo. Siguió ganando premios nacionales e internacionales, destacando el Premio Tirso de Molina de 1977 para autores de habla española con la obra Qué sucedió en Pasos (todavía sigue siendo el único peruano que ha conseguido dicho galardón). Ha mantenido una labor teatral sea publicando cuentos y dramas, sea organizando talleres de dramaturgia. En 2005 el Centro Cultural de España, por haber cumplido 40 años de actividad creativa en el teatro peruano, lo nominó como el dramaturgo del año.

Bueno, a este buen peruano el segundo gobierno de Belaúnde lo botó de su puesto de funcionario público acusándolo de comunista y de escribir teatro en horas de oficina. Cuando gana un concurso del INC -en el primer gobierno de Alan García- le demoran aviesamente el premio pecunario durante tres años. Con la hiperinflación galopante, los 17,000 intis que recibirá finalmente no le alcanzará ni para comprar dos chancays con Inka Kola....

Del 2000 al 2006 se desempeñó como profesor de dramaturgia en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático, del que fue cesado por el Ministerio de Educación con el argumento de haber cumplido 70 años, sin importarle ni la experiencia, ni su excelencia ni los éxitos obtenidos. Evidentemente, lo despidieron sin indemnización. Al año siguiente, recibió varios homenajes de desagravio. Pero el gobierno nunca quiso rectificar su error.

César Vega Herrera, muy delicado de salud por razones de la edad, no recibe ni pensión ni seguridad social. Tiene que recursearse haciendo talleres de dramaturgia. Y sigue escribiendo teatro. Morirá haciendo teatro. Y, posiblemente, muera con nuestra ingratitud e indiferencia.
Esta historia no es nueva. Y, a riesgo que nos motejen de quejicas, pedigüeños o neopensionistas, seguiremos escribiendo sobre el triste destino de nuestros escritores y seguiremos clamando gratitud y reconocimiento para esos peruanos que, en vez de terminar así, siguen construyendo, recreando y amando nuestro Perú y nuestra gente.
Actualización: El Gremio de Escritores del Perú (un ente del que hablaremos largo y tendido próximamente) se apersonará como parte en el requerimiento al Estado para pedir una Pensión de Gracia para César Vega Herrera. Veremos qué resultados consigue.

lunes, 21 de enero de 2008

LOS FANTASMAS DE THAYS



Que quede claro en principio que yo no tengo nada en contra del conocido escritor y crítico literario. Muy por el contrario, Iván Thays –mal que bien- sigue llevando sobre sus hombros la ingrata tarea de dirigir el único programa literario en televisión, colocándose bajo la línea de fuego de medio mundo. Es más, no tuvo ningún reparo en entrevistarme en el mismo a sabiendas que yo era –y espero seguir siéndolo- un Don Nadie en las letras peruanas. Sin embargo, igualmente afirmo que entre nosotros existen abiertas diferencias en la manera de interpretar el proceso literario peruano. En fin, Iván acaba de publicar un artículo en el semanario literario de El País y, si bien intenta ser respetuoso con el grueso de escritores peruanos; sencillamente, no puede con sus fantasmas conceptuales.

Básicamente, Iván pinta el panorama literario peruano fragmentado por rencillas que, si bien denotan actitudes de reconocimiento interesantes, suelen ser demandas menores que pueden caer peligrosamente en totalitarismos y exclusiones. Thays propone el reconocimiento de la pluralidad y la defensa de las diferencias en la producción literaria peruana. Un planteamiento políticamente correcto que, en primera instancia, nadie tendiera a rechazar.

Sin embargo, si nos fijamos en la letra pequeña del texto –tan importante en un ensayo literario como en los contratos bancarios- nos extrañamos que Iván lleve a cuento sus propias rencillas privadas, las mismas que se ventilan no solamente en su blog sino también en otros de forma más airada. Por ejemplo, ¿uno es necesariamente paranoico cuando se hablan de “mafias literarias” en el país?

Bajemos de tono. Digamos simplemente argollas. Bueno, las argollas existen –como han existido en varias épocas de la literatura aquí y en cual otra parte- y es natural que si los escritores son amigos; se ayuden en sus ediciones, se comenten amigablemente sus libros, se soben la joroba e incluso se los defienda pese a flagrantes errores cometidos. Es normal. Lo anormal es cuando las argollas se arrogan el derecho de ser las voces autorizadas de la literatura, se burlen de los extraños, se aprovechen de evidentes posiciones de privilegio y, lo más triste, que terminen mirándose al ombligo y obviar cualquier noticia que no proceda de sus taifas domésticas. En sociedades más democráticas las argollas tienen los límites del mercado y la opinión pública; en países tan fragmentados, irregulares y atrasados como el nuestro, la argolla pisa con impunidad.

Otro fantasma es el mito que los escritores que se sienten excluidos se ciñan la corona de los “verdaderos escritores peruanos”. Pensemos otra cosa: Que muchos escritores se enorgullecen de una peruanidad siempre ligada a la producción y las dinámicas culturales de vastos sectores populares a los cuales siempre miran, disfrutan y convocan. El problema de la exclusión no es que los excluidos reclamen su parte de la torta; sino que –de una puñetera vez- todos los escritores tengamos ojos, voluntad y vocación para mirar el inmenso calidoscopio literario del Perú. Los escritores hegemónicos han hecho una gran labor por la literatura en el Perú, pero ésta no saldrá de su estancamiento mientras continúe la pertinaz ceguera sobre la tremenda producción existente en Iquitos, Huanuco, Cuzco o Chimbote. Por mencionar cuatro ciudades nomás.

Finalmente, no entendemos esa mención de la “educación maoísta” de algunos escritores como formadora de un presunto espíritu totalitario de los mismos ¿Acaso Miguel Gutiérrez, Dante Castro o Julián Pérez –por señalar a los “sospechosos habituales”- han construido su arte básicamente en las páginas del Libro Rojo o las Cinco Tesis? ¿De verdad no podemos reconocer en los escritores que nos contravienen, otros soportes culturales, otras experiencias que precisamente han dado un peculiar sello a su creación?

Acá también creemos en la pluralidad, en el derribo de un canon unidireccional y en liquidar lógicas de exclusión. Pero acá pedimos democracia y, caray, un poco de humildad: Este país es más grande y más hermoso que sus escritores (criollos, andinos, afros, niseis, bachiches y lo que venga) y, para quienes trabajamos el arte, tenemos que conocerlo a fondo. Pueblo por pueblo, acre por acre. Si vivimos en un país fragmentado, heteróclito y conflictivo; las bases para que la palabra escrita empiece a comunicarnos y conocernos pasan por una exhaustiva inmersión en el grueso de nuestra cultura y de nuestra gente. Contra nuestros fantasmas privados, caminemos por la sencilla realidad

jueves, 17 de enero de 2008

LA LIMA SIN NOVELA (en el día de su santo)



Varias veces, conversando con mis patas literatos (sí, son mis patas, y escritores ¿Qué pasa?) preguntamos dónde está la literatura de la Nueva Lima, la de los conos sabrosos, de harta chamba informal (y harta chela normal), la Lima emergente macerada ya en varias generaciones de migrantes. Y concluimos que aún no se consolida esa soñada narrativa que nos hable del nuevo perfil limeño escrita por los propios protagonistas de la tremenda transformación experimentada en la gran ciudad durante el último tercio de siglo pasado. En cierta manera, no tenemos un equivalente en narrativa a la poética del vate Domingo de Ramos.


Escarbamos un poquiño: La migración, como empresa colectiva no exenta de dramatismos, empezó en la cuentística de Congrains y Ribeyro, para lograr su expresión más acabada en la propia narración (ejercida ya por escritores migrantes y no por residentes capitalinos) acerca del nacimiento de nuevos sujetos sociales invasores y constructores de una Lima extrañada. Ahí tenemos Patíbulo para un caballo de Cronwell Jara o la novelística de Miguel Almeyda sobre el emblemático distrito de Villa El Salvador -Zicario azul (Sinco 2005), Barrio (Sinco 2006). Sin embargo, nos parecen novelas que exploran más la veta social y humanística, pasando por alto toda la explosión cultural (música, sabores, estéticas) que la Lima andina ha producido desde hace un cuarto de siglo. Destellos de esa nueva cultura popular urbana aparecen en algunas páginas de Qantu, flor y tomento (Ed. San Marcos 2005) de Félix Huamán Cabrera donde se escenifican las actividades públicas de los sujetos migrantes (fiestas familiares y patronales, así como su praxis laboral en Lima) y que son un perfecto ejemplo de esa cotidianidad andina adaptada a las grandes ciudades sin tantos conflictos culturales internos ni desgarros colectivos como uno supondría.

Lo que hay, eso sí, es la furiosa búsqueda de nuevos sujetos sociales (lindante con el límite, la marginalidad y el feísmo)que esta mugrienta ciudad lleva en su vientre, merodeando otros caminos de socialización y de construcción. Así, Carlos Rengifo –virtual padre del realismo sucio a la peruana- nos ofrece una Lima de sujetos marginales, no solo económica sino social y culturalmente, que se refugian y medran en los agujeros negros de la ciudad.


Tenemos también el caso de Miguel Idelfonso, cuyo Hotel Lima (Mesa Redonda, 2006) es la visión desencantada que, desde los márgenes de una identidad social pauperizada, se tiene de una ciudad engullida por la violencia política. En esa perspectiva, la novela de Martín Roldán Ruiz Generación cochebomba (autoedición, 2007)parece decirnos que esa nueva Lima, ajena a cualquier manipulación simbólica por parte de la literatura oficial, es la que nace de una valiente y directa interpelación con la memoria de nuestra guerra interna.


Y justamente siguiendo ese curso, nos topamos con la agradable sorpresa de Rafael Inocente, cuya novela La ciudad de los culpables (Zignos, 2007) parece ser -¡por fin!- una novela que parte desde los interiores de la urbe migrante, una novela que nos puede contar la experiencia de esa otra, gran Lima que ya suena con fuerza hace ratazo en las radios, está imponiendo su estética en la prensa y la TV, se ha enseñoreado del mercado audiovisual, ha cambiado nuestra dieta criolla y -tiempo al tiempo- terminará expresando con la palabra escrita el vértigo de esta bizarra ciudad donde el Megaplaza se mezcla con el clásico de mazamorra y arroz con leche. Si Iquitos o Chimbote ya tienen sus narradores e incluso sus novelas, la polifónica megaurbe limeña aún espera por su Gógol.


Allinlla punchay, Lima. ¡Y una fuente de rachi con sus dos chelas!

Duelo y Rabia



A estas alturas todos ya conocemos el triste final de uno de los poetas históricos de Hora Zero. Juan Ramírez Ruiz ha recibido en estos días muchos homenajes y recordatorios. No voy a colocar uno más. Tampoco quiero hacer sangre en la oscura historia de los enfrentamientos de Juan con Tulio Mora o Pimentel, ni quiénes tenían la razón. Tampoco voy a hacer de detective literario husmeando la bronca tal y la carajeada cual. Y mucho menos voy a lanzar al ciberespacio alguna queja sobre lo injusta que fue la vida con el Poeta, sobre todo el tramo final de su existencia.

Pero no voy a ocultar mi rabia y solamente hago mías las palabras de Nicolás Hidrogo -uno de los grandes luchadores por la literatura y la cultura en el norte del Perú- quien, creo, pone los puntos sobre las íes en estos momentos de duelo:


Yo haría un pedido muy especial a tirios y troyanos: que lo homenajeen sus verdaderos amigos y compañeros de la palabra es un acto justo y digno; pero que alguna institución del Estado o privada lo haga, a estas alturas de los hechos, sería la más hipócrita actitud. Vimos vivir y morir a Juan Ramírez, como un poeta auténtico: sólo, abandonado y en silencio, al compás de sus palabras impresas y sus versos amartillados en el yunque de la rebeldía y en la innovación de las metáforas. Por favor no gasten velas ni comilonas en sus aniversarios de muerte, alguna vez, (1944-2007), sería una tremenda afrenta ha alguien que en sus últimos días caminaba por las calles de Chiclayo con el estómago vacío y en la más absoluta indiferencia de todos; y, ninguna institución en vida, ni Beneficencia Pública, ni Municipalidad, ni INC-Lambayeque, ni nadie lo ayudó. Me revuelve toda la bilis cuando alguna institución, asociaciones o personas que nunca ayudaron ni valoraron en vida a algún intelectual o creador, tengan que, por figurar, gastar ríos de tinta, palabras, comida y alcohol, para recordar al que murió hambrientamente olvidado.


Quien desee leer el réquiem completo, lo tiene aquí. El retrato, del pintor Carlos Alberto Ostolaza, otro grande.


Descansa en paz Maestro.

INC: Los restos del 2007


Algunas airadas conclusiones de lo que se fue y de lo que se viene.

Tenemos, sin duda, la peor gestión del Instituto Nacional de Cultura en varios años. Bajo la batuta de Bákula se ha iniciado una degradación del Instituto Nacional de ¿Censura? ¿Incultura? En fin, qué se puede decir de un ente que obedece servilmente las bravatas de un oficial del ejército llegando incluso a la censura (el Caso Quijano), que despide con ligereza e impunidad a probados profesionales del Instituto (despidos que serán llenados, inexorablemente, por apristas con carnet) o que despilfarra el dinero de los contribuyentes en construir dentro del local del INC una Capilla de rito católico (Como si estuviésemos en un Estado confesional, como la España de Franco) o, peor aún, se convoca un ridículo concurso de…Nacimientos cuando, por ejemplo, el Perú es uno de los pocos países sin un Premio Nacional de Literatura (bueno, sin premios nacionales de nada). Desfinanciado, sin un plan coherente, sumido todo en un espeso (y para mí nauseabundo) tufo beato; Bákula ha hecho que extrañemos la anterior gestión de Luis Guillermo Lumbreras (que tampoco fue nada del otro jueves, dicho sea de paso).

Lo peor es cualquier extranjero medianamente informado que llega a nuestro país se extraña que en el Perú se gaste tan poco en cultura, que los mejores museos terminen en manos privadas, que no sea –ni por asomo- una de las mayores editoras de libros culturales en el país, que no haya ni una mínima política de becas para artistas y profesionales, que haya tanta lenidad en el cuidado del patrimonio histórico, que el Vértice del Museo de la Nación se alquile incluso a charlatanes como Miguel Angel Cornejo, mientras miles de artistas peruanos no pueden conseguir un espacio donde ofrecer su creación. En fin, palmariamente, el INC actual es fiel reflejo de lo que el APRA entiende por política cultural.

Ah, y si creen que exagero, otros bloggers demostrarán que me quedo corto en mis críticas.


En cualquier otro país, frente a la presión del mundo de la cultura, ya habrían cambiado a Bákula. Aunque fuera por mínima decencia. Pero ya sabemos que vivimos bajo el reinado de la soberbia y la huachafería: más Bákula para el 2008.

jueves, 3 de enero de 2008

QUERRÁN MATARLO Y NO PODRÁN MATARLO



En otros países, los escritores tienen algún tipo de institución que los organiza, informa e incluso los protege. Aunque alguno de vosotros no lo crea, en otras sociedades se valora bastante a los escritores, se les sigue escuchando con atención y, sobretodo, se les lee. Las municipalidades más pequeñas hacen sus concursos literarios, miman a sus escritores oriundos. En los colegio se les reclama insistentemente. Cualquier librero se enorgullece de conocerlos.

Aquí el escritor virtualmente no sirve para nada. No recibe ayuda ni estímulo de ningún tipo. El Estado peruano tiene el dudoso honor de ser el único en Sudamérica que no otorga ningún premio literario nacional. Además, el escritor es víctima de editoriales que lo enredan en contratos leoninos, escatimándoles sus derechos, imprimiendo sin su permiso y pirateándolo a su gusto.

“¡Querrán matarlo y no podrán matarlo!” ¿Cuántas veces esos hermosos versos del Canto Coral a Tupac Amaru han resonado en eventos públicos, libros de texto, protocolos estatales, citas de discursos, nombres de promociones, titulares, pie de monumentos nacionales? ¿Y cuánto ha recibido a cambio Don Alejandro Romualdo, además de un rutinario reconocimiento? ¿No se ha ganado con méritos de sobra una pensión estatal digna? ¿No se ha ensuciado el Estado lo suficiente demorando inexplicablemente la solicitud de uno de nuestros más grandes poetas de la historia peruana?

Cuántos poetas y novelistas, dramaturgos y ensayistas han terminado en los pozos de la indiferencia y el olvido, malviviendo una vejez como una carga para sus familiares, incapacitado de moverse para reunirse a su gusto con otros colegas, aguantando enfermedades con dos huevos porque su escuálido presupuesto no aceptaría ningún tratamiento. Olvidados por quienes años ha se lucían en público proclamando sus versos, fumando sus últimos días en una soledad inaudita para un país que necesita maestros y consejos. Cuántas veces hemos oído hablar de aquel artista que murió en la indigencia. Cuántas veces hemos hecho colecta para ayudar a aquel poeta a pagar el hospital o los medicamentos. ¿Sucederá lo mismo con Romualdo?

Cualquiera diría que quisieran reventar al Poeta de la misma manera que él narró el último suplicio de Túpac Amaru. Pareciera que el Estado, los poderes fácticos de este país y la mortal indiferencia de ciudadanos e incluso artistas desean que don Alejandro se muera ya, que deje de quejarse, que desaparezca de la tierra y no joda.

De los escritores del Perú, siquiera, depende algún tipo de iniciativa que le restituya a Don Alejandro la dignidad y el sitio en nuestro país que pareciera haber perdido para siempre. Sí, querrán matarlo. Hagamos lo posible para que no lo logren.

Nota final: El autor de este blog respalda la petición que muchos artistas e intelectuales han firmado exigiendo una pensión digna para Alejandro Romualdo. Pido a quienes lean estas lineas que hagan lo mismo. Gracias.