lunes, 29 de diciembre de 2008

Mi amigo, el del teatro (tardío homenaje a Harold Pinter)



Hace unos días murió Harold Pinter, Premio Nobel de Literatura del 2006, uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX y uno de los críticos más agudos de nuestra (pos) modernidad.

Uno de los grandes, qué coño.

Aquí parte de su testimonio artístico:

"La verdad en el arte dramático es siempre esquiva. Uno nunca la encuentra del todo, pero su búsqueda llega a ser compulsiva. Claramente, es la búsqueda lo que motiva el empeño. Tu tarea es la búsqueda. De vez en cuando, te tropiezas con la verdad en la oscuridad, chocando con ella o capturando una imagen fugaz o una forma que parece tener relación con la verdad, muy frecuentemente sin que te hayas dado cuenta de ello. Pero la auténtica verdad es que en el arte dramático no hay tal cosa como una verdad única. Hay muchas. Y cada una de ellas se enfrenta a la otra, se alejan, se reflejan entre sí, se ignoran, se burlan la una de la otra, son ciegas a su mera existencia. A veces, sientes que tienes durante un instante la verdad en la mano para que, a continuación, se te escabulla entre los dedos y se pierda."

Y aquí parte de su testimonio político:

"¿Cuánta gente tienes que matar antes de ser considerado un asesino de masas y un criminal de guerra? ¿Cien mil? Más que suficiente, habría pensado yo. Por eso es justo que Bush y Blair sean procesados por el Tribunal Penal Internacional. Pero Bush ha sido listo. No ha ratificado el Tribunal Penal Internacional. Por eso si un soldado o político americano es arrestado, Bush ha advertido que enviaría a los marines. Pero Tony Blair ha ratificado el Tribunal y por eso se le puede perseguir. Podemos proporcionarle al Tribunal su dirección si está interesado. Es el número 10 de Downing Street, Londres".

Y acá su testimonio ético:

"La tortura supuestamente no existe porque un acuerdo internacional la prohíbe. Ahí termina el debate. Está prohibida, por lo tanto no existe. Hay una tendencia a olvidar a la gente que es torturada cuando está detenida. ¿Qué les sucede? Si salen, pueden quedar lisiados. O se mueren. A la gente no le importa demasiado. Turquía es una vergüenza. El gobierno y los militares en Turquía son una vergüenza. Pero pienso que el apoyo que reciben, como el de Estados Unidos y el del Reino Unido, es una vergüenza aún mayor porque gira en torno del comercio. Les vendemos armas y les acordamos créditos para mantener a los torturadores. Lo que sorprende es que Turquía tiene el mayor número del mundo de periodistas perseguidos. Si un periodista dice que los kurdos son gente inteligente e íntegra, comete un delito y es acosado. Mientras hablamos hay una persona que irá a prisión en Turquía por decir que un jefe kurdo es respetable. A la gente sólo se le permite decir que el kurdo es un terrorista".

El Kurdistán se parece muchísimo al Perú. Y no solo geográficamente. Siempre he creído que el drama del pueblo kurdo (un pueblo histórico sin Estado -con iguales pergaminos que el pueblo palestino- engullido por cinco países) es muy parecido a la tragedia peruana (una guerra interna por una comunidad virtualmente sin Estado real, con pueblos subversivos -y virtualmente icários- sin ningún respaldo internacional). Es decir, un escenario de impunidad de los poderosos bajo la indiferencia mundial y con un montón de muertos de por medio.

El deceso del -también virtual- camarada Pinter tiene mucho que ver con otro dramaturgo peruano recluido casi a cadena perpetua: Víctor Zavala Cataño, padre del teatro campesino en el Perú y de quien, posiblemente, solamente oiremos hablar en la hora de su muerte (lo siento, pero no hay reseñas decentes de él en internet, habrá que hacer una). Testigo de excepción de una generación de dramaturgos que no solamente criticó un stablihment cotidiano, sino fue capaz de crear un teatro popular, alternativo y -para muchos- hasta revolucionario . Un teatro que salió a las calles, que se presentó en las fábricas, que tuvo su casa en los sindicatos, que nunca se inmutó de mancharse los zapatos frecuentando los pueblos jóvenes y los asentamientos humanos.

Sí señores, en una época éramos una potencia mundial del teatro, cuando todas las facultades universitarias y los institutos pedagógicos tenían talleres y grupos de teatro, cuando todos nos fuimos a las plazas, las escuelas y mercados, cuando los encuentros nacionales de teatro eran multitudinarios y los grupos tantos que los festivales terminaban hasta bien entrada la madrugada (y sin chupar). Cuando, alojados en las aulas de algún colegio de provincias, comiendo con los cupones del comedor universitario y haciendo presentaciones en las estaciones de autobuses, hablando y aprendiendo con la gente común, los teatristas nos creíamos emperadores del universo.

Un teatro que, desgraciadamente, desapareció entre la hiperinflación del primer alanismo, la guerra interna y la zarpa artera del fujimorismo.

La muerte de Harold Pinter es la muerte de un tipo de teatro que se nutría de la crítica al poder, de un teatro político por excelencia, de un teatro que -sin ser panfletario- decía las cosas por su nobre y mostraba los conflictos a la luz de todos. un teatro para pensar, un teatro para indignarse, un teatro para luchar.

A ver si seguimos haciendo realidad la condena histórica de Pablo Macera:
"Un país que convierte en héroes a quienes quieren salvarlo: es decir, los mata".

Que el Perú del 2009 no mate a sus artistas, que los artistas de hoy se pongan las pilas y se atrevan a disputarle parcelas al poder, un teatro que le diga al gobierno fascista, fascista. Que desde las calles no se se hable de chacotas, racismo y bromas fáciles sino que se grite, se digan cosas auténticamente prohibidas, nos atrevamos a lo no permitido. ¿Acaso eso no es el corazón y la esencia del teatro?

Como dicen los viejos teatristas, ...Mierda, mierda!!Y aquí un texto de lectura obligatoria, el discurso de Harold Pinter cuando recibió el Nobel. Como siempre, diciendo al pan, pan y al vino, vino. Compáralo con lo que dicen nuestros intelectuales de entrecasa.

Un grande, nada marginal, totalmente actual.

Y como se decía en mis tiempos, honor y gloria

miércoles, 24 de diciembre de 2008

REFLEXIONES NAVIDEÑAS (escritas bajo la lluvia de cohetones en plena Nochebuena)


Bueno, yo, de creyente, ni michi. Y más bien siempre he comulgado con la tradición agnóstica/ateísta de la Ilustración, el anarquismo y el marxismo. La Navidad me revienta bastante por su exagerada hipocresía y porque suele ser el mejor refugio de las dictaduras.

El clima artificial de fraternidad y bonhomía por lo general sirve para que los gobiernos guarden bien la ropa sucia y ultimen grotescos espectáculos que contribuyen a la proverbial alienación de los mortales.

Sin embargo, no todo es opio. Hay una convicción de creer. Y es una convicción positiva. En un país sin instituciones, donde rige la ley de la selva y las desdichas gobiernan en la mayor parte del año; el creer en fantasmas detrás de la nubes y en narraciones mitológicas es explicable y hasta saludable, porque abren al ciudadano un horizonte de vida mejor y le proponen un código alternativo de conducta. El espíritu religioso puede legitimar tiranías, pero también hace la vida más soportable y propone un margen de humanidad en un sistema que vive de negarla. Por eso, desde que el mundo es mundo, la religión ha formado parte de nuestra cotidianidad y por eso la navidad pervive incluso en las sociedades más laicas y tecnocráticas. La religión se confunde con ese otro atavismo comunal que se llama tradición.

La tradición es la narración de la memoria y su persistencia. La tradición existe porque hay ganas de recordar nuestros orígenes y conocer nuestras raíces. La tradición es un rito que quiere decirnos quienes somos y a qué pertenecemos. Y, mientras no seamos todos lobos esteparios, todos queremos saber de dónde venimos y a quién nos debemos.

Claro, todo esto choca con el espectáculo del consumismo descarado y las celebraciones de apariencias y mentiras. Pero ¿acaso no se vive el mismo clima en las fiestas patrias en el que se exhibe una peruanidad ficticia e hipócrita?¿Acaso eso no sucede en nuestros cumpleaños cuando hasta nuestros enemigos nos desean parabienes? ¿Es posible acaso una ceremonia sin doblez ni oportunismo, ni farsa?

Pero quizá porque los ritos y las ceremonias, pese a su protocolo y etiquetas, son espacios distintos y excepcionales de la inmanente cotidianidad, son fechas donde puedes hacer algo que no lo sueles hacer el resto de los días. Hasta la ceremonia más seria y reglamentada guarda en sí una esencia carnavalesca: "hoy harás lo que no has hecho en todo el año, te estará permitido, lo podrás repetir cuando quieras y te aplaudirán por ello".

Por eso, ahora mi calle está que hierve de metralla, fuegos artificiales y pólvora festiva. Hoy la gente puede volarse los dedos con cohetones y ratablancas ilegales. Está permitido festejar así, porque -salvo año nuevo- no lo volverás a hacer. Eso le da sentido al resto del año que, seguramente, estará plagado de infelicidades y tropiezos. El rito, pues, te ayuda a seguir viviendo.

Este blog os desea un feliz solsticio de invierno, acontecimiento astronómico que dio pie a todo esto. Aquí una genial explicación.

ah, y salud!!


*La foto, de este estupendo blog.

lunes, 22 de diciembre de 2008

EL OCASO DE LA CUMBIA (post musical, youtubero y vacilón, va por las Fiestas)




Sí, hoy hablamos de música y vacilón ¿Qué pasa? La cultura popular también es eso. Y la literatura también, que no todo va a ser hablar de premios Copés y Varguitas haciendo footing. Y, para variar, vengo de aguafiestas.

Este año que termina ha coronado a la cumbia norteña, con la cual ha bailado (y cantado, y chupado) casi todo el país. Por encima de la mafia musical de Miami, la cumbia pituca, , el movimiento reggaetonero, la salsa chalaca o las divas folklóricas (me parece ocioso acá citar géneros recontraminoritarios como el rock peruano, el jazz nacional o los restos de nueva trova limeña); hoy lo que manda es el Grupo 5, los Hnos Yaipén, los Karibeños y otros émulos del Sólido Norte, al punto que encontramos cierta lógica que éstos se hayan convertido en la banda sonora del segundo alanismo.

Sin embargo, aviso, ese esplendor ya toca a su fin. ¿Por qué? Por esa maldición de gran parte de la música comercial peruana: la virtual ausencia de creadores.

Hace unas semanas en La Casona se celebró un sugerente conversatorio sobre música y salsa. No solamente participaron periodistas, poetas y científicos sociales, sino también intérpretes y productores de nuestras industrias culturales patrias. Y estos últimos recalcaban algo básico: La poca competitividad de nuestra música a nivel internacional. Causas teníamos varias: La escasa capacidad inversora de los productores, la ausencia de departamentos académicos de enseñanza musical, la competencia desleal de la piratería, etc. Pero había algo fundamental: La poca capacidad creativa de nuestros músicos.

Y es que crear es algo complicado, implica inteligencia, arte, dedicación y cierta independencia moral. No es algo que abunde así nomás. Lo que sí encontramos en todas partes son plumas mercenarias, copiones profesionales, bragados mermeleros y mucho mediocre. Eso termina hundiendo no solamente nuestra presencia a nivel global sino –a la larga- liquida la durabilidad y trascendencia de incluso nuestros géneros más exitosos.

Para nuestra cumbia norteña hubo un momento rompedor (basado en la reutilización de la antigua cumbia tropical peruana) que dio cuenta de notables productos, gracias a la creatividad de todo un señor llamado Estanis Mogollón (autor, por ejemplo, de ésto). Luego de la breve primavera, nuestros grupos bandera de cumbia tuvieron que buscar cómo mantener el éxito del género. Podían haber intentado crear más, buscar temáticas y sensaciones distintas al manido tema de “adiós maldita, te dejo pero te amo” que machaconamente se repite en varios hits. Pero se echó mano de lo más fácil y eso fue buscar otras versiones de lo mismo. Así se adaptaron descaradamente viejos éxitos del Puma Jose Luis Rodriguez , hits de la canción romántica italiana de los años setenta o se copió sin roche este conocido tema mexicano (cuya agresividad machista alcanza niveles que el Perú no se dan, quizá de ahí el morbo y el vacilón).

Pero el año se acaba, viene el verano y el público inicia un nuevo ciclo de consumo (vieja ley de la música comercial: todo tiene su plazo, no puedes continuar indefinidamente dando lo mismo). Y el resultado ha sido volver a copiar, y esta vez se ha echado mano de viejos y recientes éxitos de la música andina, tanto en su vertiente tradicional como en la más pop. Así, se ha cumbambiado –valga el neologismo- tanto un éxito del malogrado autor ayacuchano Paul Trejos como este bombazo del chichafolk peruano.

Pero lo que me ha puesto los crespos hechos es la adaptación morbosa y simplona de un viejo (y entrañable) taquirari del oriente boliviano, El sombrero de Saó, masacrado a conciencia por nuestros exitosos grupos y convertido en este nuevo superhit. Si revisan los comments del youtube es explicable las airadas protestas de los internautas del altiplano que ven cómo el Perú de Alan les roba y degrada pedazos de la cultura de un país que está ahora en pleno auge nacionalista (para bien y para mal, porque allí se bronquean por la versión punkcruceña de la mencionada canción).

Como ahora esa música llenará todas las macrodiscotecas y fiestones de fin de año, los profesionales del género están felices. Pero no se fijan en que no hay síntoma más claro del ocaso que la recurrencia casi mecánica a la copia y a la segunda mano. La inspiración –que en algún momento la hubo, al elegir las canciones por ejemplo- ya se acabó, ahora solo queda meterle metales, bongós y coreografías a lo que venga.

No siempre fue así. Ahora en el Centro Cultural de San Marcos podemos ver una extraordinaria exposición sobre el folklorismo de masas en el Perú, aquella aventura entre artesanal e industriosa, en parte telúrica y en parte oportunista que terminó levantando la música popular en primer plano y cambiando definitivamente el ecoambiente sonoro de este país.

El desprecio por la creación y la apuesta por la adaptación fácil no son algo gratuito. Se relacionan claramente con la ruina de nuestro sistema educativo y el desdén del Estado, las clases dominantes y sus poderes fácticos por la cultura: Un país donde se valora más la construcción de una autopista por encima de la infraestructura universitaria y el patrimonio arqueológico, donde bibliotecas o museos son vistos y usados como salas de banquetes y conferencias, donde la tacañería del Estado convierte a encomiables profesionales de la cultura en víctimas vulnerables, donde se censuran creaciones con total impunidad, donde a la hora de crisis se evidencia que la cultura es la última rueda del coche. Eso es lo que hay.

En ese país ¿es de extrañar que hasta sus músicos más exitosos terminen plagiando? Es más ¿es de extrañar que a amplias masas les guste disfrutar de plagios atroces y adaptaciones baratas?

Total, como los chilenos han terminado copiándonos, no pasa nada, nos sentimos chéveres y en las nubes. Chupa nomás y seguimos bailando.

Y no es justo para un género que ya se ha ganado un nombre propio.


*La imagen, sacada de una preocupante noticia de carabayllo.net

viernes, 12 de diciembre de 2008

Políticas culturales desde arriba y políticas culturales desde abajo




A partir de la demagógica idea de crear un Ministerio de Cultura y al calor de algunas actividades que nuestro nacionalcatólico INC viene organizando en las últimas semanas, se ha vuelto a discutir sobre la necesidad (más bien la viabilidad) de las políticas culturales –o, dadas las circunstancias, siquiera de alguna política cultural- en el Perú.

El sociólogo Santiago Alfaro, en un blog que se renueva menos aún que el mío, señala la necesidad de una financiación mixta a la cultura, que combine la inversión estatal cualificada (fondos nacionales), la exoneración de impuestos a las inversiones privadas en cultura así como una novedosa ley de mecenazgo: Lo ideal no es optar por el financiamiento privado o público sino por ambos. Una manera de hacerlo es la formulación de fondos nacionales y leyes de mecenazgo, entre otros marcos normativos y programas institucionales. Con ello se diversificaría la fuente de recursos para la sostenibilidad de las actividades culturales, contribuyendo a la ampliación de las opciones de los ciudadanos para crear y consumir autónomamente”.

Suena bonito, y más ahora que han regresado las Galas de Beneficencia para los Pobres.

A mis años, ya me he convencido que tienen que pasar cosas muy fuertes en este país (una revolución, por ejemplo) para que el Estado gaste en cultura de forma, digamos, decente. No nos comparemos con Francia, que lleva medio siglo gastando presupuestos peruanos enteros en programas culturales. Hablemos de países más cercanos como Chile, cuyo liberalismo tan cacareado por sus copiones peruanos es capaz de becar poetas, cosa que en el Perú suena no digo a cachita, sino a utopía.

(Y he dicho Chile para pasar piola, porque si nos referimos a países más cercanos todavía encontramos propuestas que en el Perú son simplemente inimaginables o se nos ponen como delirantes.).

Estamos en el sótano de las políticas culturales de Estado, por si alguien no lo sabía. Somos los trogloditas de Sudamérica. Nadie lo diría con la tremenda oferta histórica y cultural que vemos todos lo días pero así es. Cuba, país más pequeño y con muchísimo menos patrimonio arqueológico, histórico y cultural que el Perú es nuestra hermosa odiosa comparación: "La Organización de Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO) concluyó en su informe anual, que Cuba es el único país de América Latina y el Caribe que cumplirá la Meta del Milenio de Educación para Todos, ocupando el primer lugar con un Índice Alto". Sí incrédulos, verlo aquí.

En cuanto al sector privado, que no nos encandilemos con las superstars del norte peruano, donde las empresas invierten selectivamente en proyectos turísticos muy rentables y punto. De hecho, el sector privado se centra en asuntos de corto plazo como carísimos libros fotográficos, eventos literarios selectos y puntuales, full turismo y nuestras creaciones heroicas de fin de siglo como la gastronomía. Háblenles a los empresarios de proyectos culturales a mediano plazo y de mayor impacto masivo y ya veréis lo que les dicen (o la forma como le dan el portazo).

Dicho en plata ¿Por qué el sector privado se gasta una millonada en libros de lujo sobre los auquénidos del sur peruano y no le da la gana de apostar por una red de librerías en el Perú? O, siendo ya realsocialistas ¿Por qué, siquiera, no invierte en las comunidades campesinas ganaderas?
Además, en los días de hoy, la crisis financiera es la excusa perfecta para darte siempre de menos.

Pero, optimista del ideal, en otras partes veo otras formas de políticas culturales. Y me centro en literatura.

Hace uno meses sucedió el VII Encuentro Nacional de Escritores Jesús Manuel Baquerizo en Ayacucho. La iniciativa partió del humilde Gremio de Escritores del Perú y del Centro Cultural de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. El empuje final lo puso su director, el poeta y hombre de teatro Marcial Molina Richter. Fue una carrera contra el tiempo para montar el evento en menos de dos meses y casi sin recursos. Pero salió. Lo más importante: Los escritores fueron inmediatamente destacados en tríos a los colegios e institutos pedagógicos de la ciudad para que hablaran con los escolares difundiendo el amor por la lectura. Lo que dio no solamente jornadas de escritores (que se peleaban por estar en las ternas) que hablaron con escolares durante más de seis horas, sino de escenas de excepción como la veintena de colegialas que asaltaron el vestíbulo del hotel en búsqueda de Oswaldo Reynoso, como si fuera un auténtica estrella de rock. (Más o menos, así lo es).

Uno de los resultados de ese evento fue que la Revista Peruana de Literatura , con la colaboración de los docentes y autoridades, ha convocado un concurso sobre narrativa mítica entre los escolares de los dos colegios más numerosos de Huamanga.

Meses más tarde, el distrito de Marca -un distrito digo, no una cabecera provincial ni mucho menos capital de región- organiza el XVI Encuentro de Escritores Ancashinos de forma apabullante. Allí, nos recibieron con banda de música y lluvia de flores -qué quieren que les diga, dudo que vuelva a gozar de este tipo de recibimiento en los años que me quedan de vida, ojalá me equivoque- nos dieron a a comer lo mejor de sus fogones y nos llevaron a conocer sus tesoros ocultos (hartos dibujos rupestres...) y no tan ocultos (sus pallas, tan fabulosas como las de Corongo). En ese pequeño pueblo, de difícil acceso, donde no hay cobertura para telefonía celular y suelen cortar la luz por las noches; el conocido artista plástico César Quispe Virhuez Quispejo montó una pinacoteca de lujo en el único gran colegio de la localidad (exhibiendo cuadros de pintores residentes en el extranjero, que que valían más que todo el presupuesto del gobierno local), los escritores donamos libros para la futura biblioteca municipal (que ya está en funcionamiento) y, ante un auditorio repleto, los estudiantes de secundaria interpretaron frente al dramaturgo Áureo Sotelo una de sus obras ante el entusiasmo general (pocas veces he visto la poderosa magia del teatro como en ese momento). El esfuerzo de llevar a casi cuarenta escritores peruanos se hizo no solamente por el esfuerzo del consistorio sino con la participación de toda la población que abrió sus casas y acondicionó dormitorios para los participantes. El dinero gastado durante ese evento, con seguridad, ha sido bastante menos que cualquier brindis de honor ministerial.

¿Adónde quiero llegar? Que en el Perú hay muchos más actores sociales que pueden involucrarse en las empresas de gestión cultural además del Estado o la empresa privada. Me refiero a gobiernos regionales y locales, organizaciones de la sociedad civil, colegios profesionales, universidades e incluso instituciones educativas (los colegios nacionales -y algunos privados- son un aliado estratégico, un territorio siempre amigo, un lugar aún indisputado por las grandes transnacionales). Gente más allá de la burocracia centralista. Quienes defendemos una cultura popular debemos ya tener nuestras propias redes, activar nuestros propios circuitos, generar nuestras propias dinámicas. Y hacerlo desde abajo.

No es pensar en pequeño, es realismo. Y no es apostar por una utopía sino invertir en experiencias que funcionan. Que otros esperen sentados la inauguración del Ministerio de Cultura, nosotros tenemos mucho que hacer.
Y el gran Quino, una vez más, nos lo señala clarísimo.







lunes, 8 de diciembre de 2008

LA VAINA DE LA LITERATURA CHICHA




Dorian Espezúa, una de las voces autorizadas de la nueva crítica andina de la literatura peruana (sino el que más), profetizaba en su ya celéberrimo artículo en la la ya celebérrima revista Casa de Citas que “el día que se escriba un novela chicha, aquél se llenará de dinero”. Espezúa –como este servidor- no ve en lo chicha un asunto de estigma, todo lo contrario. Lo chicha es una evidencia de la potencia creadora de nuestras clases populares, una nueva estética que nace de las nuevas expectativas, las nuevas tecnologías, los nuevos sujetos y la nuevas dinámicas sociales en el Perú. Es una estética ya tiene músicos, gastrónomos, arquitectos y hasta ensayistas, pero que busca su ingeniero, su novelista y -pese a los intentos- su poeta (además del necesitaado Domingo de Ramos). En fin, dejándose de huevadas y para ser más parcos, hablar de lo chicha es hablar de la modernidad en el Perú. De lo que hay acanga. Nos guste o no.

Para un servidor, lo chicha, como todo lo popular que se le escapa al control de las clases dominantes, tiene necesariamente que poseer una impronta rebelde, alternativa y, carajo, hasta clasista:

"Lo chicha es también la emergente burguesía de matriz provinciana cuyo accionar incluso traspasa las fronteras. Chicha también es la voluntad de modernidad de los descendientes de los migrantes, su permeabilidad a la innovación, su búsqueda de satisfacer y potenciar el consumo interno. Chicha han sido muchas iniciativas ciudadanas realizadas frente a la omisión del Estado y sus instituciones (las medidas extremas y ejemplarizantes que se toman en los asentamientos humanos contra la impunidad de la delincuencia). Chicha es la búsqueda experimental de nuevas estéticas, de nuevos gustos, de nuevos productos que no buscan copiar modelos anteriores pero tampoco negarlos (el nuevo porno de consumo popular, el desarrollo de una sub-industria independiente de DVDs que va desde la reproducción de recitales cómicos callejeros hasta la elaboración espúrea y a retazos de documentales de corte histórico y político) Chicha son los caminos plurales –aunque muy contradictorios- por donde recorren las disciplinas y los oficios que han sido reapropiados por estos nuevos sujetos (véase el abanico simultáneo y yuxtapuestos de diversos subgéneros de la música andina moderna) Chicha es también los aportes inéditos que se dan a la cultura contemporánea: Sean los motivos y colores estéticos del pintor Christian Bendayán, sea los nuevos discursos cinematográficos (novísimos, bizarros, ¿fundacionales?) del nuevo cine andino ( el melodrama post-hindú de El Huerfanito, la construcción de un cine de terror trash peruano en El regreso de los Jarjachas). Chicha es la aparición de una prensa informal pero que busca conectar con el consumo de sus pares: Sea la publicación de folletería explicativa de gestiones legales imprescindibles aunque lejanas, sea el boom de la prensa de medicina natural, sea la aparición de secciones y titulares en los periódicos que abordan directamente el tema de la emigración y búsqueda de trabajo en el extranjero.

Por último, el término de chicha es una hermosa metáfora de la chicha misma: Es un producto nuestro, de elaboración artesanal y consumo masivo. Como la bebida andina, forma parte de la tradición pero ha persistido con éxito en la construcción de nuestra oriunda modernidad (la chicha es una bebida con mucha presencia en fiestas populares, es un recurso habitual para conseguir dinero extra en alguna actividad pro-fondos, busca asentarse en otros mercados embotellándose y ofreciéndose en ferias y supermercados).

Y, sobretodo, la chicha es fermentación. Y representa la maceración de diversas generaciones de pobladores, de experiencias, de aprendizajes. Los increíbles caminos de la cultura chicha son producto de décadas de desarrollo continuo, una avenida furiosa de múltiples carriles, cada uno enredándose y desenredándose con los demás y construidas en un proceso discontinuo, a veces casi caótico, pero ininterrumpido".


¿Soy romántico? A ver si la chicha no es otra cosa que un revival sentimental del proceso cultural que tenemos los últimos cincuenta años. Sabiendo que todo empezó, crudamente, aquí.

Buscamos una identidad. Eso está claro. No nos gusta nuestro Estado (y gobierno) que tenemos, y nuestra infraestructura cultural no nos ayuda mucho. A lo mejor nuestros jóvenes escritores son demasiados académicos y han abandonado la saludable senda de la calle. Quizá, como discutíamos con los escritores Miguel Ildefonso y Fernando Carrasco en nuestra querida casa de estudios, la mayoría de nuestros escritores jóvenes no hablan del fenómeno chicha ni de nuestra lujuriosa contemporaneidad y prefiere escribir sobre nuestra raíces andinas -virtualmente bucólicas- o se vacían en novelas históricas. No nos gusta lo que vemos, muchos sentimos que la modernidad andina es jodida:


"Y es que lo chicha está vinculado a la ola de periódicos sensacionalistas que produjo el servicio de inteligencia del fujimorismo. Lo chicha está vinculado a los tristes personajes que rondaban en los programas de Laura Bozzo y sus imitadores, lo chicha eran las nuevas ofertas alimenticias pródigas en mezclar sabores dispares (la mazamorra con el arroz con leche, los combos compuestos por papas a la huancaína, cebiche y tallarines). Chicha era no sólo la nueva industria de reproducir CDs y DVDs sin permiso del autor (actividad también llamada piratería audiovisual) sino también los ambientes donde estos productos se distribuyen y consumen. Chicha es la estética chocante de los afiches que promocionaban antes la música chicha, luego la tecnocumbia y ahora los conciertos de Dina Páucar o Sonia Morales: Colores violentos, fosforescente, tipos de letras desproporcionadas. Chicha es la manera de hablar en las radios chichas: Estridente, atropellada, repetitiva. Chichas fueron (y son) muchos políticos que, haciendo gala de su incultura, medraron en el fangal del fujimorismo. Chichas son esas vedettes semianalfabetas que se blanquean con tintes y siliconas. Chicha es lo deliberadamente informal hasta la delincuencia, la combinación llamativa por lo exagerada y lo antiestética. Las connotaciones negativas de lo chicha son infinitas y, lo peor de todo, las hemos internalizado y las percibimos ya como normales".

A lo chicha lo ha contaminado la corrupción fujimontesinista, la prensa amarilla y sus hijos espurios de los despachos y la calle. Escribir sobre ellos no es sobre el pujante empresariado cholo sino sobre cómo los nuevos segmentos sociales se integran a la cochinada del sistema.

O, carajo, quizá el asunto sea más clasista de lo que se pensara, y el problema sea que los sectores más privilegiados de la gran migración hayan preferido pactar con las clases dominantes. Que Gamarra sea no un ejemplo de la pujante inicitativa migrante sino un capítulo más del acomodo con el poder. Un rollo complejo que a los escritores jode, porque siempre joden las cosas ambiguas, poco claras, relativas…

Para mí , la literatura chicha solo funcionará como literatura agresiva de liberación. Una literatura que hable de las coimas de la policía, de las miserias del poder judicial, de las carencias del sistema educativo, de las contradicciones de la explotación del trabajo infantil, de las taras de la familia verticalista, del carácter ambiguo de las mujeres peruanas (emprendedoras, imaginativas, temporalmente explotadas pero siempre marginadas en las decisiones del poder) de las formas creativas que cualquier peruano de a pie fabrica frente a las adversidades, de cómo le metemos el dedo al poder. Y eso quizá dé mucho miedo hacerlo.

No sé si Dorian lo sepa, pero la futura literatura chicha no solamente será comercial, tendrá que ser revolucionaria.

Chucha! Cojones, escritores. Bueno, aunque suene machista. Necesitamos escritores con su par de huevos (o su equivalente feminista) Total, necesitamos una escritura visceral y total.
Bueno, tranqui todos.
Como final, con buen ánimo, bailen con una Rita Pavone más proletaria que nunca, con martillo y todo (ya los quiero ver con una esposa en ese plan). O un poquito más light y cachonda. Con los tiempos que corren, parece que otra vez la revolución es el futuro. Sea.
Actualización. Para que siga el debate, este ensayo de Miguel Angel Vallejo.