martes, 8 de septiembre de 2009

70 Años


Como sabéis, el 1 de Setiembre de 1939, las fuerzas armadas del III Reich cruzaban la frontera polaca. Para la fecha de este post ya habían alcanzado la capital, rodeándola. Había empezado la Segunda Guerra Mundial que -entre otros detalles como la carnicería general de casi sesenta millones de seres humanos- se convirtió en todo un referente cultural pop (La Lucha contra El Mal) para posteriores generaciones. Por no decir que también tuvo su fuerte impronta literaria.

Bart Simpson dijo una vez que "... no hay guerras buenas, salvo excepciones como la Revolución Americana, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de las Galaxias". Sobre la Segunda Guerra Mundial se debe haber escrito más que sobre cualquier otro acontecimiento histórico en el planeta (exceptuando quizá las escenas fundacionales de las religiones judeocristiana y musulmana): Toneladas de libros sobre ejércitos, armamentos, uniformes y demás parafernalia pajera, generalmente pronazi. Hay editoriales especializadas en producir títulos solamente de este conflicto. Hay historiadores con vena literaria que no eran nadie hasta que trataron la guerra y se convirtieron en bestsellers. Cada cierto tiempo aparecen colecciones de fascículos sobre lo mismo como si no supiéramos si los alemanes y japoneses la ganaron o la perdieron. E igualmente todos los años aparecen (temerarias) novedades editoriales sobre el tema (que Churchill estuvo a punto de pactar con los nazis, que a Stalin lo salvaron de una depresión postraumática a las puertas de la Batalla de Moscú, que EEUU pudo haber perdido la guerra en 1941 si...). Los temas de la guerra van mucho más allá de asuntos puramente militares, se meten con la familia de los jerarcas nazis, o narran el fascismo en clave de aventuras juveniles. Capítulo aparte es toda la literatura pulp de explotación del tema que va desde el clásico Sven Hassel hasta ucronías de invasiones de extraterrestres reptiloides en plena Batalla de Inglaterra (sí, de la imaginación de este señor). Y no podemos omitir esa otra frondosa literatura que es la Historiografía Revisionista, la que duda de la veracidad del Holocausto, que le echa la culpa de la guerra a los británicos o considera Hiroshima y Nagasaki como crímenes de guerra y de lesa humanidad. En los tiempos que corren, postmodernos y netamente audiovisuales, las cosas más van por recreaciones frikis y alucinantes propuestas cinematográficas.

Pero también se ha hecho buena literatura del tema.

Si bien hay cierto consenso en hablar de Sin novedad en el frente como la gran novela de la Primera Guerra Mundial (la cual también produjo sensacional poesía), en el caso de la Segunda Guerra la diversidad de criterios es más acentuada. En esta parte del mundo hemos estado más cercanos a la producción anglosajona de mucho tirón mediático y adaptación cinematográfica asegurada. Destacamos el caso de James Jones, autor de las posteriormente oscarizadas De aquí a la eternidad (más conocida por el tórrido, playero e interminable beso entre Burt Lancaster y Deborah Kerr) y La delgada línea roja, aplaudida por los fans de Sean Penn. Personalmente recomiendo Los desnudos y los muertos, la poderosa novela de Norman Mailer que posiblemente -si uno le dedica todo el día a Quilca- se pueda hallar a buen precio. Para quienes quieran algo más complejo y provocador, está el mítico Matadero 5 de Kurt Vonnegut, donde a la temática bélica se le une una corrosiva crítica al estilo de vida norteamericano.

Pero la inmensidad de temas acerca de esta guerra es de nunca acabar y aquí no vamos a hacer un inventario ni de coña. Recordar quizá que buena parte de la narrativa del conflicto ronda la tragedia del Holocausto (el-sólo-para-adolescentes Diario de Ana Frank, los casi inencontrables libros-testimonio de Primo Levi Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados, o lo que nos dice un Nobel como Imre Kertész en Sin destino) así como las paradojas de los sobrevivientes (El tercer hombre de Graham Greene, otra novela inmortalizada por el celuloide).

O la visión de la guerra desde otras sociedades: La versión soviética en novelas clásicas como La Joven guardia del torturado (por su conciencia y el alcohol, no por la KGB) Aleksandr Fadéiev y Lucharon por la patria del Nobel Mikhaíl Sholojov; así como en narrativas más recientes como la experiencia de los judíos soviéticos en La arena pesada de Anatoli Ribakov o la redescubierta Vida y destino de Vassili Grossmann (novela prohibida en su tiempo por disidente y en nuestro tiempo por cara, 90 solazos). Otra visión de la guerra, excepcional porque el autor es asimismo protagonista, es la de Curzio Malaparte, aristócrata quien fuera primero fascista, luego antifascista y finalmente comunista. Malaparte escribió Kaputt (novela redactada clandestinamente mientras era corresponsal italiano en el frente ruso, la repartió entre varios mensajeros para eludir el control fascista y sus últimos capítulos estaban escondidos en la doble suela de las botas del autor) y La Piel, textos de irónica amargura y descarnada agudeza sobre la condición humana en tiempos de guerra. Si se dedican a bucear entre Quilca y Amazonas a lo mejor puedan encontrar históricos ejemplares de los años cincuenta y sesenta. Entre ellos, los que alguna vez regalé hace veinte años.

¿Y el Perú? Para variar, aquí hay mucha desinformación sobre nuestra participación en la guerra. Participación que no fue precisamente para enorgullecernos. Recordemos que nuestra oligarquía fue simpatizante de los fascismos, que el Perú fue uno de los países que reconoció al gobierno de Franco, que tuvimos un partido fascista de masas, que nos aprovechamos del conflicto para saquear negocios japoneses limeños y el Perú tiene el dudoso honor de ser el país latinoamericano que más japoneses deportó a EEUU, los mismos que malvivieron la guerra en los campos de concentración para niseis con ciudadanía norteamericana. El Decano de la prensa peruana no ocultaba su simpatía por el eje durante toda la década de los años treinta. A Jose María Arguedas y a otros estudiantes más los encerraron en El Sexto por protestar la visita provocadora del embajador italiano a San Marcos. En cuanto a la historia (difundida con tatachines por El Decano) de una "bella espía peruana" que contribuyó a la victoria aliada en Normandía...aquí pueden leer mi explicación.

Demasiadas historias oscuras y poco aireadas para que tengamos nuestra propia literatura sobre el tema. Aunque, de haberlas, haylas. Tenemos una curiosa novela del piurano Francisco Vegas Seminario (Hotel Dreesen) que va de diplomáticos latinoamericanos en Europa contemplando los últimos estertores de la guerra. Pero, por lo general, lo que hay es la guerra como música de fondo, como referencia cultural o recurso nostálgico: Es el caso de Cordero de Dios, del malogrado escritor loretano Jaime Vásquez Izquierdo, donde la historia de Iquitos se entrelaza con la historia de una familia judía residente, con la guerra como presencia lejana pero constante. También en La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez hay alusiones a la contienda como referente dentro de nuestro propio combate ideológico (o de dibujado origen argumental como el caso de El mundo sin Xóchitl). La guerra también aparece como espacio sociotemporal dentro de la muy experimental novela El círculo Blum del joven escritor Lucho Zúñiga.

Pero la Segunda Guerra Mundial es sobretodo una parte integrante del background mental e icónico de varias generaciones. Ha sido nuestra memoria audiovisual y ocupa el lugar que los cuentos de hadas o los mitos ancestrales ocupaban en la memoria de nuestros tatarabuelos. Se ha convertido en una tradición de masas o, como dicen muchos críticos, un espacio ideal para ventilar dilemas e ideales que en el mundo de hoy resultan imposibles concebir. Como en La Divina Comedia, la Segunda Guerra Mundial es un escenario paralelo al real que nos propone motivos, ideas, comparaciones, sueños.

Pensando en Auschwitz, en Stalingrado, en la resistencia de los partisanos o el hambre de las ciudades arrasadas; podemos también pensar en la masacre de Putis, en Lucanamarca, en el combate de Madre Mía, en la matanza de los penales o las penalidades de las comunidades asháninkas...

Y es que pensando en el retorno de Alan García, la presencia del almirante Giampietri, los cubileteos del fujimorismo o el auge de sujetos ponzoñosos como el ministro Rafael Rey; uno también puede reflexionar en cómo Franco (socio de los fascismos) pudo seguir tanto tiempo en el poder, en la trayectoria de Reinhard Gehlen (de jefe del contraespionaje nazi en Rusia a director del servicio secreto en la República Federal Alemana) o en las oscuras maniobras de los fascistas italianos ayer y hoy para regresar al poder en la Italia de la postguerra con apoyo norteamericano, alianzas con la mafia siciliana y bendiciones del papado romano (que lo diga el propio Berlusconi de sus amigos)...

Marx decía que la historia se repetía primero como tragedia y luego como farsa. En el Perú la historia, cuando se repite, lo hace como humor negro para zoquetes.

Mientras tanto, en Ecuador...