miércoles, 29 de mayo de 2013

EL QUIJOTE DE CHIMBOTE



Reinicio mi contacto en este blog con una muy mala noticia: El fallecimiento de Jaime Guzmán Aranda.

¿Quién era Jaime? Escritor, editor, animador cultural de Chimbote. Y uno de los Quijotes de nuestro país.

Enamorado hasta el tuétano del gran puerto del Norte, Jaime se empeñó en que todos conociéramos a Chimbote por su literatura. Fundó Río Santa editores, una de las editoriales más activas fuera de Lima, cuya divisa era: ¡Para dejar de ser forasteros en nuestra propia tierra, leamos lo nuestro!¡Sólo se ama lo que se conoce, lee literatura de Chimbote! Esto que pareciera ser una algarada localista era el gran grito de campana que convirtió a Chimbote en uno de los grandes polos culturales del Perú.

Jaime se obsesionó por publicar todo lo literario que pudiera aludir a Chimbote. Rescató los textos chimbotanos de titanes de nuestra literatura como Julio Ortega u Oscar Colchado. Sacó adelante antologías de ensayos sobre la ciudad con firmas históricas como las de Cornejo Polar o Flores Galindo. Llegó a gestionar los permisos y derechos para publicar el célebre libro de Guillermo Thorndike sobre el plutócrata pesquero Luis Banchero (que buena parte de su vida la dejó en ese puerto). Impulsó a jóvenes escritores de la ciudad a publicar como el caso de Miguel Rodríguez Liñán, Augusto Rubio y Ricardo Ayllón. Tenía que imprimir a Juan Ojeda, el gran ausente, el gran vate de Chimbote, nuestro único poeta marinero. Sin Jaime, no habríamos descubierto a Fernando Cueto, uno de nuestros más prometedores escritores de este siglo.

Toda esa labor editorial lo hizo a costa de sí mismo. No se hizo millonario con su editorial ni mucho menos. Todo lo contrario, quiso hacer de Quijote en su tierra, a sabiendas de lo que recibiría a cambio.

Jaime hizo todo lo que pudo para que la literatura chimbotana floreciera: Financió librerías que al final quebraron, él mismo en su propia camioneta llevaba sus libros a cualquier evento, realizaba iniciativas bizarras como polladas culturales:  ventas de pollo a la parrilla para conseguir fondos. Presentaba libros con desfiles de escolares y bandas de música por la ciudad. Sacaba revistas culturales efímeras, que de la nada salían. Provocador y lujurioso, como lo era, acometió la publicación de un libro de cuentos eróticos de Chimbote, dándolo a conocer en uno de los principales prostíbulos de la localidad. Agasajaba a los escritores que se detenían en Chimbote, con desayunos generosos por la mañana, anticuchos y cervezas por la tarde y vigorosos caldos de lengua por la madrugada. Con él aprendimos que Chimbote no era una gran barriada sino una gran comunidad de artistas tan o más activa que sus símiles de la capital del Perú.

Pero esto era, como ya saben, una labor de Quijotes. De peruanos que se quedan en bancarrota a mitad de sus sueños, que reciben crueles burlas de sus pares metropolitanos y banales puntapiés en las ventanillas bancarias, que se pasan mañanas enteras en despachos oficiales para apenas conseguir migajas, que intentan convencer una y otra vez a gente que, detrás de elegantes corbatas, no mira más allá de sus intereses y considera el arte como una extravagancia. Que se queman las cejas publicando libros y revistas en un país donde millones leen prensa chicha, miran todos los días telebasura y gastan sus excedentes comprando baratijas en las galerías comerciales.

Pero, pese a las evidencias, necesitamos este tipo de Quijotes. Necesitamos de gente que invierta su tiempo, sus recursos, su vida misma en la cultura y en el arte. Porque la cultura y el arte son una de las pocas ventanas que tenemos para no asfixiarnos en la mediocridad cotidiana, el individualismo salvaje y la ignorancia jactanciosa. Nuestro país no es grande porque vivamos de exportar exitosamente minerales a China, exhibamos un gigantesco PBI en uno de los países más desiguales de la región o presumamos de comer rico mientras millones de nuestros hijos se acercan a una sonrojante tasa de desnutrición crónica; el Perú es y será grande gracias a su cultura, gracias a nuestra capacidad de crear.

Se ha ido Jaime, el gran Quijote de Chimbote. Esperemos que otro chimbotano tome su adarga, coja su lanza y monte el flaco rocín. Que muchos quijotes peruanos enfrenten -con la sonrisa alucinada y la cabeza alta- los molinos de viento del Perú. De momento, no nos queda otra salida.

PD: En la foto, Jaime Guzmán Aranda en primer plano, escoltado por Oswaldo Reynoso y Fernando Cueto. Vamos, casi en el Olimpo.