viernes, 29 de junio de 2012

La insoportable levedad del ser peruanos







Vuelvo con Uds nuevamente después de un par de meses de ausencia. Pero con fuerza, en estos próximos posts y ya metidos en el Mes de la Patria, vamos a discutir sobre lo que somos o, dicho de forma más directa y negativa, sobre lo que NO somos.


Una de las consecuencias de esta década de crecimiento económico ha sido la explosión de un sentimiento de orgullosa peruanidad que no se notaba, quizá, desde los primeros años del régimen de Velasco. Desde los medios, en la publicidad, en diversos eventos civiles y hasta en aniversarios privados; hay derroches de curiosa peruanidad que van desde atiborrarnos (con un orgullo a prueba de colesterol) de nuestra frondosa gastronomía hasta disfrazar de chalanes a las cajeras de nuestros supermercados en el mes de Julio. Por no hablar de esa incomprensible y masoquista fe en nuestro seleccionado nacional de fútbol pese a las toneladas de evidencia en contra que siempre se nos muestran.


Pero lo que más(me) irrita es ese convencimiento que ya existe un Perú, que ya tenemos un país nuestro, consolidado, procesado, destilado y macerado como nuestro pisco y otros licores patrios con menos cachet. Que hay algo más que la blanquirroja y los desfiles de Fiestas Patrias, que la asiática reverencia a Miguel Grau y el orgullo popular por nuestra viandas, que el culto al emprendedor con éxito y la continuidad de ciertos mitos nacionales aprendidos desde el colegio (Que somos una nación en formación, el el himno del Perú es el segundo más hermoso del mundo después de La Marsellesa, etc.).


Para ser claros ¿Hay algo en común entre el empresario de Gamarra y los pobladores de las alturas de Apurímac, entre los agricultores del Mantaro y las comunidades amazónicas que protestaron en Bagua, entre los trabajadores de la uva en Ica y los comerciantes de Juliaca, entre los creativos de una empresa de publicidad en la Lima miraflorina y los ronderos cajamarquinos? Posiblemente tengan algo más en común, pero no sé si lo suficiente como para hablar de una peruanidad compartida.


¿Sentirán lo mismo una promoción de un colegio particular de Piura que sus pares de un colegio público en Masisea? Como adolescentes definitivamente tienen muchas cosas en común, pero no sé si eso alcance para hacerlos partícipes de una comunidad nacional.


Desde Lima, el Perú es un inmenso discurso publicitario que comparten agencias de turismo como empresas cerveceras. Para los metropolitanos, el sentimiento de identidad común lo intuimos -lo queremos ver real- gracias a los spots de Claro o las carísimas campañas de PromPerú. Ahora en julio, la pujante empresa privada nos va a hartar de comerciales nacionalistas difundiendo a bombo y platillo la imagen de un país optimista, unido, multicolor, armónico y, por cierto, despolitizado.


Para mí este discurso es falso y engañoso, como ustedes -los que me han leído más de una vez- lo saben. Sin embargo, este sentimiento de "falsa peruanidad" (al igual que el concepto marxista de "falsa conciencia") tiene una creciente base popular, alimentada por la bonanza económica y una inusual estabilidad política. Cierto canon de dogmas repetidos desde las aulas, un pool mediático aliado con la élite empresarial que bombardea con impunidad a las masas con proyectiles ideológicamente tóxicos y un espacio psicosocial de relevancia que los poderes fácticos regalan a la Iglesia y a las Fuerzas Armadas; son la base de un nuevo proyecto de identidad nacional, de un enésimo proyecto de país. La diferencia, quizá, es que es un proyecto con mayor éxito que los anteriores. No por ser más democrático sino por conectar mejor con los deseos de la mayoría de este país.


Deseos que no solamente van por ganar plata y punto. Implica también las ganas de muchos peruanas y peruanos de conquistar espacios propios, de ejercer su derecho al disfrute y al placer, la posibilidad de hallar vías de reconocimiento y también de socialización. 


Y, qué quieren que les diga, lo veo en las miradas y las palabras de muchos adolescentes y jóvenes de sectores populares, chicos y chicas que todavía viven bajo el límite de la pobreza, en casas de material precario, calles sin asfaltar o con el agua racionada. Más de una vez han sufrido la discriminación y el ninguneo, pero no han respondido con ira y siguen creyendo en este país, incluso en el Perú que le dibuja la televisión en abierto y la prensa chicha. Y pese a que este país -este sistema social enraizado en el Perú- los ha tratado mal, negándole derechos y accesos a servicios que necesitan, quitándole oportunidades y explotándoles gratuitamente; ellos se morirán de ganas de desfilar en estas fiestas patrias, participando en esos eventos paramilitares que a usted y a mi nos exasperan, pero que para millones de chibolos representan el acontecimiento extracurricular más importante del año escolar.


Es verdad que lo oculto permanece y las máscaras tarde o temprano tendrán que caer. Las desigualdades no desaparecen con un spot de televisión y las huellas que en nosotros deja la discriminación no las borra un festival gastronómico. Pero el esclarecimiento de ese Perú profundo quizá no vaya por la explosión política (con en los viejos tiempos) sino con la aparición de nuevas prácticas sociales que los novísimos peruanos apliquen.


Este es el país de la prensa rastrera y la cultura chicha, sí. Pero también es el país donde se lee en los colegios mucho más literatura peruana que antaño y donde en muchas regiones la gente está aprendiendo a defender lo suyo. Es curioso que aquellos jóvenes que protestan contra las transnacionales y arrinconen a la policía, sean los mismos que en la noche ponen Al fondo hay sitio o gastan sus ahorros en un par de zapatillas guapas. Así como es curioso -y chocante para quienes adoran al Perú oficial- que los jóvenes emprendedores de Lima Norte usen su tiempo libre en grupos de pop hindú o que las telenovelas surcoreanas sean más populares entre nuestras muchachas que sus símiles latinoamericanas. Como lo dije alguna vez antes: Hoy las adolescentes de un barrio popular bailan un sinkuy cuzqueño en el Festidanza de su colegio por la mañana, ven juntas un DVD de Las vírgenes de la cumbia por la tarde y bailan puro reggaetón durante toda la noche. Sin ningún problema.


Para quienes crecimos en un país crispado por la violencia política y la bancarrota económica, el Perú del siglo XXI es un nuevo campo de pruebas.


De esto vamos hablar las próximas semanas. Agur y tupallanchis kama.