lunes, 23 de enero de 2012

Érase una ciudad inculta




Bien, para nadie es un secreto que Lima me resulta desagradable y que, para los recursos y las oportunidades que tiene, es una ciudad bastante inculta. Inculta en el sentido que la mayor parte de los limeños no tienen acceso a productos culturales que en otras partes del globo son un derecho casi natural y aquí en la capital (y en el país) un odioso privilegio. Ahora bien, con Susana Villarán en la alcaldía ¿Ha cambiado esta situación?


Uno diría que sí. Desde el propio portal de la municipalidad se le da un peso bastante específico al sector cultura y se ha gestionado el proyecto Cultura Viva: varios festivales culturales en diversos puntos de Lima que constan por lo general de danza, muralismo,  música, circo y teatro. Quizá lo más importante de este proyecto sea el plantearse alianzas estratégicas con organizaciones culturales valiosas como La Tarumba, Yawar o La Gran Marcha de los Muñecones.

Pero además de ese proyecto, la municipalidad ha impulsado pasacalles, exposiciones culturales en varios lugares públicos y un interesante proyecto (aunque de momento reducido solo a los chicos del Cercado) promocionando visitas de escolares a los museos de la ciudad. Se está estimulando a los colegios a presentar planes de innovación pedagógica. Se ha hecho una consulta a diversos agentes sociales para impulsar un proyecto de Lima como Ciudad Educadora. Incluso hay programas de actividades ecológicas y de ocio, creación de nuevos parques, promoción de festivales gastronómicos que bien pueden estar dentro de la categoría de iniciativas culturales.

Y sí. Se puede decir  que en el tema de la cultura se ha hecho muchísimo más que en las dos administraciones enteras de Castañeda y sus revocadores. Algunos consideran que el grueso de estas actividades son “cultura caviar”. Personalmente, creo que el pueblo de Lima tiene derecho a ver productos artísticos alternativos a los circuitos comerciales masivos: Tiene derecho a ver teatro popular y no solamente Al fondo hay sitio, conocer la danza moderna y no solamente los programillas de Tula y Gisela, disfrutar de la Escuela Nacional de Folklore y no solamente del Reventón de los Sábados ¿O es que todos estamos obligados a escuchar al Grupo 5?

Sin embargo hay algo que falta. Y es que en todo este runrún de festivales, proyectos, pasacalles, conciertos, rondas de consulta y recitales, uno puede percibir el empalagoso sabor del activismo, uno de los grandes defectos de las ONGs, cuyas prácticas la municipalidad emula con simpatía. El activismo es ese frenesí de iniciativas que se consumen de inmediato, al margen de un plan a mediano y largo plazo, y que termina agotando tanto a sus impulsores como a sus beneficiarios.

Tenemos que trabajar lineamientos permanentes, de mediano y largo plazo y que estén tan conectados con los vecinos, que aquellos se hagan ya imposibles de erradicar por posteriores administraciones.

Hablo del establecimiento de modernas bibliotecas y centros culturales que le cambien el paisaje a nuestros distritos, sobretodo los más desfavorecidos. Espacios permanentes donde se desenvuelvan talleres de aprendizaje, tengan sitio las iniciativas que promocionen la lectura o alberguen la producción cultural de los propios vecinos (hablo no sólo del edificio sino sobretodo de sus recursos humanos). Los Hospitales de la Solidaridad crecen y son demandados porque responden (aunque sea parcialmente) a las necesidades de la gente. Esas bibliotecas y centros culturales –donde se pueda aprender música, mirar una exposición de fotos, poder llevarse a Rulfo o a Heraud a casa- pueden ayudar a que la cultura termine por ser apreciada también en Lima como una necesidad ciudadana.

Pese a décadas de falta de apoyo a la cultura, a la ciudad (y al país) no nos faltan precisamente artistas ni escritores. Tenemos que crear dinámicas permanentes donde ellos puedan ofrecer su producción a la ciudad. Necesitamos un Fondo Editorial que publique autores peruanos contemporáneos con regularidad. Es el colmo que pueblos pequeños de Ancash o Cajamarca tengan dicho fondo con varios títulos publicados y la municipalidad más rica del Perú siga dubitativa con esta iniciativa.

Otro aspecto es la realización de eventos culturales que aspiren a una permanencia como los festivales y concursos convocados periódicamente.  Hay ciudades que se han vuelto indesligables de los grandes eventos culturales que ya realizan desde hace medio siglo (Aviñón y su festival de teatro, Sao Paulo y su bienal de arte, San Sebastián y su Jazzaldia). Me parece poco que Lima solamente sea conocida por el Mistura

A lo mejor las propuestas que en este blog garrapateo adolezcan de varias dificultades y equivocaciones, pero me emperraré en reiterar la idea de planificación a mediano plazo, de regularidad y constancia en las acciones y de cultivar su legitimidad entre la masa de limeños.

Por último -me podrán decir- que yo simplemente estoy alucinando. Y que es difícil que una ciudad agresiva, desigual y caótica como Lima pueda convertirse en una ciudad culta. Que aquí nadie lee ni le interesan las artes plásticas y que valorarán más la creación de un centro comercial que la inauguración de una biblioteca. Total ¿acaso yo no soy el primero en quejarme, hacer rabietas y lanzar excomuniones por el triste transcurrir de la capital?

Solamente pienso que la alcaldesa, hoy por hoy, se ha comprado el tremendo pleito de transformar el sistema público de transporte y cambiarles la vida cotidiana a millones de limeños (que pasarán en un lustro del cobrador de combi achorado a una red moderna de autobuses). Pienso en su cruzada por sustituir la política del cemento y el aplauso fácil por la instauración de otros valores en la mentalidad de la gente (ecología, transparencia, civismo). E incluso por modificar también ciertas prácticas habituales de la clase política (no robar, por ejemplo). El Quijote cabalga con nosotros.

Entonces ¿Por qué no plantearse también la utopía de una Lima de ciudadanos quizá no tan cultos, pero sí buenos lectores, amantes de la belleza y del espíritu crítico? ¿Tan difícil suena pedir eso? ¿Tan imposible exigirlo?

Porque, de lo contrario, solo nos quedará el lector del Trome, que se enorgullece del tacuchaufa y que, encerrado en sus audífonos, silba una melodía reggaetonera mirando con desdén una ciudad gris y mediocre.

Elijan.







miércoles, 11 de enero de 2012

Los sociólogos, los técnicos y los escritores




En una entrevista que el ex-gerente de la Municipalidad de Lima concedió al periódico El Comercio, la periodista Milagros Leiva le interrogaba con bastante agresividad y no poca mala leche por la presencia de sociólogos en los programas municipales en vez de poner en frente a técnicos (imagino que se refería a ingenieros, economistas, administrativos del sector público, contables peritos en recaudación, abogados especializados en gestión local o incluso agrimensores urbanos, si cabe el palabro). De hecho, buena parte de las críticas a la actual administración municipal así como las pedradas lanzadas a los izquierdistas que se fueron o que aún permanecen en el gabinete del gobierno peruano rayan en lo mismo: Los caviares/rojos/rabanitos se hinchan de sociólogos cuando deberían dejar el trabajo serio a los "técnicos", reclutan charlatanes cuando el país necesita gerentes que resuelvan problemas concretos.


No voy a defender a mi antigua profesión, a la cual podría lanzar dardos bastante más dolorosos (me consta, pero eso es materia de otro post) pero sí me interesa destacar el actual discurso conservador, fujimorista y derechón que rezuma no solamente en los pasquines paramilitares de La Razón sino, como véis, alcanza al elegante y facho Decano de la prensa peruana: Las ciencias sociales son un conjunto de disciplinas obsoletas, poco rigurosas y bastante palabreras que producen profesionales oportunistas que viven de la caridad de las agencias extranjeras, son asesores/agitadores de gobiernos regionales y locales y auténticos inútiles cuando se les deja en sus manos cosas tan serias como la administración del Estado o la gestión de grandes ciudades o ministerios. Y encima dan la lata con ese rollo tan antipático como son los Derechos Humanos...


Por contra, la derecha peruana da el ejemplo de buena gestión desde los lejanos tiempos de ese japonés y su peculiar régimen hasta la cínica administración del último ex-alcalde de Lima. Los técnicos son, fundamentalmente, aquellos profesionales que todo lo traducen en cemento y en servicios espectacularizados para consumidores lelos, se ufanan de simplificar trámites y gestiones (que igual hay que pagarlas por caja) y que nunca se equivocan ni autocritican (pese a que las obras prometidas terminen costando el triple, duren más de lo anunciado y se adjudiquen dentro de una opacidad exasperante). Cuentan con una apreciable -y carneril- cobertura mediática que ha creado un poderoso consenso popular: El viejo dicho "roba, pero hace obra".


(Maniqueísmo absurdo: Claro que hay científicos sociales lenguaraces y ociosos. Y claro que hay técnicos y tecnócratas competentes. Y viceversa.)


Pero esa falsa diarquía está moviendo demasiada polvareda en la administración pública y sus políticas. Y que tiene como terrible ejemplo el actual conflicto social cajamarquino: Enfrentamiento entre técnicos que con números te demuestran el imperativo de dinamitar seis lagunas naturales para que el Perú tenga la mina de oro más importante del globo, versus las comunidades locales que ponen otros valores en juego (sensibilidad ecológica, confianza, vida cotidiana, identidad, lazos internos), valores que no tienen ningún sentido (no se pueden medir, no encajan como variables en ningún modelo aprendido en EEUU)para esos "técnicos".  A riesgo de caer en la caricatura y la banalidad, agregaría que ese conflicto pareciera una adaptación andina de Avatar.


¿Y dónde están los escritores en todos estos debates sobre las políticas en el Perú? ¿Dónde han estado en la penosa administración del Ministerio de Cultura?¿Dónde están en el desafío que representa la nueva administración de la actual municipalidad limeña? Y, en todo caso ¿los estamos extrañando?


Recordemos que tanto en las propuestas culturales del  Ministerio de Cultura como en las iniciativas culturales de la Municipalidad de Lima (mucho más activa ésta que aquel) el segmento literario casi brilla por su ausencia. Se prefiere optar por la conservación del patrimonio arqueológico e histórico (obvio), realizar conciertos musicales (normal), organizar festivales donde prima la danza, el teatro y la producción audiovisual (faltaría más), montar una futura Bienal de Fotografía (qué bacán), de la nada surgió una iniciativa ministerial para reponer una película peruana en la cartelera (Las Malas Intenciones, se las recomiendo), y se prodigaron espectáculos en cuatro puntos de la capital bajo el nombre de Cultura Viva (ya era hora). Repito, en todas estas loables movidas casi no hay rastro de literatura.

Y luego, nada. Ni revisión de la Ley del Libro, ni propuesta de fondos editoriales, ni asomo de concursos de poesía o similares. El Ministerio de Cultura hizo una convocatoria al mundo de la literatura, donde una serie de valiosas conclusiones terminaron –con el tiempo- diluyéndose en la nada más absoluta. La Municipalidad de Lima auspició de forma bastante huera la Feria del Libro Peruano que el Gremio de Escritores montó discretamente en un extremo del Parque Universitario.

Sin embargo, estos sucesos desalentadores no se deben solamente a un olvido/menosprecio de la literatura por parte de las autoridades y funcionarios. Creo que el meollo del asunto está en el poco peso de los escritores dentro de la producción y el consumo cultural en el Perú.

En una sociedad donde la oralidad sigue siendo un baluarte de la cultura popular, donde lo letrado ha dejado paso desde hace décadas a lo audiovisual, donde las nuevas tecnologías de comunicación e información se están convirtiendo, año tras año, en las principales formas de conocimiento y ocio; es normal que los escritores tengan menos presencia en la arena pública que músicos, videastas, bailarines y artistas en general que se apoyan en formatos audiovisuales y escénicos. Y, para qué nos vamos a engañar, la inmensa mayoría (que alcanza incluso a sectores universitarios) prefiere un espectáculo de danza -sea una hermosa marinera chiclayana, sean los escarceos rítmicos de El gran show- una chocarrera telecomedia o un vistazo a la prensa chicha, a coger un libro.


(En los años ochenta, a Juan Mejía Baca le preguntaron ¿Quién compra libros en el Perú? Él respondió: "El que tiene plata". Esa afirmación sigue siendo válida más de treinta años después)


Pero no todo es cuestión de echarle la culpa a la indiferencia de las autoridades o a la supuesta incultura del vulgo. Lo real es que el escritor no se enterado de los reales cambios en la juventud peruana, del impacto de las nuevas tecnologías, de los nuevos hábitos de consumo y de entretenimiento. O de cómo ahora el gran público peruano puede acceder o no a muchas manifestaciones culturales. 


Muchos escritores publican su obra y esperan sentados a escuchar críticas académicas y de sus amigos sin importar que nadie los lea. Las presentaciones de libros suelen ser autobombos sin ningún rasgo de crítica o debate. Ya no existen polémicas literarias más allá de las inquinas personales de unos contra otros. Los recitales poéticos (que a veces incluían happenings o discusiones espontáneas) han perdido su atractivo popular. El narrador o el poeta consagrado va a ceremonias públicas a leer rutinariamente su obra (a veces como si fuera la lista de la compra), ignorando el peso escénico que el público reclama (¡Quiere algo distinto!¡algo que no ve ni siente en otra parte!). Por no hablar de los eventos literarios puramente argolleros que solo contribuyen al engreimiento de la minoría que los cobija. O de editores holgazanes que creen que sólo con publicar el libro ya han cumplido con el escritor, más allá de promocionarlo profesionalmente y difundirlo entre nuevos públicos. A los escritores no les interesa participar en los foros ciudadanos, salvo si les pagan. Incluso en acontecimientos como la tragedia de Bagua o los movimientos antimineros, el escritor sólo ha contribuido con firmar algún remoto manifiesto. Cuando se organizó en el 2007 la manifestación de trabajadoras del hogar contra las prácticas discriminatorias en la plutócrata playa de Asia, habían incluso más estrellas de televisión que escritores. Hay mucha condescendencia con demasiado escritor mediocre, por no hablar de la avalancha de parvenus con plata que creen que publicar un libro ya es estar por encima del resto de los mortales.  Y encima tenemos a esos narradores mediáticos (como muy bien los clasificó Oswaldo Reynoso) que tienen más en cuenta la publicidad y el marketing que el más elemental estilo literario. En fin, muchos escritores y editores viven como si estuviéramos en 1940.


Con esa actitud ¿Cómo no hablar de la soledad del escritor en el Perú de hoy? ¿Cómo no terminar aislado e ignorado en los grandes debates actuales sobre la cultura?


Tampoco quiero ser injusto. Me consta  la feliz existencia de escritores radicados en los diversos puntos del país -narradores y poetas consagrados- quienes se esfuerzan en publicar pese a una industria editorial invertebrada, en sociedades no acostumbradas a leer, sin ningún tipo de ayuda pública y donde publicar un libro sigue siendo una empresa heroica. Escritores de raza, no importa que hayan cuatro gatos en la presentación del libro, que en la municipalidad los ninguneen, que tengan que financiar toda su publicación y se dejen avasallar por editores sinvergüenzas, que malvendan su obra y la repartan entre familiares, amigos y recomendados. No importa, ellos siguen escribiendo y ya sueñan con su próxima obra. Pero siguen estando solos. Y siguen siendo ignorados.


Los escritores le están regalando la cancha a otros actores sociales y se autoanulan en los debates públicos. Pareciera que solamente Mario Vargas Llosa, los invitados a la página cultural de El Comercio y los engreídos de los redactores de Quehacer son los únicos escritores peruanos que existen. Las personas más autorizadas para hablar de la literatura relacionada con nuestra guerra interna debieran ser Sócrates Zuzunaga, Julián Perez o Dante Castro y no el hijo de nuestro canciller o los espectaculares reporteros de esa revista hecha a semejanza de El Gatopardo


Pero eso no pasa. Así están las cosas por acá.


Mal hacen los escritores peruanos retirándose de debates e iniciativas que les atañen. Y donde el campo de discusión está solamente entre científicos sociales y "técnicos".


Sé que me voy a quemar pero lo digo de forma abierta y casi artera: Me gustaría que David Abanto capitaneara una crítica literaria que fuera más allá de los libros que se publican y que revisara seriamente el Plan Lector. Que César Ávalos o Vedrino Lozano propusieran al Ministerio de Educación iniciativas novedosas de promoción cultural y creación literaria. Que Ricardo Virhuez pudiera organizar una red de colegios privados con un plan lector crítico y peruanista, que Marcel Velásquez regresara al ruedo público y político, que haga que San Marcos vuelva a fundirse con los agentes sociales más pujantes y creativos. Que Teófilo Gutiérrez -el mejor editor de textos poéticos en el Perú- formule a la Municipalidad de Lima modelos de publicación y consumo de poesía. Que Miguel Idelfonso proponga talleres de creación poética en los colegios públicos y anime a los docentes de literatura. Que Jonnhy Barbieri se encare con los jerifaltes de la UGEL y proponga espacios de producción y consumo literarios necesarios en los colegios del país. Que el maestro Gonzalo Espino se involucre en los programas de educación intercultural y bilingüe del Ministerio de Educación. Que el gran Domingo de Ramos se pasee por los colegios de su querido cono sur limeño, no solamente a recitar su poesía, sino a motivar a los estudiantes a ser más críticos, más levantiscos, más libres. Y ya puestos, que La Primera inaugurara su suplemento cultural y literario de una puñetera vez, que ya es hora.


Y hay muchos más que el espacio de este blog ya no me lo permite. Lo siento.


Si los escritores no toman el espacio público por asalto, el debate de las ideas estará ocupado no sólo por sociólogos y técnicos; sino también por políticos y militares, por coimeros y traficantes, por vendedores de revocatorias y presentadores de televisión. La República de las Letras tiene derecho a formar su propia tribuna. Ahora o nunca. 




(La ilustración que precede al post: Rocinante, Quijote y Sancho, por el legendario Gustave Doré. No lo interpreten a la mala).