jueves, 31 de diciembre de 2009

LA DÉCADA INÚTIL. Un balance y liquidación cultural.


Me uno a los anglosajones que gustan de terminar las décadas en cero siempre y no en uno como debiera ser. Como ellos mismos, lo hago para que esta década termine cuando antes. Una década que para muchos ha sido prescindible y negativa. Me remito a la terrible sentencia del celebrado Nobel Paul Krugman que ha calificado esta década como el Gran Cero (Cero crecimiento del empleo, cero progreso económico, cero ganacias en bolsa, etc.) por no citar a la periodista española Patricia Godes, quien ha sentenciado estos últimos diez años como la Década de la idiocracia, una década en que "el incompetente, el necio y el drogado han accedido a puestos de responsabilidad y han podido tomar decisiones asesinas e ilógicas contra el medio ambiente, la sensatez, la decencia, el buen gusto y la misma supervivencia de la especie con toda impunidad".

Culturalmente, esta ha sido la década de la consolidación de las Nuevas Tecnologías, de la Pangea Multimedia, de la sociedad del espectáculo y de la frivolidad de los discursos culturales muy ligados al mercados. La década de una producción de artes plásticas que empezó full post-conceptual carísima y que terminó, por mor de la crisis mundial, en deliciosamente hípermaterial austera. La época del cine de animación puro y duro, de guiones tan débiles como taquilleros, falsa ética anti-Disney y mucho discurso juvenil de Hannah-Montana. La Gran Era de los Videojuegos, donde los internautas más adictos han terminado siendo coronados reyes del universo en el interior de sus cochambrosos dormitorios. La década de nuevos estilos de ficción televisiva que, gracias al cable, permitan obras de arte que el peruano común alquila o piratea.

Ha sido la época que reubicó la industria musical, vencida por el auge de implacables descargas de internet y copias de productos culturales sin derechos de autor. Hoy los legendarios grupos rockeros que ni sabían ni les interesaba dónde se encontrara nuestro fucking país, ahora humildemente ofrecen conciertos como alternativa a la chequera cero que les dan sus antiguas casas disqueras. Porque hablamos de auténticos jubilados y decadentistas de la música pop que arriban a un país con una cultura rockera solo anidada en un pequeño círculo capitalino. Por no hablar de cantantes tramposas que muy tarde se enteraron del cambio de aires y vienen a mostrar sus curvas a Lima (ah, y también su música).

En esta década se consolidó la Gastronomía peruana como nuestro peculiar décimo arte, al calor de la enésima batalla del Pisco, los éxitos simbólicos de nuestro turismo y las derrotas mediáticas de la competencia sureña. Hoy, Lima es la ciudad con mayor número de escuelas de cocina per cápita del mundo. Y, detrás del Mito Gastón Acurio, hoy miles de desheredados sueñan con ser chefs y largarse al extranjero renovando las locas ilusiones del peruano de a pie que quiere conquistar fuera lo que su propio país no le da. Y resulta de bastante humor negro el saber que un país con la Mejor Cocina del Mundo tiene unas sonrojantes tasas de desnutrición crónica infantil.

Entre la literatura y las Nuevas Tecnologías, ha sido la década de los Blogs, que han tenido su época de oro, antes que nuevos formatos como el féisbuk y el incomprensible twitter les ganaran la carrera en el inframundo de las Redes Sociales. Hoy los escritores trabajan sobre PCs, muy poquitos se siguen aferrando a la máquina de escribir eléctrica y ya nadie (ni siquiera los freakies) usan una entrañable máquina de escribir mecánica. Los diccionarios digitales, el google y -como mencionaba alguna vez César Hildebrandt- la Rica Wiki; son los nuevos soportes de conocimiento (y, por desgracia, también de análisis) de los jóvenes intelectuales del siglo XXI.

Ha sido una década rara en literatura, donde entre la fascinante novela de Chabon sobre la época de oro del cómic americano y la celebrada trilogía de Stieg Larsson (o entre la autobiografía en original clave gráfica de Satrapi y el Canto personal a la Desolación de Corman McCarthy); medra un preocupante vacío creativo en el supermundo editorial transnacional que premia reportajes fáciles disfrazados de ficción, budismo de entrecasa o esoterismo barato. Hace años -y ciñéndonos a nuestra lengua- teníamos un Borges, un Lezama Lima, un Cortázar, llegamos a tener un Bolaño ¿Qué tenemos hoy? ¿Quiénes nos enseñan a escribir mejor?

En el Perú la paradoja es aún mayor, pues esta década ha visto la consolidación de una narrativa de diversas partes del país y el nacimiento de vigorosas promesas (el loretano Cayo Vásquez, el chimbotano Fernando Cueto, el propio Daniel Alarcón de ultramar, amén de una serie de jóvenes escritores que este señor se precia en citar) mientras la cultura letrada sigue arrinconada en el hábitus general del país, sin obviar las argollas de los escritores mediáticos que, luego de la Batalla de Madrid, siguen sin enterarse que hay vida más allá de sus cinco distritos dorados de Lima (¿para qué enterarte si terminas haciendo tu vida en el extranjero?).

Termina una década donde francamente hemos quedado con amargos regustos en la boca (nació Otro Muro y tenemos otro Campo de Concentración). En esta odiosa comparación fotográfica nos percatamos que incluso hemos retrocedido en la historia.

No quisiera irme con ánimo pesimista y -de cara a la próxima década- me aferro al enorme crecimiento de nuestra literatura patria (año tras año, se publican más títulos, aunque de poco tiraje), el surgimiento de nuevos nombres en la literatura y la consolidación de reconocidos escritores nacionales (todos niguneados pero ¡da igual! siguen creando), la curiosa carambola del Plan Lector en los colegios (que adolece de indudables carencias pero que ha terminado creando un nuevo mercado activo para cientos de escritores peruanos) y el sostenido crecimiento de una literatura peruana en otras lenguas nativas (sí, son pocos, pero son).

Y, para esperanza, qué mejor que aquellas palabras de José María Arguedas, dichas casi a propósito para darnos ánimos y fuerzas:

"No, no hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos utilizados e inspiradores. No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a 4.000 metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso. En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo".


Larga vida al Perú en la noche de los tiempos.




* Algunos links de aquí fueron posibles merced a David Abanto, al señor Ausente y María Germaná. Repetidas gracias a los tres. Qué grandes amigos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

TÓMENLO COMO UN REGALO DE NAVIDAD



Es Navidad, una fecha que para un servidor resulta bastante odiosa. No por el contenido religioso o las creencias ancestrales; sino más bien por el clima de hipocresía, convencionalismos, falso buen rollito y consumismo huachafo.

Pero este post no va a ser renegón. No vamos a perder el tiempo denunciando la fecha de marras ni haciendo un llamado a la solidaridad y la paz de los pueblos y tanta huevada sentimentaloide. No.

Hoy vengo a daros un regalo de navidad:

1977 fue un año en que los peruanos nos movíamos entre el triunfalismo gubernamental de los éxitos deportivos (campeones sudamericanos de basket y voley femenino, clasificación al mundial de Argentina) y la creciente movilización popular que obligó a la dictadura de Morales Bermúdez a convocar una asamblea constituyente y un calendario de elecciones generales. Pero en ese año pasó algo más.

El 20 de agosto de 1977, en el crepúsculo de la carrera espacial, la sonda Voyager 2 despegó, 16 días antes que su gemela, la Voyager 1 (El 24 de enero de 1986 lograría su máximo acercamiento a Urano, descubriendo 10 nuevas lunas del planeta). Bueno, frente a la posibilidad de que alguna civilización extraterrestre pudiera detectar e interceptar cualquiera de las sondas, los científicos de la NASA accedieron a incorporar en las naves algún tipo de información básica sobre el ser humano y la situación de nuestro planeta, una especie de mensaje en una botella interestelar.

Así, a las sondas Voyager se les incorporó un disco de gramófono conocido como disco de oro, que reproduce sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura en la Tierra. El contenido de la grabación fue seleccionado por la NASA y por un comité presidido por el entonces inefable gurú de la astronomía Carl Sagan. Se eligieron 115 imágenes, sonidos característicos del planeta (de animalitos como pájaros, ballenas o perros, naturales como el viento, el océano o un trueno, y otros más modernos, como un tren o el despegue de un avión), saludos en 55 idiomas, discursitos de rigor tanto del entonces presidente norteamericano Jimmy Carter como del entonces jefe de la ONU el ex-nazi Kurt Waldheim. Por último, una relación de obras musicales por países, buena parte de ellas de música clásica (Bach, Beethoven et al), pero también percusión africana, sonidos aborígenes australianos, cantos eslavos, mariachi mexicano o el "Johnny B. Goode" de Chuck Berry.

Lo que por aquí no sabemos es que en esa selección hay dos melodías peruanas y profundamente nativas. Osea, perfectamente desconocidas para el peruano medio de hoy en día. Es más, la producción latinoamericana del disco de oro se reduce a un mariachi jaliciense y a dos melodías andinas. Nada más. Ni chilenos, ni cubanos o argentinos. En el espacio exterior los alienígenas pensarán que el Perú es una potencia con una huella importante sobre el planeta tierra. A ver si es verdad.

Acá pueden escucharlo todo: http://goldenrecord.org/sounds.htm

Ese es mi regalo de Navidad.

Quienes aborrecemos estas fiestas podremos solazarnos escuchando también el Melancholy Blues de Amstrong (acá una versión guapa) o esta versión incomparable de El Cascabel. O airearnos con esta magia de Bach.

En estos días, hinchados de espantosa música navideña que pulula por todos los Malls limeños, es cuando más valoramos la riqueza de la buena música como extraordinario apagafuegos de los habituales incendios familiares. Venga, aprovechad.

Bonus track (osea, YAPA, que hoy soy generoso): Aquí es un sitio donde podemos descargar música no-comercial: jazz bands, música novelty, discos bizarros, desconocidas canciones latinas de los sesentas, los elepés clandestinos de Pérez Prado,etc, la locura). Gracias, de nada.

Ya está, disfruten todo lo que podáis. ¡ALLINLLA RAYMI, ALLINLLA MUSUQ WATA!

domingo, 22 de noviembre de 2009

EL CANÍBAL ES EL OTRO (Sobre todo si es chileno)


"...Soberbios, racistas, rateros, expansionistas, traidores, envidiosos, mentirosos, insolidarios, prepotentes, etc. Desde hace años, y en virtud de nuestras desdichas políticas, hemos construido desde los medios un referente de los chilenos que, si bien puede sonar a música para algunos oídos, no tiene nada que ver con la realidad. Entre la censura negociada de una teleserie chilena sobre la Guerra del Pacífico, la payasada de una modelo pintarrajeada en la Plaza Mayor de Lima y el polémico recital poético a bordo del Huascar; esta pequeña columna quiere combatir la miseria del antichilenismo..."

Así, hace más de dos años, empezaba una columna que escribí aquí cuando estábamos envueltos en otra de esas crisis -casi cíclicas, expresamente manidas- de las relaciones peruano chilenas con sus dosis de xenofobia, chauvinismo, ínfulas patrioteras, humor zafio y no poca huachafería. Y de todo un territorio digno de mucha mayor investigación y estudio por parte -por ejemplo- de Víctor Vich, a quien le he robado su célebre título.

Sí amigos, lo que han leido. Porque ¿Qué tiene de raro que Chile nos espíe? ¿Acaso no lo hacemos nosotros? ¿Qué creen que hacen nuestros servicios secretos del ejército o la marina de guerra?¿Se dedican solamente a chuponear a empresas por encargo? (bueno, tambiénnn, pero...).

A ver, para que no me malentiendan, les pongo un ejemplo: ¿Estados Unidos y la Unión Europa son aliados? pues sí ¿Entre los dos no celebraron el triunfo de la Guerra Fría? pues también ¿No son dos grandes socios económicos al más alto nivel? Obvio ¿No han firmado cantidad de acuerdos de defensa y de cooperación estratégica?Fijo ¿No comparten bases militares, unidades operativas y planes bélicos conjuntos desde hace casi medio siglo? por supuesto.

Entonces ¿Me pueden decir por qué sucedió esto en el mejor momento de las relaciones EEUU-Europa? Pues porque estas cosas pasan desde que el mundo es mundo.

Pero no, amigos. No he venido a aburrirlos con charlas de Realpolitik al tacu-tacu. Pero sí para comunicarles mi hastío frente a la miseria de antichilenismo que -como la sarampión- se apodera de buena parte de nuestros ciudadanos durante algunas semanas. Antichilenismo estéril no solamente porque casi siempre termina en palabras y gestos demagógicos, sino porque es una excelente cortina de humo para ocultar nuestros problemas internos: Más profundos, más graves, más urgentes y, por ende, más proclives a ser escondidos y manipulados. Antes, ya lo había dicho:

"Si se trata de buscarnos enemigos ahí tenemos a nuestra clase política que exculpa a genocidas, se emborracha con el dinero de los contribuyentes y se arrodilla servilmente ante los capitales extranjeros. Si buscamos desalmados a quien linchar vayamos a las mineras que contaminan nuestros ríos y envenenan nuestra cordillera. Si queremos decirle las verdades a alguien, allí está nuestro corrupto poder judicial. En todo ese espectro, y no sobre los chilenos, debemos poner nuestra atención. Nos perdamos el tiempo con enemigos imaginarios."

El antichilenismo de temporada, que corre profusamente por los albañales de la prensa peruana cada cierto tiempo (y en algunos, a cada rato, como el cáncer terminal); es otra jugarreta de la derecha peruana -y que siguen, lamentablemente, muchos sectores progresistas- para dejar de hablar de petroaudios, matanzas en la Amazonía, movimientos sociales o demandas sindicales.

Lo que yo quiero destacar es que en la historia hay casos de ejemplar colaboración entre peruanos y chilenos. Al margen de los grandazos, de los terratenientes, de los generales con el gatillo fácil; artistas e intelectuales peruanos y chilenos han demostrado que nuestro sino mutuo no es la desconfianza.

En 1932, cuando Sanchez Cerro encarcelaba, torturaba, desaparecía y fusilaba a comunistas y apristas, muchos de los perseguidos se fueron a Chile. Allí, con el Protocolo de Tacna y Arica todavía un poco caliente, los apristas peruanos (gran parte de ellos, revolucionarios y antiimperialistas confesos, a años luz de sus sucesores) aportaron con mucho al periodismo y la intelligentsia local. Manuel Seoane y Luis Alberto Sánchez lograron que Ercilla se convirtiera de una empresa editorial aventurera a la mejor revista político-cultural de Chile, amén de las mejores de Sudamérica. Allá reconocen la huella de ese aprismo primigenio y claramente de izquierdas en la consolidación del histórico Partido Socialista de Chile.

Pero quizá el ejemplo más revelador de esta neófita sinergia entre chilenos y peruanos estuvo en la residencia de nuestro Ciro Alegría en Chile. Él llegó a Santiago enfermo, solitario, golpeado y recién salido de las mazmorras del Estado peruano. Fue la solidaridad de bastantes amigos chilenos lo que hizo posible que nuestro insigne escritor tuviera tiempo, algo de salud y sobre todo euforia creativa para escribir dos éxitos literarios. Solidaridad de escritores que se repitió en la elaboración de El mundo es ancho y ajeno, cuando juntaron un pequeño estipendio para pagar a una secretaria que mecanografiara el futuro libro en tiempo récord para que alcanzara el plazo de convocatoria de Farrar and Rinehart. Una vez ganado el galardón, Alegría devolvió lo aportado por dichos amigos, agregando algo más para apoyar a un escritor chileno. Un ejemplo de solidaridad internacionalista francamente impensable en los tiempos de hoy.

Otro ejemplo de esa fraternidad entre hombres y mujeres de letras se dio cuando Pablo Neruda visitó el Perú. En 1943 Neruda ya era un apestado del servicio diplomático chileno, recibía una fuerte campaña en contra suya en la prensa mapochina, máxime cuando era un declarado defensor de la URSS y un poeta más que simpatizante con el frente comandado por el Partido Comunista chileno. En el Cuzco lo recibe Esteban Pavletich, en ese momento funcionario del gobierno pradista, pero connotado simpatizante de izquierdas y antiguo miembro del ejército popular nicaragüense de Sandino contra la intervención yanqui en 1928. Él lo lleva a la ciudadela de Machu Pichu. A él se le unen el poeta comunista Luis Nieto y el indigenista cuzqueño Uriel García. De esos días en la Ciudad Imperial surgió Alturas de Machu Pichu, para muchos el más logrado poema de su Canto General .

(Una reseña más completa sobre este viaje, la encontramos aquí.)

Una última relación, mucho más (post) moderna, es la praxis literaria de Roberto Bolaño, reconocido ya como uno de los más grandes escritores chilenos. Irreverente, anarco, perdedor; Bolaño escribió la magnífica Los Detectives Salvajes, posiblemente la mejor novela latinoamericana de los últimos 15 años. Allí Bolaño tiene unos capítulos dedicados a peruanos que no pierden sabrosura: La inventiva (muy ligada a la conchudez) de los causitas y patitas : Los peruanos pobres residentes en París, quienes en una buhardilla de la rue Passy fundan el Pueblo Joven Passy. La otra es la historia de un poeta peruano que simboliza la tragedia de intelectuales que muy alegremente optan por la izquierda para terminar desengañados, escépticos y enloquecidos dentro de las fauces de nuestra guerra interna. Veinte años después, un par de escritores peruanos hacen una parodia-homenaje a la novela desde las playas del norte peruano.

Bolaño es autor, además, de Monsieur Pain, una novela pequeña referida a los últimos días de César Vallejo. Algo a resaltar frente al azorado mutismo de nuestros escritores para tratar en sus obras a peruanos ilustres, despojados además de toda esa pátina de respetabilidad, adoración y sobonería ¿Qué escritores peruanos han narrado abierta, crítica y sandungueramente sobre Vallejo, Mariátegui, Haya de la Torre, Grau, Basadre? Pues de momento, sobre Vallejo, ha escrito un chileno.

Y no pasa nada. Muchos poetas jóvenes han ido estos últimos años a Chile y posiblemente de regreso se hayan traido la envidia de ver cómo tratan allá a sus escritores, en un universo de premios, becas y subvenciones bastante difícil de imaginar en el Perú. Quizá esos jóvenes poetas puedan ser quienes encabecen una nueva forma de entender las relaciones entre ciudadanos peruanos y chilenos. Quizá el asunto sea impulsar un espacio donde estudiantes, profesionales, intelectuales, artistas y científicos construyan un diálogo más vivo, más sincero y entre sectores sociales de ambas partes hartos ya de la demagogia chauvinista. ¿Utopías? No, si ya se está intentando.

¿O es que siempre las relaciones peruano chilenas tienen que ventilarse solamente entre militares, políticos y empresarios?

Bueno, ya lo dije todo. Ahora avisoro la lluvia de piedras sobre un servidor, bajo el estigma de ser un mal peruano.

A aquellos sujetos, les respondo con los versos de Boris Vian:

"Y dígale a los suyos
si vienen a buscarme
que pueden dispararme,
armado yo, no voy..
."

lunes, 9 de noviembre de 2009

Detrás de aquel Muro...




Bueno, un día como hoy terminó el siglo XX y el mundo volvió a cambiar. A partir de la caída del Berliner Mauer nacieron países y desaparecieron otros, se acabaron algunas guerras pero estallaron muchas más. Para algunos fue el fin de todo su proyecto de vida, para otros fue la gran oportunidad de cambiar su sino. Sin embargo, ya que la prensa basura peruana ha aprovechado la efeméride para decir más o menos lo mismo, vengo yo para poner algunos puntos sobre las íes y un pequeño paseo por la literatura que había detrás de la Cortina de Hierro.

Un primer prejuicio que ya cayó como el propio Muro: Que la literatura en el bloque soviético o era burdamente servil o fanáticamente anticomunista. Esa fue la tesis de Vargas Llosa durante años y que alimentó la famosa discusión con el escritor alemán Günter Grass (véase aquí y aquí). Una de las razones por las cuales el futuro Nobel de 1999 se oponía al maniqueísmo del eterno candidato al Nobel era que Grass conocía y se escribía con bastantes escritores de la entonces República Democrática Alemana y del bloque oriental, deduciendo una diversidad que eludía la grisura intelectual proclamada por Don Mario. Así, los occidentales obviaban la trayectoria de Anatoli Ribakov (que de recibir el Premio Stalin por la Paz llegó a escribir uno de los libros emblema de la Perestroika, además de una de las narraciones más interesantes sobre los avatares del pueblo judío en la URSS), nunca tomaron en serio la Vanguardia Irónica de Viatcheslav Pietsuj (su Nueva filosofía moscovita fue un clásico reconocido en su momento y olvidado después) y recibieron con silencio la obra de Viktor Yeroféiev. Iguales cosas podrían decirse de la formidable poesía polaca o el penetrante cine checo de entonces.

La caida del Muro no solamente trajo a los europeo orientales la libertad de comprar revistas porno y fundar esos emporios mafiosos que hoy conmueven al mundo con su peculiar folklore. No, también trajo el redescubrimiento de clásicos soviéticos censurados u ocultados por la puritana nomenklatura moscovita, entre ellos el sensacional Mijaíl Bulgákov (autor del clásico El Maestro y Margarita) y las sátiras de Ilf y Petrov (algunas consignadas en esta bellísima antología cuyo ejemplar más cercano -además del mío- pueda estar en alguna librería de...mmmm... Santiago de Chile, quizá).

La caída del Muro no produjo solamente escritores sobones de Occidente que con el tiempo desaparecieron sin dejar rastro, sino una poderosa vitalidad literaria (mucho más vital que el propio Occidente) bastante aguda no solo en reflexionar sobre los errores del pasado sino en señalar las venalidades del presente y las tragedias del futuro. Mucho antes que Wolfgang Becker escribiera el guión de la celebrada película Good Bye Lenin!, en Alemania ya había triunfado la jovial novela La Avenida del Sol, que narraba en desenfadada clave juvenil los últimos años de la DDR. Otro alemán, Ingo Schulze destripaba en 1995 las miserias del Este postcomunista y neocapitalista en 33 momentos de felicidad, novela experimental llena de crueldad, sexo, cinismo y hasta antropofagia ceremonial.

En Rusia destaca soberanamente el caso de la escritora Alejandra Marínina quien en sus novelas policiales retrata la cruda realidad postsoviética. Ella, conocida internacionalmente como la Agatha Christie rusa, le ha quitado al género policial el exceso de balazos y persecusiones televisivas (muy habituales en Occidente) para devolverle cosas como el esfuerzo personal del policía débil contra el delincuente todopoderoso, la ética en un país que va hacia la bancarrota, el regreso del mad doctor (las invenciones diabólicas, los delirios paranoicos de poder y el criminal reconvertido de gentleman de la sociedad), la invitación al lector para que participe en la búsqueda de soluciones, la construcción de finales no felices que invitan a la indignación y a la rabia. Todo eso bajo el protagonismo de quien es uno de los personajes literarios mejor dibujados en los últimos quince años y que sigue la estela clásica de Philip Marlowe, Sam Spade o el inspector Maigret, todos en el recreado baldío social de Moscú, con sus penurias cotidianas, sus mafiosos implacables y su suciedad pegajosa y decolorante. Bueno, la caida del Muro dio un relanzamiento de la novela policial rusa, de las mejores del género a nivel mundial con ramificaciones en los policiales históricos que ha escrito el magistral Borís Akunin o las intrigas psicológico-detectivescas de Anna Dankóvstseva.

Incluso, la caída del muro dio resultados bizarros como Eduard Limonov, aquel exconvicto granuja de la URSS que emigró a Norteamérica, quien pasó de comunista a capitalista, de capitalista a anarquista, y de anarquista a fascista (y últimamente, coquetea con el Islam, todo un caso). Sin embargo, sus novelas-testimonio (Diario de un fracasado, Discurso de un bocazas que usa gorra de proletario, El poeta ruso prefiere a los negros) siguen siendo textos de culto en el underground literario eslavo. Por no hablar de una interminable saga de títulos delirantes que publica año tras año.

Como véis, detrás del Muro todos los gatos no eran pardos. Y con el Muro caído, se levanta una de las literaturas más vigorosas del planeta. O como lo dijo en su momento el poeta Yevgueni Yetvuchenko:

"...Entre nuestras riñas, abriga a los pequeños para un futuro,
como las faldas de la Abuelita,
aquellas hechas de parches y retazos.
Al suave silbido de una estufa
.
Eso quiero

asirme en los retazos de la Abuela,

para que ella pueda coser a toda Rusia

junta
nuevamente
pedacito
a pedacito".

viernes, 9 de octubre de 2009

EL PERÚ Y LOS PREMIOS NOBEL


Aprovechando el tirón mediático de los premios Nobel (no solamente el de Literatura sino también el de la Paz concedido a Obama, lo que ha dado para simpáticas caricaturas) y haciendo caso a buena parte de los comments del post anterior; quisiera tratar un poco sobre la relación entre los premios Nobel y el Perú.

No voy a descubrir la pólvora. Solo recordar que el Nobel de Literatura es un premio que no se da "al mejor escritor del mundo" sino simplemente a un "gran escritor", se premia una trayectoria y no solamente una obra y se da a escritores vivos (a Paul Valery, eterno candidato, se lo iban a dar en 1945, pero se murió). El Nobel se elige de una forma bastante elitista: la Academia solicita a cerca de 700 personas e instituciones de todo el mundo sus propuestas de candidatos. Por lo general, 200 nombres pasan a ser objeto de estudio por parte del Comité Nobel, el cual designa a un grupo de cinco miembros encargados de reducir la lista a otros tantos autores. La criba termina en manos de 18 académicos que deciden quién es el elegido. Así que quien sueñe que recolectando firmas por internet va a lograr que lo inscriban como candidato al Nobel, olvídense. Más valor tiene la sentencia de Marco Martos: "algo que debe hacer todo aspirante al Nobel, es que lo traduzcan al sueco".

De todos es conocido la injusticia en muchísimas de las decisiones de la Academia Sueca, la evidente intromisión de la política en las mismas, los ominosos olvidos de Borges o Tolstói, el andamiaje ideológico de la propia Academia Sueca (muy conservadora durante la mitad del siglo XX, más abierta y hasta progre en la otra mitad) y el tremendo secretismo de sus decisiones. De hecho, todos los expedientes de las candidaturas están guardados bajo silencio absoluto durante cincuenta años. Por lo que los rumores sobre las candidaturas de Vargas Llosa, seguirán siendo rumores durante muchos años hasta que la Academia abra el candado. En todo caso, los curiosos pueden buscar el libro de Kjell Espmark ya traducido al español, donde cuenta -con conocimiento de causa, pues en los años ochenta fue presidente del Comité Nobel- intrigas, puñaladas, serruchos, cantos del cisne y lamentaciones del dichoso Premio. Quilca, publícalo porfa.

Bueno ¿Y el Perú?

Decirles primero que el primer peruano nominado oficialmente a un Nobel fue nada más y nada menos que el presidente Augusto B. Leguía, el primer peruano en salir en una portada del Time, nominado en 1930 al Nobel de la Paz junto al presidente chileno Ibáñez del Campo como recompensa a sus buenos oficios para ultimar el Protocolo de Tacna y Arica. Estuvieron muy cerquita, pero al final la argolla escandinava -que en esa época tenía bastante más cancha- se lo dio a Nathan Söderblom, un pastor luterano sueco. Siempre me he preguntado ¿si le hubieran dado el Nobel a ambos, hubieran mejorado las relaciones entre Perú y Chile? ¿terminaríamos queriéndonos más?

Ah, hubo otro peruano nominado para el Nobel de la Paz. Fue el caso de Mariano Hilario Cornejo, sociólogo positivista y spenceriano, pierolista primero y leguiísta después, diplomático que hizo carrera en la Sociedad de Naciones hasta ser jurista de la Corte Internacional de La Haya y muy conocido en las cancillerías europeas por sus libros sobre Relaciones Internacionales. Fue nominado repetidamente durante los años treinta, contando con el fiel -e inexplicable- apoyo del la presidencia del Parlamento noruego. Para mí es otro exponente de esa República Oligárquica, terrateniente y elitista, pero me curo en salud dándoles sobre su persona este benévolo estudio.

En Literatura....bueno podemos presumir de un récord: ¡Dos peruanos nominados el mismo año y ambos hermanos!

Semejante bizarrez no sé si tenga explicación. Pero el caso fue que los hermanos Ventura y Francisco García Calderón fueron nominados en 1934, separadamente, al Nobel de Literatura por colectivos de escritores latinoamericanos radicados en París así como por buena parte de la alta intelectualidad francesa a quienes los hermanos García Calderón eran habituales como destacados américanistes.

Ventura fue escritor y diplomático, autor de la canónica La Venganza del cóndor (un best-seller de su época, se le tradujo a diez idiomas) y que terminó en la Academia belga de la Lengua Francesa. Francisco un diplomático, ensayista y filósofo, íntimo de Riva-Agüero, arielista y conservador, autor de Le Pérou contemporaine, que pasó sus últimos días en el manicomio de Lima. Sus nominaciones no dejan de ser curiosas y poderosamente simbólicas, al referirse a peruanos (sí, permítanme la cursiva, sin ofender) que escribieron gran parte de su obra en francés y que casi toda su vida la pasaron fuera del Perú. De los dos, Ventura es más conocido y muchos creen que él fue el único nominado. No sabemos qué posibilidades de ganar tenían, en ese año el Nobel se lo llevó el dramaturgo Luigi Pirandello, fascista confeso quien, al año siguiente de recibir el premio, no tuvo incoveniente en donar la medalla del mismo a Mussolini dentro de la campaña de recolección de oro para financiar la guerra contra Etiopía.

Luego de todo lo dicho -es decir, fuera ya de los archivos abiertos- solo hay sitio para las especulaciones: Que Alberto Hidalgo promoviera motu propio su propia candidatura entre los escritores latinoamericanos, que Vargas Llosa ha estado cerquita en dos determinados años, que en un momento se pensó en Bryce Echenique, que si Scorza.... De momento solo habladurías que no tienen base documentaria. Y que alimentan la habitual chismografía limeña.

Bueno, y la pregunta que todos ustedes esperaban ¿Le darán el Nobel alguna vez a Vargas Llosa?

En el Perú oficial se ha puesto como acto de fé que Mario Vargas Llosa debe merecer el Nobel sí o sí. Creo que, más allá de los méritos de Don Mario, debiéramos sacudirnos de ese patriotismo criollo y ser un poco más realistas.

Como mencionó Marcel Velazquez aquí hace un año; un gran obstáculo para MVLl es el Nobel que le concedieron a García Márquez en 1982, lo cual en cierta medida es un reconocimiento a toda la generación del Boom. Si bien es cierto que la narrativa, la temática y hasta la ideología de Gabo y MVLl son harto diferentes; desde Estocolmo se ven a los escritores de otras latitudes más como parte de tendencias de pensamiento, generaciones literarias o circuitos regionales, que como creadores individuales. Y si la Academia quiere volver a mirar a estas tierras, es mucho más probable que se lo den a Carlos Fuentes, quien cuenta con el apoyo de todo el poderoso aparato de las industrias culturales mexicanas y un reconocimiento casi unánime por las instituciones de ese país. Ese peso de los escritores en una comunidad es algo que también valora la Academia.

¿Y el futuro? Será distinto, muy distinto. A diferencia de hace veinte años o más, son las editoriales transnacionales quienes controlan los canales literarios. Son esas empresas las que ponen el dinero, los premios, el eco mediático. Antiguas instituciones como las universidades, el sector público, las organizaciones educativas y culturales de la sociedad civil, las asociaciones de escritores y artistas, etc. han perdido terreno terriblemente. En nuestra lengua, para bien o para mal, un premio Planeta o un premio Alfaguara tienen mucho más poder, convocatoria y prestigio que los antiguos premios Rómulo Gallegos o Casa de las Américas (que todavía existen, dicho sea de paso).

Pero, por otro lado, los escritores ya no son lo que eran, han dejado de ser grandes referentes del pensamiento de sus sociedades y no tienen ni la décima parte de la fuerza convocatoria de un Emile Zola, un Pablo Neruda o un Bertrand Russell. Escritores entregados a grandes líneas de pensamiento como Juan Goytisolo o el finado Harold Pinter son una minoría dentro del escaparate literario que tenemos en los medios. Hoy los escritores son mucho más individualistas (a veces, incluso, más que empresarios o agentes de bolsa) y se comunican muy poco entre sí (curiosamente, en estos tiempos de celulares e internet).

Pero tampoco le echemos la culpa a ellos. El mundo ha cambiado. La sociedad del espectáculo se ha tragado los viejos espacios tradicionales de las artes y las humanidades, en todo caso las ha reconvertido en nuevos productos culturales. La literatura, en este siglo XXI, esta mutando a otras formas, de la mano con las nuevas generaciones de ciudadanos más integrados en las pangeas multimedia, la cognitividad pubicitaria y al soporte audiovisual que a la cultura letrada convencional.

Y, posiblemente, el Nobel durante varios años siga siendo más un muestrario de los diversos caminos de la literatura del siglo XX (no sin cierta pátina museística) para alimentar esa literatura del nuevo milenio que aún no sabemos a donde irá. Posiblemente, la Academia termine de saldar ciertas deudas con Philip Roth, Rubem Fonseca, Yevgueni Yetvushenko o Adonis. Y posiblemente siga escarbando entre los menos consagrados pero globalmente igual de importantes como Salim Barakat, Rodolfo Fogwill o Lobo Antunes. O, para darle un aire más joven, se atreva con José Eduardo Agualusa, Michal Viewegh o Leonardo Padura. O, haciendo literatura-espectáculo, se lo den a las chinas sexy-epatantes Mian Mian y Wei Hui o al escritor-torturador argelino Yasmina Khadra. Cosas más fuertes han visto estos ojos.

Esta pequeña vuelta al mundo literario la hemos dado para resaltar el énfasis global del Nobel por dar a conocer nuevas voces de distintas culturas letradas que tengan algo que decir al mundo de hoy. Incluso hablando de escritores consolidados en sus mercados y con fuertes vínculos con las grandes editoriales, incluso hablando de narradores faranduleros o vacas sagradas, bestsellers de retintín y obsesionados residentes en Europa y EEUU por pillar presencia mediática. Incluso, a esa gentuza, el Nobel les pide algo más que tirajes generosos y media hora semanal de televisión.

Y ahí la pregunta ¿Tiene la literatura peruana actual algo de nuevo que decirle al mundo? Es más ¿Tenemos voz propia para decir algo significativo a los demás?¿O nos hemos vuelto discos que repiten discursos ajenos, libros nuevos de ideas viejas, imitaciones presuntuosas, originalidades tramposas, mediocridades impostadas, simples proyectos mercantiles para editoriales?

Dejo ahí la pregunta, para quien vuelva a soñar con un Nobel peruano.

jueves, 8 de octubre de 2009

LA HISTORIA DE AMOR DE UNA SUECA Y VARIOS PERUANOS





No, no hablamos de un ménage à trois, ni de un gang bang, ni de un bukkake, ni de cualquier otra de esas prácticas sexuales que solamente existen en la fantasía de la mayoría de los peruanos. Tampoco vamos a referirnos a alguna historia de bricheros, que de eso ya tenemos harto y bastante.

No, les voy a contar un cuento, alguno de vosotros posiblemente ya conozca el final.

Hasta hace unos meses muy pocos paisanos sabíamos quién era Stieg Larsson; de hecho sabemos muy poco de la literatura sueca más allá de los cuentos para niños de Selma Lagerlöf, las policiales de Henning Mankell y, claro, el rollo de los premios Nobel. Así que Stieg Larsson nos podía sonar perfectamente como un baterista del grupo ABBA o el último fichaje del Barcelona FC (que, por cierto, esta temporada fichó a un sueco).

No, Stieg Larsson es uno de esos quijotes que surgen de cuando en cuando. Rebelde, feminista convencido, defensor de los derechos de los inmigrantes, antiguo militante de las juventudes comunistas (dentro de lo que pueda significar ser comunista en Suecia) y paladín del periodismo alternativo escandidavo. Larsson no se cortaba a la hora de investigar a la actual extrema derecha sueca (sus orígenes nazis y sus conexiones con la gran banca), de criticar los abusos de poder del Estado o de denunciar los espejismos del paraíso escandinavo. Fue amenazado de muerte por los neonazis suecos durante lustros y eso motivó que nunca se casara con la compañera de su vida. Desde la pequeña revista Expo, se dedicó a combatir la hipocresía y los demonios de su sociedad.

Pero Larsson también era un apasionado de la novela negra y nunca se olvidó de su vocación de escritor. Vocación que estalló a los 45 años cuando decidió -de manera divertida- escribir un best-seller que se convirtiera en el Plan de Pensiones para él y su pareja. Fumador, trabajhólico e irreverente; escribió tres tomos de un tirón que, dada su fama de periodista de calidad, no tardó en encontrar editor.

En el 2004, semanas antes de la publicación de su obra, Stieg Larsson murió de un ataque al corazón. No solo no pudo ver el éxito global de su trilogía sino que su padre y su hermano (que siempre despreciaron a Stieg por sus ideas y por no querer hacer plata como todo el mundo) heredaron los derechos de autor haciéndose asquerosamente ricos mientras su ex-pareja no recibió un solo céntimo, dada la ley sueca que no reconoce sucesiones en parejas de hecho no inscritas públicamente. Perra suerte, o quizá el postrer capítulo de la obra de Stieg que, en lo fundamental, es una ácida crítica de la sociedad sueca, democrática y progresista de boquilla, pero terriblemente indiferente frente a las injusticias que aparecen en sus narices.

El caso fue que, hace tres meses, me enteré de estas cosas zappeando el canal de Televisión Española, alucinando cómo los madrileños hacían unas colas inmensas para conseguir su último libro traducido. "Bah, otro bestseller de mierda" mascullé, ya que eso pienso de El niño del pijama a rayas o la popular tetralogía de Stephenie Meyer. Además, "lo caro que estará ese libro cuando llegue a Lima".

Llevando consigo esos pensamientos cascarrabias, me metí por una de mis calles favoritas, Quilca, de la que les he hablado antes extensamente. Y dio la casualidad que en la misma noche en que ví el informativo de la televisión me encontré con...¿quééé? En efecto, con una cuidada edición pirata de la primera novela de la trilogía de Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres, trece soles, la compré al toque. Enganchadísimo, me la leí en un dos por tres y ya estaba buscando el segundo volumen con la ansiedad de un toxicómano. A la semana siguiente, en Quilca lo encontré. Y así empezó el romance.

Se llama Lisbeth Salander

Lisbeth es el gran personaje de la novela. Ella es una jovencita escuchimizada, sociópata, con una saludable desconfianza frente a las instituciones públicas, bisexual, boxeadora a pesar de su frágil contextura y extraordinaria hacker que, a sus ventitantos añitos, nunca terminó el colegio. Víctima de una cadena de injusticias de la cual son responsables directos los principales poderes del Estado; Lisbeth desarrolla un pensamiento propio condensado en un feminismo radical y en una convicción eufórica de supervivencia. Huérfana de ideologías y teorías, Lisbeth se enfrenta y juzga a la sociedad desde una cruda ética nacida en la reflexión de su propia experiencia como víctima: "No hay inocentes, solo diversos grados de responsabilidad".

Lisbeth es capaz de desfigurar a un sádico jurista para que no la vuelva a tocar, aprovecha la guerra periodística contra un oligarca mafioso para meterse en su computadora y saquear su cuenta financiera, se regodea en la violencia que inflinge a psicópatas, asesinos a sueldo o machistas extremos como un elemento más de su propia concepción de defensa personal. No tiene amigos aunque preserva un sentimiento de lealtad y tácita solidaridad con los indefensos (sobre todo indefensas). No tiene pareja estable, pero gusta del sexo intenso si se presenta la ocasión. Ignorante de las humanidades y las artes, su única pasión fuera de la informática son las matemáticas puras. Casi no habla, casi no sonríe, actúa mediante una aplastante y políticamente incorrecta lógica: "Ese tipo odia a las mujeres, es otro cabrón, no hay sitio para los cabrones en este mundo".

Lisbeth ayuda a un periodista free-lance (alter ego idealizado del propio Stieg Larsson) en campañas quijotescas: Desafía a imperios financieros, tasajea los brazos torcidos de dinastías industriales, hace frente a todo el aparato de seguridad sueco, no se cansa de señalar públicamente a funcionarios corruptos, policías machistas e intelectuales mentirosos. Aunque eso la convierta en una marginal.

Porque a primera vista, a los ojos bienpensantes del hombre común, Lisbeth es una transtornada mental, un detritus patológico que se escapó de los inmaculados servicios de salud para arremeter y alterar el curso normal de la pacífica y democrática sociedad sueca. Los periodistas la describen como una terrorista media loca con el gatillo fácil, los policías la ven como una serial killer heredera de una banda de lesbianas satánicas, los médicos la consideran pura carne de psiquiatría, los jueces esperan hacer carrera política deteniendo quien consideran poco más que una iracunda asesina juvenil.

Y sin embargo la realidad es radicalmente distinta. Ella, contradictoria y huraña, es la buena de la historia, ella tiene la verdad de los hechos frente a la mentira mediática, ella defiende la libertad de ser frente a una sociedad que necesita etiquetarla como pasaporte de normalidad ciudadana. Ella tiene como pares de desventuras a putas explotadas, inmigrantes refugiados, periodistas disidentes, rockeras freaks, informáticos antisociales, un jubilado apopléjico y jóvenes sin un centavo. Sus enemigos, por contra, son altos funcionarios, doctores, respetados capitanes de empresa, matones de toda laya, personajes mediáticos y hasta ex-agentes de la GuerraFría.

Lisbe
th no es Lara Croft, ojo. No es una máquina de acción. Ella usa su violencia y su ira no solamente como mecanismo de defensa sino en oposición a la violencia estructural del sistema. Su sociopatía no es una disfunción psíquica sino un producto de los sufrimientos que las instituciones y la sociedad civil le propinaron desde niña. Sú praxis es una sugerente fusión de anarquistas del siglo XIX, punkies del class war británico y nuevas tecnologías contraculturales. Lisbeth es un símbolo de la oveja negra, del derecho a decir no, de la sospecha del poder como prueba de inteligencia.

Todo esto lo construí mientras devoré los otros dos tomos de la trilogía, todos comprados en las generosas galerías de Quilca. Sí, nuestra industria pirata patria no esperó a que se agotaran los primeros stocks sino que apostó por toda la saga. En un par de semanas estaban los tres libros mientras en las librerías de postín recién colocaban el primer tomo en sus estanterías. Una orgullosa empleada de Crisol me dijo que el tercer tomo llegaría a comienzos de octubre. No quise bajarle la moral respondiéndole que en Quilca hace rato que tenían la coleción completa. Y algo más: Así como es común ver las novedades cinematográficas en DVDs piratas antes que las pongan en cartelera, ahora se ha dado lo mismo en el campo editorial al venderse las copias antes que el original aprezca en las librerías. Y creo que es la primera vez. Tener La reina en el palacio de las corrientes de aire ayer y a trece luquitas en vez de esperar meses para ver como accedo al mismo libro pagando noventa solazos, tiene un nombre para mí: satisfación.

Y así, como un nuevo converso, hastié a muchos de mis amigos hablándoles repetidamente de esos libros. En muy poco tiempo me di cuenta que no era el único. Muchos , de alguna manera, llegamos a Lisbeth Salander por diversos caminos. Algunos habían leido algunos sueltos en los periódicos, otros se enteraron por los blogs y siempre estaba el boca a boca (otros pesados como yo, que les hastiaron antes). Profes de filosofía, activistas universitarios y, como no, escritores; todos prendados de esa antiheroína llena de tatuajes que se alimenta casi exclusivamente de leche y pan-pizza. El último en ser flechado, adivinen quién fue.

Para quienes recién se han enterado un poco de que iba esta historia, deben ya tomarme como otro pesado ¿Tanta bulla por un bestseller policial? ¿Es esa tu historia de amor?

Es mucho más: Es denuncia de las mentiras de nuestro tiempo, es la propuesta de un tipo de ética en un mundo sin ideologías, ni grandes relatos, ni ningún tipo de sentido común que no sea ganar dinero. Es una propuesta de lucha y de justicia más allá de lo políticamente correcto e incluso de la visión convencional de los Derechos Humanos. Es una reivindicación atractiva del feminismo como ejercicio de pensar decentemente. Es también una manera de ver cómo se construye un siglo XXI bastante distinto del anterior. Es una manera de querer al ser humano, de redescubrir el empeño de las personas sencillas, vulnerables e incluso indefensas por no rendirse.

Esas personas pequeñas, con sus propias cualidades, que se niegan a pactar para ser como los demás; son un tesoro incalculable en los tiempos que corren. Y, afortunadamente, no son tan escasas en el Perú. Aquí siempre nos encontramos con esas Lisbeth Salander cobrizas, chatas, calladas pero decididas. Todos los peruanos llegaremos alguna vez a encontrarnos con una Lisbeth.

Hace años yo encontré a una. Y espero muchas más.

(En la portada, la actriz Noomi Rapace interpetando a Lisbeth en la versión fílmica de Los hombres que no amaban a las mujeres. A ser sinceros, yo me la imaginaba de otra forma)


martes, 8 de septiembre de 2009

70 Años


Como sabéis, el 1 de Setiembre de 1939, las fuerzas armadas del III Reich cruzaban la frontera polaca. Para la fecha de este post ya habían alcanzado la capital, rodeándola. Había empezado la Segunda Guerra Mundial que -entre otros detalles como la carnicería general de casi sesenta millones de seres humanos- se convirtió en todo un referente cultural pop (La Lucha contra El Mal) para posteriores generaciones. Por no decir que también tuvo su fuerte impronta literaria.

Bart Simpson dijo una vez que "... no hay guerras buenas, salvo excepciones como la Revolución Americana, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de las Galaxias". Sobre la Segunda Guerra Mundial se debe haber escrito más que sobre cualquier otro acontecimiento histórico en el planeta (exceptuando quizá las escenas fundacionales de las religiones judeocristiana y musulmana): Toneladas de libros sobre ejércitos, armamentos, uniformes y demás parafernalia pajera, generalmente pronazi. Hay editoriales especializadas en producir títulos solamente de este conflicto. Hay historiadores con vena literaria que no eran nadie hasta que trataron la guerra y se convirtieron en bestsellers. Cada cierto tiempo aparecen colecciones de fascículos sobre lo mismo como si no supiéramos si los alemanes y japoneses la ganaron o la perdieron. E igualmente todos los años aparecen (temerarias) novedades editoriales sobre el tema (que Churchill estuvo a punto de pactar con los nazis, que a Stalin lo salvaron de una depresión postraumática a las puertas de la Batalla de Moscú, que EEUU pudo haber perdido la guerra en 1941 si...). Los temas de la guerra van mucho más allá de asuntos puramente militares, se meten con la familia de los jerarcas nazis, o narran el fascismo en clave de aventuras juveniles. Capítulo aparte es toda la literatura pulp de explotación del tema que va desde el clásico Sven Hassel hasta ucronías de invasiones de extraterrestres reptiloides en plena Batalla de Inglaterra (sí, de la imaginación de este señor). Y no podemos omitir esa otra frondosa literatura que es la Historiografía Revisionista, la que duda de la veracidad del Holocausto, que le echa la culpa de la guerra a los británicos o considera Hiroshima y Nagasaki como crímenes de guerra y de lesa humanidad. En los tiempos que corren, postmodernos y netamente audiovisuales, las cosas más van por recreaciones frikis y alucinantes propuestas cinematográficas.

Pero también se ha hecho buena literatura del tema.

Si bien hay cierto consenso en hablar de Sin novedad en el frente como la gran novela de la Primera Guerra Mundial (la cual también produjo sensacional poesía), en el caso de la Segunda Guerra la diversidad de criterios es más acentuada. En esta parte del mundo hemos estado más cercanos a la producción anglosajona de mucho tirón mediático y adaptación cinematográfica asegurada. Destacamos el caso de James Jones, autor de las posteriormente oscarizadas De aquí a la eternidad (más conocida por el tórrido, playero e interminable beso entre Burt Lancaster y Deborah Kerr) y La delgada línea roja, aplaudida por los fans de Sean Penn. Personalmente recomiendo Los desnudos y los muertos, la poderosa novela de Norman Mailer que posiblemente -si uno le dedica todo el día a Quilca- se pueda hallar a buen precio. Para quienes quieran algo más complejo y provocador, está el mítico Matadero 5 de Kurt Vonnegut, donde a la temática bélica se le une una corrosiva crítica al estilo de vida norteamericano.

Pero la inmensidad de temas acerca de esta guerra es de nunca acabar y aquí no vamos a hacer un inventario ni de coña. Recordar quizá que buena parte de la narrativa del conflicto ronda la tragedia del Holocausto (el-sólo-para-adolescentes Diario de Ana Frank, los casi inencontrables libros-testimonio de Primo Levi Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados, o lo que nos dice un Nobel como Imre Kertész en Sin destino) así como las paradojas de los sobrevivientes (El tercer hombre de Graham Greene, otra novela inmortalizada por el celuloide).

O la visión de la guerra desde otras sociedades: La versión soviética en novelas clásicas como La Joven guardia del torturado (por su conciencia y el alcohol, no por la KGB) Aleksandr Fadéiev y Lucharon por la patria del Nobel Mikhaíl Sholojov; así como en narrativas más recientes como la experiencia de los judíos soviéticos en La arena pesada de Anatoli Ribakov o la redescubierta Vida y destino de Vassili Grossmann (novela prohibida en su tiempo por disidente y en nuestro tiempo por cara, 90 solazos). Otra visión de la guerra, excepcional porque el autor es asimismo protagonista, es la de Curzio Malaparte, aristócrata quien fuera primero fascista, luego antifascista y finalmente comunista. Malaparte escribió Kaputt (novela redactada clandestinamente mientras era corresponsal italiano en el frente ruso, la repartió entre varios mensajeros para eludir el control fascista y sus últimos capítulos estaban escondidos en la doble suela de las botas del autor) y La Piel, textos de irónica amargura y descarnada agudeza sobre la condición humana en tiempos de guerra. Si se dedican a bucear entre Quilca y Amazonas a lo mejor puedan encontrar históricos ejemplares de los años cincuenta y sesenta. Entre ellos, los que alguna vez regalé hace veinte años.

¿Y el Perú? Para variar, aquí hay mucha desinformación sobre nuestra participación en la guerra. Participación que no fue precisamente para enorgullecernos. Recordemos que nuestra oligarquía fue simpatizante de los fascismos, que el Perú fue uno de los países que reconoció al gobierno de Franco, que tuvimos un partido fascista de masas, que nos aprovechamos del conflicto para saquear negocios japoneses limeños y el Perú tiene el dudoso honor de ser el país latinoamericano que más japoneses deportó a EEUU, los mismos que malvivieron la guerra en los campos de concentración para niseis con ciudadanía norteamericana. El Decano de la prensa peruana no ocultaba su simpatía por el eje durante toda la década de los años treinta. A Jose María Arguedas y a otros estudiantes más los encerraron en El Sexto por protestar la visita provocadora del embajador italiano a San Marcos. En cuanto a la historia (difundida con tatachines por El Decano) de una "bella espía peruana" que contribuyó a la victoria aliada en Normandía...aquí pueden leer mi explicación.

Demasiadas historias oscuras y poco aireadas para que tengamos nuestra propia literatura sobre el tema. Aunque, de haberlas, haylas. Tenemos una curiosa novela del piurano Francisco Vegas Seminario (Hotel Dreesen) que va de diplomáticos latinoamericanos en Europa contemplando los últimos estertores de la guerra. Pero, por lo general, lo que hay es la guerra como música de fondo, como referencia cultural o recurso nostálgico: Es el caso de Cordero de Dios, del malogrado escritor loretano Jaime Vásquez Izquierdo, donde la historia de Iquitos se entrelaza con la historia de una familia judía residente, con la guerra como presencia lejana pero constante. También en La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez hay alusiones a la contienda como referente dentro de nuestro propio combate ideológico (o de dibujado origen argumental como el caso de El mundo sin Xóchitl). La guerra también aparece como espacio sociotemporal dentro de la muy experimental novela El círculo Blum del joven escritor Lucho Zúñiga.

Pero la Segunda Guerra Mundial es sobretodo una parte integrante del background mental e icónico de varias generaciones. Ha sido nuestra memoria audiovisual y ocupa el lugar que los cuentos de hadas o los mitos ancestrales ocupaban en la memoria de nuestros tatarabuelos. Se ha convertido en una tradición de masas o, como dicen muchos críticos, un espacio ideal para ventilar dilemas e ideales que en el mundo de hoy resultan imposibles concebir. Como en La Divina Comedia, la Segunda Guerra Mundial es un escenario paralelo al real que nos propone motivos, ideas, comparaciones, sueños.

Pensando en Auschwitz, en Stalingrado, en la resistencia de los partisanos o el hambre de las ciudades arrasadas; podemos también pensar en la masacre de Putis, en Lucanamarca, en el combate de Madre Mía, en la matanza de los penales o las penalidades de las comunidades asháninkas...

Y es que pensando en el retorno de Alan García, la presencia del almirante Giampietri, los cubileteos del fujimorismo o el auge de sujetos ponzoñosos como el ministro Rafael Rey; uno también puede reflexionar en cómo Franco (socio de los fascismos) pudo seguir tanto tiempo en el poder, en la trayectoria de Reinhard Gehlen (de jefe del contraespionaje nazi en Rusia a director del servicio secreto en la República Federal Alemana) o en las oscuras maniobras de los fascistas italianos ayer y hoy para regresar al poder en la Italia de la postguerra con apoyo norteamericano, alianzas con la mafia siciliana y bendiciones del papado romano (que lo diga el propio Berlusconi de sus amigos)...

Marx decía que la historia se repetía primero como tragedia y luego como farsa. En el Perú la historia, cuando se repite, lo hace como humor negro para zoquetes.

Mientras tanto, en Ecuador...

jueves, 6 de agosto de 2009

ODIOSAS COMPARACIONES. Dos aniversarios, dos maneras de recordar a los grandes escritores


Éste es el año del Centenario del nacimiento de Ciro Alegría en el Perú y es el año del Bicentenario del nacimiento de Nicolás Gógol en Rusia. Hablamos de pesos pesados: Ciro Alegría es todo un referente en la literatura peruana del siglo XX, a Gógol se le considera uno de los fundadores de la narrativa rusa. El mundo es ancho y ajeno y Almas Muertas son dos clásicos de la literatura universal.

Y sin embargo, a ambos se les rinde homenaje de forma distinta.

Para empezar, a Gógol no solamente lo conmemoran los rusos. Ucrania (Gógol nació en la aldea ucraniana de Soróchintsi) le disputa a Rusia el patrimonio del escritor y ambos países se han enzarzado en una curiosa competencia a ver quien lo festeja mejor.

En Rusia los actos del Bicentenario incluyen múltiples interpretaciones y adaptaciones en teatro, radio y televisión de sus célebres cuentos La Nariz, El Capote y la aún vigente sátira teatral El Inspector. Se ha exhibido una carísima versión cinematográfica de Taras Bulba. El canal Kultura está emitiendo toda una batería de documentales sobre la biografía de Gógol (a cargo del gran gogólogo por excelencia Igor Zolotusski) y se han tirado ediciones especiales de sus obras (abundan las ilustradas). Además, el Museo de Historia de Moscú inauguró una exposición temporal con objetos personales del autor y numerosos escritos y originales. No falta la inevitable estatua (levantada en el bulevar Nikitski, junto a la casa donde murió Gógol) ni las monedas conmemorativas. Claro, esto no es nada comprarado con lo que hicieron en 1999 para celebrar el Bicentenario de Pushkin, donde tiraron la casa por la ventana, casi literalmente.

Mientras tanto, en Ucrania, no se ahorran conferencias con numerosos escritores e intelectuales, se les ha dado lustre a los tres museos dedicados a Gógol y se ha editado en Kiev la primera edición en ruso y en ucraniano de sus obras completas. Allí hay todo un movimiento reivindicador de Gógol como escitor ucraniano.

¿Y en el Perú? En marzo, la viuda de Ciro Alegría comunicó a los medios que el gobierno, el Estado y la Municipalidad de Lima se iban a comprometer en el año del Centenario del escritor: actividades conmemorativas durante todo el 2009, la creación de una Casa de la Cultura Ciro Alegría, de una Fundación, de la posibilidad que una editorial española reimprimiera sus obras, hasta una placita en Surco con su busto.... Que yo sepa, lo único que hemos visto ha sido un acto celebratorio del malhadado Congreso de la República (sí, el mismo que hizo también esto) y nada más. En San Marcos, como mucho, un coloquio internacional de crítica literaria le dedicó una de sus mesas.

Luego nada. Ni Fundación, ni Casa de la Cultura, ni reimpresiones especiales de sus obras, ni documentales, ni museos, ni una miserable estampilla ni nada. El gobierno está muy ocupado en coimear y esconder sus matanzas, la Municipalidad solo piensa en cemento y en la próxima coyuntura electoral. Ni el Ministerio de Educación ni mucho menos el INC han hecho algo para que nos enteremos que este es el Año del Centenario de Ciro Alegría.

Odiosas comparaciones: mientras que en Rusia y Ucrania homenajean a su Gógol hasta el cansancio, en el Perú tratamos a nuestro Ciro Alegría como un escritor de segunda categoría.

Y no solamente es asunto del Estado. Muchas instituciones y personalidades del mundo de la cultura no han dicho esta boca es mía. Ciro Alegría ha pasado de puntillas por la última Feria del Libro (¡QUE DEBIERA HABER LLEVADO SU NOMBRE, QUE SON CIEN AÑOS, CARACHO!). Las universidades tampoco se han movido lo suficiente (y la mayoría, ni se ha movido). Ni siquiera las promociones de los colegios, asociaciones, institutos y tantas organizaciones de la sociedad civil que llevan el nombre del escritor, han asumido la seriedad que significa celebrar un centenario.

A ver, yo no soy de los que endiosan escritores y mucho menos voy a poner al autor de Los perros hambrientos en un sanctosantórum. Pero, oigan, es bien triste ver como otras sociedades quieren a sus escritores, los leen y mantienen vivo su legado y testimonio; mientras que nosotros estamos volviéndonos desmemoriados, casi amnésicos, pusilánimes y triviales ¿Cien años de Ciro Alegría? Ah, bonito, sí ¿y? ¿Pasa algo?

Es signo de los tiempos. Como lo señalé hace unos meses, las élites limeñas están volviendo a rediseñar nuestra imagen de país, están volviendo a escribir nuestra historia y están reconstruyendo nuestro canon literario. En esa empresa de apropiación y reconfiguración de lo que supuestamente fuimos y supuestamente somos, Ciro Alegría no tiene mucho sitio, como tampoco lo parece tener el arcaico Arguedas (ojo, en diciembre se cumplen 40 años de su muerte) ni mucho menos la profusa literatura amazónica del último cuarto de siglo. A Vallejo se le tolera por su "experimentalismo poético" y su gancho internacional, aunque se le ha cercenado cualquier alusión a su ideología o a su praxis política. Vargas Vicuña no existe, Scorza es bizarrito, el Grupo Narración es sólo intrusismo político en la literatura, los narradores de los ochenta fueron unos fracasados y la actual literatura andina sólo es un invento más del resentimiento nacional. Eso es, más o menos, lo que se les van a enseñar a los adolescentes y jóvenes peruanos dentro de muy poco, si es que no cambian las cosas.

La manera vergonzosa como malcelebramos el Centenario de Ciro Alegría es un ejemplo de los nuevos y tristes derroteros hacia donde va nuestra cultura. Ahora que nos regodeamos de las victorias del pisco peruano sobre el chileno, valdría la pena saber cómo ellos celebraron en el 2004 el Centenario de Pablo Neruda.

Otra odiosa comparación.


P.D. Todavía estamos a tiempo, el VIII Encuentro Nacional de Escritores Jesús Manuel Baquerizo va a homenajear como se debe a Ciro Alegría en Huamachuco. Y, al parecer, se realizarán sendos encuentros de narradores con su nombre en Trujillo y Cajamarca. Aún así, creo que no es suficiente. Perdonen mi pesimismo.

martes, 28 de julio de 2009

A PROPÓSITO DEL 28 DE JULIO. Un poema crítico de un personaje políticamente incorrecto.





PERÚ, COSA SERIA
Al modo de Luis Felipe Nué


Un país que es cosa seria
Un país de muertos porfiados. Donde los verdaderamente vivos tienen poco que hacer
como no sea asesinar a los muertos porfiados.
Un país arena.
Un país donde viajar por la geografía es viajar por la historia.
Un país donde la gente segura tiene miedo con razón.
Un país sin renuncia e irrevocable.
Un país por exorcisar
Un buen lugar para morir.
Un país que ara en el mar, pero no en vano.
Un país de teólogos incrédulos.
Una oficina de compromisos.
Un país en salmuera.
Un país gratuito.
Un país por traducir.
Un país donde todos quieren ser algo distinto a lo que son.
Un país entre paréntesis.
Un país agradecido.
Un país que convierte en héroes a quienes quieren salvarlo: es decir, los mata.
Un país de masturbadores.
Un país malogrado.
Un país por lograr.
Un país de logreros.
Un país sin adolescencia.
Un país donde ser adulto es una forma de traicionar la propia infancia.
Un país de entretenimientos pasivos.
Un país donde la alegría avergüenza.
Un país a lomo de mula.Un país donde alguien pregunta ¿Quién soy? Se lo dicen, pero también se equivocan.
Un país donde todos los mitos son crueles... y la realidad es peor.
Un país por cantar.
Un país que se lo merece todo, pero no lo consigue.
Un país donde el joven quiere ser adulto (o lo obligan) y el adulto un playboy.
Un país que necesita un almirante para sus caballitos de totora.
Un país donde la tristeza es antigua.
Un país de locos sueltos, donde la cordura es inmoral.
Un país que inventamos.
Un país que practica todas las obras de misericordia.
Un país con dos veranos.
Un país que llama ser libre a la marginación.
Un país donde hay muchos que valen la pena. Pero son los más.
Un país en que la codicia termina en el cinismo.
Un país dividido entre los que ya son y los que quieren ser: satisfechos.
Un país donde la cultura es un modo de ser y un modo de no hacer.
Un país que premia la simulación.
Un país interrumpido. Donde los Incas no fueron imperio, los conquistadores feudales,
ni lo burgueses, burgueses ni los apristas, paristas, ni el socialismo socialista.
Un país cíclico, siempre dispuesto a devorarse.
Un país salmón que para sobrevivir nada contra la corriente.
Un país incierto, violento, miedoso.
Un país a punto (¿de qué? -De cualquier cosa- Pero que ya no aguanta ser lo que es).
Un país donde la honestidad no es más que un arribismo dubitativo.
Un país que hace de la broma un sustituto de la rebeldía.
Un país cerámica.
Un país donde el amor debería ser una preparación.
Un país vertical, pese a todo.
Pablo Macera, 1984.
La única forma de celebrar el 28 de julio es haciéndonos más preguntas sobre nosotros mismos. Somos una ¿nación? sui géneris, de (mal)hechura singular al estilo de los Anderson o Matos Mar. Somos un país que ha dejado de leer a otros, (gracias, Morsa). Somos todavía un país a descubrir y reinventar.
Sencillamente, Somos un poderoso enigma social.
(*) La foto, Mónica Sanchez, vistiendo a la patria.