viernes, 27 de diciembre de 2013

NAVIDADES PERUANAS



Estos días estuve en varios colegios públicos de San Juan de Miraflores. Y me topé con tres escenarios:

Primer colegio. Un colegio nacional pequeño, de infraestructura insuficiente, casi deleznable. Hablo de toscos salones hechos apresuradamente de tripley y niños que estudian en aulas que ya tienen comprobados problemas de infraestructura (es decir, que pueden venirse abajo ante cualquier temblor). Allí las autoridades organizan una navidad para primaria. Traen a dos mozuelas con gorritos de Papá Noel sobre su cabellera teñida, unos prietos corsés a lo Blancanieves y sugerentes minifaldas que hacen desviar la vista a más de un profesor. Las jovencitas imitan a Yola Polastri y cantan en puro playback canciones pegadizas "para niños". Las acompaña un pobre hombre enfundado en un disfraz de ardilla-cuy bajo el cual debe estar sudando horrores. El espectáculo llega a su fin cuando las animadoras y la autoridad empiezan a lanzar golosinas a puñados hacia una chiquillería que se agarra a empujones y puntapiés para acceder a algún chupete o caramelo. Finalmente, los niños de ocho a diez años regresan a sus aulas arrastrando cada uno su silla mientras la autoridad racanea el pago a las señoritas (a juzgar por sus caras) y la administrativa de limpieza inicia su tarea de adecentar ella sola un ancho patio cubierto de confeti, serpentinas y envoltorios de golosinas. Feliz Navidad.

Segundo colegio. Un colegio que aguanta dignamente el polvo de los cerros y el sol canicular. Toca homenaje a segundo de secundaria y viene una delegación de esas universidades privadas carísimas que se ufanan de tener su extensión de pastoral y proyección social. Entre rezo y rezo, hacen actividades lúdicas, empalagosas reflexiones navideñas y una amable chocolatada mientras disfrutan con un mago de segunda fila. Esta experiencia -que yo la he visto en varios tiempos y lugares- es una variedad de esa entrañable costumbre de la España franquista "ponga un pobre en su mesa": En Navidad, las familias pudientes, para lavarse sus complejos de culpa y ganar puntos con el Altísimo, invitaban a algún pobre de solemnidad a acompañarlos en la cena de Nochebuena. Bueno, por lo general eran unos brindis y el pobre comía su pedacito de lechón en la cocina o la puerta de servicio. Este bizarro hábito está descrito en la excepcional película de Berlanga, Plácido. Nuestra versión peruana es la de sonrosados chicos de universidades o colegios de alto costo que cumplen con su buena acción del año ofreciendo a sus desventurados hermanos un tetrabrick de leche chocolateada, una raja de panetón, una sesión de circo y, claro está, regalos. Porque esa es la nota significativa de la navidad peruana, los regalos. Aunque sean, eso sí, un osito de peluche para las niñas y un polo con el logo universitario para los niños. Todo pagado por esos alegres y desinteresados jóvenes que alucinan con los cerros de Pamplona y los comparan con los paisajes de Afganistán cuando ven en el cable los documentales del NatGeo. A esos gastos añádanse el salario del mago, el precio del equipo de sonido, el lujoso autobús de transporte con chofer incluido, el tabladillo con toldo y las mesas con sus respectivas sillas playa. Todo el festival lo culminan con una entusiasta foto de todo el grupo, con humor blanco y reiteradas consultas a sus smartphones. Feliz Navidad, otra vez.

Tercer colegio. Es uno de los más extensos y poblados del distrito. Son las nueve de la mañana y el plantel está rodeado por largas colas de sufridas amas de casa, niños y bebés colgando de los brazos. ¿Temporada de matrícula?¿Algún programa del Ministerio de Salud? No!! Desde ayer la gente se ha pasado la voz que en ese colegio van a gozar de una sesión navideña del personal de Combate, el exitoso programa de nuestra telebasura patria.  El rumor vino de un reparto inescrupuloso de volantes el día anterior y al colegio no solo asistían sus educandos sino que se les sumaron adolescentes, niños y familias de otros colegios y barrios, desbordando a todo el personal del colegio (que, al parecer, solo le dijeron la mitad de la película). Adentro ya suenan los parlantes con otro espectáculo infantil de mozuelas en minifalda, la gente exige entrar, los profesores intentan poner orden en una histeria que crece más y más. En una esquina aparece un Hyundai de lunas polarizadas que se abre paso entre la multitud ¡Allí están, allí están! Madres de familia, muchas de ellas con bebés en sus llicllas aporrean el chasis del coche, intentan ver quién está adentro. El pobre carro termina alejándose para entrar por alguna otra puerta. El sol aprieta pero nadie quiere irse del colegio, todos esperan a que sus adorados ídolos aparezcan en carne y hueso. Al final entraron, bueno entró. El único miembro del programa de marras es un subnormal con el sobrenombre de "Pantera" que animó una breve fiesta cuyo motivo final fueron -como no- los regalos. Esta vez fueron pelotas de plástico playero repartidas con entusiasmo entre la febril muchachada. Ah, la fiesta navideña se realizó en un flamante tabladillo encabezado por la figura de un candidato a la municipalidad por el Partido Humanista.  Sí, un político que se aprovecha de un colegio para hacer campaña. Feliz Navidad, también.

Demás está decir que esos tres espectáculos se hicieron en horas de clase. Y con el disgusto de más de un profesor.

A ver, no quiero hacer de pitufo gruñón (una apodo que recibo en varias ocasiones) pero quisiera señalar qué tipo de peruanos estamos formando con esas festividades. Estamos creando una generación de gente que ve diciembre como el mes de los regalos y que, por mor de disfrutar de algún obsequio, aceptan los ritos del clientelismo y la hipocresía. No quiero cargar tintas contra un par de jovencitas que se ganan el pan inspirándose en Xuxa, ni contra adinerados estudiantes que sienten tener buen corazón (aunque me recuerdan a cierta canción de Joan Manuel Serrat), incluso podemos entender a un sujeto que ha aprendido a hacer política al estilo peruano y que le parece lo más normal del mundo. 

El asunto es ver como, desde chiquititos, nuestros futuros peruanos empiezan a entender el mundo como un juego de prebendas, a sumergirse en la cultura del espectáculo, a soportar dos horas de severo sol esperando por una pelota o una bolsa de chocolatinas, a comprobar qué fácil es perder horas y horas de clase. 

Lo peor es que muchas de estas personas que cantan, hacen gymkanas y regalan juguetes sólo se aparecen en los colegios en diciembre. No hay la más mínima intención de ayudar a estos chicos a lo largo del año. No se detienen a pensar que valdría la pena a estos chicos regalarles libros, sortear telescopios, repartir juegos de pinceles y acuarelas. A los niños que todos los días suben largas cuestas de arenal para regresar a sus casas, que tienen que recursearse cuidando bebes o vendiendo en las calles, que son testigos de la violencia doméstica en sus familias agonizantes; no les arreglas el año con un trozo de panetón. El trabajo para devolver la felicidad a nuestros hermanitos dura todo el año y va más allá que una jornada festiva.

No creo en el "algo es algo". Es una excusa que acicala nuestro conformismo. Nuestras desvencijadas escuelas se merecen otro tipo de dinámicas, de iniciativas, incluso de regalos. A ver si nuestras chicas en minifalda puedan crear jornadas pedagógicas creativas para nuestros niños, que nuestros bienintencionados universitarios monten bibliotecas o modernicen laboratorios y que nuestra silvestre clase política elija ganarse a la comunidad cumpliendo sus promesas y no sólo haciéndolas desde tabladillos aprovechados. Lo otro, es seguir la engañosa ceremonia de nuestras navidades peruanas.

* (En la foto, otro ejemplo de nuestras navidades peruanas, llenas de globos y stickers).

sábado, 31 de agosto de 2013

EL INFORME DE LA COMISIÓN DE LA VERDAD, DIEZ AÑOS DESPUÉS ¿UN DISCURSO CADUCO?



A Fiorella Pérez Huayllasco

El informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (en adelante, CVR) tiene muchísimas contradicciones. Y no solamente las formales, que cuestionan el número de víctimas de la guerra (todo parece indicar que murieron muchos más y los desaparecidos son bastante más de los declarados oficialmente). La CVR tiene un discurso que ahora se ve agotado, incompleto, jodido.

Porque la CVR, en sus inicios, fue una enorme movilización en el que miles de universitarios y promotores populares, forjados en las luchas contra la dictadura fujimorista,  marcharon a los Andes a despertar la verdad, a darle voz a los discriminados y vencidos, a rescatar a las víctimas, a reescribir la historia. Buena parte de ellos ahora, diez años después, se sienten que han sido estafados, que todas las ganas de acumular testimonios y denunciar los crímenes terminaron en un informe temeroso, que hablaba con la boca chiquita y que, finalmente, acabó escribiendo una narración muy convencional de nuestra guerra interna.

¿Cuál es el discurso de la CVR?: Que Sendero empezó la guerra, que se la declaró virtualmente a todo el país, que esa agrupación política cometió tremendas atrocidades y fue la mayor responsable del conflicto armado interno (ah, y que mató mucho más que cualquiera). Que desgraciadamente el Estado peruano cometió algunos excesos. Que buena parte de los quechuablantes fueron carne de cañón. Al final, el campesinado, descontento de los crímenes de la guerrilla maoísta, se alía con un Estado mucho más responsable y asertivo. Y entre los dos, liquidan a Sendero para siempre. Happy End.

Ese discurso, asumido formalmente por el Estado, ni siquiera es aceptado por buena parte de las élites empresariales y militares, que aún ven en el fujimorismo el gran redentor del desarrollo, de la paz social y de la actual bonanza económica. Pero es que apenas ha calado en la sociedad civil ,que no respalda ni cobija (como debiera ser) el informe de marras de la CVR. A diferencia de Chile o Argentina, el informe final de la CVR ha terminado con poco respaldo popular, sin alguna influencia en las instituciones del Estado,con un preocupante hiato entre la gente corriente ¿por qué?

Creo que uno de los principales problemas del informe está en esa visión maniquea que tuvo que manejarse por problemas de gobernabilidad (no causar complicaciones a la nueva administración postfujimorista) y posibilismo (había que negociar para no ser fulminadas por las Fuerzas Armadas y lo peor de la derecha peruana). La CVR no quiso cargar mucho las tintas a las Fuerzas Armadas, trató de sociologizar el conflicto (a diferencias de los informes de la memoria de Chile o Argentina que se remitieron solamente a describir las acciones contra las víctimas, vinieran de donde vinieran) y señalar con el dedo acusador a la guerrilla maoísta como la gran culpable de todo. Como gesto vergonzante, enviaron al entonces presidente Alejandro Toledo una carta lacrada donde sugerían los responsables de las atrocidades del Estado. Evidentemente, ninguno de esos señalados en secreto por la CVR ha sido acusado de algo. Es más, ni los sabemos (a estas alturas, Salomón Lerner podría ya denunciarlos, digo).

Los malos porque son muy malos perdieron el conflicto y se pudrirán en la cárcel. Los buenos, pese que a veces se les pasó la mano, ganaron y eso contribuyó a que el Perú sea ahora un país bastante mejor que el que sufría en los terribles años ochenta. La CVR se esforzó bastante en señalar a Sendero y a Abimael como los malos malos, el mad doctor que solamente produjo sangre y destrucción. En fin, un triste capítulo protagonizado por los profetas del odio que felizmente fueron derrotados y estigmatizados para siempre.

Ese discurso, tan cómodo al  microuniverso de las ONGs y al miniolimpo de la Academia, se ha quedado solitario y desgastado.La gran mayoría de las recomendaciones de la CVR apenas se han cumplido. El resto del país tiene que escuchar el sonsonete ejemplarizador que resuena una y otra vez por los medios de comunicación. Las víctimas de la guerra no han recibido casi ninguna compensación. La corrupción está peor que antes. Seguimos con uno de los peores poderes judiciales de América Latina. En las zonas más castigadas por la guerra, apenas se han mejorado sus indicadores. La democracia no ha impedido que tengamos por Congreso un hatajo de analfabetos e inmorales. Las Fuerzas Armadas no tienen ninguna intención de abrir sus archivos para esclarecer los años del conflicto.  Es cierto que la mayoría de peruanos han mejorado sus ingresos, tienen DNI y celular. También es cierto que los índices de tuberculosis o embarazo adolescente apenas han variado en los últimos veinte años y  que la desigualdad entre peruanos es aún sonrojante. La CVR, en su informe, pretendía que alcanzásemos cauces para ser más asertivos, más democráticos y abiertos en nuestra praxis política. Diez años después, rodeados de políticos venales y funcionarios corrompidos, todo parece ir a peor. 

Ahora que estamos de aniversario la pregunta es ¿Vale la pena seguir defendiendo el discurso de la CVR? ¿No habría que admitir que el discurso de la CVR ha envejecido?

La CVR, pese a sus limitaciones y presiones que pudieron envilecerla, fue un buen comienzo. Por lo menos, se abordaba públicamente el más triste capítulo de nuestra historia  republicana. Y lo hizo cuando casi todos los peruanos recitaban el catecismo cívico fujimorista. Porque casi no había una narración alternativa.

Sin embargo, diez años después, la literatura enriquece el conocimiento de nuestro conflicto armado interno. Ese camino existe de Fernando Cueto, te enseña las entrañas del terrorismo de Estado, el interior del tristemente célebre estadio de Huanta, la política oficial de torturar, matar y desaparecer peruanos. De tirarlos desde helicópteros, de coleccionar orejas de las víctimas, de la ceremonia de violar a las detenidas.

Sócrates Zuzunaga en La noche y sus aullidos, nos habla de la guerra vivida desde dentro, desde un pueblo cualquiera de Ayacucho. Algo importante es que él nos cuenta cómo así un adolescente campesino terminaba yéndose con la guerrilla. Y no uno, varios. Esos chicos que empezaron jugando a senderistas y policías en el patio del colegio y terminaron agitando la bandera roja, emboscando militares, aniquilando ronderos, ejecutando camaradas por robar una lata de atún o azotando civiles por borrachos o infieles ¿Cómo llegaron a eso? ¿Qué pasó para que una comunidad se enfrentara a otra a machetazos? ¿Cómo así 69,000 peruanos -o más de 100,000 peruanos según otras fuentes- ya no están entre nosotros?

Diego Trelles Paz nos cuenta en Bioy la ambivalencia de un militar que fue un torturador salvaje en nuestra guerra interna pero se comporta como un héroe -contra natura, eso sí- a la caza de un sanguinario narcotraficante. ¿Quiénes son los culpables? ¿Qué tan culpables eran el periodista mentiroso, el juez cobarde, el coronel corrupto, el político oportunista, el funcionario traidor, el intelectual con miedo, el viceministro indiferente? ¿Qué dice el informe de la CVR sobre ellos?

El testimonio de Lurgio Gavilán, quien fue guerrillero, soldado del Ejército, cura y antropólogo; nos evidencia de peruanos imposibles de catalogar y encasillar en el alegre juego de buenos y malos.Como él, muchos buscaron sus propios caminos de escapar del infierno de la guerra, la tortura y la matanza, se largaron de su localidad, incluso se fueron al extranjero, han intentado reconstruir su vida hecha jirones, reconstruirse sobre su juventud perdida; buscan un espacio, casi un rincón, para que sigan viviendo en un país que todavía adoran y al que quieren servir. Nada parecido a las políticas de arrepentimiento del fujimorismo y donde la CVR no ha dicho ni mu.

Las causas son bastante más complejas. Las consecuencias, peores aún. El discurso de buenos y malos ya no nos sirve. Esa narrativa de ver la guerra como el enfrentamiento de dos ejércitos errantes que se aprovechan de una población civil pasiva y mansa ya no convence a nadie.

Nuestra literatura está dando razones válidas para renovar el discurso de la CVR, para despercudirla de los intereses creados por algunas ONG y, sobretodo, para cambiar el monótono retintín de los medios de comunicación, la penosa infraética de nuestro periodismo. La CVR fue un punto de partida, ahora toca a nosotros seguir recorriendo el peligroso y airado camino de llegar a la verdad.

Fiorella Pérez, trabajaste para la CVR y ahora piensas que fue casi una pérdida de tiempo. No lo fue. Nadie pierde el tiempo sirviendo a los demás y abocándose a nobles causas. Las frustraciones y derrotas son parte de una larga lucha por darle la verdad a nuestro pueblo. Porque la verdad nos hará libres. Los límites del discurso de la CVR no la condenan, solo son los caminos para que nosotros, ahora, sigamos adelante. 

Fuerza, optimismo, solidaridad. Son los poderosos los que tienen miedo de lo que hacemos. Efectivamente, que sigan teniendo miedo.

domingo, 28 de julio de 2013

EL PATRIOTISMO EN EL PERÚ (Reflexiones antipáticas)


Dedicado a mi amigo, Fernando Llanos Masciotti


Este post va al calor de un batiburrillo de artículos para ocasión de las Fiestas Patrias del Perú. El comentario liberal de Trahtemberg en el pasquín Correo, La réplica de Silvio Rendón y el comentario de Ricardo Virhuez en esa nueva tribuna de debates adultos que es el Facebook (porque el resto de los internautas ya se ha pasado al twitter). Y, como guinda al pastel, la última columna de Martín Tanaka en La República.

Qué decir, por un lado me parece gratificante que, poco a poco, las élites (económicas, académicas, culturales) vayan sacudiéndose sus hombros de esa caspa decimonónica que reducía la historia del Perú a las vicisitudes de sociedad criolla, que abandonan la costra militarista y se sinceren en la abominación de los desfiles militares y su mala influencia en el sistema educativo. Que se critique y se discuta una historia del Perú canónica y oficial, que oculta muchos hechos necesarios y por otro lado es una buena sarta de mentiras. Una historia que solo la tragan los indolentes, los oprtunistas y los patriotas de salón, esos que se juntan en un bar a cantar el Perú Campeón y el valsecito del ron Pomalca

De esa crítica, lo más interesante, es que volvamos a ver la historia del Perú como una historia de peruanos de carne y hueso, de personas concretas que nacieron ,vivieron, sufrieron y murieron en esta tierra. Que, como testimonios sociales o experiencias excepcionales, nos dieron derroteros que interpretar o juzgar. Nuestro país es una suma de vivencias diversas, mucho más marcadas porque somos un país bastante plural, donde más que venerar hay que reflexionar, donde más que aplaudir hay que criticar, donde más que desfilar, urge pensar.

Las Fiestas Patrias, hoy, debiera ser un momento de reflexión. De saber a dónde demonios vamos como país. De pensar en qué le vamos a dejar a nuestros hijos, de cómo vivir el Perú con ellos.

Sí, sé que eso es una actitud fregada en un país que ahora, en plena borrachera de crecimiento macroeconómico, festeja su Ventiocho con cebichito, arroz con pato, pachamanca, ají de gallina, seco de cordero, chaufa taipá, cerveza Cristal, Inka Kola, chicha de jora y pisco soldeíca.   Que luego paseamos por la plaza en son de fiesta, escuchando los enlatados emblemáticos de Eva Ayllón y el zambo Cavero, que disfrutamos de los pasacalles de música folklórica que evocan nuestra diversidad, que terminamos bailando cumbia en estadios o llenando circos, malls y multicines aprovechando la propina de la gratificación o la engañosa generosidad de nuestras tarjetas de crédito. Que hemos cristalizado la celebración del país en una ceremonia consumista. Porque eso nos dicen los medios, ser peruano ahora es consumir, es gastar, es traducir tus deseos y expectativas comprando.

Dicho de otra forma. Si no compras, no eres peruano. Si no disfrutas consumiendo, tampoco lo eres. Si en vez de comprar tus anticuchos o tu pasaje LAN de vacaciones, te dedicas a discutir lo que ves por televisión o a renegar de los escolares que marchan; pues eres un mal peruano, un amargado, hasta un terrorista.

Dicho nuevamente de otra forma distinta. Los millones de peruanos que no pueden o no quieren gastar, que no quieren desfilar y les llega ver el Te Deum y todo ese rollo, que ese mismo día tienen que trabajar y mañana también porque su condición económica y laboral no les permiten tener vacaciones, quienes esos días patrios prefieren pensar (y actuar) frente a la podredumbre del Congreso, la felonía gubernamental y la miseria moral de los medios...en fin, todos ellos no son peruanos.

Y a lo mejor tengan razón.

La patria es una razón sentimental. Es un producto cultural que gana legimitidad según cómo se proponga. En el pasado la patria no reflejaba ningún interés -más allá de los rituales oficiales- dentro de una sociedad profundamente dividida y discriminatoria. Cuando aparecieron las tecnologías, las comunicaciones, la difusión de la educación pública, los movimientos demográficos, la mayor cobertura de los medios de comunicación y la creciente movilidad social; se fue macerando un vago sentido de peruanidad que nacía de una guerra perdida y se recreaba en los éxitos de nuestras selecciones de fútbol (masculino) y de voley (femenino). La derrota de la insurgencia maoísta (dibujado como el fin del gran conflicto que asolaba el país) y la legitimación del discurso neoliberal (propagandizado como la -única- salida de la pobreza) construyeron un nuevo sentido de peruanidad alentado por el coro mediático, el impulso de las nuevas tecnologías y el crecimiento económico durante todo el siglo XXI.

Cuando te dicen que has hecho patria haciendo crecer tu negocio, sea una inmobiliaria sea un kiosko de alfajores; te crees el discurso de la patria. Y si te va bien, pues lo disfrutas. El sueño de muchos es que el patriotismo peruano sea muy parecido al patriotismo norteamericano: Tu defiendes el país de las oportunidades, el país donde puedes triunfar si trabajas duro y la haces, el país donde si obedeces a la autoridad, no te metes mucho en política, si eres práctico y sabes cómo colocarte; te saldrán mejor las cosas. La patria como sublimación del individualismo, donde la comunidad depende de los intereses personales. Claro, todo este discurso a la peruana; donde le agregamos el paisaje del turismo, los olores de nuestra gastronomía y los discursos pasionales de la telebasura y la prensa chicha, productos cien por cien de esta tierra.

A la peruana. Donde sabemos que no hay que tragarlo todo de ese discurso, donde sabemos que nada es inocente y desconfiar es bueno, donde el patriotismo es un simulacro para sobrevivir y rentar en una sociedad carcomida por la corrupción, la impunidad y el racismo. Un lindo país donde una pareja de adinerados borrachos tumba un poste de luz pública, cholea a la policía (que tampoco se deja respetar mucho) y llora porque se les ha perdido su perrita de raza. Y después no pasa nada, más allá del chiste noticioso y los memes de internet.

"Los obreros no tenemos patria". Eso lo decía Karl Marx y estaría bien que muchos izquierdistas -sobretodo los más jóvenes- lo tomaran en cuenta. La patria no es un concepto afortunado en un discurso que habla de la lucha de clases mundial o de un proletariado internacional. Incluso aquellos que hablan de una patria bolivariana o latinoamericana escamotean conceptos originarios que nunca entendieron esto de patria como comunidad de personas unidas por leyendas y herencia común. ¿Por qué? Porque en toda sociedad hay clases que según el marxismo son irrenconciliables en un proyecto de dominio total de los trabajadores (sí, suena largo y aburrido pero así lo escribían). Acá muchos creen que la patria cobra sentido porque todos bailan al son del Grupo 5, pero -como lo comentó alguna vez el sociólogo Santiago Alfaro- el día en que la gente de los barrios acomodados de Lima vayan a bailar cumbia en El Huaralino o a Huarocondo, allí sí podríamos hablar en serio de una comunidad. De una curiosa comunidad donde hoy la gran mayoría de los héroes oficiales peruanos (esos que aparecen en las láminas Huascarán o en los billetes) suelen ser blancos, criollos y militares. Las lineas de separación están todavía muy, pero muy marcadas en todo el país.

Por más que Al fondo hay sitio, los programas de concursos de imitación o ese bien montado canal de gastronomía peruana, quiéranos decir lo contrario.

No quiero quedar como cascarrabias. Podría citar a Samuel Jonhson ("El patriotismo es el último refugio de los canallas") o al gran Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo (Definición de patriotismo: "Basura combustible dispuesta a arder para iluminar el camino de cualquier ambicioso")Pero no. No arreglamos mucho añadiendo más leña al fuego. Por más libertaria que sea la leña.

Mi concepto de "patria" para mí es otro. Es el de construir un mundo mejor para todos, una forma de ayudar concretamente a lo demás. Una actitud de solidaridad con quienes consideramos nuestros hermanos y amigos, sobre todo quienes la sufren de verdad. Donde las raíces culturales sean estímulos a ser mejores personas y no a crear fronteras. Un saber decir "yo no soy sólo yo". Donde yo como trabajador aprendo de otros trabajadores, banderas aparte. Un abrirse a los demás, un escuchar al otro. Así nomás, sin desfiles ni ceremonias ni vainas.

Sentarnos a conversar, preguntarnos por lo que queremos y lo que nos hace falta. Ayudarnos. Para mí, eso es patria.

Lo demás, no sé si ya valdrá la pena.

Y he tardado casi cuarenta años en descubrirlo. Para bien o para mal.



*En la foto, la señorita Sofía Lorca haciendo de la patria hace cien años más o menos. Una patria ajena, criolla, mayestática y retórica. ¿Nos imaginamos una mejor?

miércoles, 29 de mayo de 2013

EL QUIJOTE DE CHIMBOTE



Reinicio mi contacto en este blog con una muy mala noticia: El fallecimiento de Jaime Guzmán Aranda.

¿Quién era Jaime? Escritor, editor, animador cultural de Chimbote. Y uno de los Quijotes de nuestro país.

Enamorado hasta el tuétano del gran puerto del Norte, Jaime se empeñó en que todos conociéramos a Chimbote por su literatura. Fundó Río Santa editores, una de las editoriales más activas fuera de Lima, cuya divisa era: ¡Para dejar de ser forasteros en nuestra propia tierra, leamos lo nuestro!¡Sólo se ama lo que se conoce, lee literatura de Chimbote! Esto que pareciera ser una algarada localista era el gran grito de campana que convirtió a Chimbote en uno de los grandes polos culturales del Perú.

Jaime se obsesionó por publicar todo lo literario que pudiera aludir a Chimbote. Rescató los textos chimbotanos de titanes de nuestra literatura como Julio Ortega u Oscar Colchado. Sacó adelante antologías de ensayos sobre la ciudad con firmas históricas como las de Cornejo Polar o Flores Galindo. Llegó a gestionar los permisos y derechos para publicar el célebre libro de Guillermo Thorndike sobre el plutócrata pesquero Luis Banchero (que buena parte de su vida la dejó en ese puerto). Impulsó a jóvenes escritores de la ciudad a publicar como el caso de Miguel Rodríguez Liñán, Augusto Rubio y Ricardo Ayllón. Tenía que imprimir a Juan Ojeda, el gran ausente, el gran vate de Chimbote, nuestro único poeta marinero. Sin Jaime, no habríamos descubierto a Fernando Cueto, uno de nuestros más prometedores escritores de este siglo.

Toda esa labor editorial lo hizo a costa de sí mismo. No se hizo millonario con su editorial ni mucho menos. Todo lo contrario, quiso hacer de Quijote en su tierra, a sabiendas de lo que recibiría a cambio.

Jaime hizo todo lo que pudo para que la literatura chimbotana floreciera: Financió librerías que al final quebraron, él mismo en su propia camioneta llevaba sus libros a cualquier evento, realizaba iniciativas bizarras como polladas culturales:  ventas de pollo a la parrilla para conseguir fondos. Presentaba libros con desfiles de escolares y bandas de música por la ciudad. Sacaba revistas culturales efímeras, que de la nada salían. Provocador y lujurioso, como lo era, acometió la publicación de un libro de cuentos eróticos de Chimbote, dándolo a conocer en uno de los principales prostíbulos de la localidad. Agasajaba a los escritores que se detenían en Chimbote, con desayunos generosos por la mañana, anticuchos y cervezas por la tarde y vigorosos caldos de lengua por la madrugada. Con él aprendimos que Chimbote no era una gran barriada sino una gran comunidad de artistas tan o más activa que sus símiles de la capital del Perú.

Pero esto era, como ya saben, una labor de Quijotes. De peruanos que se quedan en bancarrota a mitad de sus sueños, que reciben crueles burlas de sus pares metropolitanos y banales puntapiés en las ventanillas bancarias, que se pasan mañanas enteras en despachos oficiales para apenas conseguir migajas, que intentan convencer una y otra vez a gente que, detrás de elegantes corbatas, no mira más allá de sus intereses y considera el arte como una extravagancia. Que se queman las cejas publicando libros y revistas en un país donde millones leen prensa chicha, miran todos los días telebasura y gastan sus excedentes comprando baratijas en las galerías comerciales.

Pero, pese a las evidencias, necesitamos este tipo de Quijotes. Necesitamos de gente que invierta su tiempo, sus recursos, su vida misma en la cultura y en el arte. Porque la cultura y el arte son una de las pocas ventanas que tenemos para no asfixiarnos en la mediocridad cotidiana, el individualismo salvaje y la ignorancia jactanciosa. Nuestro país no es grande porque vivamos de exportar exitosamente minerales a China, exhibamos un gigantesco PBI en uno de los países más desiguales de la región o presumamos de comer rico mientras millones de nuestros hijos se acercan a una sonrojante tasa de desnutrición crónica; el Perú es y será grande gracias a su cultura, gracias a nuestra capacidad de crear.

Se ha ido Jaime, el gran Quijote de Chimbote. Esperemos que otro chimbotano tome su adarga, coja su lanza y monte el flaco rocín. Que muchos quijotes peruanos enfrenten -con la sonrisa alucinada y la cabeza alta- los molinos de viento del Perú. De momento, no nos queda otra salida.

PD: En la foto, Jaime Guzmán Aranda en primer plano, escoltado por Oswaldo Reynoso y Fernando Cueto. Vamos, casi en el Olimpo.

miércoles, 6 de marzo de 2013

¿BARBARIE O CIVILIZACIÓN?


Dentro de la gran controversia que ha generado quien en vida fuera Hugo Chávez Frías, una de las discusiones típicas era si Chávez, con el histrionismo que le caracterizaba, era el típico militar populista que de culto tenía muy poquito. O más aún, que sus arranques mediáticos, sus gestos contundentes e incluso apresurados, denotaban un signo de la barbarie que venía a quedarse en Sudamérica: La de gobiernos autoritarios, manipuladores, cuya visión social se acababa en subvenciones para cosechar fáciles aplausos, la imposición del partido ganador para acaparar rectorías, direcciones generales de educación y producir una generación de artistas e intelectuales que, por mor del petrodólar, sólo podían ser afectos y serviles. El famoso Ogro Filantrópico que dibujó años antes Octavio Paz para definir al viejo PRI mexicano y que ahora resucitaba empeorado, más grande, más fiero, más torpe y más inculto.

Perú 21, el vástago contrahecho del grupo El Comercio, no ha perdido tiempo coleccionando las frases más agresivas de Chávez, muchas de ellas cargadas de ajos y cebollas. Los medios que se alinearon con la oposición al régimen bolivariano no dejan de recordar su retórica altisonante, sus gestos mussolinianos ante masas, sus apariciones televisivas cantando, bailando y declamando cuartetas simples, sus contradicciones ideológicas (se consideraba heredero tanto de José Carlos Mariátegui como de Haya de la Torre) y esos ruegos áulicos al dios de los cristianos, que recordaban a las peligrosas alianzas del poder con la religión. Casi nunca se le ha visto leyendo un libro y su bagaje intelectual tenía más de manuales de autoayuda y clásicos leídos por terceros, que de una sofisticada formación intelectual. Cuando rechazó debatir con Vargas Llosa, muchos liberales lo tomaron como una huida de la "barbarie" ante la presencia de la "civilización". Y además, era militar, que para los ilustrados limeños -con razón o sin ella- es sinónimo de bruto.

Y, finalmente, ese culto a la personalidad in crescendo qué tan mal cae a muchos letrados (de izquierda y de derecha), esa entronización de un segundo Bolívar viviente, esa divinización popular que convirtió a un teórico presidente democrático de izquierdas en un ícono similar a Evita Perón (o Abimael Guzmán, sin ir más lejos). 

Y sin embargo, cuando uno ve lo que se ha hecho en cultura y en la educación en estos 14 años de chavismo, se podrá decir cualquier cosa excepto barbarie: Un acceso casi universal a las universidades (o como decía una amiga mía "en Venezuela no estudia solamente quien no quiere") con facultades que producen miles de doctorados al año (recordemos que Venezuela tiene casi la misma población que Perú, así que calculen), una producción editorial gigantesca capaz de ofrecer gratuitamente 300,000 ejemplares del Quijote en las calles, una red de orquestas sinfónicas en todo el país que ha hecho de Venezuela ya una potencia musical regional, un cultivo fervoroso de las artes populares más allá de la zanahoria del turismo, toda un infraestructura de premios, concursos, entradas baratas a teatros, museos y festivales que ha convertido a la gestión cultural en una profesión de primer orden y a los intérpretes y artistas en un oficio apreciado socialmente. Claro, todo esto no hubiera sido posible sin una sólida voluntad política de impulsar una política cultural a gran escala. Mientras el Ministerio de Cultura de Venezuela es una gigantesca fábrica de productos culturales que mueve millones, acá nuestro liliputiense ministerio peruano se parece más a un carretillero informal que se dedica mendigar fondos. 

Obviamente los venezolanos tiene sus propios problemas: Tienen que lidiar con universidades masificadas, tienen que seleccionar (y no necesariamente con la mejor asertividad) la enorme oferta cultural que será apoyada, saben que toda la gran inversión en educación no ha podido disminuir la tremenda criminalidad en varias ciudades y, como muchos escritores limeños señalan, la revolución bolivariana todavía no ha dado un graaaaaaaan escritoooor, de esos que terminan siendo publicados por las reconocidas editoriales españolas. Que la explosión de cantidad no se ha traducido en un crecimiento de la calidad. Y que, en todo caso,sus logros culturales han sido gracias al grifo interminable del petróleo (¿Y en el Perú hemos hecho algo parecido con las vetas interminables de nuestra minería?)

Es una discusión que no se acabará ahora. Yo solamente puedo comcluir que, además de las contundentes cifras de reducción de la pobreza y pobreza extrema en Venezuela, el legado de Chávez en la educación y la cultura nos dice que, efectivamente, en ese hermano país ha triunfado la civilización sobre la barbarie.

¿Podremos decir lo mismo del Perú?

martes, 5 de febrero de 2013

UN LIBRO DISTINTO


Memorias de un soldado desconocido (IEP, Lima 2012). Muchos ya conocen la historia de este libro. El autor repasa su increíble experiencia: En el Ayacucho de 1983, siendo un campesino adolescente y analfabeto, se integra a las filas de la guerrilla maoísta donde llega incluso al rango de camarada. Hecho prisionero en una emboscada del Ejército le es perdonada la vida y se convierte en "cabito", enrolado en las fuerzas armadas donde entra al colegio y combate a sus antiguos compañeros. Finalmente, se hastía del uniforme y entra en un convento franciscano, del cual también abandona para tener una familia y seguir estudios de antropología, su pasión final.

El libro ha tenido un éxito tremendo, al punto que ya ha sido pirateado y se vende abiertamente en Quilca, Amazonas y Javier Prado (versión que yo he leído, no puedo pagar la tarifa internacional de los buenos libros del IEP). En Quilca -lo que invita a pensar- ese libro se vende escoltado por Profetas del Odio de Gonzalo Portocarrero y De puño y letra, de Abimael Guzmán (ambos libros igual de pirateados). El libro no solamente ha recibido el beneplácito de la prensa (que para estos temas siempre se vuelve cobarde y mentirosa, como el modosito reportaje de Oscar Miranda) sino incluso la bendición (algo tendenciosa) de nuestro Premio Nobel. A esto se agrega una masiva venta que, creo, incluye cierto cariño y curiosidad popular.

¿Cómo así? Algo muy elemental y sorprendente: Es un libro escrito sin ira y sin odio. Donde un tono pausado, amable y de una apacible neutralidad no esconde el amor del autor por su tierra, una memoria respetuosa de sus años cuando militó en el PCP y luego en el Ejército, sin evitar señalar los excesos y atrocidades que ambos bandos en guerra cometieron. En el libro se narra con una asombrosa naturalidad las acciones guerrilleras del PCP, los draconianos ajusticiamientos entre los propios camaradas por robar una lata de atún o un paquete de galletas, las duras jornadas de guerrillero maoísta escalando los riscos descalzos, hambrientos y llenos de piojos, la solidaridad de las comunidades campesinas para con los guerrilleros (señalo esta palabra, porque así el autor se identifica, no cae en las denominaciones peyorativas de los medios), de las terribles batallas entre comunidades que apoyaban al Partido y comunidades de ronderos que apoyaban al Ejército, con un odio que se ha transmitido hasta nuestros días. 

Habla del Ejército como un espacio que le proveyó educación, alimento y trabajo (siempre habla bien del Ejército, al cual considera "su casa") pese a que no se corta a la hora de señalar el duro aprendizaje de los "cabitos" (donde hasta te obligaban a sumergirte en las heces de las vacas sacrificadas del camal o a desayunar sémola con pólvora), o de señalar la cantidad de atrocidades cometidas por los uniformados. Por ejemplo, el uso de las guerrilleras capturadas como esclavas sexuales durante semanas, a las que después ultimaban con un tiro en la nuca (algo merecedor de alguna investigación, pero ¿qué periodista peruano tiene hoy la independencia y la valentía de hurgar en esos asuntos?) . Todo esto y más (guerrilleros quemando pueblos enteros acusados de colaboracionistas con el Ejército, militares fusilando casi por deporte a anónimos campesinos quechuahablantes) contado con una tranquilidad desesperante. Y sin odio.

El autor -digamos su nombre, Lurgio Gavilán Sánchez, antropólogo que ahora reside en México- pudo haber lanzado iniquidades contra los maoístas (nos engañaron, por ellos murió mi hermano, por ellos mi pueblo fue sacrificado) o renegar de las fuerzas armadas (me hacían tales y tales abusos, me obligaron a comer caca). No, lo lo hace. Incluso el trato despectivo e hipócrita que le hace el actual arzobispo de Lima cuando el autor viene a pedirle ayuda para ingresar a una orden religiosa (ni lo saluda, lo descalifica en base a prejuicios) lo cuenta de forma tranquila, dura y honesta. Y sin odio (pese a que salió de la residencia de Cipriani con lágrimas en los ojos). Una persona que ha visto tanto dolor y tanta sangre tendría el derecho (¿acaso el deber?) de enjuiciar, acusar y gritar su rabia existencial por esos años terribles. Pero él no lo hace.

Finalmente, lo que sí me ha sorprendido: En un país donde la moneda habitual es llenar de insultos a la guerrilla maoísta y denigrar hasta el cansancio a su líder, de endosarle la responsabilidad de todos los crímenes y pedir que todos ellos se pudran en la cárcel hasta el fin de sus vidas; el autor habla de sus días guerrilleros con un respeto y un reconocimiento impensables en el Perú de hoy. El autor entró a los alzados en armas emulando a su hermano mayor, padeció agotadoras jornadas persiguiendo al Ejército o huyendo de él, presenció ajusticiamientos sobre personas como él, tuvo que saquear pueblos para saciar un hambre que ya los enloquecía, conoció las duras leyes de la guerra. Pero, aún así, él no derrama odio y más bien describe ese período con un símil entre poético y paisajístico (las lluvias que primero alimentan y luego arrasan). En ninguna parte del libro encontrarán la famosa cantinela del arrepentimiento, pese a que él podría haber ganado bastante declarándolo.

Por eso es un libro distinto. Ajeno a la mayor parte de la literatura hegemónica criolla y emparentándola más bien con lo mejor de narrativa peruana sobre la violencia (Julián Pérez, Dante Castro, Fernando Cueto, Sócrates Zuzunaga). Un libro que invita a una memoria sin ira, donde el reconocimiento de los crímenes no lleve a venganzas ni a obligados suplicios. Donde el interrogar el pasado significa, ante todo, no repetir sus tremendos errores. Recordar sin sindicar, perdonar sin olvidar.

Posiblemente este sea uno de los primeros libros que sinceramente nos habla de la Reconciliación. Por eso hay que leerlo.

jueves, 31 de enero de 2013

ARGUEDAS PARA EL SIGLO XXI



Se acaba el mes de Arguedas, de la conmemoración de su nacimiento. Enero, definitivamente,  se ha convertido en el mes de Arguedas. Para bien.

Sin embargo, para los discursos dominantes, Arguedas cada vez más nos recuerda a un museo donde él es la momia. El escritor de un tiempo extinguido, el representante de una literatura ya agotada, el poeta de una cultura ya extinta. Arguedas es pasado, nos lleva a un campo semifeudal que ya no existe, a un país de gamonales y pongos ya superado. Arguedas solo es un testimonio histórico cuya vigencia es la misma que los discursos de Riva Agüero o Porras Barrenechea. ¿Para mal?

Hoy la onda es el cholo postmoderno, chicha, emprendedor, occidentalizado por mor del capital, las nuevas tecnologías y la globalización. El futuro del indio en Arguedas no ha sucedido, no era el hombre solidario y orgulloso de su cultura andina; ahora es el individualista que la hace, que se las apaña para cimentar su capital originario. El emprendedor que echa mano del autoritarismo familiar, el trabajo infantil, los contratos laborales precarios y la evasión de impuestos para consolidar su riqueza personal. El migrante que mete a sus hijos en universidades privadas de juguete (total, solamente es un cartón para que mi chibolo tenga algo de prestigio), que lee solamente El Trome, que practica el machismo y la violencia de género, que explota a sus paisanas como trabajadoras domésticas malpagadas y maltratadas, que aprovecha el clientelismo político y la corrupción institucionalizada, que paga coimas y vota por la revocatoria en Lima. ¿Para bien o para mal?

Ante ese panorama ¿dónde Arguedas? ¿Qué sitio tiene hoy en día? ¿El sitio de las momias?

Lo interesante de Arguedas es su propuesta. Su propuesta vital -ser encuentro retroalimentador y progresista de dos mundos- pero también su propio discurso (acá pueden leer dos importantes aportaciones suyas). Soy de los que creo que Arguedas puede ser hoy un ícono vivo y que tiene muchas cosas que decirnos.

Frente a la propuesta del cholo capitalista, individualista y alpinchista, Arguedas propone un peruano que no olvida su linaje andino, que proponga salidas comunitarias al desarrollo y no copie. Que defienda su tierra, sus recursos, su pasado. Que no se venda, que no se alquile. El mestizaje de Arguedas no era una fusión armoniosa de todas las sangres (esa frase prostituida por tantos gobiernos) sino la de un Ande capaz de apropiarse de lo mejor de otras culturas y avanzar. Para Arguedas, su peruano ideal hablaría castellano y quechua por igual. Imaginaba las potencialidades de una cultura andina que pudiera desenvolverse exitosamente en el concierto de las naciones, que esa cultura andina pudiera también transitar por los prometedores caminos de las culturas japonesa, china, árabe o del subcontinente indio. Es decir, una cultura originaria que  utilizara creativa e inteligentemente los aportes de otras culturas y sociedades pero sin perder el sello de lo propio.

Hoy, el actual discurso nacionalista está secuestrado por los políticos, empresarios y militares criollos. El Perú es una oferta turística internacional, un granero para inversiones internacionales que se nutre del cholo barato y sin derechos, una marca comercial que ignora las condiciones laborales de millones que contribuyen a ella, un agujero de telebasura, de la peor prensa de Sudamérica, del discurso único sobre la guerra interna (señalando a los buenos y malos), de la forma obscena con que la jerarquía católica se exhibe públicamente, de  las cadenas a cualquier ley decente sobre salud sexual y reproductiva (señalando lo que es el bien y el mal). 

Arguedas propone algo radicalmente distinto: Un Perú de los de abajo, que desde abajo se construya un discurso alternativo donde la riqueza no signifique destrucción del ecoambiente ni envilecimiento del hermano. En el Perú de Arguedas los actores sociales respetan y practican una moral originaria que respetan como propia, como los códigos familiares (¿recuerdan eso de ama sua, ama llulla, ama quella?). 

En literatura, Arguedas tiene mucho más que decirnos: Intentar construir una nueva lengua donde las lenguas quechua y castellana pudieran cohabitar creativamente. Donde se aprecie una nueva sensibilidad hacia el interior del Perú, libre de prejuicios y victimismos. Y eso se ha dado: Desde Feliciano Padilla hasta Efraín Miranda, desde Felix Huamán Cabrera hasta el gran Sócrates Zuzunaga, desde Enrique Rozas Paravicino hasta Marcial Molina Richter (me olvido de un montón más), hemos construido un nuevo lenguaje que potencia nuestra creatividad, nuestro arte y, quizá, esa cosa rara que podemos llamar nuestra peruanidad.

Los escritores, los docentes, los que habitamos el Perú letrado quizás hemos sido los que mejor hemos bebido de Arguedas, aunque esto suene a ombliguismo. Creo que ese peruano con que soñaba Arguedas se ha dado más en el sector de los profesionales de las letras que en cualquier otro. Eso es una esperanza, pero también un tremendo límite. El límite que ahora tiene la lectura, el libro y lo letrado en un Perú más abocado a lo audiovisual, a lo espectacular y performativo.

Pero Arguedas era interdisciplinario. Su literatura estaba muy unida a su praxis antropológica, pedagógica y folklorista. Ese acento polifacético es otra de las palancas para que Arguedas siga importándonos en este nuevo siglo. Los escritores tenemos que salir ya a la calle, tenemos que impulsar bibliotecas donde sea, tenemos que buscar fórmulas para editar libros más baratos y mejor distribuidos, vincularnos mucho más a los colegios y las universidades, tenemos que hablar más con los niños. adolescentes y jóvenes. Tenemos que participar en los grandes festivales públicos que se realizan. Arguedas iba a los coliseos, a las plazas de la periferia, frecuentaba centros culturales, buscaba fuera de Lima nuevos escenarios donde vislumbrar nuevas propuestas, estaba siempre en contacto con la gente ¿Por qué los escritores no pueden hacer lo mismo? 

Eso sería una muestra que Arguedas no es una momia sino que está más vivo que muchos (escritores) peruanos de hoy, que su sitio en el siglo XXI es el del hermano mayor del cual todavía podemos aprender.

Arguedas vive. Conversemos con él. Lo necesitamos y lo merecemos.

viernes, 11 de enero de 2013

¿Esa Lima que se viene?



Acá vemos a Marco Turbio Gutiérrez, el gestor de la Revocatoria a la alcaldesa de Lima, en un fracasado mitin de Ate hace unos días. Está intentando bailar una cumbia tropical con una pobre joven que no sabe qué hacer, que por qué chucha  demonios  le hace compañía a ese tipo indolente y seboso, rodeado de una audiencia indiferente que parece estar esperando otra remesa de fideos o galletas antes de enterarse que está en un  reunión política. Túnel del tiempo: Los mítines del fujimorismo. Solo que con bastante menos gente.

No. No nos riamos demasiado. Esa es la Lima que se viene.

La revocatoria a la actual alcaldesa goza de un apoyo genuinamente popular (con lo contradictorio que significa hoy el término popular, que es materia de otro post, se los prometo). Lo veo por las pintas en las zonas más pobres de San Juan de Miraflores, donde las paredes chillan "Susana pituca fuera" o varias casas portan pancartas amarillas y amarillentas de apoyo al sí. Ese de amarillo patito, símbolo de la huachafería colonial limeña, color de la mafia de Castañeda y de Kouri, reivindicado en actos respaldados por el fujimorismo.

Pero esa puede ser la mafia que se viene.

El poeta Miguel Idelfonso me confesó que nada había cambiado en La Parada en más de veinte años (y lo dice él, que desde adolescente ha frecuentado esos lares). La próxima Lima va a ser el regreso de La Parada de toda la vida con fuegos artificiales, con todos los lúmpenes de la zona brindando Brahma hasta el amanecer, mientras en un concierto masivo el Grupo 5 le pone vida a la reconquista.

El narrador Carlos Rengifo se siente dubitativo mientras toma su combi al Callao. La próxima Lima va ser la perpetuación de las combis Orión, el gagsterismo transportista afincado en la provincia constitucional con prebendas regionales y municipales, plagadas de egresados de las cárceles, con lúmpenes drogados en La Colmena -esquina con la universidad Villarreal-  que te gritan en la calle y te empujan groseramente al vientre de las combis mientras vociferan como posesos "¡Callao! ¡Callao! Vas, vas, vas!!!" (al mejor estilo de la entrañable novela de Rafael Inocente La ciudad de los culpables).

Los grupos juveniles de música, teatro, danza y performance han tenido más oportunidades que nunca de ofrecer su arte a sectores diversos de Lima. La próxima Lima es la Lima de Al fondo hay sitio, donde la única cultura será los conciertos de grupos de cumbia mediáticos, la retransmisión en pantalla LED gigante de los tristes partidos de la selección de fútbol en la Plaza de Armas, concursos de bandas de colegios privados que imitan a sus símiles yanquis (eso de hacer figuritas y mover las caderas mientras tocan) y una liquidación rutinaria y ruinosa de lo que dejó la administración anterior. Y el posible cierre de un par de museos y centros culturales porque el dinero de la próxima Lima solo se gastará en cemento y asfalto.

Es la Lima de Combate, de los vergonzantes telediarios de la noche que se ahítan de crímenes y farándula, de la prensa chicha que impregna de basura los kioskos ( y que es algo excepcional, que no existe ni por asomo en el extranjero, en un país como Chile, por ejemplo). Una Lima consumista salvaje, con muchos centros comerciales y ningún parque público, con casas sin bibliotecas y con la música secuestrada por radios serviles al poder. La Lima que nos tocará vivir en los próximos años si esa maldita Revocatoria triunfa. Una Lima más difícil no solo para los escritores y demás amigos del arte, sino para cualquier persona decente.

Porque se viene la Lima de las argollas, de la corrupción legal, de los veinte soles de soborno al serenazgo, del cebichito mixto con sus chelas al pequeño funcionario que nos dé la buena pro, de las tremendas coimas en las próximas licitaciones de avenidas, óvalos y autopistas. La Lima de las lozas deportivas de día y fumaderos de droga por la noche. La Lima donde a los excluidos les obliguen a que besen los pies de aquel acalde que sólo inaugure escaleras en los cerros pero que no abra en décadas una sola biblioteca pública.

¿Consuelo? Va a ser una Lima de novela. Un buen material para escribir. El gran Rubem Fonseca nació al escribir sobre la corrupción institucional en Brasil. Petros Márkaris se ha hecho famoso denunciando la inmoralidad y el robo cotidiano de los funcionarios públicos y los empresarios privados a Grecia. Mo Yan, el último premio Nobel, narra la decadencia ética de la China postmaoísta.

¿Qué escritor va a escribir sobre esta Lima, caótica, corrupta, ignara y obscena que se nos viene?