lunes, 6 de febrero de 2012

MCCARTHISMO A LA PERUANA



El Mccarthismo fue uno de los periodos más negros de la historia de los Estados Unidos. Entre 1950 y 1956 el país entero quedó secuestrado por una ola de paranoia,  persecuciones delirantes y mucho miedo. Bajo la excusa de combatir el comunismo se desató una caza de brujas, obviando la presunción de inocencia, disparando acusaciones gratuitas que terminaban como sinónimo de evidencia y haciendo de la delación y el soplonaje una práctica masiva en la sociedad norteamericana. Las víctimas más conocidas de este linchamiento legal fueron los artistas de Hollywood que se negaron a testificar contra sí mismos o a delatar a sus antiguos camaradas. Sin embargo, la gran mayoría de los perjudicados fueron ciudadanos de todo tipo que formaban parte de las listas negras: Directorios infames de supuestos comunistas a los que se le debía negar el pan y la sal. Si alguna vez te habían invitado a alguna actividad del partido comunista norteamericano (algo absolutamente normal en el periodo en el cual EEUU y la Unión Soviética fueron aliados durante la Segunda Guerra Mundial), ahora no solamente debías confesarlo sino también arrepentirte y, como muestra de lealtad,  informar a quiénes habías visto en esa reunión. Si te abstenías de obrar lo indicado arriba, se te marcaba para siempre, te convertías en un anti-americano, te expulsaban de cualquier trabajo una vez se enteraran de lo vil que eras y todo el mundo te evitaba o te insultaba directamente. Esa atmósfera odiosa produjo exilios, suicidios y el fin de la carrera de muchos profesionales. También contó con víctimas terribles como los esposos Julius y Ethel Rosenberg, condenados por un jurado histérico en una farsa de juicio que terminó con la ejecución de la pareja en la silla eléctrica. 


¿Por qué les cuento esto? Porque en el Perú -una vez más- se quiere emular este perverso clima de lanzar calumnias contra personas sólo por el hecho que no piensan igual que nosotros.


La semana pasada, un señor llamado Francisco Miranda Ávalos lanza un post infamante, tendencioso y lleno de acusaciones gratuitas contra el escritor Rafael Inocente. En ese post lo acusa de "senderista" porque Rafael en una entrevista propone su propia interpretación de la historia del Perú en general y de nuestro conflicto armado interno en particular. Para el autor de esa acusación gratuita, Rafael Inocente no solo es un senderista sino que, como tal, deben echarlo de su cargo en el Instituto Tecnológico Pesquero. Es más, arguye maliciosamente que Rafael forma parte de una tenebrosa operación de copamiento de puestos oficiales en el Estado al servicio de la terrible guerrilla maoísta. 


Obviamente, Rafael respondió el libelo de forma correcta y, creemos que allí terminaría todo. Pero no. El papel del señor Miranda seguramente era echar al escritor a los perros. Y eso pasó. A los pocos días, Correo, el periódico bandera del fascismo criollo, publica una extensa e igualmente denigratoria nota sobre el autor de La ciudad de los culpables. Lean el artículo completo, por favor. A Rafael lo quieren crucificar por sus opiniones que ni siquiera se pueden calificar de apología de terrorismo ni de nada. Es, como lo denominan los chupatintas de Aldo, "un burócrata antisistema" cuando ni siquiera citan los diversos artículos de Rafael sobre los problemas de la pesquería peruana. Y, si leen los rabiosos comments del artículo del Correo, ya se le llama abiertamente terruco y se pide en bandeja su cabeza (incluso se exige que lo metan preso). 


Rafael Inocente es, además de un prometedor escritor, un técnico competente que ama este país. En ninguna de sus opiniones se suma al discurso oficial del PCP. Su visión de Abimael Guzmán dista de ser alabatoria, su interpretación de la historia del Perú no aparece en ninguna parte de la folletería maoísta. Pero es un rojo que incluso trabaja para el Estado. Un radical que ocupa un cargo que ya quisieran nuevamente la horda de comechados que medraron en el gobierno anterior. Y, seguro, él no es el único. Como él deben haber más infiltrándose en el aparato del Estado...


Volvemos a respirar el aroma sórdido del mccarthismo doméstico, donde hasta el defender los informes de la CVR ya te está convirtiendo en sospechoso de lo peor, donde sugerir que la CIDH puede tener razón en sus demandas contra el Estado peruano es tildarte de radical-caviar-antiperuano, donde recordar los truncos programas de reparación a las víctimas de la guerra es exponerte a las invectivas de la cúpula militar. Donde proponer formas alternativas de analizar el conflicto armado interno en los textos educativos es criticado de "adoctrinamiento" y ya eres un peligro para los niños. No me extraña que terminen promulgando ese famoso Día contra el Terrorismo y se te exija salir a marchar a la calle so pena que te señalen con el dedo y te expongan al escarnio y al insulto.


Un clima espeso y asfixiante que nos impide -sí, a ti también lector- pensar la guerra interna, el país que tenemos, la sociedad que habitamos de forma distinta al discurso oficial. Ese discurso redundante y maniqueo que nos embuten los medios de comunicación. Y que tiene como fin la perpetuación del miedo y la ignorancia.


Carlos Rengifo acaba de escribir la novela El dolor en los labios, donde traza la imagen de Edith Lagos. Carlos tendrá que dibujarla como un monstruo, porque sino será también señalado con el dedo y lanzado a los perros.


El Mccarthismo no duró mucho en EEUU. Escritores y periodistas le hicieron frente y terminaron por deslegitimar esas prácticas odiosas que envenenaban la cultura norteamericana. Nos toca ya mismo detener esa ola de embustes y calumnias. Paremos el miedo, paremos la ignorancia. Mi solidaridad con Rafael Inocente.