viernes, 27 de diciembre de 2013

NAVIDADES PERUANAS



Estos días estuve en varios colegios públicos de San Juan de Miraflores. Y me topé con tres escenarios:

Primer colegio. Un colegio nacional pequeño, de infraestructura insuficiente, casi deleznable. Hablo de toscos salones hechos apresuradamente de tripley y niños que estudian en aulas que ya tienen comprobados problemas de infraestructura (es decir, que pueden venirse abajo ante cualquier temblor). Allí las autoridades organizan una navidad para primaria. Traen a dos mozuelas con gorritos de Papá Noel sobre su cabellera teñida, unos prietos corsés a lo Blancanieves y sugerentes minifaldas que hacen desviar la vista a más de un profesor. Las jovencitas imitan a Yola Polastri y cantan en puro playback canciones pegadizas "para niños". Las acompaña un pobre hombre enfundado en un disfraz de ardilla-cuy bajo el cual debe estar sudando horrores. El espectáculo llega a su fin cuando las animadoras y la autoridad empiezan a lanzar golosinas a puñados hacia una chiquillería que se agarra a empujones y puntapiés para acceder a algún chupete o caramelo. Finalmente, los niños de ocho a diez años regresan a sus aulas arrastrando cada uno su silla mientras la autoridad racanea el pago a las señoritas (a juzgar por sus caras) y la administrativa de limpieza inicia su tarea de adecentar ella sola un ancho patio cubierto de confeti, serpentinas y envoltorios de golosinas. Feliz Navidad.

Segundo colegio. Un colegio que aguanta dignamente el polvo de los cerros y el sol canicular. Toca homenaje a segundo de secundaria y viene una delegación de esas universidades privadas carísimas que se ufanan de tener su extensión de pastoral y proyección social. Entre rezo y rezo, hacen actividades lúdicas, empalagosas reflexiones navideñas y una amable chocolatada mientras disfrutan con un mago de segunda fila. Esta experiencia -que yo la he visto en varios tiempos y lugares- es una variedad de esa entrañable costumbre de la España franquista "ponga un pobre en su mesa": En Navidad, las familias pudientes, para lavarse sus complejos de culpa y ganar puntos con el Altísimo, invitaban a algún pobre de solemnidad a acompañarlos en la cena de Nochebuena. Bueno, por lo general eran unos brindis y el pobre comía su pedacito de lechón en la cocina o la puerta de servicio. Este bizarro hábito está descrito en la excepcional película de Berlanga, Plácido. Nuestra versión peruana es la de sonrosados chicos de universidades o colegios de alto costo que cumplen con su buena acción del año ofreciendo a sus desventurados hermanos un tetrabrick de leche chocolateada, una raja de panetón, una sesión de circo y, claro está, regalos. Porque esa es la nota significativa de la navidad peruana, los regalos. Aunque sean, eso sí, un osito de peluche para las niñas y un polo con el logo universitario para los niños. Todo pagado por esos alegres y desinteresados jóvenes que alucinan con los cerros de Pamplona y los comparan con los paisajes de Afganistán cuando ven en el cable los documentales del NatGeo. A esos gastos añádanse el salario del mago, el precio del equipo de sonido, el lujoso autobús de transporte con chofer incluido, el tabladillo con toldo y las mesas con sus respectivas sillas playa. Todo el festival lo culminan con una entusiasta foto de todo el grupo, con humor blanco y reiteradas consultas a sus smartphones. Feliz Navidad, otra vez.

Tercer colegio. Es uno de los más extensos y poblados del distrito. Son las nueve de la mañana y el plantel está rodeado por largas colas de sufridas amas de casa, niños y bebés colgando de los brazos. ¿Temporada de matrícula?¿Algún programa del Ministerio de Salud? No!! Desde ayer la gente se ha pasado la voz que en ese colegio van a gozar de una sesión navideña del personal de Combate, el exitoso programa de nuestra telebasura patria.  El rumor vino de un reparto inescrupuloso de volantes el día anterior y al colegio no solo asistían sus educandos sino que se les sumaron adolescentes, niños y familias de otros colegios y barrios, desbordando a todo el personal del colegio (que, al parecer, solo le dijeron la mitad de la película). Adentro ya suenan los parlantes con otro espectáculo infantil de mozuelas en minifalda, la gente exige entrar, los profesores intentan poner orden en una histeria que crece más y más. En una esquina aparece un Hyundai de lunas polarizadas que se abre paso entre la multitud ¡Allí están, allí están! Madres de familia, muchas de ellas con bebés en sus llicllas aporrean el chasis del coche, intentan ver quién está adentro. El pobre carro termina alejándose para entrar por alguna otra puerta. El sol aprieta pero nadie quiere irse del colegio, todos esperan a que sus adorados ídolos aparezcan en carne y hueso. Al final entraron, bueno entró. El único miembro del programa de marras es un subnormal con el sobrenombre de "Pantera" que animó una breve fiesta cuyo motivo final fueron -como no- los regalos. Esta vez fueron pelotas de plástico playero repartidas con entusiasmo entre la febril muchachada. Ah, la fiesta navideña se realizó en un flamante tabladillo encabezado por la figura de un candidato a la municipalidad por el Partido Humanista.  Sí, un político que se aprovecha de un colegio para hacer campaña. Feliz Navidad, también.

Demás está decir que esos tres espectáculos se hicieron en horas de clase. Y con el disgusto de más de un profesor.

A ver, no quiero hacer de pitufo gruñón (una apodo que recibo en varias ocasiones) pero quisiera señalar qué tipo de peruanos estamos formando con esas festividades. Estamos creando una generación de gente que ve diciembre como el mes de los regalos y que, por mor de disfrutar de algún obsequio, aceptan los ritos del clientelismo y la hipocresía. No quiero cargar tintas contra un par de jovencitas que se ganan el pan inspirándose en Xuxa, ni contra adinerados estudiantes que sienten tener buen corazón (aunque me recuerdan a cierta canción de Joan Manuel Serrat), incluso podemos entender a un sujeto que ha aprendido a hacer política al estilo peruano y que le parece lo más normal del mundo. 

El asunto es ver como, desde chiquititos, nuestros futuros peruanos empiezan a entender el mundo como un juego de prebendas, a sumergirse en la cultura del espectáculo, a soportar dos horas de severo sol esperando por una pelota o una bolsa de chocolatinas, a comprobar qué fácil es perder horas y horas de clase. 

Lo peor es que muchas de estas personas que cantan, hacen gymkanas y regalan juguetes sólo se aparecen en los colegios en diciembre. No hay la más mínima intención de ayudar a estos chicos a lo largo del año. No se detienen a pensar que valdría la pena a estos chicos regalarles libros, sortear telescopios, repartir juegos de pinceles y acuarelas. A los niños que todos los días suben largas cuestas de arenal para regresar a sus casas, que tienen que recursearse cuidando bebes o vendiendo en las calles, que son testigos de la violencia doméstica en sus familias agonizantes; no les arreglas el año con un trozo de panetón. El trabajo para devolver la felicidad a nuestros hermanitos dura todo el año y va más allá que una jornada festiva.

No creo en el "algo es algo". Es una excusa que acicala nuestro conformismo. Nuestras desvencijadas escuelas se merecen otro tipo de dinámicas, de iniciativas, incluso de regalos. A ver si nuestras chicas en minifalda puedan crear jornadas pedagógicas creativas para nuestros niños, que nuestros bienintencionados universitarios monten bibliotecas o modernicen laboratorios y que nuestra silvestre clase política elija ganarse a la comunidad cumpliendo sus promesas y no sólo haciéndolas desde tabladillos aprovechados. Lo otro, es seguir la engañosa ceremonia de nuestras navidades peruanas.

* (En la foto, otro ejemplo de nuestras navidades peruanas, llenas de globos y stickers).