miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL AGUJERO DE LA CULTURA EN EL PERÚ



No, no voy a hablar de la probable impericia de nuestra actual ministra de cultura. No me voy a meter con lo de sus conciertos ni a comentar sus curiosas declaraciones sobre el uso y abuso de las minifaldas en nuestras llamadas danzas folklóricas. Creo que los problemas son mucho más grandes.

He tenido cierta paciencia. Yo ya sabía que en unos meses las cosas no iban a cambiar sustancialmente. Incluso para un ministerio relativamente pequeño donde la mudanza de nuevo personal no demoraría tanto la toma de decisiones. Incluso tuve muchas esperanzas cuando el MINCU (es el acrónimo que usará el ministerio mientras gobiernen los nacionalistas, si nadie lo repara) realizó varias jornadas de puertas abiertas con cineastas, músicos, artistas plásticos, etc donde se escucharon una cantidad de demandas y los delegados del ministerio respondieron con diagnósticos y propuestas atractivas. En el caso de los escritores, los anfitriones les recibieron con ideas no previstas como la posibilidad de una Seguridad Social o una pensión para los escritores, lo cual fue recibido con un entusiasta (¿e inocente?) aplauso. Empezamos bien.

Pero pasaron las semanas y los meses y no se ha visto nada más: El Ministerio lanzó una suerte de espacio web para que los activistas de la cultura pongamos nuestros productos (aunque no sepamos quién coño visita esa web) además de su página FB donde hay de todo (desde denuncias de la situación del cineasta  Lucho Figueroa hasta publicherrys de  eventos privados), se ha continuado con los recitales y conciertos en el Museo de la Nación ( pagando, claro, todo con el dichoso teleticket) y por ahí se rumorea una nueva Ley del Cine. Y punto.

La Ministra de Cultura, haciéndose heredera de Ricardo Palma, se autoproclama la ministra mendiga, puesto que recibe un ministerio con poquísima financiación frente a todo lo que tiene (y debe) de hacer y no tiene más remedio que tocar las puertas del Ministerio de Economía o del BCR para ver cómo puede apuntalar un presupuesto decente y viable para su rubro. Y acá es donde entramos al meollo del asunto.

El Ministerio de Cultura fue un hito más de ese apogeo de la huachafería impulsado por un presidente ególatra inmerso cada vez más en su propio infierno bipolar. El Ministerio nace por alegre decreto, virtualmente desfinanciado y sin ser otra cosa más que el antiguo Instituto Nacional de Cultura con otro nombre, con más prerrogativas pero bajo la misma tacañería presupuestal del gobierno.

La Ministra Susana Baca encuentra, pues, un Ministerio con tres monedas en la caja presupuestal ya que casi la mitad de su presupuesto se gastará en ese inútil Gran Teatro Nacional –otro capricho del Presidente del  litio- que nadie lo pidió y que se erigió al lado de dos auditorios más que decentes. Y lo peor que el año próximo será más de lo mismo.

Y no es por ser cascarrabias. Luego de arrancarles una tajada a las mineras y haciendo una pequeña limpieza fiscal, tenemos algo más de plata para que el gobierno haga cumplir sus promesas (Cuna Más, Pensión 65, Beca 18), profundice el paquete de programas sociales bendecido y dictado por el Banco Mundial y el FMI (el programa Juntos, para amortiguar las extrema pobreza donde la haya), mejore sustancialmente el presupuesto del sector Educación (que irá directamente a impulsar la educación rural y a la educación bilingue), haga realidad la promesa de erigir un hospital en cada capital de provincia, reconstruya la ciudad de Pisco y, seguro, la yapa quedará para modernizar sus queridas fuerzas armadas. Y ahí se acabó todo muchachos.

Que sí, que se acabó todo. Ya no queda dinero para la cultura u otras cosas más. A menos que se haga una política tributaria agresiva con las grandes y medianas empresas, o se le saque otra tajada más grande a las mineras, o todos los corruptos del Perú devuelvan lo que se robaron; no queda más dinero. Y no queda más dinero porque el gobierno, contra lo que uno creía,  no verá la cultura como una prioridad. Y la Ministra, malgré elle, lo sabe.

Un Ministerio de Cultura con presupuesto reducido solo tiene una salida: encontrar más recursos en otra parte. Pero eso depende de si el ministerio tiene funcionarios curtidos en saber negociar con el sector privado y lograr, por ejemplo, que la Sociedad Nacional de Minería pueda impulsar escuelas de pintura en el Perú o que el inefable Banco de Crédito se olvide de editar libros carísimos de fotografía y financie ediciones populares de autores peruanos. Que una política inteligente de deducción impositiva no sirva solo para promocionar el gran  concierto del tarado adolescente internacional de turno sino para crear un sistema de conciertos gratuitos de la Sinfónica a nivel nacional. Sí, es triste (¡y da mucha cólera!) tener que mendigarle a la empresa privada la gestión de las artes ¿Pero adónde acudes si tienes un gobierno que ya te ha dicho que no le interesa gastar en cultura más de lo que hay?

No voy a disparar contra el gobierno, me queda aún paciencia. Y me queda paciencia porque esa forma de desdeñar la cultura no depende solo del humor de nuestro presidente. Ahora mismo, a nivel mundial, hay un desdén generalizado a gastar (antes se decía "invertir") en cultura. En un clima de generalizada crisis económica internacional, con Estados endeudados hasta las cejas y con millones de desempleados por las calles (Hispania díxit) la cultura ya no es prioridad en las políticas oficiales de los países desarrollados ¿Y por qué sí lo iban a ser en los países subdesarrollados como nosotros?

Aquí me meto con uno de los grandes gurús de nuestros superbloggers: George Yúdice. Él ha sido el principal impulsor de políticas culturales bajo el mensaje que los gastos en cultura, manejados inteligentemente, pueden ser factores de desarrollo porque las consecuencias suelen ser la mejora de los sectores sociales, principalmente locales. El gasto en cultura es positivo porque ayuda en la disminución de la delincuencia, estimula la actividad de los colegios, crea oportunidades para que nazcan empresas emprendedoras, puede crear empleo local e impulsa una real posibilidad de salidas para sociedades históricamente subalternas. El recurso de la cultura, título de un texto de lectura obligatoria, porque nos indica que, hoy en día, las iniciativas culturales y artísticas sólo resultan útiles a la sociedad mientras ésta las pueda de alguna manera financiar. Es decir, la cultura es en tanto pueda vender algo en una sociedad mercantilmente globalizada y se pueda legitimar como un proceso desarrollista. Eso es, punto.


Ojo, es verdad. En los tiempos del capitalismo tardío -la sociedad global, la de los imperialismos financieros, donde la producción de manufacturas se reduce a un puñado de países del sudeste asiático y donde gran parte del consumo global no es solamente de bienes materiales sino de productos virtuales de entretenimiento- la producción cultural que importa es la que de alguna forma retribuye al consumidor global, sea el empresario textil o el cobrador de combi. Y los sectores subalternos solo tiene sitio en la cultura si participan -de alguna forma- en la vitalidad local, promoviendo a los sectores laboriosos y creativos, como una forma de penalizar también a los ociosos y disfuncionales.


La verdad de la milanesa es el mercado. El mercado hace incluso rentable productos culturales que antes sólo sobrevivían por las subvenciones públicas. ¿Y qué pasa cuando te resignas a que el mercado sea tu principal proceso vehiculizador mientras admites que el aporte del sector público será reducido y menor?


Pues tienes conciertos de bandera para la juventud  con dinero, los programas de radio y televisión son popularmente nauseabundos, los éxitos editoriales son manuales de autoayuda o estrellas promocionadas por transnacionales, el turismo reivindicado como el gran  promotor cultural de facto, las artes plásticas condenadas a ser minoritarias, la prensa chicha como el principal menú lector de los peruanos. Es decir, cualquier producto cultural peruano que quiera posicionarse en la sociedad o se espectaculariza al grado de poder venderse suficientemente bien o termina en el baúl de los marginales. De los losers, como dicen los yanquis.


He dado todo este rodeo para llegar a lo obvio: Necesitamos una inversión del sector público para normalizar (¡esa es la palabrita!) los procesos culturales y artísticos del Perú. Para que escuchar toriles y mulizas en televisión, tener centros culturales en tu barrio, disfrutar de clases gratuitas de música o teatro, comprar literatura peruana contemporánea a no más de cinco soles por libro, hacer que cada colegio tenga una biblioteca escolar activa y en condiciones; sea algo NORMAL y no una excepción.


Curiosamente, los gobiernos locales sí resultan más interesantes para invertir en cultura, aunque eso se vea más en los auspicios a eventos y performances que a actividades más metódicas y a largo plazo. La municipalidad más rica del Perú (la de la otra Susana, la de Lima) se ha dedicado fundamentalmente a impulsar festivales colectivos de música, teatro, circo y recitales en cinco lugares de la metrópoli ¿Podría la alcaldesa rascarse un poco más la billetera municipal para crear pinacotecas, conservatorios, teatros y fondos editoriales en diez o veinte lugares distintos de la metrópoli? (que plata no falta, ni inmuebles tampoco).


Con los mercados a lo suyo y el sector público más avaro de lo creíamos; solo queda la sociedad civil. Osea, tú, yo y los de enfrente. Demandar. Julio Vega y Javier Arévalo están demandando al Estado con justicia el impulso oficial a la creación de bibliotecas, ¡pero ya! con una carta fundacional. El Gremio de Escritores ya ofreció una hoja de ruta cultural sin respuesta por parte del Estado. ¿Iniciativas condenadas al fracaso? Depende de nosotros.


Porque, visto lo visto, la lluvia de millones a la cultura seguirá siendo un sueño en el Perú. Y lo que sí es fracaso es esperar sentado a que alguna vez llueva como por encanto.


Sin embargo, creo que ahora tenemos las mejores condiciones para demandar cultura, que muchas personas e instituciones están mejor sensibilizadas a escuchar. Los escritores y artistas tiene que aprender también a pedir. Porque tampoco es vivir de una renta pública por leer mecánicamente ante un auditorio medio vacío o forzar a imprimir mediocridades sin ton ni son.  De lo que se trata es de un nuevo pacto social: trabajadores de la cultura que ofrecen sus servicios a  una localidad por una cantidad equis de recursos. Que pintores puedan dictar talleres a escolares, grupos de teatro animar las veladas de las comunidades, que poetas y narradores formen parte de la cotidianidad de universidades, colegios, tecnológicos y pedagógicos.  Do ut des: doy para que me des. Un principio elemental de reciprocidad que rompa el círculo vicioso de ausencia presupuestal e indiferencia mercantil. Ese pacto sirve para una comunidad campesina en las alturas de Andahuaylas, una municipalidad provincial a lo largo del Ucayali o cualquier gobierno regional. También sirven asociaciones profesionales, colegios privados u ONGs. El contrato es el mismo.


No hay que llorar por el agujero de la cultura en nuestro país, de lo que se trata es de taparlo.