Ojo, es verdad. En los tiempos del capitalismo tardío -la sociedad global, la de los imperialismos financieros, donde la producción de manufacturas se reduce a un puñado de países del sudeste asiático y donde gran parte del consumo global no es solamente de bienes materiales sino de productos virtuales de entretenimiento- la producción cultural que importa es la que de alguna forma retribuye al consumidor global, sea el empresario textil o el cobrador de combi. Y los sectores subalternos solo tiene sitio en la cultura si participan -de alguna forma- en la vitalidad local, promoviendo a los sectores laboriosos y creativos, como una forma de penalizar también a los ociosos y disfuncionales.
La verdad de la milanesa es el mercado. El mercado hace incluso rentable productos culturales que antes sólo sobrevivían por las subvenciones públicas. ¿Y qué pasa cuando te resignas a que el mercado sea tu principal proceso vehiculizador mientras admites que el aporte del sector público será reducido y menor?
Pues tienes conciertos de bandera para la juventud con dinero, los programas de radio y televisión son popularmente nauseabundos, los éxitos editoriales son manuales de autoayuda o estrellas promocionadas por transnacionales, el turismo reivindicado como el gran promotor cultural de facto, las artes plásticas condenadas a ser minoritarias, la prensa chicha como el principal menú lector de los peruanos. Es decir, cualquier producto cultural peruano que quiera posicionarse en la sociedad o se espectaculariza al grado de poder venderse suficientemente bien o termina en el baúl de los marginales. De los losers, como dicen los yanquis.
He dado todo este rodeo para llegar a lo obvio: Necesitamos una inversión del sector público para normalizar (¡esa es la palabrita!) los procesos culturales y artísticos del Perú. Para que escuchar toriles y mulizas en televisión, tener centros culturales en tu barrio, disfrutar de clases gratuitas de música o teatro, comprar literatura peruana contemporánea a no más de cinco soles por libro, hacer que cada colegio tenga una biblioteca escolar activa y en condiciones; sea algo NORMAL y no una excepción.
Curiosamente, los gobiernos locales sí resultan más interesantes para invertir en cultura, aunque eso se vea más en los auspicios a eventos y performances que a actividades más metódicas y a largo plazo. La municipalidad más rica del Perú (la de la otra Susana, la de Lima) se ha dedicado fundamentalmente a impulsar festivales colectivos de música, teatro, circo y recitales en cinco lugares de la metrópoli ¿Podría la alcaldesa rascarse un poco más la billetera municipal para crear pinacotecas, conservatorios, teatros y fondos editoriales en diez o veinte lugares distintos de la metrópoli? (que plata no falta, ni inmuebles tampoco).
Con los mercados a lo suyo y el sector público más avaro de lo creíamos; solo queda la sociedad civil. Osea, tú, yo y los de enfrente. Demandar. Julio Vega y Javier Arévalo están demandando al Estado con justicia el impulso oficial a la creación de bibliotecas, ¡pero ya! con una carta fundacional. El Gremio de Escritores ya ofreció una hoja de ruta cultural sin respuesta por parte del Estado. ¿Iniciativas condenadas al fracaso? Depende de nosotros.
Porque, visto lo visto, la lluvia de millones a la cultura seguirá siendo un sueño en el Perú. Y lo que sí es fracaso es esperar sentado a que alguna vez llueva como por encanto.
Sin embargo, creo que ahora tenemos las mejores condiciones para demandar cultura, que muchas personas e instituciones están mejor sensibilizadas a escuchar. Los escritores y artistas tiene que aprender también a pedir. Porque tampoco es vivir de una renta pública por leer mecánicamente ante un auditorio medio vacío o forzar a imprimir mediocridades sin ton ni son. De lo que se trata es de un nuevo pacto social: trabajadores de la cultura que ofrecen sus servicios a una localidad por una cantidad equis de recursos. Que pintores puedan dictar talleres a escolares, grupos de teatro animar las veladas de las comunidades, que poetas y narradores formen parte de la cotidianidad de universidades, colegios, tecnológicos y pedagógicos. Do ut des: doy para que me des. Un principio elemental de reciprocidad que rompa el círculo vicioso de ausencia presupuestal e indiferencia mercantil. Ese pacto sirve para una comunidad campesina en las alturas de Andahuaylas, una municipalidad provincial a lo largo del Ucayali o cualquier gobierno regional. También sirven asociaciones profesionales, colegios privados u ONGs. El contrato es el mismo.
No hay que llorar por el agujero de la cultura en nuestro país, de lo que se trata es de taparlo.