miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL AGUJERO DE LA CULTURA EN EL PERÚ



No, no voy a hablar de la probable impericia de nuestra actual ministra de cultura. No me voy a meter con lo de sus conciertos ni a comentar sus curiosas declaraciones sobre el uso y abuso de las minifaldas en nuestras llamadas danzas folklóricas. Creo que los problemas son mucho más grandes.

He tenido cierta paciencia. Yo ya sabía que en unos meses las cosas no iban a cambiar sustancialmente. Incluso para un ministerio relativamente pequeño donde la mudanza de nuevo personal no demoraría tanto la toma de decisiones. Incluso tuve muchas esperanzas cuando el MINCU (es el acrónimo que usará el ministerio mientras gobiernen los nacionalistas, si nadie lo repara) realizó varias jornadas de puertas abiertas con cineastas, músicos, artistas plásticos, etc donde se escucharon una cantidad de demandas y los delegados del ministerio respondieron con diagnósticos y propuestas atractivas. En el caso de los escritores, los anfitriones les recibieron con ideas no previstas como la posibilidad de una Seguridad Social o una pensión para los escritores, lo cual fue recibido con un entusiasta (¿e inocente?) aplauso. Empezamos bien.

Pero pasaron las semanas y los meses y no se ha visto nada más: El Ministerio lanzó una suerte de espacio web para que los activistas de la cultura pongamos nuestros productos (aunque no sepamos quién coño visita esa web) además de su página FB donde hay de todo (desde denuncias de la situación del cineasta  Lucho Figueroa hasta publicherrys de  eventos privados), se ha continuado con los recitales y conciertos en el Museo de la Nación ( pagando, claro, todo con el dichoso teleticket) y por ahí se rumorea una nueva Ley del Cine. Y punto.

La Ministra de Cultura, haciéndose heredera de Ricardo Palma, se autoproclama la ministra mendiga, puesto que recibe un ministerio con poquísima financiación frente a todo lo que tiene (y debe) de hacer y no tiene más remedio que tocar las puertas del Ministerio de Economía o del BCR para ver cómo puede apuntalar un presupuesto decente y viable para su rubro. Y acá es donde entramos al meollo del asunto.

El Ministerio de Cultura fue un hito más de ese apogeo de la huachafería impulsado por un presidente ególatra inmerso cada vez más en su propio infierno bipolar. El Ministerio nace por alegre decreto, virtualmente desfinanciado y sin ser otra cosa más que el antiguo Instituto Nacional de Cultura con otro nombre, con más prerrogativas pero bajo la misma tacañería presupuestal del gobierno.

La Ministra Susana Baca encuentra, pues, un Ministerio con tres monedas en la caja presupuestal ya que casi la mitad de su presupuesto se gastará en ese inútil Gran Teatro Nacional –otro capricho del Presidente del  litio- que nadie lo pidió y que se erigió al lado de dos auditorios más que decentes. Y lo peor que el año próximo será más de lo mismo.

Y no es por ser cascarrabias. Luego de arrancarles una tajada a las mineras y haciendo una pequeña limpieza fiscal, tenemos algo más de plata para que el gobierno haga cumplir sus promesas (Cuna Más, Pensión 65, Beca 18), profundice el paquete de programas sociales bendecido y dictado por el Banco Mundial y el FMI (el programa Juntos, para amortiguar las extrema pobreza donde la haya), mejore sustancialmente el presupuesto del sector Educación (que irá directamente a impulsar la educación rural y a la educación bilingue), haga realidad la promesa de erigir un hospital en cada capital de provincia, reconstruya la ciudad de Pisco y, seguro, la yapa quedará para modernizar sus queridas fuerzas armadas. Y ahí se acabó todo muchachos.

Que sí, que se acabó todo. Ya no queda dinero para la cultura u otras cosas más. A menos que se haga una política tributaria agresiva con las grandes y medianas empresas, o se le saque otra tajada más grande a las mineras, o todos los corruptos del Perú devuelvan lo que se robaron; no queda más dinero. Y no queda más dinero porque el gobierno, contra lo que uno creía,  no verá la cultura como una prioridad. Y la Ministra, malgré elle, lo sabe.

Un Ministerio de Cultura con presupuesto reducido solo tiene una salida: encontrar más recursos en otra parte. Pero eso depende de si el ministerio tiene funcionarios curtidos en saber negociar con el sector privado y lograr, por ejemplo, que la Sociedad Nacional de Minería pueda impulsar escuelas de pintura en el Perú o que el inefable Banco de Crédito se olvide de editar libros carísimos de fotografía y financie ediciones populares de autores peruanos. Que una política inteligente de deducción impositiva no sirva solo para promocionar el gran  concierto del tarado adolescente internacional de turno sino para crear un sistema de conciertos gratuitos de la Sinfónica a nivel nacional. Sí, es triste (¡y da mucha cólera!) tener que mendigarle a la empresa privada la gestión de las artes ¿Pero adónde acudes si tienes un gobierno que ya te ha dicho que no le interesa gastar en cultura más de lo que hay?

No voy a disparar contra el gobierno, me queda aún paciencia. Y me queda paciencia porque esa forma de desdeñar la cultura no depende solo del humor de nuestro presidente. Ahora mismo, a nivel mundial, hay un desdén generalizado a gastar (antes se decía "invertir") en cultura. En un clima de generalizada crisis económica internacional, con Estados endeudados hasta las cejas y con millones de desempleados por las calles (Hispania díxit) la cultura ya no es prioridad en las políticas oficiales de los países desarrollados ¿Y por qué sí lo iban a ser en los países subdesarrollados como nosotros?

Aquí me meto con uno de los grandes gurús de nuestros superbloggers: George Yúdice. Él ha sido el principal impulsor de políticas culturales bajo el mensaje que los gastos en cultura, manejados inteligentemente, pueden ser factores de desarrollo porque las consecuencias suelen ser la mejora de los sectores sociales, principalmente locales. El gasto en cultura es positivo porque ayuda en la disminución de la delincuencia, estimula la actividad de los colegios, crea oportunidades para que nazcan empresas emprendedoras, puede crear empleo local e impulsa una real posibilidad de salidas para sociedades históricamente subalternas. El recurso de la cultura, título de un texto de lectura obligatoria, porque nos indica que, hoy en día, las iniciativas culturales y artísticas sólo resultan útiles a la sociedad mientras ésta las pueda de alguna manera financiar. Es decir, la cultura es en tanto pueda vender algo en una sociedad mercantilmente globalizada y se pueda legitimar como un proceso desarrollista. Eso es, punto.


Ojo, es verdad. En los tiempos del capitalismo tardío -la sociedad global, la de los imperialismos financieros, donde la producción de manufacturas se reduce a un puñado de países del sudeste asiático y donde gran parte del consumo global no es solamente de bienes materiales sino de productos virtuales de entretenimiento- la producción cultural que importa es la que de alguna forma retribuye al consumidor global, sea el empresario textil o el cobrador de combi. Y los sectores subalternos solo tiene sitio en la cultura si participan -de alguna forma- en la vitalidad local, promoviendo a los sectores laboriosos y creativos, como una forma de penalizar también a los ociosos y disfuncionales.


La verdad de la milanesa es el mercado. El mercado hace incluso rentable productos culturales que antes sólo sobrevivían por las subvenciones públicas. ¿Y qué pasa cuando te resignas a que el mercado sea tu principal proceso vehiculizador mientras admites que el aporte del sector público será reducido y menor?


Pues tienes conciertos de bandera para la juventud  con dinero, los programas de radio y televisión son popularmente nauseabundos, los éxitos editoriales son manuales de autoayuda o estrellas promocionadas por transnacionales, el turismo reivindicado como el gran  promotor cultural de facto, las artes plásticas condenadas a ser minoritarias, la prensa chicha como el principal menú lector de los peruanos. Es decir, cualquier producto cultural peruano que quiera posicionarse en la sociedad o se espectaculariza al grado de poder venderse suficientemente bien o termina en el baúl de los marginales. De los losers, como dicen los yanquis.


He dado todo este rodeo para llegar a lo obvio: Necesitamos una inversión del sector público para normalizar (¡esa es la palabrita!) los procesos culturales y artísticos del Perú. Para que escuchar toriles y mulizas en televisión, tener centros culturales en tu barrio, disfrutar de clases gratuitas de música o teatro, comprar literatura peruana contemporánea a no más de cinco soles por libro, hacer que cada colegio tenga una biblioteca escolar activa y en condiciones; sea algo NORMAL y no una excepción.


Curiosamente, los gobiernos locales sí resultan más interesantes para invertir en cultura, aunque eso se vea más en los auspicios a eventos y performances que a actividades más metódicas y a largo plazo. La municipalidad más rica del Perú (la de la otra Susana, la de Lima) se ha dedicado fundamentalmente a impulsar festivales colectivos de música, teatro, circo y recitales en cinco lugares de la metrópoli ¿Podría la alcaldesa rascarse un poco más la billetera municipal para crear pinacotecas, conservatorios, teatros y fondos editoriales en diez o veinte lugares distintos de la metrópoli? (que plata no falta, ni inmuebles tampoco).


Con los mercados a lo suyo y el sector público más avaro de lo creíamos; solo queda la sociedad civil. Osea, tú, yo y los de enfrente. Demandar. Julio Vega y Javier Arévalo están demandando al Estado con justicia el impulso oficial a la creación de bibliotecas, ¡pero ya! con una carta fundacional. El Gremio de Escritores ya ofreció una hoja de ruta cultural sin respuesta por parte del Estado. ¿Iniciativas condenadas al fracaso? Depende de nosotros.


Porque, visto lo visto, la lluvia de millones a la cultura seguirá siendo un sueño en el Perú. Y lo que sí es fracaso es esperar sentado a que alguna vez llueva como por encanto.


Sin embargo, creo que ahora tenemos las mejores condiciones para demandar cultura, que muchas personas e instituciones están mejor sensibilizadas a escuchar. Los escritores y artistas tiene que aprender también a pedir. Porque tampoco es vivir de una renta pública por leer mecánicamente ante un auditorio medio vacío o forzar a imprimir mediocridades sin ton ni son.  De lo que se trata es de un nuevo pacto social: trabajadores de la cultura que ofrecen sus servicios a  una localidad por una cantidad equis de recursos. Que pintores puedan dictar talleres a escolares, grupos de teatro animar las veladas de las comunidades, que poetas y narradores formen parte de la cotidianidad de universidades, colegios, tecnológicos y pedagógicos.  Do ut des: doy para que me des. Un principio elemental de reciprocidad que rompa el círculo vicioso de ausencia presupuestal e indiferencia mercantil. Ese pacto sirve para una comunidad campesina en las alturas de Andahuaylas, una municipalidad provincial a lo largo del Ucayali o cualquier gobierno regional. También sirven asociaciones profesionales, colegios privados u ONGs. El contrato es el mismo.


No hay que llorar por el agujero de la cultura en nuestro país, de lo que se trata es de taparlo.


martes, 30 de agosto de 2011

Más allá de los toros y las palomas



Últimamente la agenda pública le está prestando más atención a los animales. Nuestra Ministra de Cultura, por ejemplo, ya ha calificado de "terribles" las corridas de toros, sugiriendo quizás su eliminación. 


De entrada, confieso que yo soy recontra antitaurino, que nunca asistí ni de cerca a la Plaza de Acho, aunque sí me chupé varias tardes trabajando en las barras de bar madrileñas y viendo cómo muchos señores maduros contemplaban por televisión las corridas de Las Ventas o La Maestranza, entre expresiones cañí, jerga taurina y muchas copas de sol y sombra con hielo (lo que no alimentó mucho mi interés por la Fiesta Nacional, como la llaman por allá). Pero las cosas, aparentemente, no son tan fáciles.


Dentro del mundo de la literatura, hay opiniones para todo. Un hombre liberal y hasta de izquierdas como Hemingway no solo era muy ambiguo al juzgar la tauromaquia sino que fue un apasionado de los toros. Un héroe cultural español como Federico García Lorca adoraba las corridas como buen andaluz que era, y les daba talla de riqueza vital y poética. Y es conocida la afición taurina de un genio comunista como Pablo Picasso. Por contra, Miguel de Unamuno y buena parte de la generación del 98 (cuya mayoría paulatinamente se volvió conservadora y rechazó el proyecto republicano del Frente Popular) fueron muy críticos con las corridas y las consideraron fiel reflejo del atraso español. Albert Boadella, controvertida bandera del teatro crítico y libertario, ve en el ritual taurino una profundidad estética incomparable y una capacidad de emoción que no ha encontrado en otras artes. 


Pero no nos vayamos muy lejos. Ya hace más de cien años Manuel González Prada redacta un artículo pionero contra las corridas, proponiendo una ética de los animales muy anglosajona y perfectamente incomprensible para el Perú de su época. Hoy, la tauromaquia limeña puede llevar el estigma de ser un espectáculo de maltrato para el placer de una pituquería decadente que se alucina hispánica (recordemos las páginas que Alfredo Bryce Echenique, otro curioso amante de las corridas,  le dedica al entorno taurino de Lima en Un mundo para Julius). Pero si trasladamos la fiesta española al mundo andino, las cosas cambian: ¿Cuál es la lectura del Yawar Fiesta de Arguedas? Por un lado una serie de referencias a los perfiles casi mitológicos del toro (el célebre Misitu) pero por otro lado la corrida andina -bastante más cruel que la de usanza española: dinamitan al toro, por ejemplo- se ejerce como representación de la identidad comunal frente a un centralismo limeño excluyente. Si en Lima, la corrida se hace con toreros peninsulares entre gritos de olé, miraflorinas disfrazadas de Manolas y botas de vino que contienen pisco; en la sierra ayacuchana el turupukllay es un ejercicio de resistencia y orgullo cultural, una ritualización anual que cimenta tradiciones originarias, vivas y pujantes. ¿Es así?


Las cosas no son tan claras. Yo conocí a limeños migrantes -y de izquierda clasista y combativa- que asistían a Acho sin problemas. Por otro lado, las Manolas no son privativas de la capital, también las hay en otra plaza taurina importante, como es la cajamarquísima Celendín. La tauromaquia, como las peleas de gallos, se practican en distintos escenarios del Perú. Si reivindicamos la representación del vigor cultural en unos ¿por qué no en otros? ¿Las peleas de gallos son una faceta de las tradiciones populares si se practican en los pueblos afrodescendientes de Chincha y no lo son si los celebra la juventud privilegiada en Mamacona entre música DJ y tabiques de cocaína? El maltrato animal suele ser olvidado frente al resto de componentes del espectáculo y frente al contexto cultural donde se practique.Y queda el goce estético, una suerte de piedra filosofal que transforma cualquier actividad -por deleznable que parezca- en éxtasis artístico: Para unos el fútbol es una espectáculo comercial que manipula y embrutece masas, para otros llega a ser pura poesía. Para Thomas de Quincey, incluso el asesinato podía formar parte de las Bellas Artes.  


Pero veamos esto desde otra perspectiva: Hace unos días, la alcaldesa de Lima ha anunciado que tomará medidas para frenar la sobrepoblación de palomas, las que son foco de infecciones y (como se demuestra en la foto de este post) dañan incluso el patrimonio histórico de la ciudad. Aunque, claro, ella ha descartado el simple método de envenenarlas. 


La reciente colombofobia es propia de las grandes ciudades que no toleran animales que perjudiquen el entorno urbano: Recordemos, primero se empezó echando a los animales de granja de las ciudades, luego -cuando nos motorizamos- a las bestias de tiro (a ver a quién le hacía gracia recoger sus tremendas deposiciones). Luego tocó a los perros callejeros: Acuérdense del comienzo de Conversación en la Catedral y al periodista Zavalita sufriendo en carne propia su campaña editorial contra los canes. Finalmente, toca a las palomas, que han terminado convirtiéndose de agradable compañía urbana a fuente de toxicidad. 


Pero las palomas -como las ardillitas- son animales con buena prensa y mucha simpatía entre la población ¿Quién, de niño, no ha dado de comer a las palomas? ¿Quién no veía (o sigue viendo) en las palomas el encanto de las plazas pequeñas? ¿La iglesia de San Francisco será la misma sin palomas? En el imaginario colectivo, así como puede haber una percepción negativa de la tauromaquia, hay otra positiva -romántica, afectuosa- respecto a tórtolas y torcazas. Esos sentimientos encontrados hace que nuestra alcaldesa busque formas "más humanas" de poner límites a la población de palomas. Nadie quiere ver bandadas agonizantes por el suelo. Sencillamente, no las queremos por ahí. 


Y acá quiero llegar:


Nuestra visión de los animales -sea el toro, la paloma o el ronsoco- es ante todo una construcción cultural y de ahí la dificultad de entender a nuestros "seres inferiores" con el mismo rasero (nos puede mortificar el asesinato salvaje de un toro, pero aplastamos arañas y cucarachas sin inmutarnos). Los budistas y los veganos no se hacen problemas y respetan a todos los animales en puro acto de fe. Sin embargo, ellos no se cuestionan, por ejemplo, el derecho de devorar a los vegetales, elementos orgánicos que -salvo las flores, que tienen también buena prensa pero que afortunadamente no son comestibles - parecen innanes e inicuos, apenas condenados a servir de simple nutriente a quienes nos encontramos en la cima de la cadena alimenticia.


El Occidente desarrollado ha ido generando, poco a poco, una construcción cultural que respeta "en algo" la integridad de los animales. Iniciativas legales que protejan a los animales del sufrimiento innecesario (hay una normativa europea para el transporte masivo de animales con una serie de gravosas condiciones), aunque eso no los prive de llevarlos en masa al matadero para llenar sus opíparas mesas. Otras culturas, las de raigambre campesina, ven el asunto animal de otra forma: Elaboran relaciones afectivas y hasta míticas con una serie de animales, aunque eso no les impide alimentarse de ellos o exterminarlos si amenazan su propio ecosistema. El mundo andino no es una forma más natural y ecológica de tratar a los animales, sencillamente es otra forma (otra forma que, quizá, sea más efectiva para nuestra sostenibilidad). En última instancia, el homo sapiens sigue mandando.


Y aquí termino. Lo que importa es el hombre. Y pienso no en el hombre de sociedades despilfarradoras, enfermas de competitividad y consumismo; sino en mundos mejores, donde podamos ser más solidarios y generosos. Sea en la utopía anarquista, sea en el reino del bien común, sea en las comunidades hippies o en el futuro paraíso comunista; seguirá mandando el hombre. Un ser humano que todos deseamos que sea bastante mejor de lo que todavía somos. 


En ese sentido. Que se acaben las corridas de toros, los turupukllay y las peleas de gallos por su crueldad gratuita. Que Lima se quede sin palomas, sin santarrositas ni gallinazos si eso exige la salud de los limeños (ojo, eso va con las chancherías clandestinas que siguen abundando en la ciudad). Si esas medidas nos pueden hacer mejores personas, sea.


Pero, idénticamente, que se sigan promoviendo las reservas y los santuarios naturales, que se persigan a los cazadores furtivos, a los traficantes de especies protegidas, a las mineras contaminadoras. Que nuestros hijos aprendan a cultivar, que nuestra zootecnia no se reduzca a la crianza de cuyes, que nuestras ciudades tengan más jardines, más parques, más zoológicos pedagógicos e interactivos. 


E igualmente -porque no hablamos de animales sino de construcciones culturales- que se combata el machismo, el feminicidio y la violencia doméstica venga de donde venga. Declaremos la guerra a la corrupción, nuestro cáncer más desarrollado. Tomemos en serio la lucha contra el racismo y la discriminación de nuestros pares. Incluso, a riesgo que ya me tomen a cachondeo, impulsemos la puntualidad en nuestra vida cotidiana.


La cultura como elemento del desarrollo no es solamente más libros o más conciertos, es también cómo aprender a cambiar nuestras prácticas a corto y a largo plazo. El Perú del futuro -ese soñado país libre, crítico y solidario- estará compuesto por gentes cuyas costumbres e ideas sean tan, pero tan distintas a las nuestras, como nosotros lo somos respecto al Perú virreynal.


Sí, regreso al pesimismo.

viernes, 29 de julio de 2011

EL APOGEO DE LA HUACHAFERÍA (Notas sueltas sobre un gobierno que se fue)


La huachafería en el Perú tiene larga data y es algo más complejo que el germánico "kitsch", el argentino "atorrante" o el hispánico "hortera". Desde el apurimeño Jorge Miota (al parecer, padre del concepto) pasando por Mariátegui, Estuardo Núñez, los dos Hildebrandt (la bruja y el periodista) y Vargas Llosa hasta nuestros días; el término ha adquirido unas dimensiones claramente académicas, literarias, históricas y antropológicas, que trascienden el término original: Lo huachafo no es solamente el mal gusto, la imitación ridícula o el bizarrismo inconsciente. Se ha convertido en parte integrante de nuestra cultura "nacional".

La huachafería ha sido necesaria partícipe de nuestros gobiernos: el estilo brutalista de la arquitectura de Velasco, Moralez Bermúdez enfundándose la camiseta blanquirroja y cantando el himno en la cancha del Estadio Nacional (suponemos que ebrio), la oratoria hiperflorida y virtualmente en las nubes de Belaunde Terry, Fujimori disfrazado de indio pokra en la mañana y de chalán chiclayano por la tarde (amén de bailar cumbia con las putarracas locales en sus hilarantes campañas presidenciales), Toledo haciendo de la impuntualidad virtud, echándose hielo con la mano a copas de whisky etiqueta azul que tomaba como vasitos de agua...

¿Paniagua? Como presidente, nada huachafo, pero como candidato, huachafísimo.

Y sin embargo, ningún otro gobierno rompió las barreras de la huachafería como el segundo régimen de Alan García Pérez. Disfrutando durante cinco años en un estado de placidez económica, nadando entre divisas y créditos, con un crecimiento histórico del PBI; el voluminoso mandatario nunca se dedicó a invertir dinero en reformas estructurales del país, tiró al tacho las recomendaciones del Acuerdo Nacional y decidió concentrar el eje de los recursos estatales a construcciones espectaculares (muchas de ellas, inauguradas a medio hacer).

Con un ego a prueba de litio, el Genocida de los Penales mira al pueblo peruano como un hatajo de brutos (bueno, le votaron dos veces) que se deslubra por el cemento, patente de legitimidad. Mediocre lector, quiere ser émulo de Ramsés II, Tito Flavio o Carlos III buscando pasar a la posteridad por una herencia arquitectónica inmortal e inolvidable. Obsesionado por un tercer mandato (y ser el presidente que más años ha gobernado el Perú) quiere imitar a Leguía, cuyas obras forman parte de la cotidianidad limeña. Ansioso por mantener su alianza con oligarcas y militares, emula a Odría refraccionando un puñado de colegios, repintando sus viejos ministerios, reconstruyendo el viejo estadio del dictador tarmeño. Dedica el año arguediano al descubrimiento de Machu Picchu por un aventurero yanqui, alucinándose un inca superstar y, al abrigo de los fuegos artificiales y la música de Los Jaivas, creerse rey del mundo por unos minutos.

Pero fundamentalmente, suplanta la realidad por la apariencia. Blasón elemental del segundo alanismo.

-Se han refraccionado medio centenar de colegios "emblemáticos" (las Grandes Unidades Escolares), esos colegios de ladrillos rojos que todo el mundo conoce, que se ven. No importa que sólo sean colegios tremendamente minoritarios a nivel nacional, que esta iniciativa se haya prestado -para variar- a negociados y faenones, no importa que se haya dejado al garete la educación bilingüe y que en el Perú del siglo XXI todavía haya colegios así de tristes . Pero es que incluso los colegios refraccionados arrasan con el patrimonio arquitectónico y se dejan las obras inconclusas. No importa, la gente quedará contenta con sus fachadas nuevecitas de colegio yanqui, sus colores brillantes sobre bibliotecas vacías y laboratorios incompletos, sus voladizos de metal herrumbroso y cristalería rota, que es lo que sucederá con esos presupuestos raquíticos que el aprismo dedicó al mantenimiento de los colegios.. Hay muy pocos colegios públicos que cuentan con piscinas y ninguno con pista atlética sintética...pero qué bonito se ven los colegios emblemáticos desde las avenidas.

-Alan creyó que terminando el primer tramo del Tren Eléctrico superaría el trauma de contemplar una obra inconclusa de venticinco años por culpa de su proverbial delirio de grandeza: Esa carcasa de concreto al aire libre, carne de graffitis, era un recordatorio desagradable para nuestro pícnico presidente. Y claro, tenía que terminar esa obra como sea. Así, a Lima le han impuesto un Tren desligado de cualquier plan municipal de transporte, cuyo costo se ha multiplicado varias veces y casi oliendo a corruptelas, que no cuenta con vagones ni suministro eléctrico previsto, que no garantiza para nada no su rentabilidad sino su propia sostenibilidad mínima. Un tren que no solamente divide y degrada comunidades en los distritos del sur, sino que en la práctica impide que las ambulancias o carros de bombero de dichos distritos puedan eficientemente trasladarse de un lugar a otro de esa infranqueable vía. Pero qué bonito será viajar como en Europa y viendo pasar los trenes junto a tu casa como en Brooklyn.

-¿El Estadio? Victor Vich ya señaló lo tremendamente contradictorio que es un estadio "Nacional" dividido entre palcos dorados para unos y tribunas llanas para otros. Yo solo quiero resaltar el escándalo de gastar millonadas en una olla exprés con lucecitas, torres fálicas y coloradas, inaugurado con más de medio edificio sin pintar y con los marcadores electrónicos abandonados para que la próxima administración lo termine de instalar. Lo peor es que esa papa rellena metálica cuenta con una pista de atletismo ¡de solamente seis carriles! que es como inaugurar hoy en día trenes con locomotoras a vapor o rascacielos sin ascensores. Y eso en un país con cero velódromos, sin campeonatos de pentathlon moderno, con infraestructuras arcaicas de gimnasia y donde la inmensa mayoría de nuestros niños solo pueden enterarse del balonmano, del water polo o del rugby por la televisión de cable. Pero qué importa, qué bonito se verá esa cacerola color moco cuando estén allí Shakira, Daddy Yankee o Los Rolling Stones en silla de ruedas...

-Ah, el Gran Teatro Nacional, ese nombre pomposo para un paralepípedo multimedia, con una tarántula de aluminio por un lado y un culo de madera por el otro. Wilfredo Ardito nos recuerda que no hacía falta ese minimastodonte, teniendo en cuenta que a cincuenta metros está un más que decente auditorio en el Museo de la Nación y a cien metros ya existe el teatro de la Biblioteca Nacional, soberbio y en buenas condiciones. ¿Por qué no haber pensado en distritos populosos como Villa María del Triunfo o Ventanilla? Allí el Estado no ha puesto ni una glorieta de conciertos, ni un teatrín, ni nada. Obvio, "hay que pensar en grande" (expresión infantil que suele revelar patéticas megalomanías): si Berlín tiene su Isla de los Museos o Nueva York su gran centro artístico cultural, el gobierno de Alan no quería ser menos y pegando con gutapercha a la Biblioteca, al museo, al INC y al teatro de marras, ya tiene su gran eje cultural....nuestros hermanos de Bagua o Huancavelica deben estar aplaudiendo de emoción semejante logro.

-No me olvido del nuevo Ministerio de Educación, con un diseño adjudicado sin concurso público (¿Para qué? Si el gobierno tiene a sus amigos arquitectos y, si no, sus amigos contratistas le recomiendan a cualquiera) hace gala de una fina inteligencia al construir un edificio que asemeja a varios libros montados uno encima del otro. Qué original ¿no? Ese figurativismo elemental, ese discurso arquitectónico para dummies (¿No te das cuenta? Son libros uno sobre otro, libros, osea educación ¿manyas la indirecta?). Imagino que, si hubieran tenido más tiempo prestado de la molicie burocrática y más plata arrancada a las coimas; el gobierno construiría un ministerio de cultura con forma de huaco o un ministerio de transporte con forma de camioncito. La originalidad del alanismo. ¿Original? ¡¡Pero si ese adefesio es una copia fiel de un edificio mexicano construido hace más de treinta años!!

-Finalmente, la joya de la corona. Alan García haciendo gala de catolicismo (un catolicismo sui géneris, que le permite tener hijos fuera del matrimonio con la bendición tácita del Cardenal) erige un tremendo Cristo de plexiglás con reflectores y lucecitas de colores que sugieren a cualquiera que hay un parque de diversiones o un puticlub en la base del Morro Solar. Conocedor de nuestra proverbial superstición frente a las imágenes, el rollizo ex jefe de Estado sabe que, si hay una obra suya que perdurará, será esa. Nadie la va derribar, pese a su evidente mal gusto, pese a incumplir una veintena de normativas, pese al descontento de la alcaldesa y otras personalidades. No, todo el Perú huachafo abrazará ese ícono sintético y colorinche, como aplaude un tren que no va a ninguna parte, como alucina ante un estadio lata de anchoveta, como se emociona con un colegio con atrezzo nuevo y carencias de toda la vida.

Porque esta fila de horrores arquitectónicos no proviene solamente de una mente vanidosa horadada por la bipolaridad y los fármacos. No, buena parte de este país aún se sigue guiando por sus emociones y manías, por tradiciones tan pervertidas como íntimas, por su sentimentalidad primigenia y sus pulsiones intuitivas (imagínense que estuvimos a punto de tener a esta vergüenza en el poder). Es ese país que besa el anillo de un cura cuartelero y considera salvajes a los pueblos amazónicos que defienden su ecosistema. Que aún cree en el cínico adagio de la política fujimorista "roba, pero hace obra". Que te toca la puerta hablándote de la palabra de dios y estalla al día siguiente de intolerancia frente al otro.

No, no le estoy echando las culpas a nuestro sufrido pueblo peruano. Recordemos que buena parte de los gustos hegemónicos de una sociedad terminan siendo los gustos de su clase dominante (veinte años de neoliberalismo y de vigilancia del Banco Mundial sobre nuestra educación ya han dado sus frutos) y que han sido nuestros mandamases y su corte mediática quienes han predicado con el ejemplo. Los privilegiados del país han sido quienes más han impulsado los palcos segregacionistas que llenan nuestros estadios y teatros. Ellos nos han impuesto un país inventado para turistas, publicitario, exotista y falso. Ellos han plagado de virgencitas, grutas y cristos a universidades, edificios del Estado y parques públicos. Ellos pagan a toda una generación de arquitectos inocuos y pusilánimes para que -como decía Mariátegui- cortejen y adulen su gusto mediocre. Y, por qué no, huachafo.

Todos ellos son una jaez transclasista que conforman un país al cual no le interesa que los corruptos se escapen por la puerta de atrás o deja que les engañen diciéndoles que ya hemos acabado con el anafabetismo o que casi no hay pobres en el Perú. Pero que, ojo, es un país que también forma parte del nuestro, con el cual tendremos que convivir y, ojalá, podamos convencer.

La Argentina neoliberal, viciada y frívola de Menem produjo Pizza con Champán, una ácida crónica de Silvina Walger acerca de las cotas de desvergüenza, frivolidad y huachafería en que se sumió dicho país en los años noventa. ¿Cuánto tiempo esperaremos para que tanto despilfarro demagógico, tanta soberbia gratuita, tanta estética de la corrupción en estos finalizados cinco años, merezca un libro?

Esperemos que muy poco.

lunes, 20 de junio de 2011

EL OLVIDO


Hace 25 años se perpetró una de las mayores ejecuciones extrajudiciales por parte del Estado en toda América Latina. Hace 25 años se liquidó un motín de presos políticos con cohetes y granadas de guerra, una auténtica matanza que incluyó el fusilamiento a decenas de presos rendidos y donde se prohibió taxativamente el ingreso de fiscales, autoridades civiles, directores de penales y prensa durante toda la carnicería. Hace 25 años se aniquiló a casi 300 personas y la impunidad llegó al nivel de enterrar y desaparecer clandestinamente a más de un centenar de víctimas. El poeta José Valdivia Domínguez Jovaldo y el artista plástico Félix Rebolledo estuvieron entre ellos.

Hace 25 años que los autores de este virtual genocidio se siguen pavoneando por los pasillos de los edificios públicos, usufructan cargos estatales, no muestran el más mínimo gesto de arrepentimiento o contrición y se preparan para vivir una rijosa jubilación con una pensión dorada que pagamos todos los contribuyentes.



Hace 25 años que se inició, también, el olvido. El penoso olvido. Somos un país propenso a la amnesia. Nuestros amos lo saben, por eso juegan la blanda pero efectiva carta del tiempo. El tiempo en el Perú todo lo puede. El tiempo se encarga de que olvidemos. El olvido hace posible que todo siga tal cual era.

Y sin embargo, era difícl imaginar ese olvido hace 25 años. El mundo de los escritores y artistas quedó impresionado por la barbarie gubernamental. Destaco el cuento El ángel de la isla de Dante Castro y la reflexión en clave de poesía de Jose Antonio Mazzotti, amén de otros cuentos y poemas, varias performances teatrales, canciones de autor. A nadie se le pasaba por la cabeza que tanta muerte quedara impune. Pero, al final, así ha sido.

La captura, juicio y condena tanto de Vladimiro Montesinos como de Alberto Fujimori parecen haber concentrado todas las responsabilidades de la guerra interna. No solamente nadie quiere recordarle al todavía presidente su responsabilidad en los hechos (y a su vicepresidente mucho menos, total, en el Perú a los militares mejor no tocarlos) sino resulta casi un delito de leso civismo recordar los terribles crímenes perpretados en el segundo gobierno de Fernando Belaúnde, hoy poco menos que prócer de la nación. Y si escarbamos más profundo, tendríamos anillos de jueces, oficiales de las fuerzas armadas, ex-ministros, funcionarios de toda laya que pusieron su grano de arena en el enorme osario de la guerra....

¿Y qué quieres? -me diréis- ¿Enjuiciar a cientos de miles de peruanos? ¿Condenar al joven oficial a quien le aseguraron que nadie va a la cárcel en el Perú por matar indios en masa? ¿Meter preso al fiscal que miraba a otro lado cuando sobre su mesa se le acumulaban demandas por violaciones de derechos humanos? ¿Al marino que bombardeaba sin piedad pueblos enteros sospechosos de senderismo porque consideraba que estaba defendiendo a la patria? ¿Al político que firmaba exculpaciones infames creyendo que así promovía la paz y la tranquilidad nacional? ¿A tantos periodistas y senderólogos que falseaban noticias e interpretaban gratuitamente porque se sentían vulnerables y confundidos ante los poderosos?

¿Y por qué a ellos? ¿Los crees igual o más culpables que los que empuñaron un fusil para destruir comisarías, demoler torres de alta tensión, ejecutar políticos enemigos, provocar éxodos en los Andes e imponer una revolución al resto de peruanos?

¿Acaso no lo merecieron esos infelices de hace 25 años que se levantaron contra un gobierno democráticamente elegido, no quisieron aceptar las comisiones de negociación, respondieron con armas artesanales a las fuerzas del orden y decidieron seguir peleando casi toda una jornada en condiciones de clara inferioridad militar? ¿Acaso ellos mismos no se buscaron la cruda represión, el pistoletazo sobre la nuca, el secreto acarreo de cadáveres hacia ninguna parte? ¿Acaso esos 300 caídos no fueron sino otro ejemplo de la inmensa locura colectiva que consumió a medio país?

Lo peor no es que se respondan afirmativamente estas preguntas. Lo peor es que casi nadie las hace. Hemos terminado sumergidos en un pantano de silencio y de olvido. Y, como dicta la geofísica, conforme pase el tiempo ese pantano terminará solidificándose, cubriéndose de sucesivas capas geológicas, todas cubiertas por una corteza rugosa e impenetrable.

No voy a hacer una jaculatoria de la memoria y la reparación. No sé qué sentido tenga. Las acusaciones sobre violaciones a los derechos humanos son levantadas casi exclusivamente por los familiares y deudos de las víctimas. Quienes sufrieron en carne propia el huracán de la guerra, arrebatándoseles el hogar, los años, el pan y la dignidad; hoy son tratados por el Poder como huerfanitos llorones a quienes se les arroja migajas de caridad. La gente corriente se ríe en tu cara cuando hablas de feminicidios en el Perú. La gran mayoría de las iniciativas por constuir una memoria del conflicto armado interno son percibidas por gran parte de la población como una rutina laboral de las ONGs.

Y si los responsables de la mayor limpieza étnica cometida en Sudamérica en los últimos cincuenta años siguen libres e impunes ¿Qué esperar de aquellos que se escudan en las necesidades de la guerra para disculpar sus tropelías? ¿Qué sentido, entonces, hablar de todo esto?

Queda el olvido.

En el calor de la segunda postguerra, Theodor Adorno imprecaba que "escribir poesía, después de Auschwitz, es un acto de barbarie". Para el sociólogo alemán, el dolor por las conscuencias de la necedad humana condenaba a la creación artística a casi enmudecer. Hoy, esas palabras nos parecen las exageraciones de un intelectual renegón y quejica, una prohibición arrogante que desechamos frívolamente. Aunque es sintomático que en el Perú contemporáneo después de la Matanza de los Penales, se haya terminado escribiendo cumbia.

Hoy, aparentemente, tenemos un marco esperanzador de cambio para el Perú (Ollanta en el Perú, Susana en Lima). Y eso invita -debiera invitar-al optimismo y a pensar en positivo. Me sumo a esa esperanza, pero me resisto a olvidar. Han pasado 25 años y lo único que tengo que deciros, como en el hermoso poema de Luis Cernuda, es "recuérdalo tú y recuérdalo a otros".

Y, si puedes, escríbelo también.

lunes, 18 de abril de 2011

LA QUEREMOS LEYENDO, NO TRABAJANDO


En el Perú trabajan tres millones de niños, niñas y adolescentes. Casi la mitad del total de peruanos y peruanas entre cinco y diecisiete años. Dicho en otras palabras, el Perú es un país donde se acostumbra que los niños trabajen, se les sobreexplote y maltrate: Niñas de ocho años como niñeras y trabajadoras domésticas, niños de diez años como cargadores en los mercados, adolescentes cobrando en las combis, de jaladoras en las tiendas, de meseras y lavaplatos en nuestros restaurantes. Y todos trabajando más de ocho horas o quemando sus fines de semana. Y por un salario miserable incluso para los estándares peruanos.

En un país donde casi las tres cuartas partes de la economía es informal, la demanda por trabajadores baratos, sumisos e indefensos es la norma. Nuestros emprendedores (esos héroes para nuestra clase dominante) se enriquecen a costa del trabajo infantil, muchas veces disfrazado de ayuda familiar, de favor de padrinos o de paternalismo local. Aparentemente, los emergentes de Arellano dan trabajo a los menores de edad necesitados. En la práctica se valen de gente que no cobra ningún tipo de seguro, a quienes puedes pagar lo que te dé la gana, alargarles el horario laboral arbitrariamente y gritarles a gusto. Osea, los niños.

Pero lo peor de esta explotación democratizada y de sabor nacional es que, a la larga, estamos dinamitando nuestro sistema educativo y nuestro futuro como país. Los millones de niños y adolescentes que trabajan en el Perú sencillamente no estudian, apenas tienen tiempo. ¿Puede usted imaginar cómo entenderá la clase de álgebra una niña que desde las cinco de la mañana está trabajando, cocinando y cuidando bebes hasta la una de la tarde? ¿Es de extrañar que los adolescentes se duerman en clase después de matar el resto del día vendiendo golosinas en la calle o madrugándose a las puertas de los macroconciertos alquilando llamadas de celular?

Nuestros hijos -en ese plan- no estudian, no aprenden, no leen. Ni siquiera juegan. Las pocas horas libres las ocupan con pura telebasura. El consumismo que pregonan los medios se convierte en su única actividad liberadora. La posibilidad de alumnos estudiosos y críticos solo existe entre los retoños de la clase dominante y las élites metropolitanas. Ese adolescente de la novela Templado -crítico, soñador y ávido lector- necesariamente es limeño, de sector acomodado y carísimo colegio privado.

¿Qué hacer? ¿Sentarse a esperar un cambio de gobierno o a que maduren las condiciones? Al margen de las coyunturas electorales, podemos hacer algo. Más aún si hablamos de un proceso de varios años, como es la Educación.

Este año me estoy embarcando en un pequeño proyecto para reflotar una biblioteca escolar en un colegio público de Pamplona. Es una biblioteca que ha estado cerrada por años y que la inercia administrativa convirtió casi en depósito. Servidor, estudiantes, el profesor de comunicación y la directora hemos iniciado la recuperación del local con una limpieza a fondo, levantando el polvo en todos los anaqueles, baldeando el piso con lejía y provocando un éxodo en masa de garrapatas y arañas. Pero eso no es ni la mitad de lo que hay que hacer (volver a reordenar los libros, clasificarlos, pedir donaciones, revisar los mapas y las láminas para repartirlos por las aulas). Lo real es que los propios alumnos ya han sugerido hacer sus tareas allí y esa biblioteca es un excelente local para los talleres de creación literaria.

En otro colegio de la misma zona estamos iniciando un proyecto distinto: Una campaña de promoción del buen trato entre los estudiantes (¿han oído hablar del bullying?) donde una de las dinámicas claves va a ser la promoción de la lectura por placer: Instalaremos pequeñas bibliotecas (libros de cuentos en su mayoría) en cada aula de sexto año de primaria para que los chicos puedan estar a sus anchas con la lectura.

No sé hasta donde lleguemos con estas iniciativas. Por lo general predomina el miedo a que los niños estropeen los libros o se los queden en sus casas, incluso sin leerlos. Pues mi peor miedo es que los libros se queden encerrados en baúles y cajas, lejos de circular entre sus verdaderos necesitados.

Lo fundamental es hacer de la lectura una estrategia silenciosa que combata el trabajo infantil y la incuria vital. En el fondo es una ventana que les abrimos a nuestros hermanos pequeños para que sepan que en el mundo tienen más cosas que una escuela ruinosa, una vivienda precaria y un trabajo explotador. La lectura hace aguza el ingenio, abre el apetito intelectual y te invita a soñar. Y soñar puede ser un primer paso a la libertad. Necesitamos hombres y mujeres libres, aunque tengan diez o quince años.

Quien quiera echarnos una mano donando libros o proponiendo ideas e iniciativas sobre lo mencionado no dude en escribirme. Y si prefieren una vía menos prosaica pero igual de efectiva, pásense por este link y colaboren: http://www.globalgiving.org/projects/empower-girls-and-women-peru/

Que a niñas como la de la foto, la queremos estudiando, no trabajando.

P.D. Aprovechamos la ocasión para saludar la valiosa iniciativa de un puñado de artistas solidarios por impulsar la biblioteca de un caserío en Cajamarca. ¿Un caserío? Sí pues, la tierra para quien la trabaja y la lectura para quien la necesita.

sábado, 12 de marzo de 2011

LA CARPETA VACÍA (Homenaje a Digna Santiago)



Se llamaba Digna. Digna Palmira Santiago Ojeda.

Tenía 16 años y este año terminaría el colegio. Era cuzqueña y empezó a trabajar desde los ocho años como niñera. Escribía poesía todos los días, versos con una ortografía espantosa pero llenos de intensidad y personalidad. ¡Quería ser educadora! Murió a principios de año, víctima de una enfermedad respiratoria perfectamente curable en otras sociedades, pero condenatoria en un país como éste, donde curarse cuesta mucho dinero y ni ella ni su familia lo tenían.

Fue la estudiante más entusiasta que tuve en el Taller de Creación Literaria que montamos en un colegio de Pamplona alta. Una auténtica poeta de raza que con su canto vencía todos los días a la pobreza y a la soledad. Hoy, su carpeta está vacía. Los colegios sin bibliotecas están más vacíos aún, los distritos sin centros culturales más vacíos todavía. Las calles y los parques sin poetas, vacíos todos. El Perú, con una poeta menos, resulta más eriazo, más páramo, más arenal.

Aquí les dejo algunos versos de Digna. Sirvan como homenaje y ejemplo de una hermana que quiso ser poeta en un país hermoso, injusto y cruel:

I
Nunca pensé que ser alguien
sería ser nada.
Que todos se alejaran
que todos te odiaran
sólo por ser alguien.

II
Es difícil para mí
escoger entre lo falso
y lo cierto.

III
Dónde, dónde, dónde
dónde está la pena
ese dolor guardado
algo irónico en la vida
Dónde se apoyan los débiles
débiles como yo, como tú, como él.

IV
Cuanto más lejos esté
de este lugar
mejor será
-eso digo-
Pero mi corazón
llora porque sabe
que no se puede olvidar
el lugar donde se ha amado.

V
Una amiga, la soledad
una caricia, el dolor
todas las desventuras
que caen sólo
para una flor.

VI
Si quieres que te olvide
pinta un pino en la
pared y cuando crezca
te olvidaré.

VII
Hoy la muerte es para mí
como un vaso de agua
fría, refrescante. Hoy
la muerte es para mí como
un sueño del que algún
día, no muy lejano,
despertaré.

Y despertaste. Descansa en paz, Digna.

jueves, 3 de marzo de 2011

EL VETO




Como ya deben saber, el hecho que Mario Vargas Llosa inaugure con un discurso la Feria del Libro de Buenos Aires ha contado ya con numerosos rechazos. El primero en protestar fue nada menos que el director de la Biblioteca Nacional argentina, Horacio González, quien pese a ser reprendido por la presidenta Cristina Fernández de Krchner (a quien no le conviene nada esta polémica), se ha manteido en sus trece y no se retracta de sus opiniones respecto al novelista.

Inmediatamente han salido opiniones en pro y en contra, amén de otras "neutrales" buscando un insondable punto medio (aquí pueden ver un resumen de éstas). Algo a resaltar es que nadie cuestiona la valía de MVLl como novelista y más bien van a su discurso ideológico y su agresivo proselitismo neoliberal que incluye la descalificación absoluta de figuras y regímenes , donde ni siquiera los Kirchner se libraron de sus dardos.

Quizá, más que el rollo neoliberal, lo que irrita más a quienes discrepan (discrepamos) con el discurso ideológico de Don Mario sea su actitud arrogante, rayana incluso en el autoritarismo, incapaz de reconocer excesos o equivocaciones, incapaz incluso de debatir (MVLl quiso un "debate" mediático en Caracas con el presidente de Venezuela, pero no con intelectuales defensores del régimen) o conversar proactivamente con pares que opinan distinto. Su estilo de agit-prop airado (ver foto de arriba) y de predicador del neoliberalismo, de las virtudes morales de Occidente y de una modernidad donde el libre mercado y la democracia representativa iluminen a sociedades atrasadas y arcaicas; termina por desalentar a cualquier mortal que busque hilar algún tipo de diálogo con MVLL. Ese pésimo talante le ha generado anticuerpos durante toda su vida (que él ha llevado con bastante gusto) y el hecho que, quienes no pensamos como él, contemplemos sus ensayos y conferencias con el desdén del déja vu, de volver a leer alocuciones cuya arenga final adivinabas de antemano (ese deporte lo practicaba cuando leía sus editoriales en El País durante los años noventa y casi nunca fallé).

Vargas Llosa ya no dialoga, dicta. Y sus apariciones públicas (más aún, ahora que empuña el estandarte del premio Nobel) son reiteradas apologías del Sistema. Por eso muchos intelectuales argentinos ven su presencia inaugural en la Feria como una ofensa a ellos mismos y los valores que defienden. Máxime si ese evento siempre ha sido inaugurado por algún escritor argentino y el hecho que el primer extranjero invitado a hacerlo sea éste, pues les ha sentado como una patada al hígado.

Sí, la libertad de expresión. Hay que recordar que la Feria del Libro de Buenos Aires no es un evento estatal sino privado (lo organizan una serie de organizaciones civiles) por lo que el gerente tiene todo el derecho del mundo de nombrar para el discurso de apertura a quien crea oportuno. En ese sentido no creo que la algarada de intelectuales porteños impida que Don Mario inaugure la Feria en Abril. Pero es importante destacar la repulsa de muchos escritores e intelectuales, repulsa que -estoy seguro- se repetirán en otros foros y espacios. Tenga uno su derecho a inaugurar el evento con su discurso y tengan los otros su derecho en criticar el acto.

Bueno, eso en Buenos Aires, donde la discusión parece darse en términos civilizados ¿Qué sucederá en nuestros pagos? Acá, seguramente, los discrepantes tendremos un linchamiento mediático a conciencia y una exclusión automática de varios foros. Por no hablar de intelectuales y escritores que -ya se ha vuelto costumbre- repten silenciosamente, se acomoden y hagan ejercicio de amnesia. Y acá no ha pasado nada.

¿Qué posibilidades de diálogo tenemos en el Perú? Muy poco. En la anterior coyuntura electoral, el miedo a Humala desempolvó malas conciencias en los poderes fácticos y mucho se habló -solamente se habló- de combatir la exclusión social. En el aburrido panorama electoral de hogaño, no hay debate porque a nadie parece interesarle debatir ideas. O a nadie parece interesarle la existencia de ideas. Cuando venga MVLL y nos recite las bondades del neoliberalismo y fustigue a colectivistas y anacrónicos; veremos el país dividido en un batallón de convencidos, áulicos y sobones por un lado, y los diversos colectivos discrepantes, más arrinconados, por el otro. Y al que menos le importe esa situación, posiblemente, sea a Vargas Llosa.

Así que, en aras del debate, les paso esta entrevista a uno de los peruanos más lúcidos que nos quedan. Gracias, de nada.