lunes, 20 de junio de 2011

EL OLVIDO


Hace 25 años se perpetró una de las mayores ejecuciones extrajudiciales por parte del Estado en toda América Latina. Hace 25 años se liquidó un motín de presos políticos con cohetes y granadas de guerra, una auténtica matanza que incluyó el fusilamiento a decenas de presos rendidos y donde se prohibió taxativamente el ingreso de fiscales, autoridades civiles, directores de penales y prensa durante toda la carnicería. Hace 25 años se aniquiló a casi 300 personas y la impunidad llegó al nivel de enterrar y desaparecer clandestinamente a más de un centenar de víctimas. El poeta José Valdivia Domínguez Jovaldo y el artista plástico Félix Rebolledo estuvieron entre ellos.

Hace 25 años que los autores de este virtual genocidio se siguen pavoneando por los pasillos de los edificios públicos, usufructan cargos estatales, no muestran el más mínimo gesto de arrepentimiento o contrición y se preparan para vivir una rijosa jubilación con una pensión dorada que pagamos todos los contribuyentes.



Hace 25 años que se inició, también, el olvido. El penoso olvido. Somos un país propenso a la amnesia. Nuestros amos lo saben, por eso juegan la blanda pero efectiva carta del tiempo. El tiempo en el Perú todo lo puede. El tiempo se encarga de que olvidemos. El olvido hace posible que todo siga tal cual era.

Y sin embargo, era difícl imaginar ese olvido hace 25 años. El mundo de los escritores y artistas quedó impresionado por la barbarie gubernamental. Destaco el cuento El ángel de la isla de Dante Castro y la reflexión en clave de poesía de Jose Antonio Mazzotti, amén de otros cuentos y poemas, varias performances teatrales, canciones de autor. A nadie se le pasaba por la cabeza que tanta muerte quedara impune. Pero, al final, así ha sido.

La captura, juicio y condena tanto de Vladimiro Montesinos como de Alberto Fujimori parecen haber concentrado todas las responsabilidades de la guerra interna. No solamente nadie quiere recordarle al todavía presidente su responsabilidad en los hechos (y a su vicepresidente mucho menos, total, en el Perú a los militares mejor no tocarlos) sino resulta casi un delito de leso civismo recordar los terribles crímenes perpretados en el segundo gobierno de Fernando Belaúnde, hoy poco menos que prócer de la nación. Y si escarbamos más profundo, tendríamos anillos de jueces, oficiales de las fuerzas armadas, ex-ministros, funcionarios de toda laya que pusieron su grano de arena en el enorme osario de la guerra....

¿Y qué quieres? -me diréis- ¿Enjuiciar a cientos de miles de peruanos? ¿Condenar al joven oficial a quien le aseguraron que nadie va a la cárcel en el Perú por matar indios en masa? ¿Meter preso al fiscal que miraba a otro lado cuando sobre su mesa se le acumulaban demandas por violaciones de derechos humanos? ¿Al marino que bombardeaba sin piedad pueblos enteros sospechosos de senderismo porque consideraba que estaba defendiendo a la patria? ¿Al político que firmaba exculpaciones infames creyendo que así promovía la paz y la tranquilidad nacional? ¿A tantos periodistas y senderólogos que falseaban noticias e interpretaban gratuitamente porque se sentían vulnerables y confundidos ante los poderosos?

¿Y por qué a ellos? ¿Los crees igual o más culpables que los que empuñaron un fusil para destruir comisarías, demoler torres de alta tensión, ejecutar políticos enemigos, provocar éxodos en los Andes e imponer una revolución al resto de peruanos?

¿Acaso no lo merecieron esos infelices de hace 25 años que se levantaron contra un gobierno democráticamente elegido, no quisieron aceptar las comisiones de negociación, respondieron con armas artesanales a las fuerzas del orden y decidieron seguir peleando casi toda una jornada en condiciones de clara inferioridad militar? ¿Acaso ellos mismos no se buscaron la cruda represión, el pistoletazo sobre la nuca, el secreto acarreo de cadáveres hacia ninguna parte? ¿Acaso esos 300 caídos no fueron sino otro ejemplo de la inmensa locura colectiva que consumió a medio país?

Lo peor no es que se respondan afirmativamente estas preguntas. Lo peor es que casi nadie las hace. Hemos terminado sumergidos en un pantano de silencio y de olvido. Y, como dicta la geofísica, conforme pase el tiempo ese pantano terminará solidificándose, cubriéndose de sucesivas capas geológicas, todas cubiertas por una corteza rugosa e impenetrable.

No voy a hacer una jaculatoria de la memoria y la reparación. No sé qué sentido tenga. Las acusaciones sobre violaciones a los derechos humanos son levantadas casi exclusivamente por los familiares y deudos de las víctimas. Quienes sufrieron en carne propia el huracán de la guerra, arrebatándoseles el hogar, los años, el pan y la dignidad; hoy son tratados por el Poder como huerfanitos llorones a quienes se les arroja migajas de caridad. La gente corriente se ríe en tu cara cuando hablas de feminicidios en el Perú. La gran mayoría de las iniciativas por constuir una memoria del conflicto armado interno son percibidas por gran parte de la población como una rutina laboral de las ONGs.

Y si los responsables de la mayor limpieza étnica cometida en Sudamérica en los últimos cincuenta años siguen libres e impunes ¿Qué esperar de aquellos que se escudan en las necesidades de la guerra para disculpar sus tropelías? ¿Qué sentido, entonces, hablar de todo esto?

Queda el olvido.

En el calor de la segunda postguerra, Theodor Adorno imprecaba que "escribir poesía, después de Auschwitz, es un acto de barbarie". Para el sociólogo alemán, el dolor por las conscuencias de la necedad humana condenaba a la creación artística a casi enmudecer. Hoy, esas palabras nos parecen las exageraciones de un intelectual renegón y quejica, una prohibición arrogante que desechamos frívolamente. Aunque es sintomático que en el Perú contemporáneo después de la Matanza de los Penales, se haya terminado escribiendo cumbia.

Hoy, aparentemente, tenemos un marco esperanzador de cambio para el Perú (Ollanta en el Perú, Susana en Lima). Y eso invita -debiera invitar-al optimismo y a pensar en positivo. Me sumo a esa esperanza, pero me resisto a olvidar. Han pasado 25 años y lo único que tengo que deciros, como en el hermoso poema de Luis Cernuda, es "recuérdalo tú y recuérdalo a otros".

Y, si puedes, escríbelo también.