martes, 25 de mayo de 2010

¿EL BRIBÓN DE AMÉRICA? Cuando el creador es canalla.



Hace unos días se conmemoró el 125 aniversario del nacimiento de José Santos Chocano -sí, ese señor de bigotes con guías que encabeza este post- y en nuestro programa de radio decidimos dedicarle algunas palabras. Decidimos buscar más información de la habitual y lo que encontrábamos no nos gustaba nada.


Chocano suele tener todavía buena prensa. Su controvertida personalidad -por decir lo menos- suele ser barnizada con adjetivos del estilo "romántico, impulsivo, arrogante, aventurero" y, finalmente, se evita hablar de su vida para centrarnos en su sonora poesía que forma parte del canon literario que se intenta enseñar en los colegios. Si bien es cierto que La epopeya del Morro ya solo se cita en los institutos militares y el melting pot peruano ya ha vuelto obsoleto la hispanófila Los caballos de los conquistadores; el poema breve Blasón (que todavía me lo sé de memoria) aún se sigue declamando en los patios de los colegios nacionales. Pero quien escribió estos versos tuvo una trayectoria a cuestionar, incluso como escritor.


Chocano logra colarse en la carrera diplomática fascinando con su floro al presidente López de Romaña, quien lo despacha a Centroamérica en una gira que organiza la cancillería peruana con el fin de conseguir apoyos para nuestra causa en el diferendo con Chile que se quería presentar en la Conferencia Panamericana de México en 1901 (objetivo que no se alcanzó ni de cerca). Chocano le encuentra el gusto a la profesión (que le permite conocer mundo así como coleccionar contactos y amistades) y exhibe una proclividad a gastar dispendiosamente más de lo que tiene. En 1906, mientras forma parte de la legación peruana en Madrid, se consagra con el poemario Alma América, pero también se involucra en un fraude millonario al Banco de España. Cuando las habladurías se convierten en una citación judicial, tiene que huir de la península y recalar en La Habana, a donde le persigue una orden de extradición. Eso hace que, pese al éxito que amasa en Cuba con sus recitales y presentaciones, escape a Estados Unidos, donde ingresa con nombre falso.


(En el ínterin, diremos que el Cantor de América se casa con la heredera de una de las mejores familias guatemaltecas, pese a que ya había tenido tres hijos con su primer matrimonio y otro más fruto de un romance en Madrid. A esta flamante millonaria, Chocano años después la abandonaría -sin divorciarse siquiera- por una jovencita de 19 años).


El gran momento de Chocano es cuando pisa el México revolucionario de 1912. Se instala en el medio literario y se vincula con los maderistas, de hecho estuvo a punto de dirigir un proyecto periodístico afín al nuevo régimen que no llegó a concretizarse. Cuando Victoriano Huerta asesina al presidente Madero e instala una dictadura militar, se expulsa a Chocano de México por sus anteriores simpatías. En el exilio, Chocano no solamente se convierte en defensor y propagandista de la Revolución, incluso aspira a ser su ideólogo. Conoce a Pancho Villa y trabaja estrechamente con él constuyendo un formidable dúo de dos tremendos egos. Escribe dos programas políticos, uno de ellos El cáracter agrario de la Revolución es de lo más ecuánime y acertado de sus ideas políticas (latinoamericanismo, Reforma agraria contra el latifundismo, impulso a la educación). Intenta mediar en los conflictos inevitables de un Villa radical y un Venustiano Carranza moderado. Al final ve que tiene que optar entre uno de los dos.


Chocano se da cuenta que ha apostado a caballo perdedor. Los villistas terminan aislándose y son derrotados por las tropas carrancistas. Además, ya no hay dinero para el Poeta y ninguno de sus extravagantes proyectos (operaciones masivas de compra de armas, imprimir su propio papel moneda, cabildear con concesiones mineras) es aprobado. En 1915 Chocano escribe públicamente un acre crítica a Pancho Villa, rompe con éste y se pasa a las filas del Barbas de Chivo.


Una vez al servicio de Carranza, Chocano vuelve con proyectos megalómanos (Chocano se ufanaba en público de su amistad con el presidente norteamericano Woodrow Wilson, amistad absolutamente imaginaria) pidiendo un montón de dinero: Fundar una revista mensual, dirigir un periódico promexicano en EEUU, montar una empresa editorial, crear un banco minero que financiara la revolución. Carranza no le hace caso y Chocano, decepcionado, se despide de México y en 1920 trabaja abiertamente bajo las órdenes de un personaje siniestro: El dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, otro ególatra sostenido por la United Fruit y cuya figura pintoresca sirvió de inspiración a Miguel Angel Asturias para escribir El Señor Presidente.


La amistad con el dictador le costó cara a Chocano, pues le pilló justo cuando el pueblo guatemalteco -harto de soportarle durante más de 20 años- derroca a Estrada. Chocano estuvo a punto de ser fusilado, al final lo encierran en una mazmorra de la que sale gracias a la presión internacional (entre sus valedores estuvo el rey de España Alfonso XIII).


Chocano regresa al Perú y muy rápidamente se pone al servicio de nuestro futuro dictador en ciernes: Augusto B. Leguía. Es una empresa provechosa para ambos, a Chocano le brindan una ceremonia de Coronación Nacional y, por contra, el poeta se convierte en el ruiseñor del Régimen. Cobrando, claro está: Para el Centenario de la batalla de Ayacucho pacta con el gobierno la edición de un largo y aburrido poema celebratorio por veinte mil soles de la época.


Sin embargo, lo peor está por llegar: El apoyo de Chocano a Leguía alcanza niveles aberrantes (llega a proclamar:"Sólo dos hombres de los que viven pasarán a la historia, Leguía y yo") y el estudiantado le da la espalda. Las ideas de Chocano cambian y se dedica a defender el modelo de régimen dictatorial proclamando su necesidad. Se ensarza en una polémica con el educador mexicano José Vasconcelos, que pasaba por ser el ídolo de las juventudes progresistas del continente. Además, las vanguardias literarias en auge hacen envejecer aceleradamente su estilo poético. Chocano, acostumbrado a los homenajes y pleitesías, no se entera del cambio de los tiempos y pierde contacto con la realidad.

Allí se produce la caída final. Edwin Elmore, un joven periodista hijo de quien fuera ingeniero de un fallido campo de minas en la batalla de Arica, escribe un artículo ensalzando a Vasconcelos y apoyando todas su acusaciones contra la conducta lacaya de Chocano. Éste, fuera de sí, le responde con una carta insultante ("...generación de cucarachas brotadas del estercolero de la oligarquía... Miserable. Como he aplastado a Vasconcelos te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón. Yo, para usted no podría ser si no su Patrón") además de restregarle el ser hijo de"el traidor de Arica" (resucitando una leyenda denigratoria del padre, acusado por los pierolistas de soplón). Ambos se encuentran a las puertas de El Comercio, se insultan, Elmore le abofetea y Chocano responde sacando su revólver y pegándole un balazo a quemarropa, matándolo. Durante el juicio, lejos de arrepentirse, Chocano sigue difamando a su víctima después de muerta mientras agita un patético patrioterismo. El gobierno de Leguía, a quien le incomodaba este macabro circo, arma una leguleyada que permita a Chocano irse impune del país e incluso hasta con un subsidio mensual. Una vez conseguida la gracia presidencial, Chocano abandona su encendido antichilenismo y decide mudarse...a Chile.

Allá se mete en otras iniciativas pedigüeñas (suplica y consigue una subvención del gobierno de Plutarco Elías Calles, el autoritario presidente mexicano, padre intelectual de El Dedazo) y se involucra en un delirante proyecto de encontrar tesoros jesuitas en el subsuelo de Santiago de Chile. No solamente no encuentra nada sino que, viajando en tranvía, es apuñalado por un individuo quien al parecer, no estaba en sus cabales y se quejaba de haber sido estafado por el poeta.

Vaya trayectoria ¿no? ¿Cuántos prohombres de nuestra historia, cuantos artistas e intelectuales venerados por la oficialidad esconden en su intimidad oscuros recorridos y penosas degradaciones? ¿ Y acaso es justo sacar esos trapos cochinos al aire? ¿Merecen los canallas proteger su identidad? ¿La poesía del bribón es suficiente para ocultar sus trapacerías?

Louis Ferdinand Céline fue un antisemita confeso y abierto colaborador del nazismo, pero Viaje al fin de la noche es una de las grandes novelas del siglo XX. Chocano, como hemos visto, arrastró una biografía miserable, pero todavía algún adolescente amante de la poesía vea también trompetas de cristal en sus versos y le siga llamando El Cantor de América. Y sí, la obra se defiende sola, ajena a las vilezas de su creador, con la confianza en que la estatura del arte, alguna vez, pueda acabar con todas las vilezas.

viernes, 7 de mayo de 2010

¿Nos estamos quedando sin memoria?



Lo que véis en la ilustración es la casa donde nació y vivió el extraordinario poeta Carlos Oquendo de Amat en la ciudad de Puno. Sí, esa casa que fue declarada hace dieciséis años Patrimonio Cultural Monumental de la Nación. Esa casa que durante mucho tiempo ha funcionado como pollería y lugar de venta de salchipapas. Esa casa cuyo dueño es un tal José Butrón, empresario hotelero relacionado vox pópuli con el narcotráfico y el lavado de dinero. Esa misma casa a la que le arrancaron subrepticiamente el rango de Patrimonio y que estuvo en un tris de ser derribada para construir en su lugar un hotel (posiblemente con esas espantosas fachadas que estan plagando buena parte de los pueblos del interior). Esa casa a la que hace unos días -luego de una afortunada campaña mediática iniciada por un artículo del escritor Christián Reynoso y rebotada en varios medios- le han vuelto a restituir su nombradía de Patrimonio Cultural para garantizar que no será demolida. Esa casa, en fin, que en otro país sería un museo, un centro cultural o una casa de estudios literarios. Esa casa que con sus muros desconchados y su techado semiderruido, parece decirnos, imprecarnos, nuestra desmemoria e indolencia para con nuestro pasado.


El hecho que se haya salvado de la destrución total la casa de Oquendo de Amat no debe hacernos olvidar otras casas y otros escritores a quienes hoy seguimos tratando con amarga indiferencia. Dejamos, por ejemplo, que demolieran sin asco la casa de Julio C. Tello para poner en su lugar un horroroso edificio de departamentos. El terremoto del 2007 terminó de echar abajo la ya ruinosa casa de Abraham Valdelomar en el centro de Ica. El año pasado comprobamos la indiferencia general y la poca atención al Centenario de Ciro Alegría. Y en este año, con excepción de algunas iniciativas en la región San Martín y otros puntos de la amazonía, casi nadie se acuerda del Centenario de Francisco Izquierdo Ríos, autor de uno de los cuentos más leidos en los colegios peruanos. En el caso del centenario de la poeta arequipeña Adela Montesinos, ni los comunistas han hecho algo notable para recordarla.


Vivimos, es verdad, en un tiempo que está atravesado de inmediatismo y donde se presta atención compulsivamente al presente. Y en un país donde la oralidad tiene una mayor presencia que lo letrado, la memoria sobre nuestros escritores es minoritaria y canija.


Como buena semicolonia yanqui, hemos aprendido a aplastar lo viejo para colocar encima cosas nuevas sin ningún miramiento por el entorno y la historia. Los espacios donde aún hay una unidad con la tradición y la historia son violentados con alevosía. Y son las autoridades locales quienes dan el ejemplo. En Puno, la municipalidad provincial inauguró su nuevo, moderno y horroroso consistorio en plena Plaza de Armas oponiendo sus ventanas polarizadas y su masacote de concreto a las líneas barrocas de la Catedral y al clasicismo afrancesado del Palacio de Justicia. En Huánuco -de no ser por la intervención heroica del poeta Samuel Cárdich- estuvieron a punto de derribar el viejo local de la municipalidad de principios de siglo. Y en Chiclayo un absurdo incendio casi se come la alcaldía provincial construida por Leguía. Las plazas serranas han sido destrozadas para introducir glorietas excavadas a la brava, jardines colgantes que se tragan el paisaje, piletas descomunales que chorrean agua de vez en cuando, monumentos absurdos y profundamente huachafos.


Ah, y Lima no se queda atrás. Más bien ha sido la gran inspiradora de este culto a la piqueta y al cemento: Dejamos que inmuebles históricos se sigan deteriorando hasta que se vengan abajo, sea la antigua casa hacienda de Carabayllo, sea la casa de Felipe Pinglo, la tugurizada Casa de las Columnas o el viejo mercado del Rimac (Aquí, tienen una lista del patrimonio arquitectónico limeño que podemos destruir en los próximos años). Para ensanchar una avenida demolimos el famoso Arco Morisco que nos regaló la colonia española por nuestro Centenario (medio siglo después tenemos una reprodución kitsch en Surco), hemos desfigurado el Parque de la Reserva para convertirlo en una versión cutre de Las Vegas y gran parte de los edificios de la Avenida Arequipa (que son un recital sobre la historia de la arquitectura limeña del siglo XX) estan siendo deformados al convertirse a la fuerza en gimnasios, pollerías o locales de academias. Cuando no directamente demolidos, como sucedió con el Palacio Marsano, reemplazado ahora por una espantosa macrotienda de computadoras. El hecho que ese palacio fuera el delirio de grandeza de un oligarca no valida el crimen arquitectónico.


Con este panorama ¿Qué de anormal tendría entonces la demolición de la casa de Oquendo de Amat? Lo anormal ha sido salvarla.


Y lo normal es esa pérdida continua de memoria. Nuestros hijos lo han aprendido a la perfeción. Si al alcalde de Lima y al actual rector de la Decana de América no les importó en un momento tumbar media huaca de San Marcos para dejar paso a una superautopista ¿Con qué cara censuramos a los escolares que dañaron la Huaca del Dragón en Trujillo? Eso es hipocresía, y nuestros hijos también han aprendido aceleradamente las prácticas de la simulación y el oportunismo.
¿Puede la literatura salvarnos de esta cultura de caraduras a la que buena del país está sumida? Respuesta corta, no. Respuesta larga: Quizá ejemplos como el rescate de la casa de Oquendo de Amat en Puno (o iniciativas como la del Fórum Lima-Centro Vivo) nos digan que todavía hay esperanza y que tenemos intelectuales y artistas aún sensibles por un pasado -material e inmaterial- en constante riesgo. ¿Heredarán algunos de nuestros adolescentes reggaetoneros, usuarios de MP4 y consumidores audiovisuales natos, algo de esta sensibilidad?
Dejo en el aire la respuesta, como cantaba Bob.