Lo que véis en la ilustración es la casa donde nació y vivió el extraordinario poeta Carlos Oquendo de Amat en la ciudad de Puno. Sí, esa casa que fue declarada hace dieciséis años Patrimonio Cultural Monumental de la Nación. Esa casa que durante mucho tiempo ha funcionado como pollería y lugar de venta de salchipapas. Esa casa cuyo dueño es un tal José Butrón, empresario hotelero relacionado vox pópuli con el narcotráfico y el lavado de dinero. Esa misma casa a la que le arrancaron subrepticiamente el rango de Patrimonio y que estuvo en un tris de ser derribada para construir en su lugar un hotel (posiblemente con esas espantosas fachadas que estan plagando buena parte de los pueblos del interior). Esa casa a la que hace unos días -luego de una afortunada campaña mediática iniciada por un artículo del escritor Christián Reynoso y rebotada en varios medios- le han vuelto a restituir su nombradía de Patrimonio Cultural para garantizar que no será demolida. Esa casa, en fin, que en otro país sería un museo, un centro cultural o una casa de estudios literarios. Esa casa que con sus muros desconchados y su techado semiderruido, parece decirnos, imprecarnos, nuestra desmemoria e indolencia para con nuestro pasado.
El hecho que se haya salvado de la destrución total la casa de Oquendo de Amat no debe hacernos olvidar otras casas y otros escritores a quienes hoy seguimos tratando con amarga indiferencia. Dejamos, por ejemplo, que demolieran sin asco la casa de Julio C. Tello para poner en su lugar un horroroso edificio de departamentos. El terremoto del 2007 terminó de echar abajo la ya ruinosa casa de Abraham Valdelomar en el centro de Ica. El año pasado comprobamos la indiferencia general y la poca atención al Centenario de Ciro Alegría. Y en este año, con excepción de algunas iniciativas en la región San Martín y otros puntos de la amazonía, casi nadie se acuerda del Centenario de Francisco Izquierdo Ríos, autor de uno de los cuentos más leidos en los colegios peruanos. En el caso del centenario de la poeta arequipeña Adela Montesinos, ni los comunistas han hecho algo notable para recordarla.
Vivimos, es verdad, en un tiempo que está atravesado de inmediatismo y donde se presta atención compulsivamente al presente. Y en un país donde la oralidad tiene una mayor presencia que lo letrado, la memoria sobre nuestros escritores es minoritaria y canija.
Como buena semicolonia yanqui, hemos aprendido a aplastar lo viejo para colocar encima cosas nuevas sin ningún miramiento por el entorno y la historia. Los espacios donde aún hay una unidad con la tradición y la historia son violentados con alevosía. Y son las autoridades locales quienes dan el ejemplo. En Puno, la municipalidad provincial inauguró su nuevo, moderno y horroroso consistorio en plena Plaza de Armas oponiendo sus ventanas polarizadas y su masacote de concreto a las líneas barrocas de la Catedral y al clasicismo afrancesado del Palacio de Justicia. En Huánuco -de no ser por la intervención heroica del poeta Samuel Cárdich- estuvieron a punto de derribar el viejo local de la municipalidad de principios de siglo. Y en Chiclayo un absurdo incendio casi se come la alcaldía provincial construida por Leguía. Las plazas serranas han sido destrozadas para introducir glorietas excavadas a la brava, jardines colgantes que se tragan el paisaje, piletas descomunales que chorrean agua de vez en cuando, monumentos absurdos y profundamente huachafos.
Ah, y Lima no se queda atrás. Más bien ha sido la gran inspiradora de este culto a la piqueta y al cemento: Dejamos que inmuebles históricos se sigan deteriorando hasta que se vengan abajo, sea la antigua casa hacienda de Carabayllo, sea la casa de Felipe Pinglo, la tugurizada Casa de las Columnas o el viejo mercado del Rimac (Aquí, tienen una lista del patrimonio arquitectónico limeño que podemos destruir en los próximos años). Para ensanchar una avenida demolimos el famoso Arco Morisco que nos regaló la colonia española por nuestro Centenario (medio siglo después tenemos una reprodución kitsch en Surco), hemos desfigurado el Parque de la Reserva para convertirlo en una versión cutre de Las Vegas y gran parte de los edificios de la Avenida Arequipa (que son un recital sobre la historia de la arquitectura limeña del siglo XX) estan siendo deformados al convertirse a la fuerza en gimnasios, pollerías o locales de academias. Cuando no directamente demolidos, como sucedió con el Palacio Marsano, reemplazado ahora por una espantosa macrotienda de computadoras. El hecho que ese palacio fuera el delirio de grandeza de un oligarca no valida el crimen arquitectónico.
Con este panorama ¿Qué de anormal tendría entonces la demolición de la casa de Oquendo de Amat? Lo anormal ha sido salvarla.
Y lo normal es esa pérdida continua de memoria. Nuestros hijos lo han aprendido a la perfeción. Si al alcalde de Lima y al actual rector de la Decana de América no les importó en un momento tumbar media huaca de San Marcos para dejar paso a una superautopista ¿Con qué cara censuramos a los escolares que dañaron la Huaca del Dragón en Trujillo? Eso es hipocresía, y nuestros hijos también han aprendido aceleradamente las prácticas de la simulación y el oportunismo.
¿Puede la literatura salvarnos de esta cultura de caraduras a la que buena del país está sumida? Respuesta corta, no. Respuesta larga: Quizá ejemplos como el rescate de la casa de Oquendo de Amat en Puno (o iniciativas como la del Fórum Lima-Centro Vivo) nos digan que todavía hay esperanza y que tenemos intelectuales y artistas aún sensibles por un pasado -material e inmaterial- en constante riesgo. ¿Heredarán algunos de nuestros adolescentes reggaetoneros, usuarios de MP4 y consumidores audiovisuales natos, algo de esta sensibilidad?
Dejo en el aire la respuesta, como cantaba Bob.
8 comentarios:
Saludo este Lápiz y Martillo.
O Javier Garvich Rebatta, El Chavalillo, está muy enfermo, o juega muchas botellas por el Barza,o le duele el alma (máter). O no sé qué, pero nos acostumbró a la calidad de este espacio NUESTRO. Y, es un deber que siga saliendo con periodicidad regular de RUNA. Pero ya no tiene continuidad.
Por favor, mi querido Servo-Croata Javier, atender a la espectativa de la Trinchera Norte.
Saludo de nuevo este LyM, para qué siga saliendo.
Feliciano.
Hola Javier, también me alegro de volverte a ver por aquí. No nos dejes, tus artículos siempre abren puertas para la reflexión y son un par de cachetadas a la realidad.
Comparto el sentimiento, espero que se pueda salvar la casa de Oquendo de Amat. Un pueblo que no preserva su memoria histórica esta condenado a repetir sus errores, no recuerdo quién lo dijo.
Un abrazo,
María
Muy buen artículo. Muy buen blog. Un gusto, salud.
Imagenes del ignorado art déco limeño:
http://arkitekdura.blogspot.com/
Pronto nuevas tomas.
Saludos!
J.
Juan, ese blog sobre art deco limeño es todo un monumento a la memoria. Invito a todos a disfrutarlo!!
Una correcion. Solo una mala "semicolonia yanqui". A diferencia de gringolandia donde hacen lo indecible para preservar las muchas viviendas de sus variopintos artistas, politicos y demas personajes publicos (al margen de que estos hayan vivido en un pueblito rural en el medio los Apalaches o en una gran ciudad), en Perulandia gozamos con la destruccion/construccion de 'imponentes' moles de 5 pisos so pretexto de la modernidad como quieras definirla.
Nonfle
No sólo en el Perú. En todas partes cuecen habas. La destrucción del patrimonio arquitectónico en España ha sido y continúa siendo proverbial. En esas luchas andamos: http://betijai.blogspot.com/
Un saludo.
...Y pensar que miramos a Europa como ejemplo del cuidado del patrimonio architectónico y cultural. Zizek tiene razón,el enemigo está en todas partes y la lucha contra ellos, también la lucha contra ellos: http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0448/articulo.php?art=20174&ed=0448
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