Bueno, yo, de creyente, ni michi. Y más bien siempre he comulgado con la tradición agnóstica/ateísta de la Ilustración, el anarquismo y el marxismo. La Navidad me revienta bastante por su exagerada hipocresía y porque suele ser el mejor refugio de las dictaduras.
El clima artificial de fraternidad y bonhomía por lo general sirve para que los gobiernos guarden bien la ropa sucia y ultimen grotescos espectáculos que contribuyen a la proverbial alienación de los mortales.
Sin embargo, no todo es opio. Hay una convicción de creer. Y es una convicción positiva. En un país sin instituciones, donde rige la ley de la selva y las desdichas gobiernan en la mayor parte del año; el creer en fantasmas detrás de la nubes y en narraciones mitológicas es explicable y hasta saludable, porque abren al ciudadano un horizonte de vida mejor y le proponen un código alternativo de conducta. El espíritu religioso puede legitimar tiranías, pero también hace la vida más soportable y propone un margen de humanidad en un sistema que vive de negarla. Por eso, desde que el mundo es mundo, la religión ha formado parte de nuestra cotidianidad y por eso la navidad pervive incluso en las sociedades más laicas y tecnocráticas. La religión se confunde con ese otro atavismo comunal que se llama tradición.
La tradición es la narración de la memoria y su persistencia. La tradición existe porque hay ganas de recordar nuestros orígenes y conocer nuestras raíces. La tradición es un rito que quiere decirnos quienes somos y a qué pertenecemos. Y, mientras no seamos todos lobos esteparios, todos queremos saber de dónde venimos y a quién nos debemos.
Claro, todo esto choca con el espectáculo del consumismo descarado y las celebraciones de apariencias y mentiras. Pero ¿acaso no se vive el mismo clima en las fiestas patrias en el que se exhibe una peruanidad ficticia e hipócrita?¿Acaso eso no sucede en nuestros cumpleaños cuando hasta nuestros enemigos nos desean parabienes? ¿Es posible acaso una ceremonia sin doblez ni oportunismo, ni farsa?
Pero quizá porque los ritos y las ceremonias, pese a su protocolo y etiquetas, son espacios distintos y excepcionales de la inmanente cotidianidad, son fechas donde puedes hacer algo que no lo sueles hacer el resto de los días. Hasta la ceremonia más seria y reglamentada guarda en sí una esencia carnavalesca: "hoy harás lo que no has hecho en todo el año, te estará permitido, lo podrás repetir cuando quieras y te aplaudirán por ello".
Por eso, ahora mi calle está que hierve de metralla, fuegos artificiales y pólvora festiva. Hoy la gente puede volarse los dedos con cohetones y ratablancas ilegales. Está permitido festejar así, porque -salvo año nuevo- no lo volverás a hacer. Eso le da sentido al resto del año que, seguramente, estará plagado de infelicidades y tropiezos. El rito, pues, te ayuda a seguir viviendo.
Este blog os desea un feliz solsticio de invierno, acontecimiento astronómico que dio pie a todo esto. Aquí una genial explicación.
ah, y salud!!
*La foto, de este estupendo blog.
El clima artificial de fraternidad y bonhomía por lo general sirve para que los gobiernos guarden bien la ropa sucia y ultimen grotescos espectáculos que contribuyen a la proverbial alienación de los mortales.
Sin embargo, no todo es opio. Hay una convicción de creer. Y es una convicción positiva. En un país sin instituciones, donde rige la ley de la selva y las desdichas gobiernan en la mayor parte del año; el creer en fantasmas detrás de la nubes y en narraciones mitológicas es explicable y hasta saludable, porque abren al ciudadano un horizonte de vida mejor y le proponen un código alternativo de conducta. El espíritu religioso puede legitimar tiranías, pero también hace la vida más soportable y propone un margen de humanidad en un sistema que vive de negarla. Por eso, desde que el mundo es mundo, la religión ha formado parte de nuestra cotidianidad y por eso la navidad pervive incluso en las sociedades más laicas y tecnocráticas. La religión se confunde con ese otro atavismo comunal que se llama tradición.
La tradición es la narración de la memoria y su persistencia. La tradición existe porque hay ganas de recordar nuestros orígenes y conocer nuestras raíces. La tradición es un rito que quiere decirnos quienes somos y a qué pertenecemos. Y, mientras no seamos todos lobos esteparios, todos queremos saber de dónde venimos y a quién nos debemos.
Claro, todo esto choca con el espectáculo del consumismo descarado y las celebraciones de apariencias y mentiras. Pero ¿acaso no se vive el mismo clima en las fiestas patrias en el que se exhibe una peruanidad ficticia e hipócrita?¿Acaso eso no sucede en nuestros cumpleaños cuando hasta nuestros enemigos nos desean parabienes? ¿Es posible acaso una ceremonia sin doblez ni oportunismo, ni farsa?
Pero quizá porque los ritos y las ceremonias, pese a su protocolo y etiquetas, son espacios distintos y excepcionales de la inmanente cotidianidad, son fechas donde puedes hacer algo que no lo sueles hacer el resto de los días. Hasta la ceremonia más seria y reglamentada guarda en sí una esencia carnavalesca: "hoy harás lo que no has hecho en todo el año, te estará permitido, lo podrás repetir cuando quieras y te aplaudirán por ello".
Por eso, ahora mi calle está que hierve de metralla, fuegos artificiales y pólvora festiva. Hoy la gente puede volarse los dedos con cohetones y ratablancas ilegales. Está permitido festejar así, porque -salvo año nuevo- no lo volverás a hacer. Eso le da sentido al resto del año que, seguramente, estará plagado de infelicidades y tropiezos. El rito, pues, te ayuda a seguir viviendo.
Este blog os desea un feliz solsticio de invierno, acontecimiento astronómico que dio pie a todo esto. Aquí una genial explicación.
ah, y salud!!
*La foto, de este estupendo blog.
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