miércoles, 21 de julio de 2010

Vuelta a empezar!


"El socialismo en el que creo es aquel en que todos trabajan el uno para el otro y todos comparten las recompensas. Esa es la forma en que veo el fútbol, esa es la forma en la que veo la vida"

Bill Shankly,
Un minero escocés que llegó a
ser una leyenda del Liverpool.


Eduardo Galeano, hace poco más de mes y medio, puso en la puerta de su casa un letrero que rezaba: "Cerrado por fútbol". Yo no he sido tan cortés como él y me he pasado estas últimas semanas embebido en ese maravilloso opio para las masas con que nos drogamos cada cuatro años. Sí, ya sé, mandé al cuerno la crisis mundial, el desastre ecológico de Lousiana, la sempiterna corrupción peruana, el aniversario de la masacre de Bagua, etc. Podría haber escrito un par de posts al respecto y quedaría como un tipo solidario, crítico, comprometido y hasta de puta madre. Pero ¿Hace falta un hipócrita más al mundo?

Tampoco crean que me pasé el Mundial repantigado en un sofá frente a la tele y al lado de una caja de cervezas. A petición de los muchachos del suplemento huancaíno Solo4 escribí una brevísima crónica sobre literatura y fútbol, que aquí os paso algo enriquecido de links y que espero que lo tomen como el colofón de mi descarado silencio:

¿Escribir sobre fútbol?

En el principio la literatura detestaba al fútbol. Rudyard Kipling hablaba de los futbolistas con el mismo odio con que Abraham Valdelomar juzgaba sobre cine. En la envarada cultura de la primera mitad del siglo XX escribir sobre deportes y ocio parecía una herejía anticultural. El escritor futbolero era mirado como un excéntrico que ocultaba su mediocridad jactándose de gustos populares. La reivindicación vino de Albert Camus, quien era suicidamente sincero, al confesar que todo lo que sabía de la moral humana lo aprendió del fútbol.

Fue en América Latina donde creció paulatinamente el fervor de los escritores por el fútbol. Desde los tiempos de nuestro Parra del Riego (el Polirritmo dinámico a Gradín debiera estar en todos los textos escolares) hasta la prosa rebelde de Eduardo Galeano (el fútbol como un capítulo más de su historia alternativa del continente). Rioplatenses como Oswaldo Soriano o Ernesto Sábato fueron futboleros furibundos. Mario Benedetti fue pionero en situar al fútbol como un referente de la cultura popular y la vida cotidiana de la ciudad.


Desgraciadamente hoy todo es distinto. Lo que era antes celebración del ocio creativo de las masas ahora se ha convertido en una subliteratura efectista que se regodea en un espectáculo podrido de famoseo y prensa rosa. Antes daba vergüenza escribir de fútbol porque te tildaban de “inculto”, hoy estás casi obligado a hacerlo para que no te llamen “quedado”. Y escriben de fútbol pitucos inútiles e hijitos de papá que nunca han conocido la tribuna sur de un estadio, arribistas que se disfrazan de escritores, escritores que se rinden ante el mercado.

Juan José Sebreli, el polémico sociólogo argentino, resulta atrozmente sincero cuando habla de agresividad intrínseca del fútbol, del dribbling no como un ejemplo de creatividad popular sino como un matiz de la personalidad instrumentalizadora, de la finta y el engaño, no como una estrategia heroica del pobre, sino como elementos de una ética espuria que lleva al autoritarismo y a la venalidad; donde Maradona es un perfecto símbolo de la degradación cultural del continente. El Maracanazo, Berlín 36’ y la Mano de Dios son nuestra versión regional del Romanticismo.

¿Cómo responder a eso? Quizá sólo desde experiencias auténticas más allá de los grandes discursos. Como el caso del narrador inglés Nick Hornby, quien confesó su enfermiza afición al Arsenal como la elemental vía de escape de un niño destrozado por el brutal divorcio de sus padres…

Pero se acabó el Mundial (¡feliz de la vida, qué lindo fue ver a mi Barcelona campeón!) y volvemos a la dura, ruin, desesperante pero única y existente realidad de nuestros días. Hola amigas, allinllachu compañeros, estoy de regreso.

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