La huachafería en el Perú tiene larga data y es algo más complejo que el germánico "kitsch", el argentino "atorrante" o el hispánico "hortera". Desde el apurimeño Jorge Miota (al parecer, padre del concepto) pasando por Mariátegui, Estuardo Núñez, los dos Hildebrandt (la bruja y el periodista) y Vargas Llosa hasta nuestros días; el término ha adquirido unas dimensiones claramente académicas, literarias, históricas y antropológicas, que trascienden el término original: Lo huachafo no es solamente el mal gusto, la imitación ridícula o el bizarrismo inconsciente. Se ha convertido en parte integrante de nuestra cultura "nacional".
La huachafería ha sido necesaria partícipe de nuestros gobiernos: el estilo brutalista de la arquitectura de Velasco, Moralez Bermúdez enfundándose la camiseta blanquirroja y cantando el himno en la cancha del Estadio Nacional (suponemos que ebrio), la oratoria hiperflorida y virtualmente en las nubes de Belaunde Terry, Fujimori disfrazado de indio pokra en la mañana y de chalán chiclayano por la tarde (amén de bailar cumbia con las putarracas locales en sus hilarantes campañas presidenciales), Toledo haciendo de la impuntualidad virtud, echándose hielo con la mano a copas de whisky etiqueta azul que tomaba como vasitos de agua...
¿Paniagua? Como presidente, nada huachafo, pero como candidato, huachafísimo.
Y sin embargo, ningún otro gobierno rompió las barreras de la huachafería como el segundo régimen de Alan García Pérez. Disfrutando durante cinco años en un estado de placidez económica, nadando entre divisas y créditos, con un crecimiento histórico del PBI; el voluminoso mandatario nunca se dedicó a invertir dinero en reformas estructurales del país, tiró al tacho las recomendaciones del Acuerdo Nacional y decidió concentrar el eje de los recursos estatales a construcciones espectaculares (muchas de ellas, inauguradas a medio hacer).
Con un ego a prueba de litio, el Genocida de los Penales mira al pueblo peruano como un hatajo de brutos (bueno, le votaron dos veces) que se deslubra por el cemento, patente de legitimidad. Mediocre lector, quiere ser émulo de Ramsés II, Tito Flavio o Carlos III buscando pasar a la posteridad por una herencia arquitectónica inmortal e inolvidable. Obsesionado por un tercer mandato (y ser el presidente que más años ha gobernado el Perú) quiere imitar a Leguía, cuyas obras forman parte de la cotidianidad limeña. Ansioso por mantener su alianza con oligarcas y militares, emula a Odría refraccionando un puñado de colegios, repintando sus viejos ministerios, reconstruyendo el viejo estadio del dictador tarmeño. Dedica el año arguediano al descubrimiento de Machu Picchu por un aventurero yanqui, alucinándose un inca superstar y, al abrigo de los fuegos artificiales y la música de Los Jaivas, creerse rey del mundo por unos minutos.
Pero fundamentalmente, suplanta la realidad por la apariencia. Blasón elemental del segundo alanismo.
-Se han refraccionado medio centenar de colegios "emblemáticos" (las Grandes Unidades Escolares), esos colegios de ladrillos rojos que todo el mundo conoce, que se ven. No importa que sólo sean colegios tremendamente minoritarios a nivel nacional, que esta iniciativa se haya prestado -para variar- a negociados y faenones, no importa que se haya dejado al garete la educación bilingüe y que en el Perú del siglo XXI todavía haya colegios así de tristes . Pero es que incluso los colegios refraccionados arrasan con el patrimonio arquitectónico y se dejan las obras inconclusas. No importa, la gente quedará contenta con sus fachadas nuevecitas de colegio yanqui, sus colores brillantes sobre bibliotecas vacías y laboratorios incompletos, sus voladizos de metal herrumbroso y cristalería rota, que es lo que sucederá con esos presupuestos raquíticos que el aprismo dedicó al mantenimiento de los colegios.. Hay muy pocos colegios públicos que cuentan con piscinas y ninguno con pista atlética sintética...pero qué bonito se ven los colegios emblemáticos desde las avenidas.
-Alan creyó que terminando el primer tramo del Tren Eléctrico superaría el trauma de contemplar una obra inconclusa de venticinco años por culpa de su proverbial delirio de grandeza: Esa carcasa de concreto al aire libre, carne de graffitis, era un recordatorio desagradable para nuestro pícnico presidente. Y claro, tenía que terminar esa obra como sea. Así, a Lima le han impuesto un Tren desligado de cualquier plan municipal de transporte, cuyo costo se ha multiplicado varias veces y casi oliendo a corruptelas, que no cuenta con vagones ni suministro eléctrico previsto, que no garantiza para nada no su rentabilidad sino su propia sostenibilidad mínima. Un tren que no solamente divide y degrada comunidades en los distritos del sur, sino que en la práctica impide que las ambulancias o carros de bombero de dichos distritos puedan eficientemente trasladarse de un lugar a otro de esa infranqueable vía. Pero qué bonito será viajar como en Europa y viendo pasar los trenes junto a tu casa como en Brooklyn.
-¿El Estadio? Victor Vich ya señaló lo tremendamente contradictorio que es un estadio "Nacional" dividido entre palcos dorados para unos y tribunas llanas para otros. Yo solo quiero resaltar el escándalo de gastar millonadas en una olla exprés con lucecitas, torres fálicas y coloradas, inaugurado con más de medio edificio sin pintar y con los marcadores electrónicos abandonados para que la próxima administración lo termine de instalar. Lo peor es que esa papa rellena metálica cuenta con una pista de atletismo ¡de solamente seis carriles! que es como inaugurar hoy en día trenes con locomotoras a vapor o rascacielos sin ascensores. Y eso en un país con cero velódromos, sin campeonatos de pentathlon moderno, con infraestructuras arcaicas de gimnasia y donde la inmensa mayoría de nuestros niños solo pueden enterarse del balonmano, del water polo o del rugby por la televisión de cable. Pero qué importa, qué bonito se verá esa cacerola color moco cuando estén allí Shakira, Daddy Yankee o Los Rolling Stones en silla de ruedas...
-Ah, el Gran Teatro Nacional, ese nombre pomposo para un paralepípedo multimedia, con una tarántula de aluminio por un lado y un culo de madera por el otro. Wilfredo Ardito nos recuerda que no hacía falta ese minimastodonte, teniendo en cuenta que a cincuenta metros está un más que decente auditorio en el Museo de la Nación y a cien metros ya existe el teatro de la Biblioteca Nacional, soberbio y en buenas condiciones. ¿Por qué no haber pensado en distritos populosos como Villa María del Triunfo o Ventanilla? Allí el Estado no ha puesto ni una glorieta de conciertos, ni un teatrín, ni nada. Obvio, "hay que pensar en grande" (expresión infantil que suele revelar patéticas megalomanías): si Berlín tiene su Isla de los Museos o Nueva York su gran centro artístico cultural, el gobierno de Alan no quería ser menos y pegando con gutapercha a la Biblioteca, al museo, al INC y al teatro de marras, ya tiene su gran eje cultural....nuestros hermanos de Bagua o Huancavelica deben estar aplaudiendo de emoción semejante logro.
-No me olvido del nuevo Ministerio de Educación, con un diseño adjudicado sin concurso público (¿Para qué? Si el gobierno tiene a sus amigos arquitectos y, si no, sus amigos contratistas le recomiendan a cualquiera) hace gala de una fina inteligencia al construir un edificio que asemeja a varios libros montados uno encima del otro. Qué original ¿no? Ese figurativismo elemental, ese discurso arquitectónico para dummies (¿No te das cuenta? Son libros uno sobre otro, libros, osea educación ¿manyas la indirecta?). Imagino que, si hubieran tenido más tiempo prestado de la molicie burocrática y más plata arrancada a las coimas; el gobierno construiría un ministerio de cultura con forma de huaco o un ministerio de transporte con forma de camioncito. La originalidad del alanismo. ¿Original? ¡¡Pero si ese adefesio es una copia fiel de un edificio mexicano construido hace más de treinta años!!
-Finalmente, la joya de la corona. Alan García haciendo gala de catolicismo (un catolicismo sui géneris, que le permite tener hijos fuera del matrimonio con la bendición tácita del Cardenal) erige un tremendo Cristo de plexiglás con reflectores y lucecitas de colores que sugieren a cualquiera que hay un parque de diversiones o un puticlub en la base del Morro Solar. Conocedor de nuestra proverbial superstición frente a las imágenes, el rollizo ex jefe de Estado sabe que, si hay una obra suya que perdurará, será esa. Nadie la va derribar, pese a su evidente mal gusto, pese a incumplir una veintena de normativas, pese al descontento de la alcaldesa y otras personalidades. No, todo el Perú huachafo abrazará ese ícono sintético y colorinche, como aplaude un tren que no va a ninguna parte, como alucina ante un estadio lata de anchoveta, como se emociona con un colegio con atrezzo nuevo y carencias de toda la vida.
Porque esta fila de horrores arquitectónicos no proviene solamente de una mente vanidosa horadada por la bipolaridad y los fármacos. No, buena parte de este país aún se sigue guiando por sus emociones y manías, por tradiciones tan pervertidas como íntimas, por su sentimentalidad primigenia y sus pulsiones intuitivas (imagínense que estuvimos a punto de tener a esta vergüenza en el poder). Es ese país que besa el anillo de un cura cuartelero y considera salvajes a los pueblos amazónicos que defienden su ecosistema. Que aún cree en el cínico adagio de la política fujimorista "roba, pero hace obra". Que te toca la puerta hablándote de la palabra de dios y estalla al día siguiente de intolerancia frente al otro.
No, no le estoy echando las culpas a nuestro sufrido pueblo peruano. Recordemos que buena parte de los gustos hegemónicos de una sociedad terminan siendo los gustos de su clase dominante (veinte años de neoliberalismo y de vigilancia del Banco Mundial sobre nuestra educación ya han dado sus frutos) y que han sido nuestros mandamases y su corte mediática quienes han predicado con el ejemplo. Los privilegiados del país han sido quienes más han impulsado los palcos segregacionistas que llenan nuestros estadios y teatros. Ellos nos han impuesto un país inventado para turistas, publicitario, exotista y falso. Ellos han plagado de virgencitas, grutas y cristos a universidades, edificios del Estado y parques públicos. Ellos pagan a toda una generación de arquitectos inocuos y pusilánimes para que -como decía Mariátegui- cortejen y adulen su gusto mediocre. Y, por qué no, huachafo.
Todos ellos son una jaez transclasista que conforman un país al cual no le interesa que los corruptos se escapen por la puerta de atrás o deja que les engañen diciéndoles que ya hemos acabado con el anafabetismo o que casi no hay pobres en el Perú. Pero que, ojo, es un país que también forma parte del nuestro, con el cual tendremos que convivir y, ojalá, podamos convencer.
La Argentina neoliberal, viciada y frívola de Menem produjo Pizza con Champán, una ácida crónica de Silvina Walger acerca de las cotas de desvergüenza, frivolidad y huachafería en que se sumió dicho país en los años noventa. ¿Cuánto tiempo esperaremos para que tanto despilfarro demagógico, tanta soberbia gratuita, tanta estética de la corrupción en estos finalizados cinco años, merezca un libro?
Esperemos que muy poco.
viernes, 29 de julio de 2011
EL APOGEO DE LA HUACHAFERÍA (Notas sueltas sobre un gobierno que se fue)
Publicado por javier en 12:19
Etiquetas: APRA, educación, Lima bizarra, nuevos tiempos, política cultural, sociedad peruana
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6 comentarios:
has visto/probado “el combinado”?
yo lo conocí en chimbote una de esas tardes: arroz, cebiche y tallarín, todo junto, o papa rellena también….ya puestos a imaginar podría ser muchas cosas màs así…..tienes razón, las telarañas mentales (y gástricas) nacen desde el poder, y su hambruna dosificada, y de ahí extiende su pulpo mediático educando a todos los que se dejan educar o anti educar de tal manera en un glorioso camino que no lleva (ni nutre) a nada. Abrazo. Siempre agudos, plafones ágiles y surtidos tus posts , cesar A.
La huachafería - como bien dice el articulista - es un concepto complejo, pero sobretodo relativo. Es decir, tan huachafo es el que usa el apelativo, como el objeto del mismo. La huachafería, en esencia, consiste en "rebajar" con ese epíteto a quienes emergen compitiendo por lo que creemos es nuestro lugar en la sociedad. o el lugar que aspiramos a ocupar. En otras palabras, una molesta competencia que los huachafos se apuran en señalar como "huachafería". La gente con clase, en cualquier estrato social, no usa esa palabra, pues no teme la competencia social.
Eduardo, me parece que estás confundiendo el término "huachafo" con lo que sencillamente es envidia o malicia. El huachafo nacional no rebaja a nadie, quiere subir imitando, se obsesiona por copiar lo quiere llegar a ser. Alan García, presidente de un país pobre y excluyente, aspira a ser el arquitecto rey de una arcadia ejemplar y aprovecha su papel de nuevo rico para copiar lo que él considera las arcadias ejemplares. Acá, en el Perú, con lo que hay. Y pasa lo que pasa: trenes fantasma, muñecos luminosos, edificio de hojalata y lunas polarizadas...
De acuerdo, Javier, con tu aclaración sobre el significado de huachafo. Me quedo, además, con la primera línea del comentario de Eduardo. La huachafería es relativa. Es por eso que el huachafo no se siente tal... es por eso que el personaje en cuestión "aspira a ser el arquitecto rey de una arcadia ejemplar".
Sin embargo, creo que en un país tan tremendamente diverso como este, la huachafería no es sólo una muletilla, es también un recurso válido que nos premite cerrar ciertas brechas. No estoy apoyando ninguna de las obras citadas, estoy completamente de acuerdo con el autor en todas sus apreciaciones de las mismas. Pero, en abstracto, no veo qué otro recurso, si no es la huechafería pura y simple, el imitar lo que no es es, el engalarse con atrezzi personales que no se tiene, pueda reconciliar a grupos humanos tan distintos, que quieren, de algún modo, verse representados por un político cualquiera. ¿Podría ser el huachafo una forma de diálogo? (muy nuestra, eso sí)
Una vez en un curso de lite que hice con jóvenes que leyeron el cuento Alienación, (donde cunde la huachafería en diversos personajes, y no solo con el negro lopez: el protagonista), un comentario fue que el protagonista negro estaba mal por querer blanquearse, pero que era de admirar su capacidad de superación: porque se hizo norteamericano, soldado yankee, peleó y murió en la guerra contra corea, al final del cuento.......…Creo que el concepto de emergente tiene aquí un antecedente literario, y que lo malo es cuando, como dice garvich, el alienado no se ve como tal, cuando cree ser emergente y no ve autocríticamente sus problemas….Es decir, todo puede tender a ser mejor, pero sin una base y una raíz concretas se troca en impostura, es un crecimiento con suelo de barro……creo que esta es la principal diferencia entre mejorar, y hacer de esto una caricatura….y es la diferencia entre un anhelo de prosperidad (si fuese solidaria mejor aun), y un mero arribismo de ser a como de lugar otro al que se es…..En toda huachafería subyace una negación de quien se es, y no veo lo rescatable de esto….por lo demás, garcia y el apra en su naturaleza son huachafos, en el sentido de que impostan una grandeza que para nada tienen, y nada más alejado del dialogo democrático que la bufaleria aprista de la que garcia es una versión puesta al dia con problemas siquiátricos y todo, todo un barril (he aquí su única grandeza) de patología al servicio del país/// cesar
Agradezco al Cristo del morro el haber llegado a esta página!
Y es que mucho de lo que dices es algo que circula en la mente de personas con un mínimo de sentido común, que se dan cuenta de que no puede ser normal que los "huachafos pendejos" gobiernen el país y los demás sean simples espectadores huachafos de sus huachafadas y entre todos la caguemos y la sigamos cagando! (lo siento, pero es que me altera!)
Sin duda leer este tipo de cosas me da la esperanza de pensar que existen otro tipo de seres capaces de combatir huachafos.
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