lunes, 19 de marzo de 2012

GUERRA, TERROR Y...HUMOR (Advertencia, este post puede ser calificado de frívolo)


Últimamente he estado leyendo mucho sobre Argentina. Su reciente pasado histórico. Me he leído Muertos de Amor del  reputado periodista y escritor Jorge Lanata (Alfaguara 2007, disponible abiertamente en Quilca) y un par de ejemplares del  estupendo fanzine/cuasi revista  Viernes Peronistas (sólo disponibles en España y en Argentina, lo siento hermanitos). Todo eso me llevó a una infernal caza en internet (documentales sobre los Montoneros, discursos de Perón, películas sobre heroínas y torturados, la guerra de las Malvinas, la sempiterna Evita, en fin).  Y llegué a la conclusión que hemos estado un poco equivocados sobre aquellos años funestos que padeció la hermana república rioplatense.

La versión hegemónica (bastante mediática, para qué vamos a negarlo) es que una sangrienta dictadura militar masacró de forma demasiado abusiva  al pueblo argentino. La versión de los militares argentinos era la misma de toda la vida: Era una guerra y obramos como tal. Mi humilde opinión: la vaina era muy distinta.

La Argentina de los años setenta era un hervidero de varios movimientos guerrilleros y guerrireristas en un país de renta media, bastante industrializado y con una clase media razonablemente culta. Los Montoneros, el Ejército Revolucionario del Pueblo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y más de una docena de movimientos similares se convirtieron en un dolor de cabeza tremendo para el stablishment argentino, conservador, europeísta y depositario de todas las fanfarronerías porteñas que han hecho abominar de los argentinos durante décadas. Los Montoneros no fueron una guerrilla buena (si es que existen, de verdad, guerrillas buenas, inmaculadas, no sé, se supone que hasta Robin Hood mató a buena cuenta de los alguaciles y guardias reales). Los Montoneros secuestraron a un expresidente (el general Aramburu, golpista y masacrador dicho sea de paso) le hicieron juicio popular y lo ejecutaron a tiro limpio. También asesinaron a líderes sindicales reconocidos (aunque acusados de burocratismo y traición a la clase obrera según sus victimarios). Los Montoneros tuvieron hasta cinco fábricas de armamento, una periferia social que superaba largamente el medio millón de simpatizantes activos y en sus últimos años incluso hicieron atentados con granadas RPG. ¿Cosa mala?

Pero los Montoneros tuvieron también tremendas heroínas que terminaron asesinadas. Amén de otras mujerazas resistentes, con sus hijos secuestrados y entregados a otras manos. El grueso de los Montoneros sufrieron el infierno de la tortura y la muerte, fueron carne de la picana eléctrica (instrumento de tortura popular de todas las policías sudamericanas) los arrojaron vivos desde los aviones y fueron envilecidos por los servicios de inteligencia para actuar como dobles agentes y cebos.

Los Montoneros no fueron conejitos enviados al matadero, pero tampoco una amenaza político-militar capaz que justificar las barbaridades que realizó una oficialidad militar que demostró ser muy valiente frente a sus compatriotas y tremendamente cobarde cuando se enfrentó  a los británicos en la guerra de Las Malvinas.

¿A qué vengo con eso? A hacer las odiosas comparaciones. La subversión argentina tuvo una buena prensa internacional (en fin, eran los setenta) y una literatura que (con toda la razón del mundo) mostró una imagen victimista de un pueblo argentino sometido a la arbitrariedad militar. En el caso peruano, la subversión maoísta siempre tuvo una mala imagen internacional y una literatura marginal (ya que la literatura sobre el tema de Vargas Llosa y otros escritores metropolitanos se ha ajustado siempre a la versión oficial del Estado). De hecho, la primera literatura oficial y respetada internacionalmente sobre el tema fue el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que en cuanto a verdad ha tenido mucho  pero de reconciliación nada.

Pero hoy no he venido a llorar.

Los argentinos, con el tiempo, han terminado reaccionando con la ironía y el humor frente al desastre nacional que tuvieron. Recordaron ácidamente muchas empresas bizarras de la subversión montonera (Los Montoneros organizaron una suerte de “empleado del mes” sorteando una ametralladora entre la columna que más acciones militares realizaran en tres semanas: la agraciada fue la Columna Norte de Rosario) o terribles acciones punitivas con preocupante humor negro (al sindicalista Rucci lo ametrallaron sin asco en una acción llamada Operación Traviata, en referencia a las galletas Traviata, cuya publicidad decía que era “la galleta de los ventitrés agujeritos”). El humorista alternativo Diego Capusotto se ha hecho célebre en la red jugando con la memoria peronista y montonera,  reinventando el zeitgeist de aquellos años, apoyándose en la cultura popular y creando un pasado irónico sobre esos tiempos de violencia subversiva y terrorismo de Estado.

En el Perú, tener una actitud así sobre los años de la guerra interna resulta, sencillamente, impensable.

Y no solamente por la pobre tradición de humor político que tenemos en el Perú (cuyas únicas excepciones serían la revista  Monos y Monadas durante los años setenta y principio de los ochenta, así como la trayectoria del dibujante Carlos Tovar, Carlín) sino porque aún olemos la sangre y el miedo. Pese a haber pasado más de veinte años del conflicto, no solamente las heridas no han cicatrizado sino que hay toda una política de varios sectores para que eso no suceda y con unos medios de comunicación rastreros que vigilan que nadie se salga ni un milímetro del discurso oficial sobre la guerra: ese discurso maniqueo, vengativo y, por supuesto, falso.

Quienes se salgan de ese discurso, sea proponiendo una visión alternativa de los hechos, sea formulando las causas sociales del conflicto, sea buscando puentes para estimular una reconciliación; son tachados fulminantemente de terroristas, prosenderistas y -en el mejor de los casos-  rojos. Proponer, por tanto, una visión socarrona, con un humor político independiente (y no ese humor criollo, sobón y chocarrero que anega las páginas de nuestros diarios) es, lo vuelvo a decir, impensable.

El estilo realista, grave, con acento social e histórico, de tramas fronterizas con la tragedia y profusa en sangre e imprecaciones es la forma como nuestra narrativa más honesta se enfrenta e interpreta nuestra guerra interna. Tratar el tema con un lenguaje jocundo e irreverente sería considerado un exceso de banalidad, un insultante ejercicio de descaro. En fin, en el Perú los Grandes Momentos casi nunca los hemos tratado con humor (fijémonos en la forma hagiográfica,  solemne y francamente aburrida como solemos presentar el tema de la Guerra del Pacífico). 

Casi parece imposible abordar nuestro conflicto armado de la forma como Isaac Bábel lo hizo sobre la revolución soviética, Bohumil Hrabal sobre la resistencia checa al nazismo o Jesús Díaz  sobre la revolución cubana.  Me refiero a un discurso fresco, irónico y donde, sin perderse en la trivialidad, el humor aparece como un personaje más en la historia . En los ya casi treinta años de narrativa de la violencia, esta actitud heterodoxa aparece, como mucho, en algunos cuentos de Dante Castro.

Pero en los últimos años, tenemos visiones de la guerra menos adustas y más creativas. En primer lugar, Cadena Perpetua de Harold Gastelú (Pasacalle, 2010), donde presenciamos el soliloquio descomedido de un preso injustamente condenado que rememora su juventud carcomida y perdida en la guerra. O también el caso de La niña de nuestros ojos de Miguel Arribasplata (Arteidea, segunda edición, 2011) que novela el caso de un destacamento maoísta de caballería en la sierra peruana, de cuyos integrantes uno es un artista hábil con el charango y la canción, quien se entromete - con buen humor, sarcasmo y hasta chacota- en discusiones políticas y exégesis ideológicas dándole un prurito sabroso a la narración (al margen de algunas claudicaciones y mariconadas del autor al final de la novela, a Miguel ya se lo he dicho fraternalmente). Ambas novelas me sugieren que, en un futuro no muy lejano, haya otro tratamiento de la narrativa de la violencia.

La inclusión del humor,  la ironía o la irreverencia  no desmerecen ni denigran el tema de nuestra guerra interna como objeto de creación literaria. Por el contrario, la complementan. El humor agudo, la autocrítica jovial, la parodia crítica hacen más humanas nuestras historias y nuestros personajes, les ponen más carne y más hueso a los pequeños y grandes héroes que queremos dibujar.

Es difícil, lo sé. A quien ha perdido media familia en la guerra, muy poca gracia le hará pensar festivamente en esos años terribles y quien esté hoy mismo entre rejas, le costará bastante esbozar una sonrisa recordando momentos cómicos, grotescos o  inexplicablemente bizarros en el doloroso avatar de nuestra civil contienda. En el Perú siempre hubo muy poco espacio para el humor sobre las cosas serias.

Con todo el respeto del mundo a los escritores peruanos que nos han regalado libros brillantes sobre el tema de la violencia; ahora espero nuevos cuentos y novelas, nuevos ojos y nuevas sensibilidades que sigan viendo el conflicto armado interno como una ventana sobre la cual podemos interpretar, criticar, imaginar e incluso jugar con nuestra historia y nuestro presente. La reflexión literaria sobre nuestra guerra interna no debe ser sólo una invitación a llorar o a indignarse, también debe ser una oportunidad para razonar un país mejor y una sociedad más justa y más feliz que la que nosotros recibimos.

Justa y feliz. Que sí. Feliz.


P.D. La foto, de la guerrilla colombiana, otra gran desconocida para nosotros.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Javier

Estoy leyendo una estupenda novela, TRECE DÍAS del cajamarquino
JOSE AGUSTIN MACHUCA URBINA.

Bien narrada, bien escrita, estremecedora.

Rafael Inocente

javier dijo...

Juan Ayala, hombre de teatro deonde los haya, me dio un valioso comentario que reproduzco aquí:

"Hola Garvich:
Reconocer nuevamente las calidades de tu escritura [supongo, que ya las identificas y que en todo caso no es para "eso" que escribes]. Y tomar --al vuelo-- el desafío de tu comentario, con bastante irresponsabilidad reflexiva porque si lo dejo para pensarlo mejor, sucederá lo ya sucedió: que no te vuelva a escribir más.

En ese sentido, tu comentario aborda un asunto esencial que me preocupa desde mi pertenencia al quehacer teatral. ya no como "práctico", sino más bien como "teórico": ¡cómo refundar el realismo (social) sin que este asuma las formas que ya conocimos!
Y zás, te apareces con la idea (olvidada y genial) del "humor", y entonces me vuelvo a preguntar: ¿¡sin que este humor tampoco sea un remarke de las formas que ya conocimos! y que me resultan detestables e insoportables?

Si tu aporte apunta al uso de un humor (final y profundamente político) que esclarezca, eduque y eleve y no escamotee, estupidice y aliene: ¡Estamos de acuerdo!
Sino, palo contigo Garvich por haber incitado en la narrativa literaria lo que es detestable en la narrativa teatral: el humor a lo pataclaun, a lo Carlos Galdós, a lo Carlos Alcántara, a lo Carlos Alvarez y Jorge Benavides, a lo No se quién y no sé cuantos, pasando por el resto de "humor" televisivo
Es decir, la etapa "down" del teatro hecho en el Perú. Es más, hasta podría decirte que el germen (popular y urbano) podría estar en esa comicidad y ese"tratamiento", por un lado, de los alienados y ramplones "cómicos ambulantes" de la Plaza San Martín, y, por otro, en el culto "Don Sofo". Germen (popular y urbano) que habría elevar, indudablemente (elevación que, a su vez, implicaría, entre otras tareas, la de la re-educación técnico-artística). En ese sentido, sospecho que tal(es) humor(es) podría(n) prender y desprender(se) en y desde la "pradera" (mestiza) más urbana que rural [¿también selvática...?]. Y es que al parecer, las formas y las instancias "puras" no van con nuestras realidades imaginadas, pensadas, sentidas: lo mestizo parecería concentrar en sí, en su dimensión de metalenguaje, ¿esos valores de soporte estructural y de macra ideología...?
Y hasta aquí no más, no vaya a ser que termine hablando "piedras".

Walter Lingán dijo...

Soy de la creencia que a la intelectualidad peruana, incluso internacional, se salvan los hermanos Marx, les falta el talento de soportar y saborear el humor. Cuando a los izquierdistas peruanos les hablas de humor, ponen cara de intelectual, o sea, se ponen serios. Me gusta tu artículo, así es que por ahí lo colgaré en el FB...
Saludos y sigue tirando piedras, así un día podemos agarrarnos a piedrazos..

Anónimo dijo...

Algunos coments al vuelo a tu sugerente/necesario post:

•Desde la izquierda honesta, el informe cvr tiene verdades parciales, y de parte (del Estado peruano), así como más de una conclusión muy debatible, ….y no lo digo solo yo

•Por otro lado, reconciliación version cvr …con el Estado? Para què, ah?

•Sobre el difícil asunto de guerra, humor y afines, la premiada película sobre el holocausto ‘La Vita è Bella’ de Roberto Benigni fue claramente un fiasco, con contrabando proHollywood y su fabrica individualista proOccidente way of life en versión yanqui, y superman al final en tanque::
http://www.youtube.com/watch?v=ebyt24MbUt4&feature=related

…..más potente estuvo/fue el proyecto original donde participaba al inicio el propio benigni, y ke se dio en la peli ‘El tren de la vida’, donde el tradicional humor judío se expresa colectivamente durante los dramáticos tiempos del nazismo y con relación al drama del holocausto y alrededores:
http://www.youtube.com/watch?v=TrRkGr21eis

Se trata de una peli que en clave de humor no descuida el drama de la époka, ni el aspecto social/sublevante del mismo, ni de la resistencia, en este caso, de un colectivo judío (y otra vez: no es nada igual, por cierto, decir judío que decir sionista)

•Acerca de la guerra interna en este país, y esto ke dices: ‘sino porque aún olemos la sangre y el miedo’, es verdad que esa epoka se suele ver/divulgar siempre como todo gris, sin otros matices político-cromáticos ….y también ke uno de los tratados sobre este periodo, cuyo lenguaje y posición suelen influir, en tanto tratado de senderologia, es el libro de Nelson Manrique justamente titulado ‘El tiempo del miedo’…como si en esa epoka solo hubiera habido miedo y nada más: otra visión parcial de esa guerra, i de toda guerra en verdad, así como de la compleja condición humana y sus avatares

•Aquí te dejo un poema con humor e ironía, sobre una de nuestras solemnidades patrias, i antichilenismo militante y frívolo:
http://estirpepurpura.blogspot.com/2011/04/alfonso-ugarte_29.html

•I sobre este asunto: ‘En el Perú siempre hubo muy poco espacio para el humor sobre las cosas serias’, Kizá sirva esto acerca de la naturaleza dialéctica del humor y sus muchas posibilidades en alguien insospechado del mismo (según versiones, otra vez parciales, del establishment culturoso): Vallejo, ni más ni menos:
http://www.andes.missouri.edu/andes/Especiales/CALVallejo/CAL_Vallejo.html

•Una PD: sugiero evitar deslizarnos en los opacos linderos de la homofobia verbal rampante en el criollismo perucho, con epítetos como ‘mariconadas’ que usas irónicamente hacia el final de tu post sobre la novela de Arribasplata.

abrazo / cesar A.