miércoles, 24 de junio de 2009

NUESTRA LITERATURA Y EL CAMPO (A propósito de los 40 años de la Reforma Agraria)


Hace cuarenta años, ante la incredulidad general, un gobierno de militares proclamaba la Reforma Agraria. A las clases privilegiadas se le arrancaron haciendas azucareras y latifundios andinos para convertirlas en prometedoras e inéditas cooperativas. Basta mirar la iconografía que acompañó al proceso para percibir el optimismo y la esperanza del momento: "Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza".

¡Cuánta necesidad había de Reforma Agraria! Léase a un profético Ciro Alegría o a un canónico y esclarecedor José María Arguedas, la maravillosa saga militante de Manuel Scorza o el desarmante intimismo de Eleodoro Vargas Vicuña. Incluso en los cuentos de Antonio Muñoz Monge, donde se palpa la abierta decadencia del gamonalismo señorial. En todos se sentía que las cosas tenían que cambiar, o sí o sí. Pero casi ninguno de ellos imaginó que las cosas vendrían como vendrían.

En Lima, hemos visto este proceso como algo positivo que cambió el país, más allá de las inevitables posiciones conservadoras y pitucas; intelectuales y artistas vieron en los logros sociales de la Reforma (acceso a la educación, democratización local, ciudadanía) suficiente mérito. Total, por fin se habían ido los gamonales del Perú.

¿Se habían ido de verdad? Leyendo uno a Hildebrando Perez Huarancca, a Zein Zorrilla, a Julián Pérez o a Dante Castro -por mencionar algunos- da la impresión que los terratenientes nunca se fueron del todo, que se hicieron los locos, que maniobraron con sus amigos de Lima para mantenerse en el poder, que fraguaron alianzas espúreas con funcionarios o yanaconas para seguir mandando, que aún en la decadencia se las arreglaron para que los postergados de siempre lo siguieran siendo. Incluso en su versión urbana -por ejemplo en la novela de la puneña Zelideth Chávez ¿Por qué lloras Candelaria?- persiste la imagen de incomunicación y demagogia entre un gobierno revolucionario sólo de nombre y unas demandas sociales que a la larga estallan. La Reforma Agraria, entonces, fue juzgada por muchos escritores del interior del Perú como un proceso fallido, dolorosamente trunco y que posiblemente agregó más problemas a los existentes.

De hecho, buena parte de la Narrativa de la Violencia empieza más o menos con la misma letanía: El campesinado pobre, pese a la Reforma, seguía oprimido y en la más terrible de las iniquidades. Era el inevitable caldo de cultivo que produjo la guerrilla más poderosa y terrible de Sudamérica.

Lo que es sugerente si entendemos que buena parte de la literatura capitalina -incluso en sus aspectos más comerciales y lights- ve la Reforma Agraria como el fin de una época, como el hecho que marca un antes y un después en la historia de sus familias oligárquicas. Así, mientras que en la Lima moderna, la Reforma Agraria produce historias chacoteras de ex-terratenientes gruñones y racistas que naufragan cómicamente en el fin de siglo; en los Andes la Reforma sólo ahonda las quejas, sólo profundiza la ira. Esas miradas distintas, que se prescindían mutuamente y alimentaron diagnósticos y visiones (casi) opuestas de país; cavaron un foso más en el lacerante laberinto del Perú de la década siguiente.

¿Qué quedó del colorido optimismo de aquellos primeros años de la Reforma Agraria? Es una pregunta que lanzo al viento, porque no tengo respuesta. Como mucho, el acertado responso de quien fue otro joven e ilusionado partícipe de esos procesos, el conocido narrador Maynor Freyre quien, en un bellísimo capítulo de su última novela Par de Sátrapas, nos recita el entierro del general Velasco:



"Velasco (...) tuvo un multitudinario entierro acompañado por el pueblo que creyó en él, los campesinos a los que prometió que no comerían ya jamás de su pobreza; los obreros que empezaron a participar de las utilidades de las empresas para las que trabajaban y que ocuparon uno o dos asientos en el directorio de la misma, participando de su gestión; a aquellos que empezaron a ser dueños de sus centros laborales gracias a la propiedad social y a la autogestión, asumiendo en algunos casos la regencia de sus compañías cuando éstas se declaraban en quiebra fraudulenta; los progenitores que empezaron a tener ingerencia dentro de los colegios donde estudiaban sus hijos gracias a la Asociación de Padres de Familia; los servidores de las empresas mineras abusivas que fueron expropiadas y estatizadas; en fin, todo género de peruanos que empezaron a mirar al Perú con optimismo, hasta los izquierdopitucos, hoy llamados caviares, que se subieron al carro de los cambios sociales para tratar de convertirse en sus gerentes..."



Palabras a tomar en cuenta, hoy que se ven aquellos años como una dictadura cleptocrática, inhumana y terrorista. Como si fuera la de éste.


¿Es que no hay una novela del régimen velasquista, más allá de las baladronadas oportunistas de Thorndike? Posiblemente. ¿Por qué? ¿Dónde está un Gatopardo a la peruana? ¿O a cierta gente de izquierda les incomodó y les incomoda las contradicciones, los errores garrafales y las oportunidades perdidas de la Revolución Peruana en la cual muchos (demasiados) formaron parte alguna vez?


Actualización: Paolo de Lima me indica que sí hay una novela dedicada al tiempo de Velasco (aunque no al tema tema de la Reforma Agraria), se trata de Un millón de soles del escritor peruano residente en España Jorge Eduardo Benavides. Acá una entrevista al escritor, célebre por su proverbial antichavismo y sus manías pontificantes cuando se le ocurre hablar de política.

Vuelvo a preguntar ¿No hay otra novela sobre los tiempos de Velasco? Vamos, busquemos un poquito...

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Q pena q m haya puesto a ver mi correo y dado con el tuyo uno noche en la q no quería profundizar en estos temas histórico-políticos: "Esos temas que le gustan tanto a mi amigo Javi" :)

Y me quedo con las ganas pq fíjate que clase de peruano seré que no era consciente de esas "pequeños detalles" de la Reforma Agraria... ji ji ji

Me dejas con las ganas de seguir... pero esta noche no es...

un abrazo amigo
(y seguro q tú sabes quien soy)

javier dijo...

El poeta Roger santibañez nos dice:
claro javier

"Y hay otra, de Jose Benavides Gastelu, denominada SALSA AL MUERE
sobre el 5 de febrero. La novela de Pepe Benavides -el famoso gordo Benavides de la bohemia del Palermo, Tivoli, el Wony y hasta Quilca- fue editada por él mismo con la ayuda -creo- de Oswaldo Higuchi, por eso -creo- salio bajo el sello de Art Lautrec. Debe haber salido por el 94 o 95.


(gracias Roger por la remembranza)

Anónimo dijo...

con todo respeto ... creo que su indigenismo es mas proteccionista de lo que imaginaba.

javier dijo...

Al anónimo de las 12:40:

¿De dónde saca Ud. que yo soy indigenista? ¿Existe el indigenismo en estos tiempos?

Instantaneas dijo...

buscando novedades en el blog de mi amigo Javier... he visto q solo hay una convocatoria que, al sólo leer de soslayo descarte inmediatamente: eso q se lo lean los interesados. Y entonces releí con un poco más de calma tu artículo sobre la Reforma Agraria y me di cuenta (sentí) una cosa: Ésta acaso mi amigo Javier un 'rojo' de los pies a la cabeza rompiendo una lanza a favor de la Reforma Agraria de Velasco? Utiliza mi amigo Javier, un Stalin 'reprimido', el término revolución y, en MAYÚSCULAS, para hablar del acceso de Velasco al poder?

Querido Javi... o t estás volviendo loco, o te... estás volviendo loco? :D

un fuerte abrazo desde los Madriles
Instantáneo

ps: supongo q digo todo esto pq yo nací y fui educado en ese Perú post-Velasco que nos enseño que aquello fue SOLAMENTE un golpe de estado a la democracia... parece que tuvo su lado positivo y todo!

Anónimo dijo...

Acaba de fallecer hoy domingo 6 de Octubre de 2013 el gordo Pepe Benavides Gastelú, lo están velando en Fátima en Miraflores. Un abrazo para ti y tus lectores.