Bueno, un día como hoy terminó el siglo XX y el mundo volvió a cambiar. A partir de la caída del Berliner Mauer nacieron países y desaparecieron otros, se acabaron algunas guerras pero estallaron muchas más. Para algunos fue el fin de todo su proyecto de vida, para otros fue la gran oportunidad de cambiar su sino. Sin embargo, ya que la prensa basura peruana ha aprovechado la efeméride para decir más o menos lo mismo, vengo yo para poner algunos puntos sobre las íes y un pequeño paseo por la literatura que había detrás de la Cortina de Hierro.
Un primer prejuicio que ya cayó como el propio Muro: Que la literatura en el bloque soviético o era burdamente servil o fanáticamente anticomunista. Esa fue la tesis de Vargas Llosa durante años y que alimentó la famosa discusión con el escritor alemán Günter Grass (véase aquí y aquí). Una de las razones por las cuales el futuro Nobel de 1999 se oponía al maniqueísmo del eterno candidato al Nobel era que Grass conocía y se escribía con bastantes escritores de la entonces República Democrática Alemana y del bloque oriental, deduciendo una diversidad que eludía la grisura intelectual proclamada por Don Mario. Así, los occidentales obviaban la trayectoria de Anatoli Ribakov (que de recibir el Premio Stalin por la Paz llegó a escribir uno de los libros emblema de la Perestroika, además de una de las narraciones más interesantes sobre los avatares del pueblo judío en la URSS), nunca tomaron en serio la Vanguardia Irónica de Viatcheslav Pietsuj (su Nueva filosofía moscovita fue un clásico reconocido en su momento y olvidado después) y recibieron con silencio la obra de Viktor Yeroféiev. Iguales cosas podrían decirse de la formidable poesía polaca o el penetrante cine checo de entonces.
La caida del Muro no solamente trajo a los europeo orientales la libertad de comprar revistas porno y fundar esos emporios mafiosos que hoy conmueven al mundo con su peculiar folklore. No, también trajo el redescubrimiento de clásicos soviéticos censurados u ocultados por la puritana nomenklatura moscovita, entre ellos el sensacional Mijaíl Bulgákov (autor del clásico El Maestro y Margarita) y las sátiras de Ilf y Petrov (algunas consignadas en esta bellísima antología cuyo ejemplar más cercano -además del mío- pueda estar en alguna librería de...mmmm... Santiago de Chile, quizá).
La caída del Muro no produjo solamente escritores sobones de Occidente que con el tiempo desaparecieron sin dejar rastro, sino una poderosa vitalidad literaria (mucho más vital que el propio Occidente) bastante aguda no solo en reflexionar sobre los errores del pasado sino en señalar las venalidades del presente y las tragedias del futuro. Mucho antes que Wolfgang Becker escribiera el guión de la celebrada película Good Bye Lenin!, en Alemania ya había triunfado la jovial novela La Avenida del Sol, que narraba en desenfadada clave juvenil los últimos años de la DDR. Otro alemán, Ingo Schulze destripaba en 1995 las miserias del Este postcomunista y neocapitalista en 33 momentos de felicidad, novela experimental llena de crueldad, sexo, cinismo y hasta antropofagia ceremonial.
En Rusia destaca soberanamente el caso de la escritora Alejandra Marínina quien en sus novelas policiales retrata la cruda realidad postsoviética. Ella, conocida internacionalmente como la Agatha Christie rusa, le ha quitado al género policial el exceso de balazos y persecusiones televisivas (muy habituales en Occidente) para devolverle cosas como el esfuerzo personal del policía débil contra el delincuente todopoderoso, la ética en un país que va hacia la bancarrota, el regreso del mad doctor (las invenciones diabólicas, los delirios paranoicos de poder y el criminal reconvertido de gentleman de la sociedad), la invitación al lector para que participe en la búsqueda de soluciones, la construcción de finales no felices que invitan a la indignación y a la rabia. Todo eso bajo el protagonismo de quien es uno de los personajes literarios mejor dibujados en los últimos quince años y que sigue la estela clásica de Philip Marlowe, Sam Spade o el inspector Maigret, todos en el recreado baldío social de Moscú, con sus penurias cotidianas, sus mafiosos implacables y su suciedad pegajosa y decolorante. Bueno, la caida del Muro dio un relanzamiento de la novela policial rusa, de las mejores del género a nivel mundial con ramificaciones en los policiales históricos que ha escrito el magistral Borís Akunin o las intrigas psicológico-detectivescas de Anna Dankóvstseva.
Incluso, la caída del muro dio resultados bizarros como Eduard Limonov, aquel exconvicto granuja de la URSS que emigró a Norteamérica, quien pasó de comunista a capitalista, de capitalista a anarquista, y de anarquista a fascista (y últimamente, coquetea con el Islam, todo un caso). Sin embargo, sus novelas-testimonio (Diario de un fracasado, Discurso de un bocazas que usa gorra de proletario, El poeta ruso prefiere a los negros) siguen siendo textos de culto en el underground literario eslavo. Por no hablar de una interminable saga de títulos delirantes que publica año tras año.
Como véis, detrás del Muro todos los gatos no eran pardos. Y con el Muro caído, se levanta una de las literaturas más vigorosas del planeta. O como lo dijo en su momento el poeta Yevgueni Yetvuchenko:
"...Entre nuestras riñas, abriga a los pequeños para un futuro,
como las faldas de la Abuelita,
aquellas hechas de parches y retazos.
Al suave silbido de una estufa.
Eso quiero
asirme en los retazos de la Abuela,
para que ella pueda coser a toda Rusia
junta
nuevamente
pedacito
a pedacito".
lunes, 9 de noviembre de 2009
Detrás de aquel Muro...
Publicado por javier en 21:38
Etiquetas: clásicos, escritores, literatura y política, nuevos tiempos
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2 comentarios:
Excelente artículo, sigue ilustrándonos y comentándonos libros del otro lado.
Un abrazo,
Rosa
muy bueno Javier. Felicitaciones y gracias !
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