
La semiología, para mí, es el estudio de los discursos, uséase, el análisis de las formas que nosotros tenemos de comunicar determinados contenidos. Pecando de poco académico e incluso de atorrante, diría que -además- eso también es literatura: Es la descripción del lector in fábula, del pacto con el destinatario del mensaje. Un pacto no muy lejano del pacto narrativo escritor-lector, "yo te lo cuento de la forma en que tú quisieras creértelo".
Miren esta foto. Son las dos candidatas a la Alcaldía de la espantosa ciudad de Lima. A su izquierda Susana Villarán que articula la mayoría de las fuerzas y discursos progresistas, a su derecha a Lourdes Flores que representa el actual conservadurismo moderno en el Perú. Ambas acaban de terminar el gran debate electoral de anoche. Porque, ojo, ambas proponen un discurso, pero también ambas son un discurso, posiblemente distinto a las intenciones de la propia emisora (total, hablamos de mujeres, jojojó).
Ahora bien, posiblemente cualquier ciudadano extranjero que visite este humilde blog tendrá un equívoco común. Iconográficamente, Lourdes aparenta ser la candidata de los pobres y trabajadores, con su carita de mestiza sufridora, sonrisita Colgate, su peinado retro con aires de Mujer Biónica y su chaleco de ingeniera-modernaza. Por contra, Susana Villarán lleva un
chal esponjosamente verde (un verde que, hoy, en este país, es un
verde Falabella) un sobrio y ceñido vestido negro, todo coronado por una gargantilla dorada lindante con el artículo de lujo, unas gafas modernikis y un peinado también retro,
pero de los ochentas. En esa foto, Lourdes -salvando las distancias- aparece casi como la directora de una cooperativa estatal y Susana -también salvando las distancias- semeja como la propietaria de una galería de arte.
Aparentemente Lourdes es la candidata de las mayorías, exhibiendo su look chambero y esa parálisis facial que la cholifica. Susana, al contrario, es la señorona burguesa de las novelitas de Bryce, blanquiñosa, miraflorina de pro, con el insoportable buen rollito de las activistas de las ONG, barranquinamente culta y con esa risita limeña que tanto atormetaba a César Vallejo. Pero no solo los contenidos han sido disímiles para sus respectivos envoltorios, sino que gran parte de la opinión pública ha llegado a notarlo así. A descubrirlo así. O a inventarlo así.
Hoy no solamente
todo lo sólido se desvanece en aire, sino que la
Sociedad del Espectáculo impera sobre otras racionalidades. Así hemos encontrado a un electorado -tradicionalmente pasivo, insultado abiertamente por los medios, sin conocimiento alguno de ideologías, pero con ideas-fuerza atadas a su propia experiencia- que, de repente, disiente de los medios hegemónicos y construye su propio mapa político definitivo.
¿Por qué los limeños -como todo parece indicarlo- van a votar masivamente por Susana Villarán y se niegan darle a Lourdes Flores su premio consuelo de la alcaldía? ¿Por el heroico esfuerzo de los cuadros de Patria Roja? ¿Porque Lima, un buen día, se levantó con conciencia de clase? (Esa deducción "tener conciencia de clase, ergo, votar por Susana" le daría retortijones a más de un marxista-leninista). Siendo más retorcidos ¿Cómo así una ciudad que votó abrumadoramente por un tipo como Luis Castañeda ahora se inclina por alguien que tiene un discurso absolutamente distinto, con otras prioridades y hasta otra retórica?
Desde hace varios años hemos visto la cultura chicha como el fulgor exótico y chillón de la Lima de los conos. Una Lima de mototaxis, cachinas y cerros chacaloneros. Es decir, la Lima que creemos chicha es una Lima siempre "ajena", que siempre "está allá", al otro lado del Rímac o de la Panamericana.
Mentira, nos equivocamos (y yo el primero). La Lima chicha habita en nosotros.
Como señalaba Marcel Velázquez:
"La cultura chicha mediante la transgresión, la irresponsabilidad, el triunfo individual, la mezcla incesante, la memoria andina, el capitalismo popular, el kitsch, la imaginación melodramática, la ética del trabajo y la superación social, ofrece nuevas categorías de pensamiento, nuevas formas de ser y estar en una ciudad, simultáneamente, andinizada y globalizada. sin embargo, no debemos caer en la idealización de la cultura chicha, ella también reproduce exclusiones, se nutre de la racialización de los subalternos y adopta la lógica de la mercancía y del mercado deshumanizador." (El resaltado es mío. El artículo completo se encuentra
aquí aunque yo recomiendo una versión mucha más completa, que es
esta).
La Lima chicha no solamente es la Lima de
Tongo, sino también de
Jaime Bayly, su envés pituco. Es una Lima que se engancha al show de Gisela Valcárcel, a la coprofagia de Magaly Medina o a los horrores de Efraín Aguilar. Pero también es una Lima capaz de reventar estadios escuchando a Metallica o Soda Stereo, que agota el teleticket para asistir a Mistura o que ha convertido a NoamChomsky o Roberto Saviano en algunos de los superventas de
Quilca. Es la Lima que lee
El Trome, que mira el voley femenino y le fascina tremendamente el
huachafo Círculo Mágico del Agua.
Adonde seguro ya has ido tú con tu pareja. Sí, tú, a tí te hablo.
Esa Lima tremendamente contradictoria y tornadiza va a votar por un proyecto municipal progresista e izquierdoso. Pero es la misma Lima que el próximo año puede votar masivamente por los fujimoristas. Es una Lima que posiblemente celebre
las iniciativas ecologistas, ciudadanas y solidarias que propone el equipo de Fuerza Social, pero de los que también piden la pena de muerte para solucionar la delincuencia o exigen que todos los sentenciados por delitos de terrorismo se pudran en la cárcel por el resto de su vida.
¿Conclusión? Queda muchísimo por hacer. No lancemos campanas al viento. Lima no se ha vuelto más inteligente y amable por votar a Susana. Sigue siendo la misma ciudad caótica, desintegrativa e inculta.
Pero, ojo, no es la náusea sartreana, el infierno no son los demás.
Norman Bethune, un cirujano comunista que ofreció desinteresadamente sus servicios en la España republicana y en la China defendida por el ejército de Mao, decía que
"todos, absolutamente todos, tenemos un lado fascista que debemos siempre combatir". La bestia habita entre nosotros y se alimenta de nuestros actos.Y matar a la bestia será un proceso inevitablemente doloroso, porque significará destruir algo de nosotros mismos. Algo quizá muy querido acaso y del cual dudemos cien veces el arrancarlo.
¿Habrá que incendiar toda la ciudad para volver a reconstruirla sobre bases más racionales, más sinérgicas, más libertarias? ¿O es precisamente ese delirio neroniano la mala hierba que alimenta nuestras peores tentaciones? .
No voto en elecciones peruanas desde 1990. Y el hecho que este domingo lo haga por Susana Villarán me sabe a una tremenda paradoja.