viernes, 9 de noviembre de 2012
LITERATURA Y ÉTICA
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javier
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sábado, 6 de octubre de 2012
La metáfora Cisneros
Ha muerto Antonio Cisneros, con él se va otro de los grandes poetas del Perú y la lista sigue creciendo: La lista de una época aún dorada de la poesía del Perú, época que va apagándose poco a poco y que sus últimos fulgores los reconocemos en los obituarios que leemos cada vez con mucha mayor frecuencia.
No quiero caer en jorgemanriquianos lloros. No, por supuesto que no todo pasado fuera mejor. Pero, en los viejos chicos de mi edad, que ya peinamos orgullosas canas, esa poesía anterior tenía un aura mítica, esperanzadora, una poesía de espíritu deportivo, jocundo, a veces imprecatorio, a veces bohemia, pero que no quería perder su status de auténtica poesía. No se trataba solamente de poetas individuales o de grupos de poetas: ambos eran conscientes de la autoridad de una poesía que no cayera en la banalidad o el fácil aplauso. Eran tiempos donde aún se pensaba que la poesía podía hacer cosas, podía generar voluntades, incluso que podía cambiar el mundo. Bueno, eran los años sesenta. Miren nomás la foto de este post.
Cómo no querer esa poesía coloquial, de habla de barrio pero que trataba de asuntos serios. Poesía que se reclamaba joven pero que no rehuía de debatir agendas complicadas. Que bebía de la poesía mundial (señaladamente, la poesía anglosajona) pero que abordaba orgullosamente temas peruanos. Que, siendo criollos de pura cepa, buscaron un mestizaje ingenuo abrazando a ese otro Perú que, culturalmente, podía estar incluso en sus antípodas.
Pero esos años maravillosos en algún lugar del tiempo murieron para siempre. Y los jóvenes del ayer se convirtieron en los adultos de hoy, en el peor sentido del término. Acumular facturas, pagar la cara educación de sus hijos, mantener un tren de vida exigente, acariciar relaciones sociales especialmente importantes, cuidar la fama de una forma puerilmente publicitaria, seguir a flote en un escenario harto frágil como es el mundo de la literatura e intentar decirse todos los días que eres alguien que tiene que decir algo en este mundo. Y, si te queda tiempo, hacer poesía.
La adultez en el Perú no solamente es el simulacro de resignación realista al mundo que tienes. Significa, además, traición. En una de las últimas escenas de la inmortal película de Ettore Scola C'eravamo tanto amati, uno de los protagonista dice "nuestra generación se ha comportado vergonzosamente". En nuestro país, podríamos decir cosas bastante peores. Una de nuestras tragedias nacionales es la reiterada defección de nuestras generaciones, de un acomodo trivial e irresponsable con el sol que alumbra: ¿Cuántos demócratas de toda la vida, se aprovecharon de trabajar en las organizaciones velasquistas, para luego medrar cargos en el sector público, postular incluso como candidatos de izquierda y luego mutarse como -¿cómo se dice?¡ ah, sí!- consultores de empresas privadas y transnacionales? El joven poeta Toño Cisneros que rubricó su Canto Ceremonial Contra un Oso Hormiguero, jamás soñó con terminar de director de un centro cultural de una cancillería regentada por el genocida aprista.
No voy a negar su generosidad ni su bonhomía. Con probabilidad, muchos de sus contemporáneos también son. No es nada personal. Solamente la rabia que da una intelectualidad oficial siempre propicia a las migajas del poder. ¿Con cuántos gobiernos el gran Julio Ramón Ribeyro se sintió cómodo como representante del Perú en la UNESCO? Con todos.
Una vez más, y aunque suene como un macabro ejercicio, deseo que su partida signifique más libros suyos y más baratos. Signifique que los niños del Perú puedan leerlo.
Antonio, quizá esa sea la gran razón de tu existencia. De la existencia de la poesía.
Aquí la poesía del joven Cisneros:
TÚPAC AMARU RELEGADO
Hay libertadores
que vieron regresar muertos y heridos
después de los combates. Pronto su nombre
fue histórico, y las patillas
creciendo entre sus viejos uniformes
los anunciaban como padres de la patria.
Otros, sin tanta fortuna, han ocupado
dos páginas de texto
con los cuatro caballos y su muerte.
(De Comentarios reales, 1964)
Todavía yo no había nacido. Lo que son las cosas.
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jueves, 20 de septiembre de 2012
¿PARA QUÉ SIRVEN LOS POETAS?
Gary Alminagorta, conocido amigo de las letras en los cenáculos del Gremio de Escritores del Perú, nos mandó un breve pero poderoso mail con el mismo título de este post que estás leyendo. Y que dice:
“Los poetas, esos hombres tristes o alegres con sus manos en los dos bolsillos (así me los imagino), orondos o cabizbajos, me pregunto para qué sirven, ¿para cantarle a los payasitos, a los sapitos y a la tierna silla? ¿Me pregunto para qué me sirven?” Hablaba de esta manera un hombre, “actualmente yo no tengo trabajo, alzo mi voz de protesta junto a miles de trabajadores que salimos a las calles porque no tenemos qué comer, dónde trabajar, cómo vivir dignamente. Me pregunto para ¿qué sirven los poetas? Las mineras contaminan nuestras aguas y nuestras tierras, sembramos hojas de coca en nuestras chacras porque es la única manera de vivir dignamente. Ahora, si sembramos los productos que nos dice el gobierno, ganamos una miseria que no alcanza ni para comer. Trabajamos más de ocho horas diarias en las pollerías, en las textilerías, en las ladrilleras, para ganar sueldos irrisorios. Me pregunto ¿qué hacen los poetas por todo esto? Nada, solo escribir ilusiones en cuatro paredes: al jabalí drogado, al cerdo herido, al ají picante, mientras nosotros salimos cada mañana para ver si es que conseguimos unos panes para nuestros hijos. ¿Dónde están los poetas, qué hacen los poetas, para qué sirven los poetas?” De esta manera reflexionaba el pobre hombre…
Gary, en su imprecación, escribe de otra forma lo que César Vallejo, años ha, reflexionaba en aquella joya de sus Poemas Humanos "Un hombre pasa con un pan al hombro". Es decir, la angustiosa inutilidad de la poesía (y del arte, y de la praxis cultural, y del ejercicio estético) para influir en la gris y hasta trágica realidad. Si bien la narratividad de las novelas y piezas dramáticas, el figurativismo en las artes plásticas o la performance espectacular de la música y la danza pueden influir en la vida cotidiana de amplios sectores merced a su carga informativa, pedagógica o incluso lúdica; la poesía (más allá de ciertos poemas legitimados y masificados por lo general con fines patrióticos) siempre ha sido un territorio profundamente personal, a rebufo de las convencionalidades, de clara vocación marginal y ensimismada en sus sueños, experimentos y viajes interiores.
Claro, no digo nada nuevo. Esa pregunta de ¿Para qué demonios sirve la poesía hoy en día? (es lícito añadir un par de palabrotas a la pregunta) es bastante más vieja de lo que creemos y se repite con una frecuencia enfermiza. Vaya usted al google y teclee la pregunta, encontrará varias respuestas: Escribir poesía como análisis subversivo que cuestione la realidad ("Comprométete con algo que esté más allá de ti mismo. Sé apasionado al hacerlo."), o entender la poesía como un inevitable sino que emana de nuestra propia condición humana ("¿tiene la poesía futuro? Yo preguntaría ¿Es suplantable la muerte, el hombre, el misterio el infinito?¿Es suplantable la palabra en relación con todo eso?"). El periódico español El País hizo una vez una encuesta a poetas en base a esa pregunta y allí tienen ustedes respuestas para todos los gustos. Y los blogueros no se quedan atrás rebanándose los sesos frente a la cuestión, como el caso de este colega.
Pero el hecho es que la pregunta sigue en el aire y, pese a toneladas de respuestas, mantiene una actualidad desesperante. Ya no es el viejo dicterio de Theodor Adorno ("Después de Auschwitz, escribir poesía es un acto de barbarie") sino qué hacemos con la poesía en los tiempos que corren, qué utilidad tiene, qué necesidad tenemos de ella. Las preguntas no son retóricas si asumimos que el radio de acción de la poesía y los poetas se ha ido reduciendo significativamente en las últimas décadas.
Si retrocedemos medio milenio veremos que la poesía era una de las artes más practicadas por todos los hombres de letras. El poema era un elemento de comunicación privilegiado para contar historias, amar a la patria, honrar a la religión, adular a los mecenas y, como no, cantar a la belleza. Conforme la poesía se hizo más profana y democrática sirvió como herramienta del conocimiento y la exaltación erótica. Cuando buena parte de la sociedad occidental empezó a politizarse, la poesía sirvió como mensaje de protesta y arenga militante. En el siglo XX a la poesía le fueron surgiendo competidores -señaladamente, la narrativa y luego los medios de comunicación- y su espacio empezó a elitizarse a conciencia, a individualizarse aún más. La poesía intentó otros caminos, se volvió más coloquial, interactuó con otras disciplinas artísticas y buscó convertirse en una interpretadora alternativa de objetos, ideas y sensaciones. Lo cierto es que si Pablo Neruda se volvió una celebridad en 1924 cuando publicó sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada (que se leyó masivamente fuera de los circuitos literarios y académicos), hoy en día cualquier poemario digno de mención se celebra y se consume dentro de una juanramoniana inmensa minoría. Y en el Perú, qué le vamos a decir, el ejercicio activo de la poesía es una actividad que excede en mucho las andanzas de Don Quijote.
La poesía, convertida entonces en una praxis de cuatro gatos, pareciera que tiene menos cosas que decir al mundo. Y el mundo bastante más cosas para olvidarse de la poesía. Y hablamos de un mundo terrible, con una desigualdad más espantosa de la que imaginamos.
Cuando vamos a los recitales (en Lima), vamos con el pavor de ver las mismas caras. Los poetas leen sus poemas y parece que sobran los debates y las interpretaciones del mismo: Va de boca en boca el billete manoseado que dice "interesante", "muy bonito", "a mí me gusta". Las críticas, cuando las hay, caen en el ditirambo con frecuencia. Ves a los jóvenes poetas como esforzados adolescentes que no esconden su tremenda falta de lecturas, su precaria cultura general e incluso su temeraria ortografía. Por no decir del frondoso bosque de los lugares comunes por el cual caminan, pastan y hozan nuestros novísimos vates.
Pero de los veteranos y consagrados poetas tampoco hay nada nuevo. La mayoría ha perdido todo deseo de educar, de enseñar, de juntarse con lectores de otras generaciones. Muchos han hecho de sus pasados laureles una mullida almohada donde descansar la mala noche y la resaca. Cuando los entrevistas parecen que hablaras con las viejas glorias del fútbol o el voley. Hay una nostalgia a veces insoportable, un anclaje inevitable a un pasado mítico de donde ya no puedes escapar. Las merecidas celebraciones a Hora Zero o Kloaka -me lo dicen muchos de esos jóvenes poetas- les recuerdan a sus viejos, tíos y abuelos que llenan el almuerzo familiar con historias de César Cueto o cantan el Perú Campeón a mitad de la fiesta de Año Nuevo.
También hay otros poetas. Esos que llaman (yo también) poetas menores o -siendo abiertamente despectivos- poetas de segunda fila, poetas domingueros, poetas mediocres, poetastros de mierda. Hablamos de esos juntaversos a quienes se les recrimina su amateurismo permanente, su producción esporádica (mal editada y peor publicada), su recurrencia a lo trillado y lo impostado, su mal gusto literario (o su nulo gusto), su ignorancia aún por debajo del de los poetas noveles.
Ví a muchos de ellos en un evento organizado por CADELPO (que es la Casa del Poeta Peruano, pero a su directiva siempre le encantaba mencionar esa sigla que parece de empresa de sanitarios). Un tour poético por Cajamarca con la compañía de una docena de poetas del extranjero. Tuve sentimientos encontrados: Por un lado me parecía extraordinario que los poetas visitaran pueblos, colegios, participaran en las ceremonias cívicas de la población, regalaran libros a las bibliotecas y levantaran el prestigio social de la poesía. Fue hermoso ver cómo se nos recibía en los pueblos (banda de música, escolares con banderitas alineados a ambos lados de la calle, suelo de flores, estallido de cohetes).
Pero, por otro lado, teníamos que convivir con recitales mecánicos, ponencias espantosas (uno de ellos se ufanaba de haberse puesto como meta que su nombre apareciera en wikipedia), unos poetas que aburrían a los sufridos colegiales con altivos y larguísimos discursos, un engreimiento descarado que echaba mano del victimismo ("sí, nos llaman malos poetas, pero..."), muy poco debate y demasiada condescendencia. Si bien es cierto que aquel tour tuvo reconocidos poetas como Marcial Molina Richter o Jonnhy Barbieri, la mayoría éramos ilustres desconocidos. No digamos la legión hispanoamericana pródiga en maestras jubiladas, empresarias e incluso plutócratas aficionadas a las letras, un matrimonio de la tercera edad que disfrutaba literariamente de su pensión y una que otra figuretti que encontraba aquí las alabanzas que en su país nunca tendrá. Lo peor: Poesía discutible o, como decía González Prada, "literatura de cachalotes, buena para ser leída por elefantes". La antología estaba tan mal publicada y con tantos errores ortográficos que mi ejemplar no lo puedo donar a ninguna parte.
Y sin embargo, a esa Armada de Brancaleone, bizarra a más no poder, la sigo recordando con atroz cariño. Sencillamente rememoro los ojos curiosos de los escolares, su fresca alegría si le firmabas un papel, sus preguntas ingenuas sobre cómo crear, el orgullo con que te ofrecían sus delirantes declamaciones, esa confianza que crecía cuando te mostraban sus cuadernos de versos y tú le dabas tu opinión. Y también esos momentos en que los poetas de los pueblos -de lugares a donde posiblemente nunca ponga pie un Nobel, ni peruano ni extranjero- se sentían acompañados, reconocidos, con más ganas de seguir escribiendo. Cómo me gustaría que tanto buen poeta que conozco pudiera caminar por las pedanías del Perú, detenerse en los colegios, recitar y escuchar, dar a conocer sus versos y a la vez conocer otros lugares, tiempos, sujetos, poderes, impresiones que él (o ella) pueda convertir nuevamente en poesía.
Y a veces creo que para eso sirven los poetas, buenos y malos, jóvenes y viejos: Ayudar a que otros sigan ayudando a que todos vivamos en un mundo mejor. Hacernos entre todos más dichosos, que es una forma más de sentirse libres. Si el poeta deja el pesado abrigo del amor propio, si entiende su arte como una mano tendida y no como una suma interminable de tatachines, si sabe que la poesía no pueda estar en él pero sí en las personas y los paisajes que le rodean; entonces la poesía y los poetas serán no sé si útiles, sino quizá algo mejor: Serán necesarios.
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jueves, 30 de agosto de 2012
HISTORIA, LITERATURA Y PAJERISMO (Acerca de las nuevas formas de contar la historia del Perú)
Así, Tupac Amaru toma el Cuzco para luego retirarse de allí (Pablo Macera en su Historia del Perú para escolares dice cosas mucho más interesantes sobre cuál habría sido el destino del Perú si Condorcanqui echaba a los españoles). O Manuel Pardo, si no fuera asesinado, se entendería ¡con Piérola! y el Perú estuviera más unido frente al conflicto con Chile. O que Vargas Llosa haría un fujimorismo económico que no político, una suerte de neoliberalismo con rostro humano (además de ver como el Nobel se lo daban al mexicano Carlos Fuentes). O un Haya de la Torre que llega al poder ¡pactando con Odría! frente a la oposición de los militares y encima siendo mentor del general Velasco. Muchos de estos ensayos, curiosamente, han terminado en pura ciencia ficción.
El problema es que este ejercicio de ucronías tiene poco margen de maniobra para la Academia. En la introducción, los propios compiladores reconocen que la actual historiografía no da mucha cancha para jugar con el azar y que los avatares individuales tienen límites precisos frente a los procesos sociales. ¿Cambiaría algo la historia del mundo si Lenin no tuviera -como se menciona- sus habituales ataques neurológicos? Seguramente, pero el comunismo como proceso histórico, hubiera seguido por los mismos derroteros puesto que su ascenso en Rusia y en otras partes de Europa no dependía solamente del carisma y el genio de aquel abogado de provincias.
Sin embargo, la ucronía es una hermosa práctica literaria. Valgan los ejemplos de George Orwell (1984, sobre una Inglaterra sovietizada), Philip K. Dick (El hombre en el castillo, donde nazis y japoneses gobiernan el mundo, el Perú se convierte en una semicolonia nipona, por ejemplo), Cormac McCarthy (La Carretera, la aventura cotidiana en una América ¿postnuclear? devastada). Por no hablar de los productos audiovisuales, sea Patria (una Europa gobernada por los nazis donde se desconoce el holocausto judío), sea CSA (donde imaginamos qué hubiera pasado en EEUU si el sur hubiera ganado la Guerra de Secesión). Acá en el Perú, salvo los extraordinarios delirios de José Adolph, no hemos manejado nada parecido (actualización, dejé en el teclado la novela de Enrique Congrains El narrador de historias, con una Mendoza convertida en un protectorado de la ONU), con la excepción del cómic peruano, que le va comiendo terreno a nuestra narrativa desde hace ya algunos años.
Martín Tanaka nos dice que la importancia de los contrafácticos está "en la medida en que ayudan a entender no tanto qué hubiera pasado si los actores tomaban otras decisiones, sino por qué hicieron lo que hicieron, a pesar de tener otras opciones, incluso mejores, disponibles, En otras palabras, es una herramienta que permite entender mejor la racionalidad de los actores". Loables intenciones, pero que no impiden que el profesional termine disparándose solo y proponga hipotéticos escenarios que, pese a las contravenciones, acaben en los laberintos de la especulación, en el disfraz de proponer nuestras subjetividades. En fin, de hacer ciencia ficción. Que no está nada mal, pero que no alcanza la rigurosidad histórica esperable, se mire por donde se mire.
La ucronía no es otra cosa que un creativo ejercicio de pajerismo. Y tampoco está mal.
Porque no quiero quedar como mezquino. Me ha encantado el ensayo de Natalia Sobrevilla sobre el triunfo de la revolución de Pumacahua y los hermanos Angulo como la posibilidad de una independencia liderada no solamente por criollos y que pudieran haber creado un Perú mestizo avant la lettre. O el ensayo de Eduardo Dargent sobre un extenso fujimorato -donde los vladivideos nunca se hubieran descubierto- que incluía la tercera reelección del genocida, el mandato de su hermano Santiago 2005-2010, la vuelta al poder del chino de marras, su nueva reelección y la entrega del poder a Keiko de cara al Bicentenario, una saga de auténtico terror fiction. Y me quedo con la hermosa historia sobre Leopoldo I, Emperador del Perú, una narración de Mauricio Novoa sobre el triunfo del proyecto monárquico del general San Martín (imagínense un mausoleo familiar de los Sajonia-Corburgo en el Cuzco o un descendiente de éstos capitaneando la última carga de caballería de la historia contra los ecuatorianos en 1941, no digo nada más). Estos ensayos los leo como literatura, un espacio de ensueño, entelequias, pasión y hasta locura que nos ayuda e mirar las cosas más allá de nuestra racionalidad cotidiana y el rigor profesional de las disciplinas académicas.
Por último, resulta sintomático que no se haya construido -ni en el libro ni en ninguna otra parte- una necesaria ucronía: ¿Qué hubiera pasado si la guerrilla maoísta hubiera ganado nuestro conflicto armado interno? (¿Seríamos una Camboya sudamericana como tararea nuestra prensa criolla? ¿Una Norcorea nuclear panandina tocándole los cojones a Chile y Colombia? ¿Un país de cooperativas estatales produciendo a destajo soya y minerales?). Fernando Tuesta Sobrevilla cita el asunto pero no ha querido ir más allá. Y es que incluso en la ucronía, en el pajerismo por excelencia, hay temas que todavía no queremos tratar en el Perú.
Posiblemente, por miedo.
Oswaldo Reynoso me contó una ucronía sobre el tema que ha pensado escribir alguna vez. No se las voy a decir. Pregúntele a él. Oswaldo, a diferencia de muchos, no tiene miedo.
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domingo, 29 de julio de 2012
EL MILITARISMO EN LA EDUCACIÓN (y seguimos hurgando en la insoportable levedad del ser peruanos)
Un país donde nuestras fuerzas armadas han perdido casi todas nuestras guerras ¿Cómo legitimarse ante el resto de peruanos? Donde bajo la bandera patria masacraron a campesinos desde los tiempos de Atusparia o Rumi Maqui hasta los años terribles que todos conocemos. ¿Cómo legitimarse? Pues apropiándose de la educación, marchando, embutiéndonos de héroes criollos, marchando, hablando de una nación inexistente, marchando, ignorando nuestro extraordinario pasado prehispánico. Y marchando.
Bajo estas líneas verán unas fotos. Estas fueron tomadas el año pasado en un colegio de Pamplona alta, una zona de pobreza y pobreza extrema adosada en el flanco sur de la capital. Julio del año 2011, lluvioso, tan cargado de neblina como en aquel 28 de 1821 donde se declaró la independencia en cuatro lugares distintos de la ciudad de Lima (y no solamente en Plaza de Armas como mentirosamente nos cuenta la hagiografía estatal y metropolitana). 2011, era día de desfiles, además el colegio anfitrión cumplía 30 años de fundación. Y, para la ocasión, invitó a las escoltas de otros colegios. Ser Escolta es algo muy valorado por el colegial medio, una suerte de popstar pero en pequeñito.
Empecemos por los invitados. Acá abajo tenéis el colegio particular Héroes del Pacífico, con un uniforme naval a la ocasión. Ojo a los entorchados, la corbatita, el blazer náutico y los guantes ceremoniales. Y todos paraditos en posición de firmes. Así es como quiere vernos la Marina de Guerra.
Sigamos, luego tenemos al Juan de Espinosa Medrano, un colegio estatal pequeño pero que porta una original indumentaria, donde combina el clásico uniforme escolar actual (el eterno encanto de la falda escocesa) con un bombín altiplánico. También están en posición de firmes.

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sábado, 21 de julio de 2012
CHIMBOTE EN LA LITERATURA PERUANA (y seguimos hurgando en la insoportable levedad del ser peruanos)
Lima, siempre Lima. La eterna cantaleta del centralismo de la capital y su visión paternalista sobre el resto de las regiones del Perú. En Lima nos lo tomamos a la ligera, pero –hablando en plata- el centralismo limeño ha sido una maldición para el Perú. Países tan cercanos como Bolivia y Ecuador tienen en sus ciudades igual o más protagonismo cultural que la capital. En México, Guadalajara o Monterrey se destacan en producción cultural o científica por encima del Distrito Federal. En Alemania hay no menos de una treintena de ciudades de trayectoria estelar en diversas disciplinas o temáticas. Incluso en un país “en vías de subdesarrollo” como lo es el ahora agónico Estado español, hay varias ciudades que en propuestas culturales rompen la dicotomía Madrid- Barcelona como Gijón y su relación con la novela negra, Valencia como referencia del arte contemporáneo, Bilbao y sus propuestas de desarrollo sostenible en una ciudad degradada por el industrialismo de dos siglos. Incluso ciudades pequeñas como Mérida, Valladolid o Cáceres se hacen un sitio en el año como impulsores de festivales artísticos internacionales de bastante calidad sea en teatro, cine o música.
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viernes, 29 de junio de 2012
La insoportable levedad del ser peruanos
Vuelvo con Uds nuevamente después de un par de meses de ausencia. Pero con fuerza, en estos próximos posts y ya metidos en el Mes de la Patria, vamos a discutir sobre lo que somos o, dicho de forma más directa y negativa, sobre lo que NO somos.
Una de las consecuencias de esta década de crecimiento económico ha sido la explosión de un sentimiento de orgullosa peruanidad que no se notaba, quizá, desde los primeros años del régimen de Velasco. Desde los medios, en la publicidad, en diversos eventos civiles y hasta en aniversarios privados; hay derroches de curiosa peruanidad que van desde atiborrarnos (con un orgullo a prueba de colesterol) de nuestra frondosa gastronomía hasta disfrazar de chalanes a las cajeras de nuestros supermercados en el mes de Julio. Por no hablar de esa incomprensible y masoquista fe en nuestro seleccionado nacional de fútbol pese a las toneladas de evidencia en contra que siempre se nos muestran.
Pero lo que más(me) irrita es ese convencimiento que ya existe un Perú, que ya tenemos un país nuestro, consolidado, procesado, destilado y macerado como nuestro pisco y otros licores patrios con menos cachet. Que hay algo más que la blanquirroja y los desfiles de Fiestas Patrias, que la asiática reverencia a Miguel Grau y el orgullo popular por nuestra viandas, que el culto al emprendedor con éxito y la continuidad de ciertos mitos nacionales aprendidos desde el colegio (Que somos una nación en formación, el el himno del Perú es el segundo más hermoso del mundo después de La Marsellesa, etc.).
Para ser claros ¿Hay algo en común entre el empresario de Gamarra y los pobladores de las alturas de Apurímac, entre los agricultores del Mantaro y las comunidades amazónicas que protestaron en Bagua, entre los trabajadores de la uva en Ica y los comerciantes de Juliaca, entre los creativos de una empresa de publicidad en la Lima miraflorina y los ronderos cajamarquinos? Posiblemente tengan algo más en común, pero no sé si lo suficiente como para hablar de una peruanidad compartida.
¿Sentirán lo mismo una promoción de un colegio particular de Piura que sus pares de un colegio público en Masisea? Como adolescentes definitivamente tienen muchas cosas en común, pero no sé si eso alcance para hacerlos partícipes de una comunidad nacional.
Desde Lima, el Perú es un inmenso discurso publicitario que comparten agencias de turismo como empresas cerveceras. Para los metropolitanos, el sentimiento de identidad común lo intuimos -lo queremos ver real- gracias a los spots de Claro o las carísimas campañas de PromPerú. Ahora en julio, la pujante empresa privada nos va a hartar de comerciales nacionalistas difundiendo a bombo y platillo la imagen de un país optimista, unido, multicolor, armónico y, por cierto, despolitizado.
Para mí este discurso es falso y engañoso, como ustedes -los que me han leído más de una vez- lo saben. Sin embargo, este sentimiento de "falsa peruanidad" (al igual que el concepto marxista de "falsa conciencia") tiene una creciente base popular, alimentada por la bonanza económica y una inusual estabilidad política. Cierto canon de dogmas repetidos desde las aulas, un pool mediático aliado con la élite empresarial que bombardea con impunidad a las masas con proyectiles ideológicamente tóxicos y un espacio psicosocial de relevancia que los poderes fácticos regalan a la Iglesia y a las Fuerzas Armadas; son la base de un nuevo proyecto de identidad nacional, de un enésimo proyecto de país. La diferencia, quizá, es que es un proyecto con mayor éxito que los anteriores. No por ser más democrático sino por conectar mejor con los deseos de la mayoría de este país.
Deseos que no solamente van por ganar plata y punto. Implica también las ganas de muchos peruanas y peruanos de conquistar espacios propios, de ejercer su derecho al disfrute y al placer, la posibilidad de hallar vías de reconocimiento y también de socialización.
Y, qué quieren que les diga, lo veo en las miradas y las palabras de muchos adolescentes y jóvenes de sectores populares, chicos y chicas que todavía viven bajo el límite de la pobreza, en casas de material precario, calles sin asfaltar o con el agua racionada. Más de una vez han sufrido la discriminación y el ninguneo, pero no han respondido con ira y siguen creyendo en este país, incluso en el Perú que le dibuja la televisión en abierto y la prensa chicha. Y pese a que este país -este sistema social enraizado en el Perú- los ha tratado mal, negándole derechos y accesos a servicios que necesitan, quitándole oportunidades y explotándoles gratuitamente; ellos se morirán de ganas de desfilar en estas fiestas patrias, participando en esos eventos paramilitares que a usted y a mi nos exasperan, pero que para millones de chibolos representan el acontecimiento extracurricular más importante del año escolar.
Es verdad que lo oculto permanece y las máscaras tarde o temprano tendrán que caer. Las desigualdades no desaparecen con un spot de televisión y las huellas que en nosotros deja la discriminación no las borra un festival gastronómico. Pero el esclarecimiento de ese Perú profundo quizá no vaya por la explosión política (con en los viejos tiempos) sino con la aparición de nuevas prácticas sociales que los novísimos peruanos apliquen.
Este es el país de la prensa rastrera y la cultura chicha, sí. Pero también es el país donde se lee en los colegios mucho más literatura peruana que antaño y donde en muchas regiones la gente está aprendiendo a defender lo suyo. Es curioso que aquellos jóvenes que protestan contra las transnacionales y arrinconen a la policía, sean los mismos que en la noche ponen Al fondo hay sitio o gastan sus ahorros en un par de zapatillas guapas. Así como es curioso -y chocante para quienes adoran al Perú oficial- que los jóvenes emprendedores de Lima Norte usen su tiempo libre en grupos de pop hindú o que las telenovelas surcoreanas sean más populares entre nuestras muchachas que sus símiles latinoamericanas. Como lo dije alguna vez antes: Hoy las adolescentes de un barrio popular bailan un sinkuy cuzqueño en el Festidanza de su colegio por la mañana, ven juntas un DVD de Las vírgenes de la cumbia por la tarde y bailan puro reggaetón durante toda la noche. Sin ningún problema.
Para quienes crecimos en un país crispado por la violencia política y la bancarrota económica, el Perú del siglo XXI es un nuevo campo de pruebas.
De esto vamos hablar las próximas semanas. Agur y tupallanchis kama.
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lunes, 2 de abril de 2012
Mi camino a un arte del siglo XXI (ruta peligrosa, señalada por nostalgias y melancolías)
Soy, posiblemente, de la última o penúltima generación que creció leyendo revistas de historietas y fotogramas.
Ah, y tuve la suerte de revolver en los archivos familiares y encontrar la bizarra revista Avanzada, una publicación católica de los años cincuenta y sesenta, donde además de conocer historias de misioneros, vaqueros y samurais, te topabas con las aventuras de Coco, Vicuñín y Tacachito, tres personajes que representaban a la costa, sierra y selva peruanas y que proponían con candor la paz, el progreso y la amistad en la sociedad oligárquica de entonces (en un conmovedor capítulo logran reconciliar al terrateniente racista y cascarrabias con los laboriosos y agradecidos indios de su hacienda). Era entrar a un universo paralelo.
P.D. La foto, del superblog ArkivPerú
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