jueves, 14 de agosto de 2008

ONCE PARES DE BOTAS CONTRA HITLER. La odisea de los futbolistas peruanos en Berlín (Tercera Parte)

Que no quede duda quiénes organizaron estos Juegos. Y quiénes los disfrutaron.


III
Vámonos pa´Berlín

La dictadura militar de turno que regía el Perú recibió con extrañeza la enésima invitación de Alemania a participar en los Juegos. Como un plus se le había comunicado que estaba invitada -entre la delegación olímpica- su selección de fútbol ya que Uruguay, Brasil y Argentina (por motivos desconocidos pero, sin duda, bizarros) habían declinado participar. En 1936 lo peor de la Depresión había pasado y el Estado pudo desembolsar casi treinta mil soles de la época para financiar una nutrida delegación masculina (las mujeres sólo practicaban el deporte como informal entretenimiento y aún así era mal mirado).
Todavía faltaba dinero, así que el neófito Comité Olímpico Peruano inició una colecta de fondos entre las fuerzas vivas de la oligarquía limeña para completar el gasto que significaba mandar dignamente hasta el otro lado del planeta a casi sesenta paisanos.

La Casa Welsch (casa comercial alemana para unos, tapadera de los servicios de la Abwehr de Canaris en el Pacífico para otros) y la Casa Oeschle (nuestro pequeño Mall de la época y no sabemos si tapadera de la inteligencia británica) pusieron el resto entre generosas donaciones de italianos (muchos de ellos reunidos en el Circolo Sportivo Italiano, informal sitio de recreo para los informales servicios de información italianos en Sudamérica) y otros extranjeros residentes (casi todos, extensiones de sus respectivas legaciones diplomáticas huérfanas de departamentos especializados de espionaje, empezando por los EEUU aún aislacionistas) que conocían la importancia de asistir a unas olimpíadas como pasaporte de modernidad.

Así, se pudieron pagar los pasajes de segunda clase para la delegación olímpica en el Orazio, trasatlántico que era virtualmente el autobús italiano Lima-Génova desde hacía más de diez años. Despedidos con banda de música, los atletas se enfrentaron con la desconocida realidad de vivir en un barco. Acostumbrados a la tugurización como hábitat, disfrutaron sin problemas los pequeños espacios del buque para correr y entrenar (recordemos, viajaban en segunda clase, acuérdense del Titanic) y, cuando apretó el calor centroamericano al cruzar el Canal de Panamá, nuestros prohombres del olimpismo no tuvieron problema en pasearse semidesnudos por el comedor, los pasillos del dormitorio y la propia explanada de proa. Ya no disfrutaban de las fiestas y placeres de Lima pero, por contra, nunca habían comido tanta carne como entonces.

De Génova tomaron un expreso hasta Berlín y de allí los trasladaron hasta la Villa Olímpica en el oeste de la ciudad. Además de los soberbios alojamientos, los peruanos tuvieron una sorpresa adicional: En el comedor les ofrecían genuina comida peruana. La meticulosidad de la empresa propagandística nazi hizo que del Reich partieran chefs a diversas partes del mundo registrando comidas y dietas de cada país. Más hospitalidad, imposible.

En el día de la inauguración Perú presentó -lo que son las cosas- una de las delegaciones más numerosas de los Juegos. Marchaban -además de los futbolistas- el equipo de baloncesto, boxeadores, nadadores, ciclistas, atletas y tiradores. Todos haciendo ante la Tribuna de la Cancillería el mismo saludo (unos dicen que olímpico, otros que nazi) que hicieron canadienses, húngaros, suecos o franceses. Se empezó bien, nuestro nadador estrella clasificaba a las semifinales de su especialidad, a cuatro segundos de Jack Medica, la gran esperanza blanca de EEUU en la piscina. Y el equipo de baloncesto, al jugar sobre una pista de ladrillo molido, se alucinó superpotencia derrotando a chinos y egipcios, clasificándose para las semifinales. Nuestros futbolistas tampoco se quedaron atrás, le metieron siete goles a Finlandia (cuatro de un Lolo Fernández que desconocía lo que era un hat trick) pasando a cuartos. Jugarían contra Austria, una selección muy joven que había bebido de la leyenda del emblemático Wunderteam, uno de los mejores equipos de los años treinta.

Desgraciadamente no jugarían solo fútbol.

Nuestros futbolistas, listos para enfrentarse al equipo de Hitler. Ánimo Mago.

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