lunes, 26 de mayo de 2008

Mi Mayo francés


Cuarenta años ha, que apareció lo más parecido a una revolución en el mundo desarrollado. Para mi generación, el Mayo francés era la puesta de largo de nuestros hermanos mayores, la prueba que en las naciones auténticamente capitalistas, aún brillaba el ideal revolucionario, en fin, la mitología. En este nuevo milenio tan post y tan escéptico, las movidas de aquel mes de 1968 hoy sonarían a una película de ciencia ficción. Aprovechando que acaba mayo, quiero contarles lo que hace mucho tiempo olvidamos.


Aquellos fueron los años de mayor desarrollo en el mundo capitalista europeo, con unas tasas de crecimiento que nunca más se volverán a repetir. Allí apareció esta insurrección de estudiantes que exigían un cambio radical en las instituciones que regían la Francia de De Gaulle, desde la universidad hasta el sistema de gobierno, desde el entorno laboral hasta el sexo. Y el asunto empezó como casi todas las revoluciones: Apareció el día menos esperado y alcanzó dimensiones sorprendentes tanto para los causantes como para los represores.

Un grupo de estudiantes realizó una exitosa manifestación de izquierdas en la universidad de Nanterre (en las afueras de París) siendo reprimidos y arrestados ocho de sus dirigentes. Un grupo de estudiantes parisinos se solidariza con ellos y son salvajemente atacados por la policía en las calles de parís. Es la chispa. A los estudiantes se les sube la ira a la cabeza y vuelcan carros mientras levantan las primeras barricadas que contestan con energía la carga de unos gendarmes acostumbrados a dispersar manifestaciones con cuatro cachiporras: 345 policías heridos. Esta bulla da lugar al día siguiente a una multitudinaria manifestación a lo cual el gobierno responde con más brutalidad policial y sitiando el Barrio Latino. En ese momento, otros sectores sociales empiezan a solidarizarse con la revuelta estudiantil. El 10 de mayo la policía toma la universidad de Nanterre y se desencadenan los hechos: 30, 000 estudiantes marchan hacia París, se forman barricadas más numerosas, hay un inusitado apoyo ciudadano y sindical, repitiendo en las trincheras de La Sorbona situaciones análogas a las insurrecciones parisinas de 1848 o 1871. El gobierno esgrime el ya caduco “principio de autoridad” (Caduco en Francia, en el Perú se sigue ejerciendo y con impunidad) y se intensifica la brutalidad policial: Casi un millar de heridos, quinientos detenidos en una sola noche. La rebelión se mantiene, arden más de un centenar de carros en París. Se convoca una huelga general.





El gobierno se entera que se está quedando sin piso y libera a los estudiantes presos. Demasiado tarde, la huelga general es seguida por nueve millones de trabajadores, moviliza a casi medio millón de personas por las calles de París y aparecen los primeros célebres graffitis (“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, "prohibido prohibir", "detrás de las barricadas está la playa"). Los estudiantes toman la universidad de La Sorbona y Bellas Artes, ambas decoradas con banderas rojas, emblemas anarquistas y afiches de Lenin y Mao. Se realizan debates públicos en las aulas y todo funciona con comités elegidos en asamblea a mano alzada.




Empieza a consolidarse el apoyo obrero con ocupaciones de fábrica (más de quince mil obreros de la Renault se encierran en su planta secuestrando a la patronal). Paran los transportistas públicos en París, las industrias de Normandía y Lyón, los trabajadores de la televisión estatal, los controladores aéreos, los obreros del carbón, los ferrocarrileros, los astilleros, las empresas de electricidad, el sector educación. Ante la inestabilidad general, el gobierno ordena que los franceses solo retiren quinientos francos en las ventanillas de los bancos. Los textiles y los grandes comercios de París se unen a la huelga. ¿Qué piden? Semanas de 40 horas, derogación de leyes anti-huelga, aumento del salario mínimo, mejoras laborales.

A fines de Mayo, Nantes adquiere protagonismo. Los agricultores bloquean las vías de acceso, la huelga es general y el comité de trabajadores controla durante una semana el funcionamiento interno de una de las ciudades más populosas de Francia: Las tiendas abren al público con carteles que dicen “esta tienda está autorizada a abrir. Sus precios están bajo supervisión permanente del Comité”. Desde la España republicana de la guerra civil no se veía algo similar. Treinta mil personas marchan al palacio de La Bastilla (símbolo de revoluciones) fuertemente custodiado por los gendarmes, los manifestantes saquean e incendian la Bolsa de París y se estuvo a punto de ocupar el Ministerio de Finanzas. Medio millón desfilan por las calles pidiendo un “gobierno del pueblo”. Era la cresta de ola. Un empujoncito más y veríamos la primera revolución europea por televisión.

Pero, esta vez, De Gaulle fue más inteligente. Se decretó un incremento del 35% en el salario mínimo industrial y convoca a nuevas elecciones (antes había gobernado vía referéndums, pero esa fórmula ya estaba gastada). También se asegura el apoyo del ejército mientras obliga al dirigente estudiantil Cohn-Bendit a exiliarse. También negocia con el Parido Comunista Francés (que miraba con profunda desconfianza la gesta de mayo) y con la URSS (que ya estaba informada de la perniciosa influencia de esta revuelta en sus propias filas, empezando por los sucesos en Checoslovaquia) en busca de avales por si la situación se volvía a disparar. Todas las manifestaciones callejeras son prohibidas.

Los sindicatos oficiales desconvocan las huelgas y los estudiantes empiezan a irse de vacaciones. Las elecciones de fines de junio da el 60% de los votos a De Gaulle. Final de todo.

¿Cómo fue posible? Quizá ganó la espontaneidad y nadie se enteró de la enorme oportunidad histórica de una sociedad altamente industrializada que se atrevió a cuestionar las bases mismas del sistema. Al final, como dice la canción de Ismael Serrano, detrás de las barricadas no había ni playa ni nada. Y los movimientos radicales europeos se encaminaron al inofensivo movimiento ecologista o a grupúsculos violentos que ejercieron el terrorismo.

Para mí, a la distancia, el mayo francés significó la necesidad que teníamos los estudiantes de enfrentarnos al poder y de hacer política desde el primer día. También la necesidad que los estudiantes tendieran lazos con los trabajadores en un frente común. Durante los años ochenta, cuando varios campamentos de mineros se instalaron en el interior del campus de San Marcos , creí ver eso plasmado finalmente. Fue otro sueño, los mineros se fueron finalmente para no volver más.

Y quizá el verdadero ejemplo del Mayo francés es precisamente ser un sueño. Sugerir utopías. Provocar. Es nuestro derecho, disentir y provocar. Cuestionar. Joder. Amargarles la mañana a quienes nos dicen todos los días que vivimos en el mejor de los mundos.

Hoy que parecemos habernos acostumbrado a que los trabajadores sólo trabajen y los estudiantes sólo estudien (y ¡ay! del que se meta en política más de la cuenta), el ejemplo de aquellos chiquillos convertidos hoy en abuelos cascarrabias o diputados modélicos es que, sobran las razones para rebelarse. Y, como decía González Prada, los levantamientos populares significan abundancia y vitalidad en las sociedades.

Ya que este mayo peruano ha traido malas noticias -mascaradas gubernamentales, represión gratuita, la ausencia fatal de un Maestro- refresquémonos un poco con la inocencia esperanzadora de aquellos días mágicos que nunca más volverán. Aunque suene cursi, embriaguémonos con las flores del amor.



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