sábado, 9 de agosto de 2008

ONCE PARES DE BOTAS CONTRA HITLER La odisea de los futbolistas peruanos en Berlín (Segunda parte)

La jarana y la alegría hecha fútbol: Alejandro Villanueva




II
Cuando éramos niños, bellos y felices


El deporte en el Perú estaba en la infancia. La maravillosa infancia. La quintaesencia de Lewis Carroll. Con el encanto de esa edad veíamos, al calor de las apuestas, concursos de natación llevados a cabo en una poza de agua verdosa cercana al puerto. Se ganaban trofeos deportivos que luego se perdían en juegos de dados y naipes que los protagonistas estiraban hasta la madrugada entre tragos de pisco y rica compañía. El baloncesto se jugaba sobre pistas de ladrillo, tablones de madera, tierra batida y hasta sobre césped. Un peruano loco se daba el gusto de ganar una maratón internacional viajando de polizón en un barco, corriendo con las zapatillas de su abuelita y siguiendo durante cuarenta kilómetros a los punteros de turno por la sencilla razón de desconocer la ruta hacia el estadio. Las estrellas locales de fútbol, luego del partido dominical, se iban a pelotear con los chiquillos entre callejuelas para terminar festejando con sus viejos amigotes mediando tragos, tabaco, buenas mujeres y un fonógrafo lleno de onesteps, tangos y pasodobles. Eso era deporte puro, carajo.

Y es que el fútbol peruano había alcanzado el síndrome de Fatty Arbuckle, aquella edad en que el pícaro niño se transforma en adolescente salvaje que se da de bruces con una adultez siempre ignorada. No existía el fútbol profesional, pero para centenares de muchachos, el fútbol ya era su vida. Aprendieron el fútbol viendo jugar a los marineros ingleses, como casi todos los que vivimos fuera de Las Islas. Entre potreros con olor a estiércol, canchas de tierra pelada, algún arenal y las calles empedradas de la ciudad, el fútbol empezó a tomar edad. Comerciantes, artesanos y algún señorón aburrido con ganas de hacer de mecenas empezaron a financiar los primeros clubes de fútbol que durante décadas fueron poco más que clubes de barrio.

O de oficios, como en la Edad Media : El partido de fútbol más popular hasta bien entrado los años veinte era el de Textiles contra Choferes, donde una selección de obreros de las fábricas de Vitarte se enfrentaba a otra de camioneros y mecánicos de la capital. Se solía jugar en un canchón en las afueras de Lima con el público trabajador poblando los cerros aledaños y viendo los lances mientras zampaban butifarras, mazorcas hervidas y cerveza. Era una kermesse con fútbol incluido.

Por generación espontánea, como han sucedido buena parte de los hechos del deporte peruano, nacieron nuestros cracks: Juan Valdivieso El Mago, portero voluntarioso hasta el día en que vio todo un entrenamiento del Divino Zamora que venía de gira con el Real Madrid y esto lo convirtió -imaginamos que en un lapso de tres horas- en el mejor portero de Sudamérica (y en todo caso poseedor de uno de los mejores récords de penales atrapados). Adelfo Magallanes El Bólido, mediapunta de vida alegre y jaranera quien siempre se preguntó si su verdadero nombre era Adelfo y no Adolfo, dada la poca profesionalidad de los amanuenses criollos que trataban con desprecio a los afroperuanos que firmaban -en lo posible- las partidas de nacimiento. Alejandro Manguera Villanueva, delantero hábil, pícaro, bohemio, negro, tuvo la mala suerte de nacer en el Perú. Si hubiera nacido en Brasil o Uruguay hoy sería mundialmente conocido como uno de los mejores diez de la historia. Lolo Fernández tenía un disparo que rompía redes, postes y travesaños con tan increíble asiduidad que la tribuna le apodó El Cañonero. En cambio, Titina Castillo era un chaparrito que combatía su baja estatura con una habilidad en el gambeteo. Los hermanos Alcalde -al igual que los futuros hermanos Toth de la sección húngara de 1954- eran el mecanismo de autocontrol interno del equipo. En un país de instituciones débiles, la familia salvaba los muebles del incendio, o de la goleada.

Todos se ganaban la vida honradamente: Valdivieso era ebanista, Villanueva albañil, Lolo Fernández -el más pijo de todos- asistía a regañadientes a la Escuela de Contaduría. Los demás eran camioneros, obreros, vendedores de comida, empleados de última fila de servicios públicos. Nadie soñaba con un futuro próspero de jugadores bien pagados. Bueno, nadie soñaba con un futuro. Se vivía bien si se garantizaba el puchero diario, habitaban en callejones de un solo caño (tugurios galdosianos donde decenas de familias compartían una salida de agua y un retrete). Todos ejercían un cooperativismo primario (si uno se comía un bizcocho a solas, los demás se lo arrancaban para que aprendiera a compartir) se amanecían juergueando juntos, hacían colecta cuando uno se enfermaba, se ganaban la vida armando equipos en las afueras de Lima y cobrando en comida y trago. Muy pocos sabían leer y escribir. Y había más de uno que -gracias a las apuestas, los combates de gallos y las propinas que recibía en los partidos- malmantenía familia, esposa y querida.

A pesar de ello o gracias a ello, estos jovenzuelos mal nutridos y semianalfabetos crearon un fútbol de gloria: Pasión por los dribblings, jugar el balón al toque, triangular a ras del suelo, picardía a la hora de desmarcarse, desdén a la estrategia y al juego destructivo. Así llenaron las tribunas precarias por donde jugaban. La gente los llevaba en volandas hasta la casa de la cocinera más generosa del pueblo a inflarlos de escabeche de pollo y arroz con pato. Eran los héroes del momento para la chiquillería que imitaba -sin pelota- sus quiebres en una esquina mugrienta. Quien podía, sabiendo las debilidades humanas, encerraba a las adolescentes y mujeres en edad casadera; pero -como en el poema de Rubén Darío- al final “la más hermosa / sonríe al más fiero de los vencedores”. El bar cerraba con aquellos dentro, uno traía los dados, otros las guitarras y algún avispado se presentaba con negras guapas y cigarrillos importados. Pasada la madrugada se acababa la luz de kerosene y las botellas de pisco, todos iban dando tumbos a sus hogares, maldiciendo el trabajo de mañana, esperando el próximo entrenamiento, escondiéndose en las esquinas con mujeres de cintura ceñida, embarazando con impune irresponsabilidad. Éramos niños, bellos y felices.

Como nunca más lo fuimos en el resto de nuestra vida.


Sí, son futbolistas en activo. Y encima olímpicos. Quien bebe a pico es el portero Valdivieso y ese señor con sombrero, traje, cerveza y cara de muerto es un terminal Manguera Villanueva. Festejando después de un partidito… (esto último es información errónea, ver la sección de comments).

CONTINUARÁ...



9 comentarios:

Anónimo dijo...

Y el que está en el nivel más alto de la foto, es el gran compositor Felipe Pinglo Alva, hincha a muerte de Alianza Lima.

Leonardo dijo...

Todo un hecho histórico la participación de la selección peruana de fútbol en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.

Anónimo dijo...

Perdona, pero te has equivocado. El terminal Alejandro Villanueva no es el que dices, porque la foto que has subido, esta incompleta. En esa misma imagen sale Villanueva, con trago en mano, terno y semblante de buena salud.

chekealo aca

http://www.peruan-ita.org/personaggi/foto/alianza.jpg

El escenario es la pampa de Amancaes en el Rímac

Un abrazo

Martín Roldán Ruiz

Anónimo dijo...

Javier: de lo mejor que he leído en este blog, nostálgica y currupantiosa, informada y feroz.
Que sirva como homenaje también al glorioso Sport Boys (muchos de los nombrados en tu crónica jugaron con la rosada) que hoy se hunde irremisiblemente entre el polvo y la pena de las canchas peruanas.
Marcel

javier dijo...

Me cago en Satanás, Martín. Tienes toda la razón. Es que el trago y las malanoches malogran tanto el cacharro... que me lo podía imaginar así.

Otra cosa Martín. Avisa cuando vuelvas a publicar.

Anónimo dijo...

Se entiende por lo de la foto...¿y sobre cuándo voy a publicar? Pues estoy en búsqueda de una editorial. Por alli me han recomendado a un tal Alva...¿Tú qué me dices?

Martín Roldán Ruiz

javier dijo...

Martín:

Pensé que habías leido ésto

http://lapizymartillo.blogspot.com/2008/05/quo-vadis-harold-alva.html

En el blog de Ybarra hay otros indicadores.

Anónimo dijo...

jajaja...era una joda solamente, Javier. Sí estoy enterado del asunto. Yo también puse en mi blog la carta abierta de Rafael Inocente. Pero dime ¿cuándo subiras la continuación de once pares de botas contra Hiltler? Está interesante.

Martin

GoriTumi dijo...

Que generación!, la memoria y la história honra nuestros heroes deportivos en su mundo atípico (porque no es la realidad de europa y norteamerica). Manguera o el Mago son leyendas en su dimensión popular y si no hubiesen nacido en Perú quiza no hubiesen sido nada. Debemos dejar de pensar que todo genio (deportivo o no) debio haber nacido lejos de su tierra para ser grandioso. Linda nota "anyway". Con estima.