En estos días se ha ventilado una pequeña discursión sobre la piratería. Además del discurso oficial de Indecopi ("la piratería es mala, muy mala, porfavorcito sólo compren originales") afortunadamente existen hoy opiniones alternativas que ven en El Hueco o Polvos Azules el efecto de una poderosa demanda social de bienes culturales a precios asequibles que el sector formal no puede ni quiere satisfacer. En ese sentido léanse los posts de Andrea Naranjo y El Morsa. Otros, ven un futuro casi sin libros donde la producción cultural pega un delirante vuelo tecnológico (ver para creer).
Ahora bien, en el Perú se lee bastante. Sí, aunque no lo crean, se lee bastante. Y una de las pruebas más contundentes es la explosión de la piratería editorial. Si la gente no leyera o leyera poco ¿Qué sentido tendría en piratear los libros de Eco, Bolaño o Restrepo? Después de la proclamación del nuevo premio Nobel de literatura, casi a la semana aparecen las ediciones piratas de sus obras, sea el autor turco o austríaco. Cuando el escritor Santiago Roncagliolo presentó en Barcelona su texto La cuarta espada vendiéndose a 25 euros, nuestra pujante piratería patria ya los vendía en el centro de Lima a unos merecidos diez solcitos.
Es por eso que, creando esta nueva sección que demostrará que en muchas partes de Lima se lee bastante, hoy empezamos reseñando la patria chica de la piratería chola: La Avenida Wilson.
La avenida que lleva el nombre de un presidente norteamericano -aunque durante el gobierno nacionalista de Velasco se la renombró oficialmente por el de Garcilaso de la Vega- inicialmente fue una de las grandes alamedas del Perú oligárquico, una suerte de Quinta Avenida tercermundista donde las empresas y franquicias más importantes del Perú colocaron sus oficinas. Cuando el Perú oligárquico se tiró al basurero de la historia, la avenida perdió prestancia y sus inmuebles fueron ocupados por empresitas de medio pelo o simplemente abandonadas. En los ochenta se pobló de Cenecapes y academias de pre-ingreso (acuérdense de esos nombres pomposos: Einstein, Pedro Paulet, Pitágoras, Werner von Braun, Arquímedes, Norbert Wiener -mmmm, ¿eso ahora no es universidad?). A fines de los noventas se convirtió en el gran escaparate de software libre del Perú y en el corazón de la informática al alcance de la mano. En Wilson puedes encontrar todos los programas habidos y por haber, mandar hacer una PC a tu medida o comprar una gigantografía con tu foto. Gracias al empeño de los trabajadores de Wilson, la computadora propia dejó de ser un sueño para los peruanos y le hemos pagado a Bill Gates con su misma moneda.
Bueno, Wilson también es uno de los grandes centros de "piratería" editorial, aunque a su modo.
Los corsarios de Wilson se dieron cuenta que no sólo daba dinero piratear programas o CDs.
Las nuevas tecnologías han abaratado la publicación de un libro (de eso pueden dar fe la proliferación de editoriales e imprentas en el centro de la ciudad). Ademas, entre que obvian los derechos de autor, pagan los menos impuestos posibles, buscan fáciles targets y ahorran encontrando la tinta y el papel más baratos; tienen unos precios innegablemente preferenciales. En su momento de esplendor, se montaron puestos ambulantes de venta en las afueras -siendo célebres los de los cruces con las avenidas España o Uruguay, que rivalizaban con los kioscos de prensa chicha- hasta que el largo brazo de INDECOPI los echó al interior de locales multiusos donde se vende software, accesorios de informática, tinta de impresora, fotocopiadoras, cabinas de internet y, como no, ediciones pirateadas. Wilson no solo es Wilson, sus tirajes se expanden en varios puntos de Lima, han alcanzado a los conos y su venta se codea orgullosa en la pituca Avenida Javier Prado.
Wilson, además, edita literatura práctica: Exámenes de ingreso, tomazos matemáticos de lectura obligatoria, casi la totalidad de los libros sobre informática en castellano y muchos libros técnicos. Ya en menor cantidad, uno ve en las estanterías algo de literatura mezclada entre los tratados de economía de la Mc Graw-Hill o el último hit de Camilo Cruz. Y quizá aquí empezamos a arrugar la nariz: La literatura de Wilson es casi cien por ciento comercial. Ellos siempre piratean a los bestsellers mundiales, nunca se lanzarían por gustos minoritarios. Los libros de Bayly o Bryce los encontrarás muy rápidamente, pero puedes esperar sentado a que te topes con ediciones corsarias de Reynoso, Gutiérrez o Malpartida. La publicación de autores ganadores del Nobel o de textos bien aireados por la crítica que han tenido respuesta del consumidor son el summum de la generosidad de Wilson en materia literaria. No esperamos nada más de una avenida que mueve millones vendiendo los últimos antivirus a menos de diez soles o te monta una pentium guapita por 350 dólares.
Por eso el grueso de la literatura pirata de Wilson tiene un carácter bizarro: Manuales de autoayuda casi insultantes (idioteces como "eres pobre porque tú lo quieres, porque no te atreves a ser rico"), libros sobre ese gran leit-motiv nacional que es el esoterismo (Las Profecías de Nostradamus, ese fijo) o textos de explotation de películas o best-sellers (toda la morralla escrita en torno a El código Da Vinci, el Priorato de Sión o la siempre jugosa leyenda de los Cátaros). Abundan mucho los manuales de autoayuda pero en clave empresarial, que cómo logré mi primer millón, que cómo arrasé con la industria de mi sector, que yo fui quien conquistó Nueva York. Y no falta la literatura de tema nazi, un clásico invisible en la cultura popular limeña. Que sí.
Wilson refleja las contradicciones entre el capital y la cultura, entre la explosión de un nuevo empresariado emergente buscando nuevos públicos y las necesidades o gustos del nuevo consumidor popular: La magia de encontrar el último libro de Petras o Chomski (en español, obviamente) y el horror de ver las estanterías repletas con subproductos de Og Mandino, Alessandra Rampolla o Frida Holler. El primer peldaño de la literatura está acá y, como en la biblioteca de aquel monasterio benedictino de El nombre de la rosa, ella es la guardiana de la verdad y el error.
Y quien todavía piense que los piratas de Wilson son unos sinvergüenzas y delincuentes, pues entérese que las grandes empresas formales de la comunicación se comportan como los mismos explotadores de siempre.
Ya ta dicho.
Ahora bien, en el Perú se lee bastante. Sí, aunque no lo crean, se lee bastante. Y una de las pruebas más contundentes es la explosión de la piratería editorial. Si la gente no leyera o leyera poco ¿Qué sentido tendría en piratear los libros de Eco, Bolaño o Restrepo? Después de la proclamación del nuevo premio Nobel de literatura, casi a la semana aparecen las ediciones piratas de sus obras, sea el autor turco o austríaco. Cuando el escritor Santiago Roncagliolo presentó en Barcelona su texto La cuarta espada vendiéndose a 25 euros, nuestra pujante piratería patria ya los vendía en el centro de Lima a unos merecidos diez solcitos.
Es por eso que, creando esta nueva sección que demostrará que en muchas partes de Lima se lee bastante, hoy empezamos reseñando la patria chica de la piratería chola: La Avenida Wilson.
La avenida que lleva el nombre de un presidente norteamericano -aunque durante el gobierno nacionalista de Velasco se la renombró oficialmente por el de Garcilaso de la Vega- inicialmente fue una de las grandes alamedas del Perú oligárquico, una suerte de Quinta Avenida tercermundista donde las empresas y franquicias más importantes del Perú colocaron sus oficinas. Cuando el Perú oligárquico se tiró al basurero de la historia, la avenida perdió prestancia y sus inmuebles fueron ocupados por empresitas de medio pelo o simplemente abandonadas. En los ochenta se pobló de Cenecapes y academias de pre-ingreso (acuérdense de esos nombres pomposos: Einstein, Pedro Paulet, Pitágoras, Werner von Braun, Arquímedes, Norbert Wiener -mmmm, ¿eso ahora no es universidad?). A fines de los noventas se convirtió en el gran escaparate de software libre del Perú y en el corazón de la informática al alcance de la mano. En Wilson puedes encontrar todos los programas habidos y por haber, mandar hacer una PC a tu medida o comprar una gigantografía con tu foto. Gracias al empeño de los trabajadores de Wilson, la computadora propia dejó de ser un sueño para los peruanos y le hemos pagado a Bill Gates con su misma moneda.
Bueno, Wilson también es uno de los grandes centros de "piratería" editorial, aunque a su modo.
Los corsarios de Wilson se dieron cuenta que no sólo daba dinero piratear programas o CDs.
Las nuevas tecnologías han abaratado la publicación de un libro (de eso pueden dar fe la proliferación de editoriales e imprentas en el centro de la ciudad). Ademas, entre que obvian los derechos de autor, pagan los menos impuestos posibles, buscan fáciles targets y ahorran encontrando la tinta y el papel más baratos; tienen unos precios innegablemente preferenciales. En su momento de esplendor, se montaron puestos ambulantes de venta en las afueras -siendo célebres los de los cruces con las avenidas España o Uruguay, que rivalizaban con los kioscos de prensa chicha- hasta que el largo brazo de INDECOPI los echó al interior de locales multiusos donde se vende software, accesorios de informática, tinta de impresora, fotocopiadoras, cabinas de internet y, como no, ediciones pirateadas. Wilson no solo es Wilson, sus tirajes se expanden en varios puntos de Lima, han alcanzado a los conos y su venta se codea orgullosa en la pituca Avenida Javier Prado.
Wilson, además, edita literatura práctica: Exámenes de ingreso, tomazos matemáticos de lectura obligatoria, casi la totalidad de los libros sobre informática en castellano y muchos libros técnicos. Ya en menor cantidad, uno ve en las estanterías algo de literatura mezclada entre los tratados de economía de la Mc Graw-Hill o el último hit de Camilo Cruz. Y quizá aquí empezamos a arrugar la nariz: La literatura de Wilson es casi cien por ciento comercial. Ellos siempre piratean a los bestsellers mundiales, nunca se lanzarían por gustos minoritarios. Los libros de Bayly o Bryce los encontrarás muy rápidamente, pero puedes esperar sentado a que te topes con ediciones corsarias de Reynoso, Gutiérrez o Malpartida. La publicación de autores ganadores del Nobel o de textos bien aireados por la crítica que han tenido respuesta del consumidor son el summum de la generosidad de Wilson en materia literaria. No esperamos nada más de una avenida que mueve millones vendiendo los últimos antivirus a menos de diez soles o te monta una pentium guapita por 350 dólares.
Por eso el grueso de la literatura pirata de Wilson tiene un carácter bizarro: Manuales de autoayuda casi insultantes (idioteces como "eres pobre porque tú lo quieres, porque no te atreves a ser rico"), libros sobre ese gran leit-motiv nacional que es el esoterismo (Las Profecías de Nostradamus, ese fijo) o textos de explotation de películas o best-sellers (toda la morralla escrita en torno a El código Da Vinci, el Priorato de Sión o la siempre jugosa leyenda de los Cátaros). Abundan mucho los manuales de autoayuda pero en clave empresarial, que cómo logré mi primer millón, que cómo arrasé con la industria de mi sector, que yo fui quien conquistó Nueva York. Y no falta la literatura de tema nazi, un clásico invisible en la cultura popular limeña. Que sí.
Wilson refleja las contradicciones entre el capital y la cultura, entre la explosión de un nuevo empresariado emergente buscando nuevos públicos y las necesidades o gustos del nuevo consumidor popular: La magia de encontrar el último libro de Petras o Chomski (en español, obviamente) y el horror de ver las estanterías repletas con subproductos de Og Mandino, Alessandra Rampolla o Frida Holler. El primer peldaño de la literatura está acá y, como en la biblioteca de aquel monasterio benedictino de El nombre de la rosa, ella es la guardiana de la verdad y el error.
Y quien todavía piense que los piratas de Wilson son unos sinvergüenzas y delincuentes, pues entérese que las grandes empresas formales de la comunicación se comportan como los mismos explotadores de siempre.
Ya ta dicho.
Ah, la fotito, del célebre blog del Doctor Monique
Actualización: Este post ha tenido un rebote en un artículo en el Gran Combo Club. Lo interesante es el debate que se ha dado en los comments y más aún, que las posiciones cuestionadoras del discurso oficial antipiratería han conseguido ya una hegemonía. Y se me ha quedado un gustito en el cuerpo...
4 comentarios:
En: http://archivosborges.blogspot.com/2008/01/la-muerte-y-la-brjula.html
"Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, publicó una edición popular de la Historia de la secta de los Hasidim."
Al piratear el libro de un autor premiado como Roncagliolo se está aprovechando la resignaciòn de los compradores de libros. No es dificil encontrar que esos mismos libros siguen intactos meses despues, como los que Borges que regalaba a Beatriz Viterbo (http://archivosborges.blogspot.com/2008/01/el-aleph.html)
Yo dirìa ademàs que esos libros (Yo me llevè tu pan con queso, los siet caminos para hacerla linda, etc) no cuentan como lectura, porque son tan simplones que uno fàcilmente puede cogerles el rollo haciendo lectura ràpida.
Precisamente: dada la naturaleza de las obras que se venden en versión pirata, el optimismo respecto al abaratamiento de esta producción deviene en vacuo. Ya se sabe las fijas: bestsellers, autoayuda y premios mediaticos. Un negocio más, pero de piratería (en su sentido subversivo, digamos) nada.
Otro si digo: usted descree del futuro del libro electrónico. Yo le pregunto si el libro que conocemos actualmente (original o pirata) es más barato de trasladar a donde actualmente no llega: la puna o las vastedades amazónicas. El Kindle de Amazon se apunta como una solución a la que ni Darth Vader le haría ascos.
HABLANDO DE LAS CALLES LETRADAS DE LIMA, AQUÍ UNA CARTA ABIERTA DEL SEÑOR RODOLFO YBARRA SOBRE LA ESTAFA DE LA EDITORIAL ZIGNOS DE HAROLD ALVA VIALE:
Estimado Harold Alva:
He leído tu carta desesperada en torno a todos los anónimos “agravantes” que estás recibiendo por estos días. No sé qué te puede animar a pensar que Rafael Inocente o yo estemos detrás de todas estas decenas de anónimos que sorprenden por sus reclamos y por tus -al parecer- promesas incumplidas. Me sorprende, también, la rapidez con la que has contestado esta vez, ya me tenías acostumbrado a los largos silencios y a mis e-mails sin respuesta alguna, e incluso pensé que tu teléfono celular se había malogrado, ya el novelista Rafael Inocente y otros escritores me confirmaron que acostumbras dar ese número inválido para que no perturben tu paciencia y tus horas de ocio en una conocida cantina del jirón Quilca. Quiero recordarte que ya son 2 (dos) años de que firmamos un contrato escrito para la publicación de un libro, cláusulas que subscribimos uno a uno y dinero que pagué en su totalidad y del cual solo he recibido 5 (cinco) fotocopias mal pegadas, las que me he negado a aceptar como burlas –hasta el día de hoy-. Has tenido y –tendrás de seguro- cientos y quizás hasta miles de excusas; te enumero aquí algunas de las usadas por tu persona para hacerte recordar que no me gustan las mentiras, ni las verdades a medias. Aquí van: 1.-que la imprenta se había trabado, incluso me dijiste (cuanto te fuiste a la feria del libro de Trujillo) que llamara al maquinista a quien, lamentablemente, obligaste a mentir. 2.-Otra excusa ha sido el problema inventado que tenías con un “mal” negocio labrado en el error y que hiciste con un organismo del estado; ya terceras personas me contaron lo que en verdad ocurrió. De verdad lamento que tus “errores” tengan que ver con cuestiones morales y hasta ideológicas. Bueno, mejor sigamos; 3.-Que continuaban tus problemas editoriales y que varios enemigos de “Zignos”querían hacerte daño; ya veo por qué era el asunto, simplemente que no cumplías con un montón de gente, de seguro esos anónimos que no quieren mayores problemas, simplemente que cumplas con tu labor editorial. 4.-Inventaste ese encuentro de poetas en “La Casona” de San Marcos, evento al que asistí para apoyarte, e incluso doné –lamento, de verdad, decir esto- una docena de vinos, no sabía que querías congraciarte con algunos poetas jóvenes de sudamérica –que incautos ellos no sabían nada de tu proceder- e incluso, aquí en la escena de Lima, muchos jóvenes escritores se dieron cuenta y se referían a tu persona como un ESTAFADOR (el caso de Ruiz-Ortega es verdaderamente aleccionador); sin embargo, te he defendido porque no me gustan los puñales por la espalda, ni las calumnias o falsedades; si hay algo de lo que me puedo jactar es de decir siempre LA VERDAD, no me amilana nada en lo absoluto –eso te lo puedo asegurar-, ya he sido echado de varios trabajos, de un centro preuniversitario y de un colegio donde me botaron no por “levantarme a las adolescentes” (como dice un anónimo apócrifo y que yo intuyo que es de tu autoría, digas lo que digas), sino por recomendar un venusterio (androsterio) para las jóvenes mujeres que por razones hormonales se encuentren deseosas de un encuentro sexual. 5.- Otra excusa es que continuabas mal económicamente y que necesitabas ayuda; entonces empecé a recomendar a tu “Editorial Zignos” para que la publicación de libros te diera algún tipo de activos para que cumplieras con todos a los que les adeudabas la edición, incluido mi libro. Fue en esas circunstancias que te recomendé –y los recomendé a ambos- a Rafael Inocente, porque me parecía –y me parece- que es un gran novelista cuya vertiente popular y a la vez humana, intelectual y sarcástica debería publicarse en un espacio alterno para que no le deba nada a nadie. Craso error el mío, de verdad lamento que Rafael esté en esta situación de estafa por mi tangencial culpa. Quiero aclararte que NO CUMPLIR a la justa medida con un trato hecho es también considerado ESTAFA. Es decir, si alguien paga por un Mercedes Benz y le dan un Tico, puede considerarse ESTAFADO. La edición que tuvo “La Ciudad de Los Culpables” es una mofa, una burla, una estafa, ningún solo libro de los que editaste está bueno, todos tienen errores y a muchos les falta una cantidad copiosa de páginas, hasta algunos han pensado que se trataba de una versión del libro original. De seguro, una buena editorial quemaría todos estos textos, al parecer tú querías subsanar los errores de forma artesanal, eso está Mal aquí y en la cochinchina, estimado Harold. 6.-Una de las últimas veces que nos vimos, fue con tu anterior pareja, en el “Berisso” de Jesús María, ahí querías subsanar tu error con una edición de mi libro de forma recortada, querías editarme 100 libros ó 200 (ya no recuerdo) para salir del paso, cosa que por cierto acepté, no porque sea estúpido, caído del palto o porque tenga una mentalidad “naif”, sino porque en verdad valoro a las personas que a pesar de las adversidades cumplen con sus promesas y con sus contratos, cosa que jamás hiciste y sólo has salido de excusa en excusa. 7.- Una de las últimas excusas fue que tu mujer (Flor Béjar) te había abandonado por otro editor (Espinoza Sánchez), incluso te dije que no sabía si felicitarte o darte el pésame. Supuse que estabas deprimido y hasta enfermo, situación que siempre me desmentían otros amigos escritores que te veían por Quilca libando licor en hectolitros y ensebándote con una chica, dueña de un bar. No, no te preocupes no voy a tocar tu vida personal, ese será siempre tu gran problema. Mejor sigo. 8.-Una octava excusa apareció cuando tu señor padre se enfermó y fue a parar al “Hospital de Policía”, de verdad lamento hablar sobre esto, pero no es excusa para nadie, ni para nada, tener a un familiar enfermo, yo he cargado con varios miembros de mi familia en situación delicada y he colaborado –y colaboro- con instituciones que tratan a gente enferma, como muchos saben ejerzo un voluntariado agresivo y eso no me excusa para cumplir mis promesas y mis tratos, sería una cobardía, y una bajeza de espíritu, ampararse en todo eso. 9.-Cuando parecía que no habría más excusas, apareciste un día y quedamos en reunirnos una fecha, obviamente nunca llegaste y el teléfono que me diste –y que le has dado a todos los que te buscan- simplemente no funciona. A estas alturas, obviamente no voy a aceptar más excusas, creo que después de 2 años, cualquier cosa que puedas idear no me va a convencer. En todo caso espero que puedas devolver ese dinero que prefiero donarlo a alguna institución caritativa de los que visito a menudo, que dejarlo en tus manos. Pues, es sabido que paras libando licor como un descosido. El viernes, por ejemplo, Giancarlo Huapaya me confirmó que te vió bebiendo hasta altas horas de la noche; después dices que andas enfermo y que tienes muchas problemas y que tienes a una persona en el hospital. No seas sinvergüenza, Harold. Quien te va a creer, sé más sincero y cumple con tus obligaciones. Quiero que quede asentado aquí que esta carta es a título personal, sé que varias personas han escrito otros reclamos y de repente no quieren mayores problemas con la ley ni contigo (de seguro siguen con la moraleja de nunca pelearse con un “editor relacionado”). Incluso Rafael Inocente –con el que acabo de conversar hace unos instantes- te estará enviando otra carta en las próximas horas.
En cuanto al señor Pancorbo, quien te fue a buscar con una pistola en mano, no tengo nada qué decir; sin embargo no puedo sino expresar mi solidaridad con alguien que reclama lo justo y si te pagó y no le editaste, lo justo era que le devolvieras el dinero, ipso facto y sin retrasos.
Harold, tienes que darte cuenta que nadie quiere hacerte daño, nadie te persigue –al menos, no con justa causa-, eres tú quien con tu mal proceder has generado esa cantidad enorme de gente que quiere tu cabeza, de escritores humildes que, queriendo ver publicada su obra, han recurrido a tu persona para, al final, terminar ESTAFADOS. Son todos aquellos con los que supuestamente “cumpliste” en ediciones recortadas o con libros corregidos a mano, todos esos escritores defraudados son los que te escriben anónimos y yo no puedo silenciarlos, borrándolos de los comments, eso sería una falta de respeto hacia mí mismo y hacia quienes creen que este blog está más cerca de la verdad que de algún nirvana seudointelectual.
Por todo lo referido en mi particular caso, te doy 72 horas para que cumplas (o sacas el libro o me devuelves lo invertido), ya que después de tanto tiempo, mi dinero habrá servido para algo y no para llenarte la barriga de licor. Espero que puedas contestar esta misiva, no con palabras -ese recurso diplomático absurdo-, sino con acción, lo otro lo vamos a dejar en el plano legal, afortunadamente la abogada colegiada Martha Santur se estará encargando de todo este penoso caso. Por lo demás, nunca confundas la amistad con un colchón de errores y de silencios sobre tu mal proceder y compórtate como un caballero, un hombre de palabra y no como un sinvergüenza que se esconde para no afrontar responsabilidades, demuéstranos que tu otrora actividad aprista -donde cumpliste algún cargo dirigencial- ha forjado en ti un espíritu consecuente y no a un ser atrabiliario que ve en la cultura más a un negocio que una expresión del espíritu y de la nobleza del ser humano.
Rodolfo Ybarra
DNI 09441432
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